Aunque suene
pedante hoy quiero comenzar con la definición literal que hace el Diccionario
de la Real Academia Española de la Lengua del verbo tolerar:
(Del lat. tolerāre).
2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin
aprobarlo expresamente.
4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de
los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
Alguno dirá
que de qué voy y qué pretendo enseñar yo de tolerancia, equivocación por su
parte, porque siempre digo que yo no sé nada, como mucho, pienso y creo, pero
saber, en mi infinita ignorancia, sé bien poco. Lo que pretendo es que todos
aprendamos que algo que se ve demasiado obvio, nos deja con el culo al aire en
demasiadas ocasiones a lo largo de nuestra vida.
Personalmente
sólo hay un motivo por el que algo me resulte intolerable y en lo que no estoy
dispuesto a cambiar: que la actitud del “intolerado” sea lesiva física o
psíquicamente hacia una tercera persona, sin aceptar por mi parte ningún
motivo; ni religioso ni cultural.
Nunca he
pretendido desde este, mi particular “speak corner”, remover ninguna
conciencia. Ni estoy capacitado para ello ni soy dueño de ninguna verdad nada
más que de la mía. Sí me gusta, no lo niego, si una sola de mis palabras nos
hace reflexionar sobre la manera particular que tenemos todos de ver las cosas;
no para cambiar nuestra manera de ser ni de pensar, sino para darnos cuenta que
hay otras realidades igual de válidas a las que cada uno vivimos en nuestra
vida y con ello aprendemos a respetar y sobre todo a tolerar.
Volvamos al
tema: el verbo tolerar… muy parecido incluso sinónimo al verbo respetar, aunque
particularmente encuentro un matiz que los diferencia. El respeto como tal, en
ocasiones no lleva implícito la tolerancia. Como digo, es mi forma de verlo. Es
más fácil respetar que tolerar y para explicarlo voy a tomar la tercera
acepción del DRAE: Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una
medicina.
Si cuando
respetamos, admitimos una realidad ajena a la nuestra; cuando toleramos damos
un paso más. Si para que una medicina surta su efecto, si para que un alimento
nos nutra hay que introducir ese alimento, esa medicina en nuestro organismo,
con la tolerancia en general pasa lo mismo, tenemos que conocer y bucear en esa
realidad distinta a la nuestra. Eso no nos hace cambiar necesariamente. Juan
sigue siendo Juan, no ha variado en absoluto por tomar ese fármaco o esa
comida. Sin embargo Juan se beneficia de ese acto.
Voy a ser
más gráfico: todos tenemos un supermercado o una farmacia cerca de nuestra
casa. Nos resulta fácil respetar que ese negocio esté ahí. Lo admitimos como
parte del “decorado” urbano. Con ello descubrimos que no nos molesta un hecho
concreto. Incluso podríamos entrar y pasear por estos negocios sin necesidad de
hacer uso de sus productos. Con esa actitud estaríamos respetando porque no
supone una molestia para nosotros.
Otra cosa es
tener que consumir alguna mercadería de ellos. Con ello descubrimos que ni
todos los alimentos tienen el mismo sabor ni nos gustan igual. El caso de las
medicinas es más claro: hay medicinas que saben a rayos. No por saber mal hacen
menos efecto en nuestro organismo, pero para que surtan ese efecto tenemos que
tomarlos, hacer que pasen a formar parte de nuestro cuerpo, de nuestra
realidad. Este hecho no nos hace variar físicamente, pero sí nos ayuda a
mejorar, a estar más sanos.
Os cuento esto
para que entendáis el matiz por el que entiendo que hay una diferencia palpable
entre estos dos términos tan parecidos.
En nuestra
vida es muy fácil oír eso de: “yo respeto” al resto aunque sean diferentes, “yo
respeto” tal situación aunque no me satisfaga, “yo respeto” tal realidad aunque
no sea la mía… pero me pregunto después de lo que he escrito: ¿toleramos con
tanta facilidad como respetamos? ¿Somos capaces de comprender, conocer desde
dentro, introducirnos nosotros mismos en esas realidades tan ajenas, tan
dispares, tan diferentes a las nuestras?
