Por
los acontecimientos sucedidos en los últimos meses se ha puesto de moda la
expresión francesa “je suis”. No es que el francés se haya revelado como el
nuevo idioma internacional, que en el caso del correo postal lo es, pero la
solidaridad humana ha tomado esta expresión como estandarte a la hora de
expresar rechazo e indignación.
Si
de modas hablamos, he de decir que nunca he sido seguidor de ellas; pero
también he de reconocer que por mucho que pretenda evitarlas, siempre caigo en
alguna de ellas no por el hecho que se convierta en tendencia, sino simplemente
por mi propio gusto a la hora de decidir escoger una u otra prenda, frase,
lugar o lo que me venga en gana y en el caso de mis creencias religiosas no voy
a ser menos.
Muchos
me habéis leído despotricar, y mucho, de la Iglesia Católica. Alguna de esas
críticas sé que han sido muy incisivas incluso, sé que para alguno, fuera de
tono y de lugar. No me retracto de ninguna de esas opiniones, ya que soy libre
de pensar, y los años que tengo y las vivencias propias me han demostrado que
estoy en lo cierto. No, hoy, lo siento por los que esperaban que así fuese, no
voy a hablar de la Iglesia. Hoy me apetece escribir de los motivos por los que,
aun pareciendo que me he alejado, incluso abandonado la doctrina marcada, me
siento parte de esa que para mí sigue siendo mi Madre y por la que cada día,
cuando pongo los pies en el suelo, es suficiente motivo para comportarme y
actuar como lo hago.
Tengo
claro que “antes que católico soy cristiano”. Entrecomillo la expresión porque
para mí tiene mucha importancia la diferencia que existe entre las palabras
cristiano y católico, en ese orden concreto. Dejando de lado polémicas que
alguno se pueda crear, ya que he dicho que hoy no voy por ahí, quiero reflejar
en estas líneas la manera de entender mis creencias más o menos válidas, y si
consigo transmitir esto seguro que eso hará comprender muchas cosas: mis
salidas de tono en lo que respecta a mis opiniones hacia la Iglesia, mi forma
de actuar, mi vivencia espiritual y el Amor por algo que aun sin poder
explicarlo como me gustaría hace que mi vida tenga sentido.
Tal
como he hecho en el título del artículo voy a separar lo que considero básico
para entender mi postura: Jesús de Nazaret y Cristo. Esto para los puristas
sería una impostura porque dirán que no es posible entender esa “mutilación”,
ya que no se puede entender el uno sin el Otro, pero en este caso, y
ciertamente con esta premisa, lo voy a hacer.
Jesús
de Nazaret: el hijo del carpintero, la figura histórica (que no bíblica), el
alborotador...; el hombre. Desde luego que las referencias hacia él son pocas
porque después de todo no era nadie de interés. Sin embargo, para mí resulta de
suma importancia esa encarnación del Hijo de Dios precisamente en alguien que
tenía que pasar desapercibido para la historia. Jesús era un tipo normal, hasta
el punto que las propias escrituras sagradas hacen caso omiso de la mayoría de
su vida, centrándose en su nacimiento y en sus últimos años pasando de refilón
por algún momento concreto como su presentación en el Templo. Este hecho para
mí resulta de suma importancia porque precisamente es a este aspecto al que
menos importancia se le da, cuando creo que en ello está la “fórmula” de haber
conocido la verdad que se iba a encontrar en el auténtico momento de
desarrollar su Ministerio y predicación. Jesús era conocedor del día a día de
sus coetáneos, de sus vecinos, de los buenos y de los malos, de las miserias y
bendiciones, de los buenos y malos momentos por los que pasa cualquier persona
en su día a día. Jesús, durante casi toda su vida, se dedicó a “pisar el suelo”;
trabajar para poder comer, participar en fiestas, de niño seguro que más de una
trastada haría, porque los niños así eran y así han seguido siendo, quejarse
cuando su padre o su madre le mandasen alguna cosa y a él no le apeteciese… y
todo esto, simplemente, porque Dios eligió el volver como hombre para
fundamentar su salvación divina. Desde luego estoy seguro que no sería un bala
perdida; después de todo no dejaba de ser quien era, además del hijo de José y
María.
Esta
humanidad de Jesús, menospreciada en demasiadas ocasiones por la Iglesia,
precisamente es un pilar primordial a la hora de entender mi cristianismo.
Jesús, por ser “hombre”, por conocer realmente la realidad, el día a día de los
hombres, está más que capacitado para entenderme, comprenderme y conocer porqué
el hombre a veces actúa de forma que parece contraria a la doctrina de una
Iglesia que parece no querer tener los pies en el suelo.
Sobre
Cristo qué voy a decir si para muchos está todo dicho en el Nuevo Testamento y
en las continuas referencias del Antiguo. Pues no. Sería estúpido ceñirnos a
esas Escrituras como pretenden hacer muchos, generalmente críticos con los que
seguimos su figura y su Salvación. Sobre Cristo, todo el que realmente tiene
una vivencia de Él, dibujará un boceto diferente de lo que para él supone ese
encuentro, esa experiencia extraña en la que sientes cómo te acompaña o, como
cuenta una historia, te lleva en brazos cuando tus piernas no responden. Yo
puedo decir que mi primer “contacto” directo con Él fue cuando solo contaba con
11 años, aunque sé que estuvo agarrándome la mano sin soltarla desde el momento
en que nací; sino, que se lo pregunten a mi madre. Sí desde la infancia he
vivido a Cristo. Mis padres y la vida me brindaron ese privilegio. Años que sin
duda marcaron el camino que había de seguir por el resto de mis días, sin dejar
de reconocer las veces que aun intentándolo, no he sido capaz de cambiarlo por
otro.
Nadie
estamos en el derecho de juzgar los pasos de los demás, y con esa base, a pesar
que todos caemos en ello, reclamo ese mismo derecho para mí y para mi vida
cristiana. Mi vida que se basa en un largo camino como hombre y entre los
hombres. Conociendo y descubriendo los motivos por los que cada uno actúa de la
manera que lo hace intentando que por mi parte no haya reproches, sino
comprensión y respeto y en base a ello, muchas veces: amistad. La huella de ese
Cristo intento día a día que se vea reflejada en la huella de este hombre. Como
ya he reconocido en otras ocasiones no me considero un buen cristiano porque
tal vez esa faceta de hombre me supera en demasiadas ocasiones, pero sí es
cierto que los que se han cruzado en mi camino me han hecho saber que sí notan
la huella de Cristo en mí y sobre todo en mis actos, y dándome igual lo que
piensen los demás, para bien o para mal, ese es mi único objetivo en la vida:
que mi vivencia en Cristo sea el reflejo de la vida de Jesús de Nazaret, el
hombre que pasó desapercibido como uno más. El resto solo Él y mi Padre sabrán
valorarlo como merezco.
Un fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón.