Cuando se acerca la Navidad, la
televisión nos avasalla con el falso espíritu de la navidad en forma de
películas y cuentos navideños que, no negando que tienen su encanto para los
que nos sentamos un rato delante de la caja tonta, no dejan de buscar un objetivo
tan simple como aumentar su audiencia.
Hoy voy a tirar por otros derroteros
y pasando de tópicos os quiero contar un cuento, pero no un cuento de Navidad,
simplemente un cuento, que como todos ellos tiene su parte de realidad y cierta
moraleja que cada uno ha de descubrir, porque en eso pienso que la misma
lección tiene distinta lectura dependiendo de quién esté al otro lado de los
renglones. Pero como iba diciendo:
Había una
vez…
No hace mucho tiempo, en un lugar
cercano, tan cercano como la vuelta de la esquina, había un planeta llamado
tierra. Decían, contaban de aquel lugar, que estaba repleto de una especie
animal a la que denominaban humano. En un principio el humano era uno más en
aquel planeta, pero con el tiempo fue ganando espacio hasta constituirse en el
dueño de todo. Puso nombre al resto de animales no solo por reconocerlos, sino
también para dominarlos y someterlos a su yugo. Actuó igual con el resto de
seres vivos, siempre pensando en su beneficio y en su propia complacencia.
Además, no satisfechos con eso, marcaron territorios a los que también le
pusieron nombre, aumentando las distancias de todo lo que estaba “a un paso”,
creando distancias inexistentes por el simple hecho de crear fronteras y
barreras. No contentos con ello, además, con las fronteras crearon razas,
religiones, tradiciones…
Los humanos subieron a la montaña
más alta, desde la que se divisaba toda su obra y aun satisfechos de lo que
vieron, quisieron más… No les bastaba con dominar los animales, las plantas,
los continentes; querían también dominar y controlar el avance en aquel su
planeta, en la tierra.
Convocaron para tal fin a los
mayores sabios humanos. Llegaron de todos los rincones del planeta. En un
puñado de seres se juntaron todas las razas, religiones y tradiciones para
discernir la manera de hacerse dueños del preciado y desconocido tesoro.
Los dueños del planeta les
encerraron en un cónclave donde debatieron, discutieron, incluso pelearon cada
uno por llevar la razón en sus propuestas de cómo dominar lo indómito.
Propusieron mil formas de hacer que todo, a pesar de las decisiones de los
hombres, no cambiase. Que todo fuese perdurable tal como lo planteaba el
humano, porque sin querer, sin saber por qué, las cosas cambiaban sin ninguna
explicación; evolucionaban y se transformaban sin el control de aquel que lo
creó tal cual lo concibió. Ninguno de los sabios era capaz de explicar estos
cambios, qué era lo que hacía que se escapase del control de sus creadores.
Durante semanas estuvieron encerrados intentando descubrir y explicar los
motivos por los que todo aquello ocurría.
Hartos del encierro, pidieron
permiso para despejarse y aclarar sus ideas dando un paseo por los jardines que
rodeaban la torre del cónclave. En ese paseo, mientras seguían discutiendo y
departiendo cada uno sus argumentos, a todos les llamó la atención algo…
Ajeno a todo, ignorando al grupo de
“insignes” personajes que se acercaban a él, un niño hablaba solo, o al menos
eso parecía, mientras jugaba con pequeñas piedrecitas chocándolas. Era un niño
como otro cualquiera; es más, podría haber sido cualquier niño, sin embargo,
sin saber porqué sí ni porque no, atrajo la atención de todos los sabios. Le
rodearon con tremenda curiosidad mientras él, absorto en su retahíla de frases
sin sentido y en su juego de golpear piedrecitas, hacía caso omiso del corro
que se estaba formando en torno a él.
Después de hacerse el silencio
dejando las discusiones entre ellos y tras un rato no haciendo otra cosa que
observar al niño que seguía ignorándolos uno de ellos rompió la calma
levantando la voz:
- ¡Eh, tú, niño!
El silencio continuó unos segundos
más ante la falta de respuesta del pequeño y otro, con voz enojada por falta de
reacción volvió a decirle, casi gritándole:
-¡¡Niño, no ves que te están
hablando, muestra educación a los mayores y presta atención cuando te hablen!!