El mundo es
una mezcolanza de culturas y razas, de ideologías religiosas o políticas, de
tendencias sociales, sexuales. En pleno siglo XXI la tecnología hace que en
cuestión de segundos una noticia pueda conocerse en cualquier parte del resto
del mundo. Esto hace que no podamos justificar el desconocimiento de casi
ninguna realidad pero también hace en muchas ocasiones que crezcan nuestros
prejuicios. Son realidades que siempre han estado, pero igualmente siempre se
ocultaron. Generalmente, por ser grupos minoritarios, se han considerado casi
apestados; ¿o no recordamos una tontería como que el ser zurdo era “malo”?
¿Cuántos zurdos tuvieron que hacerse diestros por los estúpidos prejuicios que
había sobre ello? Visto ahora nos reímos de esa situación, pero no está tan
lejana en el tiempo.
Al creyente
cristiano, católico, hoy día con la que está cayendo, se le señala con todo
tipo de argumentos contra una Iglesia que no es perfecta; ¿acaso alguien es
perfecto? Ni la Iglesia lo es: el mismo Papa Francisco lo ha reconocido, ni los
cristianos y católicos lo somos; somos humanos y como tal imperfectos y fáciles
en la equivocación. Sin embargo, la mayoría de los que critican a la Iglesia, a
los cristianos, no conocen realmente lo que siente un cristiano, lo que a
cualquier cristiano nos duele cada vez que aquello que amamos comete un error;
pero al igual que todos tenemos una madre a la que adoramos y con la que
discutimos cuando hace algo con lo que no estamos de acuerdo, que nadie venga a
criticarla o a injuriarla, porque sacaremos nuestros dientes para defenderla a
muerte. ¿No es cierto eso? Se critica lo que no se conoce, porque se respeta,
pero no se tolera. No se molestan en conocer la realidad desde dentro. El
trabajo que se hace en “la trastienda” de la Iglesia es desconocido por la gran
mayoría de los que la critican.
Y al igual
que los cristianos hoy día nos estamos considerando los grandes atacados y
perseguidos, los grandes incomprendidos, hemos de ser humildes y no actuar
igual con otras realidades. Sí, así de claro: nos duele que no nos acepten por
nuestras creencias, por nuestra fe; pero nos permitimos criticar, demasiado
duramente, otras realidades y colectivos como el homosexual. Llegamos a
calificar como aberrante, incluso de enfermedad un hecho que no tiene otra
explicación más allá de ser diferente a nosotros, y como se hacía no hace tanto
con los zurdos, tratamos de ocultar, disimular y hacer que “cambien” a los que
dentro de nuestras comunidades lo son. Es así de claro. Aceptamos y respetamos
cuando se da el caso a nuestro lado, pero sin TOLERAR, sin tratar ni intentar
hacerlo, el conocer lo que siente y cómo se siente. Buscando escusas como lo “antinatura”
en algo que debe de aceptarse y acogerse como un hermano más. Pongo el ejemplo
de la homosexualidad porque es el más candente ahora mismo, pero no por ser el
único. Hay cristianos comprometidos que por suerte no tienen esos prejuicios y
trabajan hombro con hombro (tranquilos, no es algo que se contagie como el
ébola) con este colectivo y con otros muchos: presos, enfermos de sida,
prostitutas… y cuando hablas con ellos todos destacan una cosa: El trabajar,
conocer y vivir esas realidades no resta. LA TOLERANCIA SIEMPRE SUMA.
Sé que como
cristiano, como conocedor del Evangelio, debo amar al prójimo como a mí mismo. Acoger
al que es diferente por cómo es, no por lo que es. Defiendo cada día, en el
ámbito que me toca, a una Iglesia que con sus errores amo y me hace sentirme
amado. Tengo amigos homosexuales, marxistas, de derechas, de izquierdas a los
que quiero. Ese cariño que les profeso y que siento como recíproco, ha llegado después de tolerarles, de conocer sus ideas, de
zambullirme en sus sentimientos y no por eso yo me he hecho homosexual, prostituta
o drogadicto. Todos me han hecho verme frágil por mis prejuicios, pero también
me han hecho crecer como persona y como Cristiano.
Un fraternal
abrazo para todos y un apretón de mano izquierda.
Juan J.
López Cartón.
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