martes, 24 de noviembre de 2009

Una mirada

Hoy quiero compartir con vosotros una de mis facetas. Como la mayoría de ellas, un poco a trancas y otra a barrancas, algo surge y se plasma sobre el papel (en este caso sobre la pantalla del ordenador). Es algo que escribí allá por el 93 y que después incluso me atreví a que fuese una de las letras de esas canciones que con mi guitarra guardé en el olvido.

Una sonrisa: un sueño.
Una mirada: un misterio.
Como salida del agua,
como Venus renacida,
Atenea del olimpo,
llegada de una partida.

Como dos faros de mar,
como lucero en la noche,
como antorchas que me alumbran
sin preguntar, sin reproches.

Como esa noria que gira
haciendo manar el agua,
hiciste surgir en ti
una sonrisa, una mirada.

Quiero aprender a poner
el nombre de esa mirada
acompañando a esa luz
su sonrisa silenciosa, no callada.

Ríe,
busca
donde posar tu mirada,
pero jamás me preguntes
el sentido de estas palabras.

(30-7-93)

jueves, 19 de noviembre de 2009

Como decía Machado...

Aquí va una de mis canciones favoritas, como regalo para quien quiera. A fin de cuentas forma parte del nombre de mi blog en el que todos nos podemos ver reflejados. Sencillamente, me apetece compartirla.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Había una vez...



Había una vez un payaso que había olvidado sonreír.

Todo el mundo, cuando le veía, no podía evitar soltar una gran carcajada, porque la gente al mirarle no era capaz de ver más allá de su peluca, de sus pinturas, de su nariz de gomaespuma, de sus pantalones a rayas con tirantes y sus grandes zapatones.


Todos los días acudía a su cita en el centro de la pista, bajo la gran carpa roja y blanca para dedicar sus mejores caídas, tartazos, piruetas, canciones, bofetadas... y también todos los días el público le respondía con sonoras carcajadas que a él no le llegaban ya al corazón. Su trabajo era hacer reír, y como buen payaso se empeñaba y se esmeraba a diario para que los ojos de los niños y de los que ya no lo eran tanto, al concluir la función, llevasen ese brillo nuevo y especial en sus ojos; muestra de que todos ellos, en mayor o menor medida, habían sido capaces de aparcar sus ajetreos, agobios, discusiones, fracasos en la entrada de aquella gran carpa mágica llamada circo.

Todos se aunaban a la hora de opinar: los trapecistas espectaculares, los domadores valientes como siempre, los funanbulistas admirables, pero el payaso... para él no tenían suficientes adjetivos que pudiesen reflejar el asombro que aquella cara pintada con nariz gorda y flor en la solapa que no paraba de echar agua era capaz de transmitir.

