domingo, 23 de noviembre de 2014

TRADICIÓN O "EL BOCA A BOCA"




TRADICIÓN O "EL BOCA A BOCA"

                Este verano, un año más, volví a mi tierra: Valladolid. “Subir” a casa, normalmente un par de veces al año, para mí tiene muchos sentidos; el principal y personal: ver a mi madre y a mis hermanos.
            Digo que tiene muchos sentidos porque el simple hecho de pasar unos días rodeado de “mi gente” conlleva muchos matices, no tanto para mí, sino los que quiero transmitir a mis hijos.
            Allí un año más, en Tordehumos; el pueblo de mi madre, disfrutamos de su Mercado Artesanal, y sobre todo de algo que aunque pueda sorprender, esperaba reencontrar después de varios años: el concierto del grupo Mayalde. Un grupo de música tradicional que resulta ser, más que un concierto, una lección de lo que nos empeñamos en perder: la tradición.
            Mayalde es un grupo salmantino (de La Maya) formado por un matrimonio y sus dos hijos en el que todo su repertorio incide en cómo en los tiempos que corren se está perdiendo el espíritu de nuestros antepasados. Una herencia que sucumbe ante una sociedad con prisas que hace que nos olvidemos de lo más importante: LAS PERSONAS. De verdad os recomiendo que, si tenéis un rato, echéis un ojo en Youtube y además de reíros, disfrutareis de una lección de la necesidad de transmitir lo que somos, de dónde somos y lo que en su día nos enseñaron nuestros mayores.
            Todo esto venía a colación de cuán necesarios se me hacen mis viajes a mi tierra, Castilla: tradición e historia unidas en las manos y boca de rancios castellanos; no “secos” ni “estiraos”, sino rancios, lo que da la dureza del clima y de la vida. La necesidad de transmitir a mi hijos que ese cordón umbilical hacia nuestros orígenes no se puede cortar en ningún momento, porque aunque nuestros caminos (de nuevo el camino, siempre el camino), en un momento se dividen y cada uno vivimos la vida que nos toca, nuestros orígenes: padres, hermanos, tíos, primos, amigos… siempre estarán allí donde los dejaste, y transmitirles también ese hormigueo que siento yo cuando se acerca la fecha de volver a coger la carretera y llegar a mi querida tierra.
            Me hace ilusión que mis hijos, al igual que yo, se sientan inquietos cuando se acerca el reencuentro con su abuela, sus tíos y sus primos. Me encanta que, además, muestren inquietud por reencontrarse con los hijos de mis amigos de toda la vida, Javi´s, Jose, Eva, Manoli… con los que han creado su propia pandilla allende Despeñaperros y cuyas citas, cuando por circunstancias o por falta de tiempo no se llevan a cabo, son ellos los que tanto como yo, echan de menos.
            Y si las raíces… “quiénes somos, adónde vamos, de dónde venimos…” son necesarias, también lo son las tradiciones que nos dejaron los que nos abrieron el camino. Me da pena; casi vergüenza, cómo los niños, y los que ya no lo son tanto, no conocen ni saben cosas tan simples como que un almirez toda la vida además de ser un útil de cocina, cuando nos juntábamos alrededor de una mesa, se convertía en un instrumento de percusión, que la leche sale de la teta de la vaca, no del tetrabrick (esto es verídico), y necesiten ir a una granja escuela para poder ver en directo una vaca, un cerdo, una cabra y una gallina (con todo el cariño para mis amigos que trabajan en estos centros).
            Me da pena que algo que toda la vida se ha hecho, la tradición oral, del boca a boca, normalmente al calor del brasero o la chimenea, o simplemente “al sereno”, mirando las estrellas en verano, ahora necesitemos “Centros de Interpretación”, para entender que una cabra es distinta a una oveja aunque las dos den leche. Que antiguamente la matanza del cerdo era una fiesta en casa que se abría a todo vecino que se dejase caer para probar la sangrecilla aliñada, o la “asadurilla”; mientras que ahora, por la cantidad de porquerías que respiramos y por el miedo a yo que sé, el cerdo haya que “sacrificarlo” (matarlo queda feo) en un matadero oficial y que te lo devuelvan “en canal”, perdiendo todo lo que simbolizaba este acontecimiento doméstico y les hayamos acostumbrado que todo se puede comprar en la charcutería sin explicarles el proceso hasta que llega allí.
            De siempre, en esa mesa, al calor de ese brasero, se hablaba y se entre los hermanos hacíamos competiciones a ver quién era capaz de decir más apellidos, haciendo un ejercicio de recuerdo a nuestros ancestros. Ese cisco, consumiéndose en la copa, era testigo del repaso de la lección, de si nos sabíamos ya la tabla del ocho, de aprendernos el catecismo y los rezos… hemos dejado de bajar a la calle con ellos para enseñarles a bailar la peonza, a jugar a las chapas, a las tabas…  y a mil juegos que hemos dejado que sustituyan por videoconsolas y ordenadores que solo fomentan el encerrarse y el juego en soledad.
            Nos hemos convertido en culpables y en cómplices de que por culpa de nuestra desidia y descuido hemos ido dejando en el olvido y perdiendo la oportunidad que nuestros hijos puedan hacer lo propio con los suyos.
            Termino con algo que heredé de mi padre, como él lo heredó del suyo y es el hecho de ser refranero; un par de refranes que nos recuerdan el respeto y la necesidad de escuchar a nuestros mayores:
.- Del viejo, el consejo.
.- Cuando habla el viejo, quien no lo escucha es necio.
            Una semana más; me despido con un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

Juan J. López Cartón.

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