domingo, 14 de diciembre de 2014

DEL VERBO TOLERAR: YO TOLERO, TÚ TOLERAS, ÉL TOLERA...




            Aunque suene pedante hoy quiero comenzar con la definición literal que hace el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua del verbo tolerar:
(Del lat. tolerāre).
1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.
2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.
3. tr. Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.
4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

            Alguno dirá que de qué voy y qué pretendo enseñar yo de tolerancia, equivocación por su parte, porque siempre digo que yo no sé nada, como mucho, pienso y creo, pero saber, en mi infinita ignorancia, sé bien poco. Lo que pretendo es que todos aprendamos que algo que se ve demasiado obvio, nos deja con el culo al aire en demasiadas ocasiones a lo largo de nuestra vida.

            Personalmente sólo hay un motivo por el que algo me resulte intolerable y en lo que no estoy dispuesto a cambiar: que la actitud del “intolerado” sea lesiva física o psíquicamente hacia una tercera persona, sin aceptar por mi parte ningún motivo; ni religioso ni cultural.

            Nunca he pretendido desde este, mi particular “speak corner”, remover ninguna conciencia. Ni estoy capacitado para ello ni soy dueño de ninguna verdad nada más que de la mía. Sí me gusta, no lo niego, si una sola de mis palabras nos hace reflexionar sobre la manera particular que tenemos todos de ver las cosas; no para cambiar nuestra manera de ser ni de pensar, sino para darnos cuenta que hay otras realidades igual de válidas a las que cada uno vivimos en nuestra vida y con ello aprendemos a respetar y sobre todo a tolerar.

            Volvamos al tema: el verbo tolerar… muy parecido incluso sinónimo al verbo respetar, aunque particularmente encuentro un matiz que los diferencia. El respeto como tal, en ocasiones no lleva implícito la tolerancia. Como digo, es mi forma de verlo. Es más fácil respetar que tolerar y para explicarlo voy a tomar la tercera acepción del DRAE: Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.

            Si cuando respetamos, admitimos una realidad ajena a la nuestra; cuando toleramos damos un paso más. Si para que una medicina surta su efecto, si para que un alimento nos nutra hay que introducir ese alimento, esa medicina en nuestro organismo, con la tolerancia en general pasa lo mismo, tenemos que conocer y bucear en esa realidad distinta a la nuestra. Eso no nos hace cambiar necesariamente. Juan sigue siendo Juan, no ha variado en absoluto por tomar ese fármaco o esa comida. Sin embargo Juan se beneficia de ese acto.

            Voy a ser más gráfico: todos tenemos un supermercado o una farmacia cerca de nuestra casa. Nos resulta fácil respetar que ese negocio esté ahí. Lo admitimos como parte del “decorado” urbano. Con ello descubrimos que no nos molesta un hecho concreto. Incluso podríamos entrar y pasear por estos negocios sin necesidad de hacer uso de sus productos. Con esa actitud estaríamos respetando porque no supone una molestia para nosotros.

            Otra cosa es tener que consumir alguna mercadería de ellos. Con ello descubrimos que ni todos los alimentos tienen el mismo sabor ni nos gustan igual. El caso de las medicinas es más claro: hay medicinas que saben a rayos. No por saber mal hacen menos efecto en nuestro organismo, pero para que surtan ese efecto tenemos que tomarlos, hacer que pasen a formar parte de nuestro cuerpo, de nuestra realidad. Este hecho no nos hace variar físicamente, pero sí nos ayuda a mejorar, a estar más sanos.

            Os cuento esto para que entendáis el matiz por el que entiendo que hay una diferencia palpable entre estos dos términos tan parecidos.

            En nuestra vida es muy fácil oír eso de: “yo respeto” al resto aunque sean diferentes, “yo respeto” tal situación aunque no me satisfaga, “yo respeto” tal realidad aunque no sea la mía… pero me pregunto después de lo que he escrito: ¿toleramos con tanta facilidad como respetamos? ¿Somos capaces de comprender, conocer desde dentro, introducirnos nosotros mismos en esas realidades tan ajenas, tan dispares, tan diferentes a las nuestras?

