miércoles, 20 de julio de 2022

APRENDER A LEVANTARSE (Por el boulevard de los sueños rotos)

 


Lo peor no es fracasar, lo peor es no atreverse a empezar.

Con esta frase mi mente intenta, desde hace ya tres días, convencerse de haber hecho lo correcto. Un año de planificación, de ilusión, de organización, de cambiar los planes de… todo a la mierda por una mala caída. Más de seis meses de entrenamiento casi intensivo, de buscar las alternativas más adecuadas, de darle vueltas a cosas como la alimentación, la hidratación; sobre todo los últimos días con el calor, la elaboración de las etapas… todo al traste por no haber prestado más atención. Cierto, el plan tenía sus fallos pero, ¿a qué  plan no se le escapa alguna arista que hay que limar sobre la marcha? La verdad es que esas también estaban asumidas, tanto ellas como las consecuencias en el momento que llegasen.

Las heridas son mínimas; al menos los arañazos de las zarzas y el par de golpes que se reparten por mis piernas que en unos días desaparecerán, comparadas con las que yo mismo me he realizado. Lo que más duele en estos casos es el amor propio, el fraude. Haber tomado la decisión tan inmediata tal vez ha sido un signo de debilidad y esa es la herida que más cuesta ahora cicatrizar porque: ¿decidí en caliente abandonar y solo fue una excusa que busqué? No, no quiero pensar que mi cabeza hiciese eso. Cierto que en todo momento he tenido claro que mi salud y el cuidado de mi cuerpo estaría por delante de todo; entre toda la planificación quedó patente esa prioridad, pero ¿hasta el punto que mi cerebro bloquease a mi corazón y le impusiese un abandono tan humillante?

El miedo al daño propio, a secuelas autoinflingidas innecesariamente, sobre todo después de lo que pasé hace justo un año, que además fue en primer momento la mayor de las motivaciones para lanzarme a mi propia aventura, ¿puede ser tan fuerte todo ello para que a las primeras de cambio decidiese darme la vuelta a pesar de lo que suponía eso?

¿Estoy ahora dispuesto a enfrentarme a todo ello con la serenidad necesaria? Lo escribí hace poco: “mi mayor enemigo seré yo mismo” refiriéndome a la hora de afrontar cada etapa y resulta que la afirmación se repita de nuevo a la hora de afrontar la derrota; la manera de lamerme las heridas.

Bueno, a estas alturas he de aclarar que estoy bien al menos físicamente. La visita al hospital para tranquilidad mía y de los míos se saldó con un informe de golpes y recomendación de un par de semanas sin forzar la rodilla, que no es cosa que penséis que escribo esto desde el lecho del dolor. Me duele más el orgullo que ninguna otra cosa.

Por momentos me planteé reincorporarme a la aventura pero, como otras muchas ocasiones me han demostrado que hacía lo correcto, si no era el momento no lo era. Por algo habrá sido la estúpida caída cuando apenas llevaba 15 kms. Por algo se me olvidaría devolver la llave de la habitación. Por algo se me olvidaría el neceser con muchas cosas necesarias para el día a día. Demasiadas casualidades, demasiados olvidos en un mismo momento. Mi conclusión, y con la que los que me quieren sentencian, es: el Camino no se va a mover de ahí y si este año, por mucho que yo me empeñase, no era el adecuado, pues no lo era. Algunos lo llaman karma; yo lo llamo destino o designio divino para los más devotos.

La vida sigue y si bien uno de los planes de hacer el Camino era, entre otros, encontrarme conmigo mismo, sigo en ello y pasaré unos días en mi pueblo, en mi casa, en mi cuna, donde nací, madurando e intentando dar forma definitiva a algún proyecto que me llevó a mirar a la tumba del apóstol como inspiración. El proyecto sigue pero posiblemente también habrá que cambiarlo de forma. Es bueno saber adaptarse a las circunstancias. Como decía Bruce Lee inspirado por la poesía de Lao Tse: “Sé agua, amigo mío”.

¿Quién sabe si esto que me ha ocurrido era necesario para que Ían J. Carlo viese la luz?

Un fuerte abrazo y apretón de mano izquierda y, por supuesto siempre ¡¡¡Buen Camino, amigo!!!

Juan J. López Cartón

sábado, 16 de julio de 2022

GRACIAS A MI GENTE


 

Ya estoy en Roncesvalles con casi todo listo para dentro de unas horas enfrentarme a la primera etapa. Hecho un manojo de nervios porque, como os contaba ayer, el miedo es libre y por algún motivo al que no estoy acostumbrado en esta ocasión estoy más alterado de lo que esperaba.

Lo que os decía, o mejor dicho quería deciros con el título del post de hoy, hoy toca agradecer. Lo adecuado sería hacerlo a la vida pero pienso que la vida estaría vacía si no le ponemos caras, palabras y gestos. Me considero súper agraciado por lo que la vida me ha regalado con los que en tantas veces me habéis leído definir como “mi gente”. Aunque algunos rozarían el merecerse estar incluidos en mi familia, en cierta manera ya lo están, porque me abren sus casas, me regalan a sus propias familias y el hacerme sentir en mi hogar, distinto que a mi casa, es un nivel al que pocos tenemos la suerte de acceder. Como decía, la vida me ha regalado Vida, sonrisas, cariño, amor… y no de pocas personas, son muchos y muy queridos.

