Cuando
se acercan estas fechas la televisión se llena de anuncios que hacen referencia
a la Navidad. La mayoría se limitan a lanzar su mensaje de consumo navideño
aunque desde hace unos años cada vez son más los que buscan tocar la fibra
sensible. ¿Quién no recuerda ese “Hola soy Edu, Feliz Navidad”, “La chispa de
la navidad” y otros muchos? Yo quiero quedarme con el que creo que es el decano
de esos mensajes junto a las muñecas de Famosa que se dirigían al portal.
Estoy seguro que al leer el título
de hoy a todos nos ha venido la misma imagen, y es que ese turrón El Almendro nos
traslada automáticamente al abrazo del hijo a la madre, a la vuelta del marido
después de mucho tiempo fuera, a la sorpresa de la abuela cuando abre la puerta
y se encuentra detrás a su nieto retornado. Desde luego que creo que la gran
mayoría de nosotros hemos crecido con este anuncio que realmente era el que nos
advertía, igual que el Adviento, que sí, que la Navidad ya estaba cerca. Por
mucho que los centros comerciales intenten adelantar “su navidad”, para muchos la
que realmente nos advertía de esa cercanía era esa tableta de miel con
almendras.
Para un trotamundos como yo, que he
pasado más de media vida fuera de casa, cumpliendo el lema del turrón, os
aseguro que aunque haya anuncios que despierten mi fibra sensible, el único que
me sigue emocionando cada año es el mismo, el que me recuerda que volveré a
juntarme con mi familia, mi gente, un año más por la Navidad.
El hecho en sí realmente se supone
que no tiene más transcendencia que la de pasar unos días con la gente que
añoras, aunque tratándose de la Navidad va más allá. En cualquier época del
año, generalmente en verano, aprovechamos para esas visitas que tanto nos
gustan en las que lo pasamos tan bien y hacemos innumerables visitas,
actividades, comidas… pero en Navidad eso queda en segundo plano.
Si para los que creemos en la Llegada
un año más de Jesús de Nazaret encarnado en la piel de un Pequeño la Navidad
tiene un significado religioso y festivo; para los que dicen no creer en nada,
para los que su verdad está unida a otras “alturas”, no es indiferente. Cierto,
no por creencias está claro (aunque no por eso renuncian a unos días de solaz),
porque dicen que esta fiesta nos la hemos inventado los creyentes, aun así en estos días también se juntan en familia, o
incluso con los amigos pero, sin proponérselo, en un ambiente recogido sin
buscar en estos días el ritmo frenético que imprimen otras fechas.
Muchas cosas vuelven a casa por
Navidad. Generalmente rodeadas de melancolía, de recuerdos. Hay años que esa
melancolía, esos recuerdos, esas añoranzas se envuelven en un ritmo frenético,
en un ambiente de obligación que hace que, contradiciéndome a mí mismo, por
momentos sienta repulsa por la navidad. Así como suena. Me envuelve un
sentimiento de repulsa que hace que me pregunte muchas cosas: ¿por qué y para
qué monto el belén?, ¿por qué hemos de juntarnos con gente que no nos apetece,
aunque nos unan estrechos lazos?, ¿por qué cambiamos nuestra habitual música
por villancicos a los que veces no les encontramos ningún sentido?... La verdad
es que ese sentimiento me atenaza últimamente en demasiadas ocasiones, al igual
que imagino que habrá gente que se haga esas mismas preguntas porque
simplemente no creen en el auténtico sentido de estos días.
En demasiadas ocasiones echamos la
culpa de ese sentimiento de abandono a la falta de gente, como buscando una
disculpa para no dejarnos envolver por el auténtico sentido de la Navidad. Nos
olvidamos que en Navidad también “vuelven” esas personas a las que echamos de
menos. Si lo pensamos fríamente siempre les tenemos en mente: cuando hay un
acontecimiento concreto, cuando se da una circunstancia a lo largo del año,
mencionamos a esas personas: “fíjate con lo que le gustaba a él o a ella”, “¡Ay
si te viese tu padre o tu abuelo!”, “si estuviese aquí…”; sin embargo en esos
días la presencia, que no la ausencia, se hace más patente. Recuperamos
tradiciones que se tenían cuando estaban, se les menciona con un tono cariñoso
como si realmente estuviesen compartiendo estos días con nosotros… ¿y acaso no
lo están?
Los que se fueron siguen entre
nosotros todo el año, toda nuestra vida; da fe de ello que no les olvidamos y estoy
seguro que si a cualquiera de nosotros se nos invita a recordar un momento con
cualquiera de esas personas no tardaremos ni medio segundo en traer no uno,
cientos de recuerdos. Eso solo es señal que les tenemos presentes
continuamente.
Vuelve a casa por Navidad. Todos, de
una manera u otra volvemos a casa por Navidad, y con nosotros vuelven las
personas que marcharon, incluso las que no merecen nuestro recuerdo; esas
también vuelven, aunque sea para no recordarlas, porque como he escrito en
otras ocasiones también de ellos aprendemos aunque sea a no seguir sus pasos.
Quiero recordar y compartir hoy con
estas líneas algo que sucedió hace diez años, que hace que hoy esté en paz. Me
apetece, simplemente, me apetece: Por ser como soy y por los malos entendidos
que tantas veces nos esforzamos en crear, alguien demasiado importante en mi
vida y yo estábamos no distanciados, sino que revelados el uno contra el otro.
Esas Navidades, cuando seguía el dicho del turrón, algo sucedió que nos tuvo a
todos en vilo: cosas de niños que quien se acuesta con ellos… La cuestión es
que entre las paredes de una habitación de hospital, con aquella criatura
peleando por seguir dando guerra como testigo, la chispa de la Navidad hizo que
se hablasen las cosas y se abriesen los corazones. Que todo lo que en su día
fueron armas arrojadizas en forma de reproches se convirtieran en motivos de
comprensión y de unión. Esas Navidades están grabadas a fuego en mi recuerdo,
fueron las que peor empezaron y mejor terminaron, aunque tristemente fuesen la
antesala para que poco más de tres meses después tuviese que despedir con dolor
de hijo pero con amor y paz al que durante años fue mi adversario natural por
amor. Gracias a esa chispa de Navidad, en la que un niño ocupando una cuna como
el que nació hace más de dos mil años fue testigo, hoy, cuando llego a casa no
llego solo. Además de mi mujer y mis hijos viene conmigo y me espera en su
butaca el hombre que se refleja en el espejo cada vez que me miro.
Vuelve a casa por Navidad. Mi deseo para
todos que este año, cuando volvamos a casa para reunirnos con nuestras
familias, con nuestra gente, cuando recibamos al que llega de lejos, lo hagamos
no solo los que aún estamos en este vil mundo, sino que lo hagamos acompañados,
y sabiendo que también nos esperan los que nunca se fueron.
Recibid un fraternal abrazo y un
apretón de mano izquierda junto a mis mejores deseos para estos días en los que
los creyentes tenemos un Motivo más para creer y los que no, al menos con la
disculpa, hacen de estas fechas unos días entrañables.
Con cariño Juan J. López Cartón