Acabo
de llegar de dar un paseo. Me lo ha pedido el cuerpo o, más bien, la cabeza.
Después de una siesta de las que les gusta a mis amigos Beltrán y Esteban: de
pijama y orinal, de esas de dejar caer la babilla, me puse al ordenador a
intentar seguir con un curso online que tengo que terminar antes de fin de mes,
pero no; hoy no era el día de hacerlo. No conseguía concentrarme y en eso mi
cabeza me pidió que me levantase del teclado porque necesitaba tomar el aire.
He
llegado hasta el paseo marítimo y comenzado a andar a un ritmo inusual para mí,
más que inusual, diría yo: pausado con una lenta cadencia. El aire soplaba de
sur (la costumbre tan gaditana de poner nombre a los aires cuando en Castilla
sopla y solo sopla, fuerte o suave, sin más) y siendo en la misma dirección se
introducía en mis oídos para ayudarme a evadirme. Tras de mí iban dos señoras
con el que supongo era el marido de una de ellas ya que la otra iba contando en
vivo, y no en voz baja precisamente, la operación a la que se había sometido su
sufriente Manolo con colonoscopia incluida y por supuesto con todo lujo de
detalles. Mi paso pausado era similar al suyo, con lo cual no había manera de
abstraerse de la conversación porque además no estaba dispuesto a aumentar mi
ritmo para despegarme de ellos y cerrando los ojos me he concentrado en el
sonido del aire hasta conseguir escuchar sólo eso… el aire. Y es que lo que mi
cabeza pedía era eso: aire.
Al
llegar al final del Paseo opté por algo inusual en mí: bajar a la arena y hacer
la vuelta por la arena, al ras que marcaba el agua de la bahía que jugando con
la marea seguía bajando. Cambié el sonido del aire por el sonido del mar con
sabor al salitre que se colaba por mis células olfativas. El sonido del agua
con sus ondas golpeando la arena; algunos perros correteando y ladrando entre
juegos, las gaviotas con sus llamadas y peleas por algún “tesoro” encontrado,
me ha permitido relajarme y calmar mi cabeza oxigenada por ese momento y por
supuesto me ha dado opción a pensar sosegadamente de los últimos
acontecimientos.
Una
de las riquezas de España radica en la idiosincrasia de cada rincón de nuestra
geografía. Ni que decir tiene, porque ya lo he expresado en muchas ocasiones,
que a pesar de los años que llevo en Andalucía hay cosas que en mis neuronas y
en mi ADN castellano no pueden cambiar. Sobre el papel puede verse más fácil
que en la realidad, pero no es así. La Palabra
para mí tiene un sentido de Honor y
mal que le siente a más de uno y por supuesto con salvedades, aquí no es así;
repito, cuestión de idiosincrasia. Utilizar el sentido común, reposado y bien
acompañado por gente que tengo al lado, han hecho que elimine un artículo de mi
blog en el que parece ser atentaba contra el honor de alguien, sin que por
haberlo hecho deje de pensar, hasta el punto final, que éste no hacía más que
poner nombre y apellidos a alguien que no solo me ha hecho daño a mí, sino a mi
familia y sobre todo a mis hijos y a los principios que trato de inculcarles de
respeto y educación.
La
conclusión a la que me ha llevado mi paseo de hoy tal vez sea solo una: la
mesura. Y digo solo mesura porque no quiero decir desconfianza porque entonces
yo dejaría de serlo en mi esencia.
Un
abrazo y apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón