Es posible
que el título de hoy a más de uno le haga pensar en una errata de la cita Jn 2,
5: “haced lo que Él os diga”; pero no, no existe tal errata porque el título es
el que quiero que sea. El título viene a ser una cita no del evangelista sino,
en mi línea habitual, el dicho popular castellano que escuché tantas veces de
la sabiduría de mi padre: “haced lo que yo os diga, no lo que yo haga” aplicado
en la conversación entre un padre y un hijo.
De nuevo
pido que hagamos un ejercicio de poner los pies en el suelo, de abrir nuestra
perspectiva, y dejarme que os transmita mi visión de una realidad que veo está
ocurriendo, desgraciadamente, en la Iglesia del S. XXI: Las iglesias se están
quedando vacías y cada vez está más extendida la idea de una “iglesia”
particular para cada uno, una “iglesia” a la medida del consumidor; muy propio
en una sociedad en la que los avances permiten que tengamos todo hecho a la
medida. Desde luego este panorama no ha llegado con el nuevo siglo, sino que
hace ya bastante más que viene ocurriendo el tener que ver un paisaje que en
demasiadas ocasiones se asemeja más a un campo de batalla en el que los
contendientes van cayendo y quedándose por el camino y la mayoría de los que sobreviven
son los que se quedan en las trincheras y a pesar de la cantidad de bajas, no
se analiza a fondo este hecho ni el motivo de las deserciones.
Yo nunca
opté por quedarme en la trinchera; siempre he sido más de estar esquivando
balas en el campo de batalla y, aunque siempre hay alguna que te hiere, he
aprendido a curar mis heridas y magullado, incluso mutilado, dispuesto a seguir
en el frente. Mi problema siempre ha sido que a pesar de pertenecer a un bando,
porque todos pertenecemos a alguno, muestro la empatía permanente con mi
prójimo; muy peligroso por otro lado, porque de una manera u otra terminas
siendo víctima del fuego cruzado porque en ciertas cuestiones es incierto
aquello de “si no estás conmigo estás contra mí” y además continuamente corro
el peligro de ser declarado desertor.
Sin querer
irme por las ramas escribiendo, que sino mi amiga Aurora después me lo
recuerda, hoy está clara la dirección en la que van mis balas: hacia una
Iglesia que aun amándola como Madre, observo lo poco acogedora que se ha convertido
en los últimos tiempos, no sabiendo realmente ver y vivir los acontecimientos
que nos tocan.
“Se respiran
aires frescos en la Iglesia” se escucha últimamente desde que Francisco llegó
al Pontificado de Roma. La propia Iglesia es la que más pregona este cambio,
este Papa que parece pretender que algo cambie y acorte las distancias que hace
tiempo parece se están estirando.
Los que
habitualmente vamos a misa los domingos escuchamos habitualmente en las
homilías alguna mención de aquello o esto que ha dicho, escrito o hecho el
Papa… y hasta ahí puedo leer, que diría Mayra Gómez Kemp, porque solo se queda
en eso: palabras dichas desde un púlpito para atraer, pero que como dice el
refrán “obras son amores y no buenas razones”, porque la gente está cansada de
escuchar monsergas y consejos mientras quien los da hace lo que le da la gana
escudándose en un falso pragmatismo: “haced lo que yo os diga, no lo que yo
haga”.
En mi vida
he conocido y tratado con cientos de sacerdotes desempeñando distintos
Ministerios: parroquias, conventos, seminarios, acompañar a grupos juveniles, a
grupos de adultos, necesitados, enfermos…. muchos más Ministerios de los que la
gente puede imaginar. La gran mayoría lo llevan a cabo con entrega y amor, pero
en una sociedad en la que lo que se tiene en cuenta es lo que está de cara a la
galería, nos encontramos con demasiados garbanzos no digo negros, pero sí
tiznados de una hipocresía vestida de Evangelio.