El niño, sin mostrar sorpresa ni
susto ante las palabras intimidatorias de quien le hablaba, levantó la mirada
sin dirigirla a nadie concreto y musitó con voz dulce:
-Perdón señores, no me di cuenta que
me hablaban a mí. Díganme, qué desean.
De repente al escuchar la voz del
niño, sin ninguna explicación posible, todos sintieron un escalofrío que les
recorrió el cuerpo, y ese escalofrío se transformó en pavor al darse cuenta que
a su mente empezaron a llegar como a borbotones miles de respuestas que aun
siendo sabios, nunca tuvieron. Sintieron aclararse sus dudas en todas las
cuestiones existenciales, divinas, humanas, mundanas… menos una: la cuestión
que a todos les había reunido allí, y lo más sorprendente: eran conscientes de
ello.
-Habéis llegado hasta aquí de todos
los rincones del mundo porque os han convocado para que solucionéis un enigma.
Habéis roto la tranquilidad de mi juego que no os molestaba por el simple hecho
de creeros más sabios que yo, porque solo soy un niño y os ha aterrado el
descubrir cómo os he dado respuesta a todas vuestras dudas con solo levantar
mis ojos y abrir mis labios. Tenéis miedo, lo sé, y no deberíais porque
realmente las respuestas estaban en vuestras cabezas. Con mi voz solo hice que
enseñaros el camino de dónde tenías las respuestas escondidas. Y ahora decidme,
¿qué es lo que realmente queréis, porqué estáis aquí?
Con el miedo en el cuerpo por lo que
el niño les había hecho sentir, sorprendidos, incluso aterrorizados al
descubrir las dudas que habían encontrado respuestas, con voz temblorosa le
habló el que antes lo había hecho con cajas destempladas:
-Sabemos que no es necesario que te
digamos porqué estamos aquí. Tenemos la certeza que tú ya sabes qué es lo que
nos ha traído desde todos los rincones del planeta hasta este punto. Nos has
abierto las mentes y respondido las dudas que teníamos cada uno. No obstante,
ya que nos lo preguntas: ¿porqué el hombre puede dominar todo el planeta,
porqué puede hacer y deshacer a su antojo la historia y sin embargo no es capaz
de dominar su avance, de controlar el tiempo?
El niño de nuevo centrado en su
juego, golpeando las piedrecitas entre sí, empezó a hablar sin levantar la
mirada: -Hace mucho, en el principio de los tiempos, el hombre se hizo dueño de
todo sin pedir opinión a nadie. No preguntaron a los animales si querían
servirles, no preguntaron a los árboles si querían darles sombra, no
preguntaron al mar y a los ríos si quería refrescarles y darles alimento, no
preguntaron a la tierra si quería dividirse y dar frutos para ellos, ni
siquiera fueron capaces de preguntarse a sí mismo si querían ser diferentes;
simplemente tomaron, hicieron y deshicieron a su antojo. No fueron conscientes
que aquella roca gigantesca que dividieron para formar los continentes podría
llegar a convertirse en estas piedrecitas con las que ahora juego, no se dieron
cuenta que dividiendo los pensamientos, las razas y las costumbres llegarían a
tener que volver a juntarlas como han hecho aquí para resolver un problema que
no existe, porque el mismo hombre lo creó. Al someter las cosas, al dividir,
enriqueció en variedad el planeta, pero esa división en vez de enriquecer al
hombre lo distanció y una vez más ha tenido que unirlo en vosotros para buscar
la respuesta a una pregunta que no existe.
El tiempo no es la pregunta, porque
es indómito, no se puede ni detener ni recuperar, sin embargo si el hombre es
capaz de utilizarlo, no someterlo, adecuadamente, se dará cuenta que las
distancias se acortan, que los continentes se vuelven a unir, que el hielo no
peleará con el sol para no desaparecer, que los ríos y los mares no se secarán
y, sobre todo, que los hombres en vez de distanciarse por culpa de las obras y
acciones del mismo hombre, pueden convivir y aprovechar la riqueza de las
razas, las religiones, las costumbres que ellos mismos crearon.
Volved cada uno a vuestra tierra
como si fueseis estas piedrecitas que sin afán de volverse a constituir como un
nuevo continente son capaces de dar la felicidad a un simple niño; y recordad
que las respuestas solo las tiene quien crea la pregunta, y las preguntas,
desde el principio de los tiempos, fue el propio hombre quien las hizo.
Recibid un fraternal abrazo y un
apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón.
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