Cantaba
Pacco Ibáñez aquello de “Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos
los corderos…”
Nada
es lo que parece, aunque es cierto que conforme cumples años vas aprendiendo a
pasarte por el arco del triunfo muchas de esas cosas y, sobre todo, lo que se
opine de ti.
En
demasiadas ocasiones nos convertimos en fieros corderos maltratando al lobo.
Cambiamos los papeles con tanta facilidad que nos sorprendemos a nosotros
mismos. Los psicólogos dirían que tienes una personalidad inestable, que te
falta control de ti mismo y cosas así aunque en realidad es simple instinto de
supervivencia lo que hace que a veces perdamos los papeles, la raíz del ser
irracional que se aloja en ese rincón de nuestra evolución que jamás quiere
dejar de ser una fiera alfa.
En
estado “de reposo” la gran mayoría de la gente es encantadora. Cuando a alguien
se le cruza el cable lo más común es escuchar decir a los vecinos y allegados
aquello de “quién iba a pensar que haría eso, si siempre fue normal”; aunque por
suerte no es lo habitual el llegar a hechos tan grabes sí es cierto que, por ser diferente, por no
seguir los cánones estipulados en la familia o en la sociedad, lo de
convertirse en la oveja negra de la familia siempre ha sido un estigma en todos
los lugares del mundo.
Tener
criterio propio está mal visto en la actualidad. Este hecho parece que te marca
ante los demás hasta puntos insospechados. Pensar por uno mismo, en esta
sociedad masificada en la que todos tenemos que tener los mismos avances, las
mismas comodidades, los mismos lujos… aunque en este
punto también es como el vaso medio lleno o medio vacío: dependiendo de con
quién estés serás borrego, normal, oveja negra…
Digo
esto porque muchos en nuestras casas nos hemos sentido esa oveja o garbanzo
negro dentro del “cocido familiar”. La cuestión está precisamente en la forma
de ver las cosas sobre todo en un sitio tan vital como es el hogar, el núcleo
familiar. Los padres tenemos grandes expectativas con nuestros hijos.
Inconscientemente, aunque no se reconozca, organizamos su vida; cosa por otra
parte normal hasta cierto punto y edad, pero lo malo es que en demasiadas
ocasiones también pretendemos organizar su futuro y si ese futuro que nosotros
pensamos y el que nuestros hijos tienen en mente difieren, entonces, el cocido
estará empezando a tiznarse por un futuro garbanzo negro.
El
rebaño inmaculado de casa se ve feo al ver que uno de nuestros corderos empieza
a oscurecer su lana, cuando realmente lo que está es madurando, creando y
moldeando su propio yo. De hecho, si nos movemos en su ambiente, ese que
consideramos de borregos, de ir todos al mismo ritmo con las orejas gachas,
seremos nosotros los que nos sentiremos como el bicho raro. Habremos pasado de
ser blancos e inmaculados a ser la oveja más negra de un rebaño diferente al
nuestro.
Vamos
descubriendo que con los años, además de importarnos un bledo la mayoría de las
cosas que piensen de nosotros, sufrimos de una enfermedad a la que voy a llamar
“desirización”: cuando nos interesa vemos todos los colores del mundo pero
cuando nos conviene nuestra visión se nubla y solo ve en blanco y negro.
Renunciamos a ver un arco iris de tendencias, de matices en lo diferente y
llega a tal punto esta “desirización” que vemos negro donde realmente es blanco
o donde el abanico de colores es vital para la supervivencia social.
Entonces
es cuando, ante la presión a la que somos sometidos, el cordero se convierte en
lobo y el lobo en cordero. Entonces es cuando incomprensiblemente, para los
demás, salta la fiera y degüella a su oponente, sea padre, hijo, amigo o lo que
más quiera en la vida.
Debemos
aprender a corregir nuestra “desirización” y disfrutar de la maravilla que es
ver todos los colores, todos los matices, todas las diferencias como aquello
que nos esforzaremos en compartir, respetar y amar.
Recibid
un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda
Juan
J. López Cartón
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