Un día, como cualquier otro, el director de pista bajo su sombrero de copa y su chaqueta hecha de brillantina y purpurina anunció con voz firme y espectante: "Queridos niños y niñas, papás y mamás, abuelos y abuelas, Señoras y Señoresssssss a continuación vamos a recibir como merece al gran mago de la risa, la única persona del mundo capaz de aplaudir con las orejas mientras toca el saxofón, el único, el inigualableeeeeee payaso Facundo, capaz de hacer reír a todo el mundo", y la carpa, como cada función, pareció venirse abajo con los aplausos y la algarabía que se formó para acoger a la gran estrella de mágico mundo del circo.
Facundo salió triunfal con los brazos abiertos queriendo abarcar toda la grada y antes de dar el segundo paso... ¡¡Pataplafff!!, su cuerpo quedó tendido con una caída por culpa de sus zapatones y de nuevo todo el público soltó su carcajada mientras él hacía aspavientos boca abajo sobre su tremenda barriga de relleno. Intentó levantarse, pero se volvió a pisar el traidor zapatón y una vez más cayó, esta vez boca arriba sacudiendo sus piernas y sus manos como una tortuga en un momento de apuro; y de nuevo la carcajada rasgó la espectación del público. El payaso, mientras veía la reacción del respetable observó algo. Era algo que no le podía pasar desapercibido porque por primera vez, en muchos años como payaso, había algo nuevo entre su ferviente batallón de la risa: un niño que no reía.
De nuevo se levantó llorando como un bebé y soltando grandes chorros de agua por sus ojos de pega, y cuando pasó a la altura del niño... seguía sin sonreír. "No puede ser" pensó... "Esto es peor de lo que yo creía, ya no solo estoy triste yo, mi tristeza se está haciendo contagiosa". Como buen payaso, curtido en las tablas y arenas de muchos circos, no se dio por vencido. De momento centró todos sus esfuerzos en que ese niño riese, y comenzó su repertorio dirigiendo su magia hacia el niño. Tartas volando por el aire que siempre terminaban en su cara, cubos de agua para el director de pista que terminaban encajados en sus grandes zapatos, canciones con su saxofón mientras su sofisticado mecanismo hacía que sus orejas postizas se moviesen aplaudiendo al ritmo de la música... pero nada, Facundo dejó de oír todas las risas y carcajadas y solo oía el silencio que la tristeza de ese niño le transmitía.
Por fin terminó su actuación, se le había hecho eterna, y todo porque ese maldito niño no quería reír. Estaba enfadado, muy enfadado... consigo mismo. "El día en que no sea capaz de hacer reír, será el último para Facundo el payaso" se prometió hacía muchos años. Era lo que llevaba haciendo toda la vida, desde pequeño, cuando solamente tenía que acarrear los cubos de agua y las tartas que su padre y su abuelo dedicaban a repartir entre el público, y que al igual que con él ocurría, siempre terminaban sobre el maquillaje de sus predecesores.
Salió de la carpa cabizbajo, dándole vueltas a lo que había ocurrido: ¿habría llegado su momento? Ya no solamente no era feliz haciendo reír a la gente, sino que además esa misma gente había empezado a dejar de reír, aunque solo fuese en la figura de un niño.
Al llegar a su caravana quedó sorprendido por su inesperada visita: el niño, el origen de su amargura durante la última hora, estaba allí, sentado en el escalón de la entrada de la que era su casa ambulante; "¿porqué estás triste?, preguntó. No podía ser. No era posible que un crío, de apenas cinco años, se hubiese dado cuenta de su gran secreto, de algo de lo que nadie se había percatado, ni entre sus compañeros ni entre el público que cada tarde asistía a su actuación.
"Sé que cada día, cuando terminas tu actuación y vienes a tu caravana, lloras. Sé que cada día, cuanto te maquillas, te dibujas una mueca triste para que después la pintura la tape con esa sonrisa de mentira. No escondas tu tristeza, cambia el orden. Las pinturas siempre serán pinturas, y tu público siempre reirá, te pintes como te pintes. Lo importante es que lo que dejaste atrás, aquel niño que acarreaba los cubos, vuelva a tu corazón; sea él quien pinte tu cara cada tarde antes de saltar a la pista. Recuerda porqué te hiciste payaso". El niño en ese momento sonrió, se levantó, y se alejó entre el resto de casas móviles. Él no entendía nada.
Entró en su caravana, se desmaquilló, y al sentarse, para llorar como todos los días algo pasó por su cabeza que le hizo reaccionar. miró hacia un lado y allí estaba: un cubo de zinc corroído por los años y el desuso. No era posible; ¿quién puso ese recuerdo del pasado en su caravana...? Sin saber porqué, se levantó y echó mano de aquel trasto viejo, y sin explicación alguna, vio su imagen reflejada en un fondo inexistente.
Recorrió la pista de una vieja carpa llena de remiendos en un pueblecito de tercera. Un día, sacando los cubos llenos de agua y serpentinas para la actuación de los payasos, en el esfuerzo de hacer las cosas bien, tropezó y fue al suelo envuelto en agua, confeti, serpentina y zinc. Nadie se dio cuenta de su traspié excepto un niño: el mismo que esa tarde le había visitado en su caravana. Estaba triste. Lo vio y pensó cómo, mientras todos reían por la actuación, él seguía triste. Se levantó mirándole a los ojos, volvió a tomar los cubos y esta vez a propósito, sabiendo que nadie estaba pendiente de él, solo el niño, simuló de nuevo un tropezón volviendo a revolcarse entre barro, y papelillos y sin dejar de mirarle a los ojos y aquel niño triste sonrió. Ese día Facundo, el hijo de Pitillo el payaso, el nieto de Bombacho el payaso decidió lo que quería hacer el resto de su vida: hacer reír a la gente, ser payaso.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Mi penúltima aventura con "esos locos bajitos"




Como en su día dije, este blog es lo que es, y no tiene ninguna lógica en el orden cronológico, así que hoy toca una historia del día a día que estoy viviendo.