            El mundo es una mezcolanza de culturas y razas, de ideologías religiosas o políticas, de tendencias sociales, sexuales. En pleno siglo XXI la tecnología hace que en cuestión de segundos una noticia pueda conocerse en cualquier parte del resto del mundo. Esto hace que no podamos justificar el desconocimiento de casi ninguna realidad pero también hace en muchas ocasiones que crezcan nuestros prejuicios. Son realidades que siempre han estado, pero igualmente siempre se ocultaron. Generalmente, por ser grupos minoritarios, se han considerado casi apestados; ¿o no recordamos una tontería como que el ser zurdo era “malo”? ¿Cuántos zurdos tuvieron que hacerse diestros por los estúpidos prejuicios que había sobre ello? Visto ahora nos reímos de esa situación, pero no está tan lejana en el tiempo.

            Al creyente cristiano, católico, hoy día con la que está cayendo, se le señala con todo tipo de argumentos contra una Iglesia que no es perfecta; ¿acaso alguien es perfecto? Ni la Iglesia lo es: el mismo Papa Francisco lo ha reconocido, ni los cristianos y católicos lo somos; somos humanos y como tal imperfectos y fáciles en la equivocación. Sin embargo, la mayoría de los que critican a la Iglesia, a los cristianos, no conocen realmente lo que siente un cristiano, lo que a cualquier cristiano nos duele cada vez que aquello que amamos comete un error; pero al igual que todos tenemos una madre a la que adoramos y con la que discutimos cuando hace algo con lo que no estamos de acuerdo, que nadie venga a criticarla o a injuriarla, porque sacaremos nuestros dientes para defenderla a muerte. ¿No es cierto eso? Se critica lo que no se conoce, porque se respeta, pero no se tolera. No se molestan en conocer la realidad desde dentro. El trabajo que se hace en “la trastienda” de la Iglesia es desconocido por la gran mayoría de los que la critican.

            Y al igual que los cristianos hoy día nos estamos considerando los grandes atacados y perseguidos, los grandes incomprendidos, hemos de ser humildes y no actuar igual con otras realidades. Sí, así de claro: nos duele que no nos acepten por nuestras creencias, por nuestra fe; pero nos permitimos criticar, demasiado duramente, otras realidades y colectivos como el homosexual. Llegamos a calificar como aberrante, incluso de enfermedad un hecho que no tiene otra explicación más allá de ser diferente a nosotros, y como se hacía no hace tanto con los zurdos, tratamos de ocultar, disimular y hacer que “cambien” a los que dentro de nuestras comunidades lo son. Es así de claro. Aceptamos y respetamos cuando se da el caso a nuestro lado, pero sin TOLERAR, sin tratar ni intentar hacerlo, el conocer lo que siente y cómo se siente. Buscando escusas como lo “antinatura” en algo que debe de aceptarse y acogerse como un hermano más. Pongo el ejemplo de la homosexualidad porque es el más candente ahora mismo, pero no por ser el único. Hay cristianos comprometidos que por suerte no tienen esos prejuicios y trabajan hombro con hombro (tranquilos, no es algo que se contagie como el ébola) con este colectivo y con otros muchos: presos, enfermos de sida, prostitutas… y cuando hablas con ellos todos destacan una cosa: El trabajar, conocer y vivir esas realidades no resta. LA TOLERANCIA SIEMPRE SUMA.

            Sé que como cristiano, como conocedor del Evangelio, debo amar al prójimo como a mí mismo. Acoger al que es diferente por cómo es, no por lo que es. Defiendo cada día, en el ámbito que me toca, a una Iglesia que con sus errores amo y me hace sentirme amado. Tengo amigos homosexuales, marxistas, de derechas, de izquierdas a los que quiero. Ese cariño que les profeso y que siento como recíproco, ha llegado después de tolerarles, de conocer sus ideas, de zambullirme en sus sentimientos y no por eso yo me he hecho homosexual, prostituta o drogadicto. Todos me han hecho verme frágil por mis prejuicios, pero también me han hecho crecer como persona y como Cristiano.

            Un fraternal abrazo para todos y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

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