Vive el momento, vive el día a día,
disfruta cada minuto, cada segundo porque nunca sabes lo que te espera a la
vuelta de la esquina.
Este “latinajo” atribuido al poeta
romano Horacio, demasiado manido a veces y en demasiadas ocasiones mal entendido,
lo descubrí cuando contaba con dieciséis años en mi primer “encuentro juvenil
misionero” organizado por los Misioneros del Verbo Divino en Dueñas. La
costumbre que teníamos del último día firmar y dejar mensajes en las carpetas
de los compañeros que durante tres días habíamos compartido vivencias,
sensaciones y sentimientos. Yo acababa de dejar el seminario y me encontraba
desorientado en un punto de mi vida, en un cruce de caminos sin tener realmente
claro cuál sería el siguiente paso a dar. Como digo, en las dedicatorias
escribíamos lo que nos había transmitido esa persona concreta y lo que le
deseábamos para el futuro. Ana escribió esas dos palabras y yo que el latín
siempre lo tuve atravesado, no sabía lo que significaba, así que le pregunté directamente
a ella y su respuesta fue simplemente: “descúbrelo tú”. Este fue de esos
momentos que sin saber porqué, sin ser cruciales en tu vida, se quedan grabados
en tu memoria por los restos. Está claro que de vuelta a casa lo primero que
hice pue descubrir el significado de la expresión, aunque para comprender el
sentido de ésta se necesita mucho más tiempo, incluso diría el resto de
nuestras vidas, y como suelo decir… en ello estoy.
Este fin de semana he comenzado mis vacaciones estivales. Como cada viernes, al llegar del trabajo, Mara tenía
casi listas todas las cosas para irnos a Villaluenga con planes de vuelta para
el lunes aprovechando los días. Fin de semana grande en el pueblo, con la
celebración de San Roque y, durante el sábado, la suelta del “Toro de cuerda”
por las calles. Gente, mucha gente, con ganas de disfrutar y bailar con la
música en la caseta municipal. El domingo la procesión de San roque tras la
misa y fiesta, fiesta hasta que el cuerpo aguante amaneciendo ya el lunes. Con
mucho calor, bochorno más bien; con el cielo encapotado y descargando alguna
que otra nube, el plan se presumía perfecto para disfrutar y pasarlo bien.
Pero cuando parece que todo está en
su sitio, que no habrá nada que rompa esa tranquilidad aunque sea envuelta en
alboroto, la vida tiene la mala costumbre de recordarnos con bofetadas que no
podemos despistarnos y que debemos vivir minuto a minuto, dejando que los
planes vayan llegando uno tras otro. Una primera guantada llegó mientras
estábamos viendo el toro de la mañana cuando nos contaron que alguien, amigo
nuestro, con el que hace unas semanas estábamos pasándolo fenomenal en la boda
de otro amigo, había pasado por quirófano y este año tendría que vivir la
fiesta, con lo que a él le gusta la fiesta, desde el banquillo; más que desde
el banquillo desde la grada, porque la intervención no era precisamente de
apendicitis y digamos que todo el jaleo que se organiza en el pueblo, no lejos
de su casa, no era precisamente lo que mejor le venía para el estricto reposo
que le habían pedido que siguiese. Esa mañana nos pasamos por su casa a verle y
allí estaba, “sentado en el banco de la paciencia” haciéndose el cuerpo y con
ánimo, pensando que si este año no se podía disfrutar, otros años llegarán para
desquitarse.
Por la noche, mientras cenábamos algo
en casa antes de seguir la fiesta, recibimos una llamada de teléfono
contándonos que alguien de El Puerto al que nos unen muchos lazos, había
decidido Dios, el destino o a quien corresponda, meter un tijeretazo y cortar
así sin dar tiempo a coger aire, una vida y una familia. La verdad es que el
cuerpo se nos cortó, y después de hacer varios planteamientos optamos por no
volvernos antes de tiempo y quedarnos a seguir disfrutando y viviendo lo que el
día a día nos estaba proponiendo; en este caso un domingo con la primera loa a
San Roque y a Villaluenga gritada por nuestro hijo desde el atrio de la iglesia
de San Miguel en el momento en que este se recogía de su procesión.
Es de sentido común que el “Carpe Diem” no significa hacer lo que le dé la gana a uno por el simple hecho de
vivir el instante. “Carpe Diem” es un grito a aprovechar el presente, teniendo
esperanza en el futuro pero sin depender de él. Todos nos hemos planteado en
algún momento y siempre se ha dicho que el futuro no está escrito, sino que lo
escribimos en cada paso que damos, en cada acto que realizamos y que si bien
para unos es algo que llega porque “Dios nos lo tiene previsto así”, para otros
simplemente es la innecesaria preocupación por lo que vendrá, ya que este
futuro ni siquiera depende solamente de nosotros mismos.
Sería de necios pensar en vivir sin
pensar en las consecuencias que tendrán nuestros actos del presente; pero es de
sabios sacar todo el jugo al momento que estamos viviendo, disfrutarlo como si
fuese el último, pero sin pensar que eso realmente es posible que ocurra. “Carpe
Diem” para mí es algo tan sencillo como no tener vergüenza en bailar un
pasodoble en medio de la plaza del pueblo cuando nadie baila, es tan simple
como abrazar con todas tus fuerzas a alguien sin ser consciente que ese puede
ser el último abrazo que des. Es reír o llorar, según te pida el cuerpo, sin
mirar de reojo la expresión de la gente que te rodea.
“Carpe Diem” por supuesto no es un
grito de kamicace, para eso ya se inventó el “banzai”. No es un grito de nadie
a quien le guste el riesgo por el riesgo, no es el leiv motiv de nadie que haga
nada sabiendo que el resultado pueda ser nefasto.
“Carpe Diem”, junto a “Siempre
listos”, “Estad siempre alegres”… todas ellas frases de distintas personas en
la historia que han marcado mi camino y mi vida.
Un saludo y un apretón de mano
izquierda.
Juan J. López Cartón.
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