lunes, 20 de julio de 2015

YO CONFIESO: SOY UN ROPASUELTA


            <<¿Quién es más ciego, el que vive en la oscuridad o el que viendo lo que le rodea niega que sea la realidad?>>

            El hombre, desde que es tal o al menos dice serlo, clasifica todo lo que le pasa por delante de la mirada. Clasifica los animales por fisionomía, especies, hábitats… Clasifica los vegetales por origen, forma y yo que sé cuántas posibilidades… y así con todo lo que se nos ha cruzado a lo largo de la historia. Con su propia especie, la humana, no iba a ser menos.

            Históricamente las diferencias las marcaban el color de la piel, la religión, el estatus y poco más pero, como lo que nos gusta es complicarnos la vida, hemos ido buscando e inventándonos otros escalafones con tal de dar la nota y por lo visto y  observado en los últimos tiempos, una de esas clasificaciones se fundamenta en meter las narices en el fondo de armario que nos gastamos.

            Jamás he sido de meterme en ningún armario ajeno, ni tampoco de salir, pero dudo de la pulcritud y la homogeneidad de ninguno de ellos. Como ya advierto que no soy de investigar ni diseños, tallas o marcas ajenas que no me incumben, voy a limitarme al único armario que conozco bien y al único que la vida y la sensatez me dan permiso a asomarme: mi armario.

            Me gusta el orden y al correr las puertas, porque las mías no tienen bisagras, veo ese orden y acomodo en mis prendas. Encuentro media docena de trajes, colocados en sus perchas correspondientes, con otra diferente de la que cuelgan un montón de corbatas. Si me quedase ahí y no siguiese mirando sería el hombre más necio que ha parido madre, porque tendría que pensar en que me paso la vida enfundado en un traje y ajustado en una corbata, pero como ni soy necio ni gilipollas, sigo observando y me encuentro con todo tipo de prendas en los distintos cajones y resto de perchas.

            Sinceramente, la ropa que más utilizo y con la que me siento más cómodo es la que habita en el resto de cajones y perchas. Ropa con colores, estampados, cuadros; pantalones con distinta altura de perneras, camisetas con mangas y sin ellas…

            Para alguien como yo que trabaja de cara al público y debe guardar cierto recato y ortodoxia a la hora de vestir, no supone ningún problema saber ser y saber estar en frente de quien en cierta manera te viene a “pedir”. En mi labor diaria se puede cometer un gran error: creérselo. Creerse creador y destructor a la vez de la vida en forma de prestación o subsidio, para lo que se necesita cierta apariencia de todopoderoso. Resulta que por mucha chaqueta, corbata o “maqueo”, seguiría siendo el mismo capullo que quitó la paga o el mismo santo que la dio; al igual que atendiendo con un vaquero, una camiseta y sobre todo una sonrisa porque la vida, que no la gente lo creamos o no, no distingue de apariencias a la hora de dar o quitar lo que corresponde a cada uno.

            Cierto es también que, si bien “el hábito no hace al monje”, es necesario saber estar de la manera correcta e incluso a veces aparentar lo que no se es. Eso no llevaría a ningún desacuerdo con nadie siempre que lo que cuenta; la persona que hay debajo de los paños y costuras, siga siendo la misma que cuando se encuentra como Dios le trajo al mundo.

            La cuestión es que como decía unos párrafos más arriba, con la ropa que me siento cómodo es la considerada más inadecuada para mucha gente, y ¿sabéis lo que os digo?: Me la pela. Sí, así como suena, me importa un bledo lo que la gente pueda pensar de un cuarentón con ropa de indignado, incluso de macarra de discoteca.

            Por lo visto, ahora que está tan de moda inventarse vocablos, se ha acuñado un nuevo término para lo que se ha dado en llamar indignados, perroflautas, chuteros y mil palabras más, pero me voy a quedar con una: ROPASUELTA. Me resulta simpática la palabra. El trasfondo que le han querido dar hace que me guste, incluso es más, yo; le joda a quien le joda, le escueza a quien le escueza, gente de ver siempre los toros desde la barrera para criticar al torero sin tener ni puta idea de toros, lo confieso. SOY UN JODIDO ROPASUELTA.

