lunes, 14 de junio de 2021

A MIS CUARENTA Y DIEZ, AHORA SÍ, TOCA DAR LA VUELTA AL JAMÓN, pero no os confiéis…

 



Entre mis señas de identidad están la de sabinero y refranero; cierto: si siguiese rimando, alguno, terminaría con puñetero. Aprovecho el título de uno de los temas del de Úbeda y de una expresión popular para modelar el título dado a las líneas que escribo estos días.

He de advertir que el comienzo de las líneas fueron ideadas y escritas meses atrás, cuando realmente cumplí los cuarenta y diez, y retomo su escritura en la antesala del tiempo estival, porque si bien se dice que el hombre propone y Dios dispone, a mí me dispuso de un lapsus que algunos políticos llamarían, vilmente, cordón sanitario.

Siempre creí que la vuelta al jamón se daba en la mitad de la centena pero, según dicen los entendidos que utilizan la lógica y las estadísticas, resulta que ese giro coincidiría más con la cuarentena de años que con los que me corresponden ahora a mí, por aquello de la esperanza media de vida. En un giro de pillería he de decir en mi defensa que yo, amante del porcino, bovino y casi todo lo que se mueva sobre patas, el manjar del cerdo lo comienzo, no por la babilla, más raquítica y seca sino, por la maza: más jugosa y generosa en cantidad, por lo que dejo la parte más recatada de la pata para comerla ya sin tanta prisa, mascándola poco a poco sacándole el sabor al jugo que se esconde en lo escaso que me brinda mi particular filosofía.

Cierto que también hay otro refrán muy conocido que dice que de los cuarenta para arriba no te mojes la barriga pero, digo yo, ¿quién coño es nadie para poner puertas al campo y marcar límites a los demás? Creo que precisamente en ese decenio, de los cuarenta a los “cuarenta y diez, es cuando nosotros mismos nos hacemos dueños de nuestra madurez y, personalmente, de nuestra locura de segunda juventud. Es entonces cuando fijamos los cimientos para lograr el bienestar y el saber vivir de los cuarenta y diez.

Volviendo al flaco de Úbeda; en la letra de la canción que da título a esta entrada, nos recuerda que: “He de enfrentarme al delicado momento de empezar a pensar en recogerme, de sentar la cabeza”. Me asusta pensar que así deba de ser. Creo que realmente es ahora cuando somos conscientes del alcance que podemos tener como personas, de la influencia que puede llegar a provocar cada una de nuestras palabras en los que nos rodean. No puede ser cierto que sea momento de sentar la cabeza ni de recogerme.  Sabina, amigo, esta vez no estoy de acuerdo contigo.

Mis cuarenta y diez son perfectos para una vuelta de rosca además de a la pata. Sin obligaciones creadas, sin compromisos absurdos, es el momento de echarse el mundo por montera a la hora de decidir con la única prioridad de mi vida, mi bienestar y el de los míos. Mis cuarenta y diez significan dejar de tener una boca prestada. Olvidarme de muchos de los filtros a la hora de decir las cosas; dejar de molestarme por haber molestado. Mis cuarenta y diez significan dejar de sentirme mal, o sentirme culpable cuando alguien se disgusta o no encaja bien lo que le digo o pienso. De amar a quien amo porque me da la gana, no porque haya contrato, escrito o ficticio, que me obligue a ello. De ignorar a quien sea sin sentir la necesidad de explicarle porqué se ha ganado a pulso desaparecer de mi vida.

Cumplir cuarenta y diez es volver a la niñez masticando la tira de jamón curado ya seco, casi “duro como los pies de Cristo”, que da el abuelo al nieto; sacando con los dientes y mezclando con la saliva la sal y la esencia de ese y de otros manjares. Es mirar al frente sin temer que nuestros ojos, sin querer, tuerzan su dirección a tiempos pasados porque saben que esos mismos han hecho que lleguemos al punto donde nos encontramos. Es más: atreverse a mirar atrás, al pasado, con valentía y sin miedo a lo que veamos o recordemos porque las decisiones, entonces y ahora, se tomaron como vinieron y equivocarnos solo sirvió para aprender a levantarnos.

Tras cuarenta y diez años he ido acumulando muchas historias, muchos momentos y sobre todo, y lo que siempre me ha enriquecido más, muchos compañeros de camino. De todo ello guardé en mis alforjas algo y tiré al pie de los cardos lo que me sobraba y pesaba innecesariamente en el morral. Si bien las historias y momentos allá quedaron, muchos de esos compañeros de vereda siguen hoy a mi lado. Han ido gastando sus suelas a la par que las mías y nos hemos ido curando las ampollas y mataduras mutuamente. Tengo claro que aún me queda por andar, por aprender, por caer y levantarme pero aquí está el tío.

Me autoproclamo cuarenta y diecero. Esta proclamación es como la monarquía: por decreto propio. Asimismo me comprometo a vivir como me dicte mi conciencia, que ya venía haciéndolo hace mucho, pero sin pedir permiso a nadie para entrar en mi propia bañera a limpiarme de las inmundicias y las miasmas que se me pegan en el día a día. A mis cuarenta y diez me comprometo a sonreír, y sentir mi sonrisa, ante algo que me importe un bledo por mucho que me disguste. A decir lo que pienso pasando por alto los sentimientos de agresión ajena: si te digo lo que opino es en base a mi propia libertad de opinión, así que no te sientas agredido y no te des por aludido; si quiero ofenderte a ti lo haré con tus nombres y apellidos. Si utilizo el plural mayestático es porque todos, y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, la hemos cagado alguna vez con lo que dijimos o hicimos, no para que te sientas atacado en tu moral y en tus ideas que, casualmente, aunque no lo creas se parecen mucho a las mías.

Y así, públicamente, ante todo el que me quiera, me lea, me estime o me odie, doy por vuelta a la pata de este jamón que si fuese gallego lo acompañaría con grelos, pero como soy de mi tierra, o de donde mis pies levanten el polvo, lo acompaño con un buen Ribera. Salud, compañeros y apretón de mano izquierda.

Juan J. López Cartón