Me viene a la cabeza aquella canción de
Sabina “Así estoy yo sin ti”. Unos versos de desorientación pura y dura en los
que queda patente el sentir silencioso y auto-ignorado de demasiada gente que me rodea y de mí mismo.
Como ya he hecho en otras ocasiones
tiro de diccionario para buscar una definición, y en el DRAE encuentro en la
quinta acepción del adjetivo radical lo siguiente: <>.
Se ha perdido el norte; o acaso jamás
se ha llegado a encontrarlo, porque la vida de la humanidad se destaca por una
continua búsqueda a nivel personal que asciende a un nivel global cuando se
juntan más de dos “pulpos”. Esos pulpos agrupados fueron conjuntándose en
civilizaciones, culturas, religiones, partidos políticos… en fin en una torre
de Babel que, si no fuese por la venda que todos tenemos puesta en los ojos,
veríamos como una riqueza multicultural y multisocial.
Se es tan falso y falaz que en el pensar
general existe la creencia de lo buena que es esa multiculturalidad cuando a la
vuelta de la esquina no se tiene reparo en marcar, etiquetar y denigrar al que
piensa diferente a cada uno y se tiende a olvidar esa maravilla que es la
variedad social y con la que se llena la boca de verborrea farisea; y no digo
ya criticar, sino destruir siempre que sea posible, con el simple argumento que
no es de recibo que los demás con sus pensamientos, nos excluyan a nosotros y
nuestras convicciones.
Ideas generales que como siempre suelto
para llegar a ideas concretas: religión contra política o política contra
religión; cuando esa misma historia lleva dando sopapos desde que el hombre es
hombre porque, aunque no se quiera ver, tanto una como otra llevan caminando de
la mano toda la vida y por más que algunos se empeñen en afirmar, la una no
puede vivir sin la otra ni viceversa.
En todas las religiones siempre han
existido facciones más progresistas y más conservadoras al igual que ocurre en
toda vida política; incluso dentro de lo que se suponen que son organizaciones
con idearios y objetivos comunes; entiéndanse: partidos políticos. No, ellos
tampoco son tan homogéneos aunque pretendan parecerlo. Reconocen esa variedad
de ideas que ponen la sal a todos los cocidos pero intentan no dejar ver
resquicios en sus formaciones o los maquillan con colores de “abandonos
voluntarios” cuando llegan ciertas situaciones. Ahora voy yo y me lo creo.
Siempre han existido los que de un
pensamiento, de unas ideas, de una fe, han querido llevar a cabo el <>. Siempre han existido los extremos en los que se va
desplazando la línea porque en todo momento aparece algún iluminado que quiere
llegar más allá que los demás en sus convicciones. Se pasa por alto lo que ya
Aristóteles tenía en cuenta: <> y
que sobre todo a los políticos se les olvida continuamente, teniendo en los
extremos su espacio vital. Yo lo tengo claro: un radical nunca podrá ser
racional y menos cuando disfrazan esa radicalidad con telas y panas de
“servicios a la comunidad”.
A muchos les encanta hacer creer a los
demás que tienen las ideas claras, cuando lo que estamos es más perdidos que un
pulpo en un garaje y necesitan cambiar su parecer, sus pautas y su discurso a
la vez que los que les siguen fruncen el ceño para un lado o para otro, sonríen
o se les pone cara de póquer. Generalmente no son capaces de reconocer esa
tendencia, ese zig-zag continuo necesario para gustar al máximo de gente
posible, y aquí entra el tercer adjetivo que define la palabra radical:
<>.
Aunque se estén dando de cabezazos contra
la pared jamás reconocerán que están equivocados; ni siquiera la posibilidad de
estarlo. Esa intransigencia lleva a extremos tales que, con tal de hacer valer
su opinión, su pensamiento y razón, no miden las consecuencias porque como
diría Rajoy “es una razón muy razonable y muy con razón”.
Es tal la intransigencia que se gastan
algunos, que la solución a lo que no entra en sus esquemas es sencilla: la
destrucción y aniquilación. Todo lo que caiga alrededor se considerarán daños colaterales; lo mismo les
da que estos daños tengan nombre y apellidos o cara de abuelo o de niño. Llegan
a la conclusión que la mejor manera de
mejorar uno mismo, y por ende la comunidad, es destruir todo lo anterior, sin
estudiar antes si enriquece o empobrece. Solo manda una pauta: Si lo hicieron
los que piensan distinto a ellos, está mal hecho y punto.
Esta intransigencia, ese radicalismo se
da por igual en las dos vertientes: la religiosa y la política; obviamente cada
una en su medida y a su estilo. Cierto es que a unos se les nota o se hace que
se les note más que a otros. Una buena forma de disimular es sacar los colores
a los demás para que no se vea públicamente en el fregao que está metido cada
uno. En este punto ganan por goleada ciertos partidos políticos: la culpa de
todo la tiene la Iglesia como institución, <>.
Déjense de tanto extremismo, de tanta
intransigencia porque si existen miembros de la Iglesia que cantan rock, es
porque lo que en un tiempo se denominó “música del diablo” no lo es tanto. Si
hay políticos que por convicción asisten a procesiones, ¿por qué machacan lo
que sienten como suyo? Si en cualquier rincón del culo del mundo se puede
encontrar a unos y otros mano a mano para mejorar situaciones injustas,
alarguen éstas para que lleguen hasta este garaje perdido para encontrar un
orden y una salida. El diablo, antes de serlo fue ángel y colgado de una cruz
hubo un ladrón que reconoció a Jesús como Mesías.
Siempre me cuesta encontrar la forma de
terminar un artículo porque sé que se me quedan demasiadas cosas en el tintero,
o en el teclado que habría que especificar hoy día. Pero se me ocurre una manera:
Déjense unos de apartar a los díscolos por cómo piensan o por dónde o quien la
mete y miren un poquito lo que meten y dónde lo hacen. Déjense otros de “semanas
festivas”, “fiestas populares” y demás tonterías con tal de no nombrar un santo
para poder seguir disfrutando de la fiesta. Dados como son todos a filosofar
cuando les interesa, acuérdense más a menudo de Aristóteles.
Con un fraternal saludo y apretón de
mano izquierda.
Juan J. López Cartón.
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