            Antes de entrar en la definición del término y a mostraros porqué yo soy un ropasuelta me gustaría puntualizar que curiosamente quienes han ideado estas perlas para el diccionario casualmente es gente, y lo digo sin reparo, de derechas. Muchos de ellos ultracatólicos-apostólicos-romanos (ya entraremos en ese término en otra ocasión), que se pasan la vida sin aceptarse a sí mismo y queriendo aparentar que se lo creen. Gente que por ideología no tienen el valor de criticar lo que está haciendo mal por el simple hecho de no mancillar a los que pertenecen a sus siglas y siglos (decimonónicos vestidos de modernidad). Gente que esconde sus miserias debajo de una apariencia porque sí que piensan que el hábito hace al monje. Gente que critica solo a los demás porque lo suyo, aun sin ser perfecto, no se puede permitir mostrar la roña y la pus que esconden bajo un maravilloso aspecto exterior.

            ROPASUELTA: “Grupo o colectivo que no tienen decoro en el vestir, con mal gusto al combinar colores y estilos en cuyos armarios toda su ropa tiene apariencia de trapos con poco gusto”.  Dejando de lado el espacio que ocupan los trajes que mancillan mi imagen, y tal vez por mi daltonismo congénito, lo reconozco: mucha de mi ropa es de mercadillo, de temporadas pasadas incluso tengo la poca vergüenza de poseer ropa heredada de otras personas que ya no la utilizan; todo un desagravio en el arte y los cánones del buen vestir.

            “Dícese de ropasuelta el que no acata ningún poder ni ninguna norma”. Cierto, yo no acato ningún poder ni norma de alguien que se sienta superior y que aplique su estatus humillando, engañando ni traicionando a nadie. En este punto de la definición discrepo (el ser de izquierdas es lo que tiene, que me puedo permitir discrepar), ya que sí acato a quien va de frente, a quien me quiere por como soy, no por como aparento ser, a quien no utiliza mi imagen y mis ideas para aparentar en su propio beneficio que se rodea de todo tipo de gente.

            “Los ropasuelta son ateos y laicistas”. Por supuesto que somos ateos de un dios que nos quieren fabricar a la medida de quien interesa. Algunos ropasuelta creemos en Dios: un Padre que no juzga; un Padre que ama. No creemos en una religión que habla de amor al prójimo excluyendo y machacando al mismo porque sus vidas no están en su misma sintonía. Somos ateos de un dios y de una iglesia de barro que cierra los ojos ante los delitos de sus propios miembros. Que cuando alguien ataca o viola toma medidas como cambiarle de “sitio” para que pueda seguir con sus tropelías, cuando el único sitio en el que deberían estar es en la cárcel, junto con el resto de delincuentes. Somos ateos de un dios y una iglesia que vive en la opulencia, que hablan de la pobreza con gafas de sol para no deslumbrarse con el oro y los oropeles que habitan en sus templos. Somos laicistas porque el hombre es libre de ser y creer en lo que quiera sin que nadie le imponga creencias religiosas en ámbitos ajenos a la religión. Muchos ropasuelta somos seguidores de un Loco que se atrevió a criticar y a sacar los colores a su propia religión judía, por la que fue condenado y murió. Somos seguidores de un Maestro que se acercaba y amaba, que trataba por igual a los homosexuales, putas, pecadores e incluso se permitió tener entre sus amigos más cercanos a un traidor.


            En resumen: SOY UN ROPASUELTA porque soy libre, porque amo sin prejuicios, porque no voy encorsetado y no necesito ir con un palo metido en el culo para aparentar lo que no soy. Soy un ropasuelta porque si algo es bueno y puede mejorar al mundo, lo reconozco aunque la idea nazca del que piensa distinto a mí. Soy un ropasuelta porque el dios que me quieren imponer no es el mismo Dios que me ama porque es mi Padre. Soy un ropasuelta porque me fijo y sigo a un hombre que fue Ropasuelta en el momento en que le tocó vivir. Soy ropasuelta porque cuando me acerco a alguien no lo hago por interés; porque cuando invito y abro mi casa a alguien lo hago de corazón y con todas las de la ley ofreciendo lo poco que hay, no para que se me vea bien acompañado, sin dejar que nadie entre en mi morada que digo compartir y egoístamente protejo. Soy ropasuelta porque aun cuando abro mi casa a alguien y veo que me equivoqué no les echo el muerto a otros para que mi castillo se vea impoluto. Soy ropasuelta porque me educaron en la humildad de no pretender aparentar perteneciendo a mil siglas y colores, sino ser fiel a una sola, porque “el que mucho abarca poco aprieta”. Sí, por todo esto y mucho más y que no tengo necesidad de explicar… SOY UN ROPASUELTA.

               Un saludo y apretón de mano izquierda.

               Juan J. López Cartón