Os voy a hablar, porque me apetece y me da la gana regalarles algo que merecen aunque ellos nunca lo reconocerán, de mi gente navarra; concretamente mi gente estellica. Ayer, cuando llegué a Pamplona fue Laura quien me recogió y acogió en su casa; hacía veinte años que no nos veíamos… en persona, claro, y fue genial. Nuestros corazones se habían encargado de congelar el tiempo y como si hiciese diez minutos que hubiésemos tomado la última cervecita. Nos encantó la sensación de no haber corrido los años, mientras nuestras mentes regateaban los hijos nacidos, las pérdidas, y todo lo que había sucedido en los cuatro lustros. Hablar de Laura es hablar de su familia; David su marido, Charo y Javier, sus padres, Nuria, su hermana y todos los que han llegado en este tiempo. Todos ellos han demostrado con creces los motivos por los que no puedo evitar sonreír cuando pienso en Estella. La generosidad de todos ellos cuando llegué a sus vidas de la mano de Laura no tiene manera de describirse porque sin conocerme ni a mí primero, ni a la que después fue mi mujer y a mi hijo el mayor, no solo me acogieron en su hogar, sino me hicieron formar parte de su propia gente, de su propio círculo de energía, y qué energía la de Charo. Qué suerte la mía, que regalo de la vida para este personaje que os escribe. Mañana llegaré a Pamplona y pasado, deseando estoy, a Estella, donde sé que la sensación de ayer se repetirá y el abrazo bien apretado me sabrá a gloria.

En ellos personifico a otros muchos que quién saben si en otra ocasión salgan también a la luz, como son Santos y Rosa, Antonio y Conchi, Pastori su Antuan, el “tito Julio”… Qué suerte tengo, qué regalos me ha dado la vida…

La vida te da una familia a la que amas, y el camino que esta te ofrece te regala a “tu gente” con la particularidad que tú tienes opción de elegir quién entra en ese círculo. Yo tengo que dar gracias a la vida y al camino de esta porque me ha convertido en un ser muy, muy rico.

Buen camino y fuerte apretón de mano izquierda…

Juan J. López Cartón


viernes, 15 de julio de 2022

Caminante no hay camino, se hace camino al andar

 



Es fácil que muchos tarareemos la música de Serrat al leer esta frase de Antonio Machado. Es fácil, también, que si pensamos en ir andando por un campo se nos venga a la mente acompañarnos con un silbido, una melodía, de nuestra canción favorita o la que esté de moda en ese momento, aunque no sea de nuestro gusto, por  el simple hecho de oírla en todas partes con su ritmo pegadizo. Esa es una de las cosas que tiene el caminar, que alegra el espíritu.

Estoy en puertas de iniciar lo que para mí es, hoy día, un reto a la par de otras muchas cosas: el Camino hasta Santiago de Compostela. En esta ocasión serán pedaladas más que pasos, pero el Camino seguirá siendo para seguir las huellas de alguien. Mi ilusión aumenta exponencialmente con mis temores y miedos, en la misma proporción, conforme se acerca la fecha de dar la primera pedalada en Roncesvalles en la madrugada del 17 de julio. ¿Temor y miedo? Sí, tal cual, porque cada cosa a la que me aventuro en la vida siempre me asaltan esas preguntas: ¿Estaré preparado físicamente?, ¿habré sobredimensionado mi capacidad?, en fin: ¿seré capaz de llegar? Esos miedos sé que no son solo míos. Hay alguien que, si bien ha sido la que me ha dado el empujón para organizar todo, lo va a pasar, digamos que, regular. Si bien es quien posiblemente más crea en mí, también es quien más teme por mí.

Una las cosas que llevo conmigo, un capricho, es el llamado “Pasaporte del Camino”. Diferente a mi credencial, la cual todos los peregrinos llevaremos para ir dando fe de nuestro paso por cada población que jalona el más transitado de los caminos de Europa. La cosa es que cuando lo encargué uno de los datos que pedía, puesto que está personalizado, además del nombre y apellidos y la foto, es el motivo de la peregrinación. En mi Pasaporte pone, literalmente: “Cumplir sueños, superar retos, agradecer y volver a sentir el Camino treinta años después de mi primera vez”. Esta frase une ilusión, afán de superación, nostalgia, sentimiento… en fin; todo mi equipaje extra que, si bien no pesa, cargaré durante 13 etapas con la responsabilidad que mi corazón me impone. Por suerte para mí, los años me han enseñado a que a veces hasta al propio corazón hay que darle la patada y marcarle, como si de un árbitro con su espray se tratase, una línea dónde están los límites de uno mismo.

Un dato, para los que me conocen, que puede llamar la atención  es que,  precisamente yo y por mi forma de ser, vaya a llevar a cabo el Camino “solo”. Para mí era un proyecto y me hubiese gustado que se realizase de otra forma y acompañado de los que más quiero pero, como decía mi madre tantas veces, “el hombre propone y Dios dispone” y Mara, mi mujer, fue la que me animó a que lo hiciese así. Parto de la base que hacerlo solo, y más en un año Xacobeo, no es posible. Sé que el peregrino nunca avanza solo ni se siente solo porque ante cualquier controversia siempre habrá alguien que le eche una mano; y digo que lo sé porque aunque hayan pasado ya muchos años, así lo sentí la primera vez que lo hice hace  casi treinta años.

Intentaré por los distintos medios que nos facilitan las tecnologías y el S. XXI, además de por este blog, ir contándoos y transmitiéndoos esta experiencia. Las sensaciones, anécdotas y lo que se me pase por la cabeza, así que sin más, para  acostumbrarme a no extenderme tanto, solo me resta decir y desearos:

¡¡¡ULTREIA, AMIGOS!!! y buen camino para todos.

Con un apretón de mano izquierda siempre

Juan J. López Cartón