jueves, 7 de abril de 2016

SEMANA DE PASIÓN EN TIERRA DE SABOR


            A veces es bueno dejar pasar unos días para abrir la boca o, como es mi caso, ponerse al teclado y escribir sobre temas que hacen que se te vea el plumero. Temas que te hacen transpirar emociones hasta la pasión por lo que sientes como tuyo; sí, transpirar. Porque no solo el sudor puede emanar por cada poro de nuestra piel, también el amor por lo que se vive, por lo que se siente, el sabor de una tierra de pan, vino, arte, Pasión y espiritualidad. Con el tiempo de por medio te das cuenta que lo que has sentido no era fruto solo de la emoción de volver a tu tierra, a “tu Semana Santa” después de muchos años, simplemente es porque esas sensaciones se respiran en el aire y cuando eres de una tierra como Valladolid, el aire durante estos días es, sencillamente, diferente.

            El año pasado es cierto que viví de una forma muy especial mi propia Semana de Pasión. Fue en Villaluenga del Rosario; mi refugio particular para huir cada semana del mundanal ruido. Sentí emociones que hacía muchos años que parecían desaparecidas. Cierto que se juntaron el hambre con las ganas de comer y fueron días en los que además de lo que conmemorábamos los creyentes, particularmente, yo tenía otros motivos que hacían que estuviese más sensible ante cualquier estímulo y ya entonces, literalmente entre lágrimas, con un año de antelación me hice el propósito que este año esos días los disfrutaría unos cuantos cientos de kilómetros más arriba de la piel de toro: en mi tierra, en Valladolid.

            Tengo que decir que en casa no éramos de los que mis padres nos llevasen a ver procesiones a diestro y siniestro. Mover tanto crío para dos personas no se podía hacer a boleo, y menos cuando la multitud llenaba la calle. Tampoco fuimos una familia en la que desde pequeños nos apuntaban a las Cofradías; es más: ninguno de los cinco hermanos estuvimos apuntados como Hermanos Cofrades por decisión paterna. El primero en apuntarse ya crecidito a una Cofradía, la de a Oración del Huerto, fui yo; y para ser sincero el primer motivo no fue muy espiritual que digamos: llevaba falda y nombre de mujer. Aun así, yo que he sido siempre de buscar, allí encontré en cada paso que di en las procesiones acompañando a mi Paso, un motivo más para continuar la búsqueda de lo que quería que fuese mi vida. Allí, descalzo, cargando con una cruz de madera, procesioné para cumplir una promesa por la recuperación de mi hermano. En esos años aprendí a quedarme ensimismado mirando el rostro desencajado de sufrimiento de Jesús o la cara rota por el dolor de María.

            Como decía antes, la mía fue la Cofradía Penitencial de la Oración del Huerto y San Pascual Bailón, sí en Valladolid son Cofradías, no Hermandades como aquí en Andalucía. Lo que aquel conjunto de esculturas, formado sencillamente por Cristo en el huerto de los olivos y un ángel ofreciéndole el Cáliz que había de aceptar, me transmitía era mi vida misma. Una vida de dilema en la que de partida sabes que el camino que decidirás será el complicado, el duro; dejando de lado lo sencillo y fácil. Aprendí mirando la cara de Jesús a aceptar lo que me venga dado, aunque a veces me revele y me pregunte, como Él hizo, ¿porqué me siento abandonado? Aprendí que la necesidad que tengo de buscar momentos en los que apartarme solo y masticar esa soledad supone encontrarme a mí y mis circunstancias.

            Cada talla que desfila en las procesiones en Valladolid transmite mucho más de lo que yo podría expresar. Ver la cara de la Virgen de las Angustias mirando al cielo atravesada por el dolor, o la Piedad con su Hijo muerto en su regazo, o la Dolorosa de la Vera Cruz, nos hace comprender a nuestras madres en cada minuto que luchan y se preocupan por nosotros. Ver las tallas de  ese Cristo atado a la columna con la espalda desgarrada y hecha girones, ese Cristo yacente en su sepulcro hecho vitrina, ese Ecce-Homo abandonado y presentando ante los que quieren su muerte, todas ellas obras de Gregorio Fernández, nos descubren, a los creyentes y a los que no lo son, una expresión del dolor extremo del que muy pocos somos capaces de aceptar.

            La experiencia del silencio. No, en Valladolid también grita la gente, también se habla en voz alta, incluso más que en otros puntos de la geografía, pero cuando se está esperando con el bullicio, las risas, las charlas de fondo y se oyen los pestillos de las puertas de los templos de los que han de salir las Imágenes, el silencio cae como un manto cubriéndolo todo. Al paso de los cortejos todos callan sin que nadie les obligue a hacerlo; simplemente el “aire que se respira” en ese momento hace que sus bravuconadas dejen de serlo y se sustituyan por susurros o silencio. No hablo de creencias, hablo de sensaciones y sensibilidades.

            Durante los días que he estado en Valladolid he asistido a varias de las muchas Procesiones que han desfilado por las calles; de día y de noche. Con mi cámara he querido guardar en unos miles de pílxeles un montón de sensaciones, sentimientos y de arte. Sentimientos para los creyentes, arte para los que dicen que no lo son y sensaciones para todos ellos, unos y otros; porque lo que sí que es cierto que la Semana Santa en Valladolid no deja indiferente a nadie. El prisma con el que se puede mirar será diferente, pero todos confluyen en algo en común: es diferente, es espectacular incluso, por momentos, sobrecogedora.

            Cierto es que a veces se ven escenas que no me gustan. He visto gente cruzarse en mitad de la procesión porque la impaciencia y la prisa no les permitían dar un rodeo y respetar; eso siempre ha existido y está claro que no se puede evitar. Aun así, después de 16 años sin asistir, habiéndolo hecho entonces con mi traje talar y mi cara cubierta procesionando por última vez al lado de mi Paso de la Oración del Huerto, he vuelto a sentir ese pellizco de castellano que decía “así sí”. Cuando en otros puntos de la geografía española me cuentan y me dicen que sus procesiones, que su Semana Santa es la mejor, incluso alguno se atreven a compararla con la de Valladolid, yo no busco malos rollos, porque simplemente, en cada rincón, es diferente. Cada uno amamos y disfrutamos de lo nuestro y es una pena que haya gente que pretenda comparar cuando se trata de sentimientos.

            Fueron muchas las fotos que saqué; muchos los disparos que hizo mi cámara. Algunas de ellas no salieron, otras me sorprendieron cuando me di cuenta de lo que había capturado. A continuación os muestro alguna pero también comparto con vosotros el enlace del álbum que he publicado en mi facebook en el que se ven las que considero que merecen la pena compartir y trasmiten lo que yo mismo he sentido durante unos días en la tierra que me vio nacer, en la ciudad que me permitió el privilegio de participar y procesionar al lado de un puro sentimiento.

https://www.facebook.com/juan.jose.lopez.carton/media_set?set=a.10209929372257933.1073741844.1443201369&type=3 

             Un abrazo y apretón de mano izquierda.

             Juan J. López Cartón








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