Hacía ya unos cuantos años que estaba aparcado en la cuneta. Sinceramente, en mis planes no entraba volver a rodearme de voces chillonas que te cuestionan sobre todo y para todo (de eso ya estoy servido con Rodrigo y Fernando), ni siquiera de los que despiertan a un mundo revolucionado por nosotros mismos y nuestras ideas peregrinas de lo que debe ser el mundo moderno.

La verdad es que nunca serví como educador; por mi carácter inquieto y en parte por mi autoconsiderado "complejo de Peter Pan" me han hecho ver durante toda mi vida que prefiero aprender de "esos locos bajitos", aunque mucha gente se haya empeñado en hacerme creer que para hacer lo que yo hago hay que tener madera de educador. Yo sencillamente llego a una conclusión: Llevo más de media vida haciendo lo que me gusta, porque me gusta, y disfruto como cualquiera de ellos de cada momento y cada payasada que toca hacer; porque sí.

El caso es que a la Parroquia había llegado un grupo de "aventureros" Scouts, y tras parlamentarlo con la madre de la criatura apuntaríamos a Rodrigo, en un principio en contra de su voluntad, para no faltar a la verdad. Uno de los días que los padres tuvimos una reunión con ellos, y dado mi "pasado", yo iba recordando y reconociendo la mayoría de las cosas que nos iban contando. Al final de la reunión me acerqué a Ana, la "Jefa", para charlar un poco y compartir con ella alguno de sus comentarios; para qué lo haría, jajaja. "Trabajar con niños es como un veneno que se lleva en la sangre" me dijo, y no le faltaba razón, la verdad: me ofreció entrar a formar parte del equipo responsable.

Dios mío, no fastidies, los Scouts. Lo reconozco, nunca fueron santo de mi devoción. El desconocimiento de las cosas nos lleva a conclusiones equivocadas desde luego, pero un par de desencuentros pasados con ellos me hizo pensar de esa manera.

De nuevo tocó "consejo familiar", y una vez más, conociéndome y sabiendo que es algo que siempre me llenó, hubo beneplácito conyugal.

Ofú, en qué fregaos me meto, si es que no aprendo. Pero ahí estaba yo, con mis "taitantos", que diría Lina Morgan en el Hostal Royal manzanares, para iniciar una nueva aventura. Me uní a ellos y ellos me acogieron como uno más. Me contagiaron y despertaron del letargo muchas de las sensaciones que dormían guardadas en forma de fotos y placas recordatorias del camino que durante años estuve pisando. Momentos que van quedando grabados, unidos, no enfrentados a otros que ya pasaron. Vivencias compartidas y una Opción. Para mí realmente fue como las ofertas que hacen en las rebajas de enero: una preciosa chaqueta que sabes que si no la compras en ese momento no volverá a estar a tu alcance. Una firma en una Carta.

Las sensaciones que siguieron, una vez entre los chavales, fueron muchas. Hay una que desde el principio me sigue, y que cada sábado, cuando estamos con ellos, o cada día en que nos reunimos los responsables del grupo, me bloquea: este ya no es mi mundo; sin embargo es algo que se disipa de inmediato; mis Hermanos Scouts y los propios niños hacen que sea así.

Como dije antes, y esto lo demuestra... aún me queda mucho por aprender.


En Villaluenga, durante los cursos de formación.





Menuda panda de majaretas, jejeje.


En mi "vela de armas"

Mi compromiso: una actualización y renovación de lo que
llevo 20 años trabajando.
Dos personas especiales: Carmen y Ana, mis madrinas.



Primera reunión con los niños.




La tropa Ranger "Algaida".

Los valientes que se apuntaron el primer día, después siguió
llegando gente.