TRADICIÓN O "EL BOCA A BOCA"
Este verano, un año más, volví a mi
tierra: Valladolid. “Subir” a casa, normalmente un par de veces al año, para mí
tiene muchos sentidos; el principal y personal: ver a mi madre y a mis
hermanos.
Digo que
tiene muchos sentidos porque el simple hecho de pasar unos días rodeado de “mi
gente” conlleva muchos matices, no tanto para mí, sino los que quiero
transmitir a mis hijos.
Allí un año
más, en Tordehumos; el pueblo de mi madre, disfrutamos de su Mercado Artesanal,
y sobre todo de algo que aunque pueda sorprender, esperaba reencontrar después
de varios años: el concierto del grupo Mayalde. Un grupo de música tradicional
que resulta ser, más que un concierto, una lección de lo que nos empeñamos en
perder: la tradición.
Mayalde es
un grupo salmantino (de La Maya) formado por un matrimonio y sus dos hijos en
el que todo su repertorio incide en cómo en los tiempos que corren se está
perdiendo el espíritu de nuestros antepasados. Una herencia que sucumbe ante
una sociedad con prisas que hace que nos olvidemos de lo más importante: LAS
PERSONAS. De verdad os recomiendo que, si tenéis un rato, echéis un ojo en
Youtube y además de reíros, disfrutareis de una lección de la necesidad de
transmitir lo que somos, de dónde somos y lo que en su día nos enseñaron
nuestros mayores.
Todo esto
venía a colación de cuán necesarios se me hacen mis viajes a mi tierra,
Castilla: tradición e historia unidas en las manos y boca de rancios
castellanos; no “secos” ni “estiraos”, sino rancios, lo que da la dureza del
clima y de la vida. La necesidad de transmitir a mi hijos que ese cordón
umbilical hacia nuestros orígenes no se puede cortar en ningún momento, porque
aunque nuestros caminos (de nuevo el camino, siempre el camino), en un momento
se dividen y cada uno vivimos la vida que nos toca, nuestros orígenes: padres,
hermanos, tíos, primos, amigos… siempre estarán allí donde los dejaste, y
transmitirles también ese hormigueo que siento yo cuando se acerca la fecha de
volver a coger la carretera y llegar a mi querida tierra.
Me hace
ilusión que mis hijos, al igual que yo, se sientan inquietos cuando se acerca
el reencuentro con su abuela, sus tíos y sus primos. Me encanta que, además,
muestren inquietud por reencontrarse con los hijos de mis amigos de toda la
vida, Javi´s, Jose, Eva, Manoli… con los que han creado su propia pandilla
allende Despeñaperros y cuyas citas, cuando por circunstancias o por falta de
tiempo no se llevan a cabo, son ellos los que tanto como yo, echan de menos.
Y si las raíces…
“quiénes somos, adónde vamos, de dónde venimos…” son necesarias, también lo son
las tradiciones que nos dejaron los que nos abrieron el camino. Me da pena;
casi vergüenza, cómo los niños, y los que ya no lo son tanto, no conocen ni
saben cosas tan simples como que un almirez toda la vida además de ser un útil
de cocina, cuando nos juntábamos alrededor de una mesa, se convertía en un
instrumento de percusión, que la leche sale de la teta de la vaca, no del
tetrabrick (esto es verídico), y necesiten ir a una granja escuela para poder
ver en directo una vaca, un cerdo, una cabra y una gallina (con todo el cariño
para mis amigos que trabajan en estos centros).
Me da pena
que algo que toda la vida se ha hecho, la tradición oral, del boca a boca,
normalmente al calor del brasero o la chimenea, o simplemente “al sereno”,
mirando las estrellas en verano, ahora necesitemos “Centros de Interpretación”,
para entender que una cabra es distinta a una oveja aunque las dos den leche.
Que antiguamente la matanza del cerdo era una fiesta en casa que se abría a
todo vecino que se dejase caer para probar la sangrecilla aliñada, o la
“asadurilla”; mientras que ahora, por la cantidad de porquerías que respiramos
y por el miedo a yo que sé, el cerdo haya que “sacrificarlo” (matarlo queda
feo) en un matadero oficial y que te lo devuelvan “en canal”, perdiendo todo lo
que simbolizaba este acontecimiento doméstico y les hayamos acostumbrado que
todo se puede comprar en la charcutería sin explicarles el proceso hasta que
llega allí.
De siempre,
en esa mesa, al calor de ese brasero, se hablaba y se entre los hermanos
hacíamos competiciones a ver quién era capaz de decir más apellidos, haciendo
un ejercicio de recuerdo a nuestros ancestros. Ese cisco, consumiéndose en la
copa, era testigo del repaso de la lección, de si nos sabíamos ya la tabla del
ocho, de aprendernos el catecismo y los rezos… hemos dejado de bajar a la calle
con ellos para enseñarles a bailar la peonza, a jugar a las chapas, a las
tabas… y a mil juegos que hemos dejado
que sustituyan por videoconsolas y ordenadores que solo fomentan el encerrarse
y el juego en soledad.
Nos hemos
convertido en culpables y en cómplices de que por culpa de nuestra desidia y
descuido hemos ido dejando en el olvido y perdiendo la oportunidad que nuestros
hijos puedan hacer lo propio con los suyos.
Termino con
algo que heredé de mi padre, como él lo heredó del suyo y es el hecho de ser
refranero; un par de refranes que nos recuerdan el respeto y la necesidad de
escuchar a nuestros mayores:
.- Del viejo, el consejo.
.- Cuando habla
el viejo, quien no lo escucha es necio.
Una semana
más; me despido con un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario