martes, 13 de octubre de 2009

Doce imágenes para doce historias.

En la vida y camino de cada uno, siempre se ha dicho, una imagen vale más que mil palabras; pero pocas veces nos paramos a pensar que detrás de cada imagen, detrás de cada gesto, hay una y multitud de historias escondidas. Cada historia, además, guarda un motivo por el que se pasó por allí, por el que esa persona puso un gesto de aprobación o disgusto en su cara, por el que cada uno creamos nuestra propia historia particular, ajena a la real, cada vez que nos tropezamos con esa imagen.

Os presento doce imágenes recogidas por mi cámara en distintos momentos y lugares y a su vez doce historias que pudieron ser unas y otras que me consta que lo fueron y son...



Nada pasaba por allí, la arena se mantenía virgen, calmada; pero añorante de algo que rompiese su monotonía porque la arena sabe que nació para ser alterada, modelada por una marca que transmita el tiempo que pasó.
Algo, por fin, altera su serenidad. Siente presión, una presión que da vida, no la quita, es firme, segura. Nota como la presión avanza de atrás hacia adelante: primero el talón con todo el peso de su esperado visitante, después la planta avanza hasta que uno a uno los dedos dejan su impronta en la calma de su serenidad. Después piensa, sueña la historia de aquel que por fin rompió su letargo. Porqué decidió pasear ese día sus pies descalzos por la inmensidad de la playa y le bendijo precisamente a ella, a su rincón privado, con una marca que recordará por el resto de su vida. Algo la altera. Siente como por debajo aumenta una humedad que odia; una humedad que la absorbe y la despierta de su sueño. La marea está subiendo y sabe que en unos instantes ella, su huella, la historia de quien la dejó se borrarán hasta la próxima marea baja. (Foto: playa de levante en el Puerto de Santa María).



MIL HISTORIAS EN UNA: Apenas era un brote, pero ya sabía que estaba destinado a gritar y desvelar secretos.
Cuando creció y como una rama endeble fue plantado en aquella tierra, se aferró a ella y absorbió todo el agua que le fue posible para cumplir su cometido: Ser pizarra donde se aprenden amores y desamores, ser cartel de "te quiero" y anuncio de quien por allí pasó.
La gente protestó; lo llamó vandalismo, pero él siguió erguido, orgulloso de cumplir una misión que durante siglos su especie estuvo destinada a desempeñar.
Siempre miró de reojo a los que se sentaban en su vecino de parcela; el banco incómodo de cemento, pero que con su empeño fue cubriendo de fresca sombra y haciendo más acogedor para conseguir su fin: que la gente descansase allí, que las parejas conociesen las sensaciones de los primeros arrumacos. Sabía que antes o después alguno de los huéspedes de su vecino se acercarían a él y con dolor grabarían parte de su historia. El dolor que sentía al ser arañado por la cuchilla se transformaba pronto en alegría y testimonio vivo de mil historias de almas encontradas. Algunas con el tiempo tomarían caminos separados seguramente, pero allí estará él para recordarles, cuando los años pasen, que un día María quiso a Juan, y que el 7-3-71 se juraron un amor eterno que se quedó solo en un amor de juguete. (Foto: parque Rivera de Castilla en Valladolid).




Fue breve. Duró justo el tiempo en que el sol se fue a su letargo diario.
Como cada día, la marcha de los bañistas, los hamaqueros recogiendo, el silencio que iba inundando la playa presagiaba lo que llegaba... tonos rojizos que hacían desaparecer las sombras que durante todo el día el sol había proyectado. Una explosión de sosiego, de calma, de paz... (Foto: playa de Valdelagrana en el Puerto de Santa María).







Algunas de sus rojas y viejas tejas fueron resquebrajándose más por el abandono y el tiempo que por la cantidad de pedriscos que tuvo que aguantar durante toda su larga vida.
El barro, la paja, sirvieron para hacer cada uno de los adobes que conformaron su esqueleto; un esqueleto creado para albergar vida, para dar refugio, y en otrora dar también alimento a los que antes hicieron lo propio con los huéspedes de sus entrañas. Añorante, mira en su rededor buscando semejantes que antaño plagaron las llanuras castellanas de los que la mayoría quedaron reducidos a meros cúmulos de escombro o incluso después de pasar el arado pasaron a formar parte de la tierra que sirvió para su creación. Vieron por sus caminos pasar caballerías, carros, reatas de bestias cargadas de fardos y aperos cuando el verano era verano y las vertederas, vertederas. Ahora son motores lo que escucha, grandes maquinarias modernas que le dicen que se hizo viejo; viejo, pero al igual que cuando fue creado, en sus entrañas, sigue creando vida. (Foto: palomar en Tordehumos; Tierra de Campos, Valladolid)





Ondean al viento. Representan gente, pueblos, ideas, esfuerzos, pero por azar y voluntad del viento, por unos instantes, todos se mueven en una misma dirección. No existen las fisuras diarias de ideales, creencias, políticas... todas ondean y blanden sus espíritus en una misma dirección. Esta vez han dejado aparcadas las distancias y todo lo que les diferencia y como ejemplo al mundo aunan sus ondas ante el mismo soplo de viento, de vida. Son cinco, pero si fuesen cinco mil también harían lo propio: ondear y mirar todos en la misma dirección.
Lo que no logra el Poder del hombre: que todos dirijan sus esfuerzos y sus movimientos en la misma dirección, lo consigue un simple soplido del viento.
"Dadme una palanca y moveré el mundo": dijo un hombre. Dame un soplo y moveré a los hombres, dice el viento. (Foto: playa de Valdelagrana)









Pausado, con ritmo cansino, apenas sin corriente, recorre y baña las áridas tierras para refrescar y dar vida.
Surca las veredas de los pueblos por un camino que en su día le marcaron; no es su voluntad la que impera, pero sin embargo encuentra aliados en su propia estirpe: la naturaleza.
Todo a su alrededor es vida, lo que antes era yermo brota con coloridos inusitados y busca el frescor de sus aguas. Los chopos, por él, ya no miran al cielo, se reclinan ante quien les da vida, les brinda la oportunidad de subir buscando las nubes pero sin declinar su genuflexión ante su señor. El no pidió estar donde está, sin embargo, todo lo agradece en silencio dando frutos hasta donde abarcan su manos, dando vida. (Foto: canal de castilla a su paso por Medina de Rioseco, Valladolid)



Nadie le mira, y por ello es feliz. Pasa desapercibido para casi todo, menos para un "ojo" que descubre en su figura la belleza de la inocencia. Él no conoció su patria; su patria son ahora unas chanclas y una pelota que va y viene contra la pared y que agradece cada patada que recibe para lo que fue fabricada volviendo a su pie y a su chancla.
Cada día que pasa le separa un poco más del continente del que lleva su sangre. Tal vez sus padres muchas veces sueñen con volver, pero él no, él siempre será feliz pensando en sus chanclas y en su pelota. (Foto: paseo marítimo de Valdelagrana)












La inocencia y el cariño no conocen distancias. Un abrazo que es bienvenida, cariño, afecto y sobre ello protección. El mayor protege al pequeño. Llevan la misma sangre, los mismos apellidos y eso hace que sin darse cuenta, sin ser conscientes de ello, algo que no conocen cree un campo magnético que les hace echarse de menos cuando no están juntos y hacer fiesta cuando el tiempo les vuelve a reunir. En ese momento desaparece la relación de hermano con hermano, la familia se hace inmensa como sus corazones en cada juego que comparten y en cada discusión que al contrario que a los mayores les hace apretar lazos, porque una riña entre niños se olvida a la vuelta de la esquina: ¿para qué sirve sino?. Los mayores no lo entienden y se limitan a mirar cada uno en una dirección cuando algo les hace tropezar entre ellos. Los niños no, entre ellos se juntan y el mayor protege al pequeño, aunque ni siquiera sea su hermano con un simple apretón de mano.


Su mente estaba cerrada, y se asomó a la ventana para intentar despejarla.
No, no podía ser, sus ojos estaban tan cerrados como su mente.
Intentó abrirlos más, y más, y más... Sin embargo la nitidez no llegaba a su retina, todo se veía envuelto en una espesa confusión que no le dejaba ver más allá de su propia nariz.
Se lavó la cara, frotó una vez más sus ojos intentando buscar una luz en ellos, pero su mirada se negaba a avanzar, a abrirse paso entre la realidad.
Una caricia en forma de beso le despertó; abrió los ojos y allí estaba ella: su amor. Con un solo gesto había desaparecido la niebla.



Llevaba prisa, llegaba tarde. Él, el hombre más puntual del mundo estaba apurado porque por primera vez en su vida no llegaría puntual a una cita.
Tropezando con la gente se iba abriendo paso; "perdón, llego tarde", decía excusando cada tropiezo y cada empujón.
"No puede ser, ¿cómo es posible que me pase esto a mi?, ¿qué pensará la gente a partir de ahora?, nadie se fiará de mi exactitud": Todas estas preguntas se iba haciendo mientras abanzaba por la calle Sierpes.
Por su cabeza corrían, tanto o más que él, cien mil escusas que dar a sus clientes, siempre con la delicadeza y cuidado de no afear una reputación que tantos años le había costado labrar no solo a él, sino también a su padre y a su abuelo de los que siguió los pasos.
Por fin, sin apenas aliento llegó a su destino. Nadie esperaba, al menos nadie que pudiese haberle echado de menos; sin embargo a él eso le daba igual porque su prisa no se debía a ningún cliente apresurado, su prisa solo cumplía un objetivo: llegar a tiempo para que ninguno de los relojes de su tienda se parasen por falta de cuerda. (Foto: Relojería en la calle Sierpes, Sevilla).



En las casas, poco a poco, van desapareciendo las luces. Cada vez más ventanas cierran sus ojos y con ellos abren la ventana a los sueños de sus ocupantes. Hace años, cuando llegaba la noche, decían que la ciudad dormía, pero ahora no. Sus gentes duermen, buscan el descanso reparador necesario para seguir avanzando en sus quehaceres en la siguiente jornada, pero ella no.
Tras toda la vida guardado silencio, manteniendo un absoluto mutismo cuando sus creadores dormían, ella se reveló y decidió que no quería seguir siendo quien durmiese al lado de sus dueños, que necesitaba estar despierta para no perderse ni un solo movimiento de aquellos que aliándose con la luna empezaban a vivir cuando el astro sol se escondía.
Las luces se transforman, en un intento de retar a la naturaleza, la noche luce sus mejores colores vestidos de neón para gritar a los cuatro vientos: la ciudad no duerme. (Foto: Hospitalet de Llobregat)


Para muchos es incomprensible, una frivolidad, un escape sin sentido...
No, la tecnología nos da las herramientas, nosotros somos los que hacemos uso de ellas.
Erase una vez un chat en donde todos los días, fieles a su cita, iban juntándose un grupo de personas. Escondidas todas detrás de un disfraz que, con el tiempo, descubrías que como todo en la vida, también tenían su razón de ser. Poco a poco la gente se fue quitando las máscaras y descubriendo sus miserias, sus alegrías, sus ilusiones: sus vidas.
Vidas que esconden, como sus disfraces, momentos amargos en busca de alguien con quien compartirlos; risas y alegrías que se crecen con la carcajada del prójimo. Y todo ello, las risas, los llantos, las ilusiones, las alegrías, las miserias, llegaban a casa a través de la pantalla que, como un miembro más de la familia, nos contaba sus historias conocidas a través de la red.

2 comentarios:

  1. Que historias más bonitas y que bien contadas, me han gustado muchísimo. Para mi, es un placer haber sido una de las personas que un día dejó guardado su dizfraz en un cajón para mostrarte sus miseras, risas y alegrías. Un beso...

    ResponderEliminar
  2. Precioso Juan, me ha encantado, sigue escribiendo que yo seguiré leyendote, besos
    Angeles

    ResponderEliminar