"La
parroquia tiene que estar en contacto con los hogares y con la vida del pueblo,
y no puede convertirse en una prolija estructura separada de la gente o en un
grupo de selectos que se miran a sí mismos"; esta es una de las frases
incluidas en la primera exhortación apostólica, titulada "Evangelii
gaudium" del Papa Francisco. Y ¿cuántos sacerdotes que conducen sus
parroquias no lo cumplen? Este mismo al que leen fue “expulsado” de su Parroquia
por un párroco que cree que puede mantener a sus feligreses a base de amenazas;
sí, como suena. Su manera particular de llevar una Parroquia (con mayúscula,
porque Parroquia es allá donde se reúnen los parroquianos-fieles) en la que
solo su misa es válida, los sacramentos son una muestra de funcionamiento, no
un servicio a la comunidad, la comodidad está por encima de su Ministerio, la
humildad y el respeto es lo que los demás deben profesar y otras muchas cosas
que no harían más que enervar a más de uno, hacen que la imagen de mi Madre, la
Iglesia, en muchas ocasiones se vea como aquella prostituta que se ofrece al
público previo pago de un estipendio o sumisión. Si además, en un intento de
cambio, lo transmites a quien los cauces dictan y como en tantas ocasiones ves
que ese corporativismo se traduce en un tirón de orejas al aludido, o un
“escondo mis miserias para que nadie las vea, o las cambio de sitio para que
estos descansen aunque otros lo sufran”, no te queda otra que revelarte al igual
que se revela el que ve como el político al que ha votado ha traicionado sus
ideas por intereses electorales.
Porque
cuando la gente de a pie protesta por la opulencia de la Iglesia, y sigue
escuchando desde los presbiterios hablar de pobreza, o leen frases hacia los
obispos como "Tienen que ser hombres que no tengan "psicología de
príncipes", que no sean ambiciosos, capaces de estar velando sobre el
rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido:
vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo
amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza" dirigidas por Papa
Bergoglio en el discurso al comité de coordinación del Consejo Episcopal
Latinoamericao (CELAM), mientras que a la vez lees que la reforma del ático en
el que vivirá el Cardenal Rouco Varela ha costado más de medio millón de euros http://www.eldiario.es/sociedad/reforma-Rouco-Varela-supera-millon_0_358714424.html
(perdonad que ponga este enlace ya que pretendía hacerlo con otro de prensa
“pro-católica”, pero curiosamente no hay manera que se abran en mi ordenador,
tal vez por mi condición reaccionaria), en estos casos, y en otros muchos que
tenemos en la cabeza pero de nuevo por pragmatismo no queremos recordar o
reconocer, hermanos en Cristo, resulta difícil confirmar
que la Iglesia quiera realmente cambiar.
Gracias a la
educación que recibí, con la que aprendí a amar a mi Madre la Iglesia, tengo
unas firmes convicciones cristianas, y digo cristianas porque creo que a esta
fecha ya he dejado claro que mi Maestro es Jesús de Nazaret, el Cristo. Estas
convicciones y creencias hacen que en mi vida procure, aunque no siempre lo
logre, ser consecuente con mi fe y mis ideas, y a pesar de ver lo que veo,
escuchar lo que escucho y vivir lo que vivo sigo presumiendo de ser católico.
La iglesia la forman personas, al igual que personas son las que aceptan y se
comprometen en su Ministerio, pero si a un soldado se le presupone el valor,
aunque los haya cobardes, a un sacerdote, destinado a servir, proclamar y
compartir la vivencia del Evangelio, se le presuponen ciertos valores que
además, de cara a la galería, deben de ser más contundentes si cabe.
Si mi padre
nos decía la frase que da título a este artículo era porque con su experiencia
y su vida ya maduras, no quería que nosotros cayésemos en los mismos errores
que él caía, no para esconder sus defectos. La Iglesia debe estar abierta al
mundo y no solo el Papa como “cabeza visible” ha de reconocer los errores
cometidos, porque más visibles son los párrocos y religiosos que están a pie de
calle y pretenden seguir viviendo en sus “atalayas”. Gracias a Dios la gran
mayoría ofrecen su vida, literalmente, a los demás, y si en una manifestación
unos pocos pueden hacer ver el desastre de muchos miles, en la Iglesia ocurre
lo mismo.
Amo a mi
Madre, amo a la Iglesia que fundó Jesús de Nazaret y admiro a muchos que en su
nombre se dejan el pellejo en hacer de este mundo de miserias un rincón donde
vivir en paz.
Recibid un
fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.
Juan J.
López Cartón
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