miércoles, 20 de julio de 2022

APRENDER A LEVANTARSE (Por el boulevard de los sueños rotos)

 


Lo peor no es fracasar, lo peor es no atreverse a empezar.

Con esta frase mi mente intenta, desde hace ya tres días, convencerse de haber hecho lo correcto. Un año de planificación, de ilusión, de organización, de cambiar los planes de… todo a la mierda por una mala caída. Más de seis meses de entrenamiento casi intensivo, de buscar las alternativas más adecuadas, de darle vueltas a cosas como la alimentación, la hidratación; sobre todo los últimos días con el calor, la elaboración de las etapas… todo al traste por no haber prestado más atención. Cierto, el plan tenía sus fallos pero, ¿a qué  plan no se le escapa alguna arista que hay que limar sobre la marcha? La verdad es que esas también estaban asumidas, tanto ellas como las consecuencias en el momento que llegasen.

Las heridas son mínimas; al menos los arañazos de las zarzas y el par de golpes que se reparten por mis piernas que en unos días desaparecerán, comparadas con las que yo mismo me he realizado. Lo que más duele en estos casos es el amor propio, el fraude. Haber tomado la decisión tan inmediata tal vez ha sido un signo de debilidad y esa es la herida que más cuesta ahora cicatrizar porque: ¿decidí en caliente abandonar y solo fue una excusa que busqué? No, no quiero pensar que mi cabeza hiciese eso. Cierto que en todo momento he tenido claro que mi salud y el cuidado de mi cuerpo estaría por delante de todo; entre toda la planificación quedó patente esa prioridad, pero ¿hasta el punto que mi cerebro bloquease a mi corazón y le impusiese un abandono tan humillante?

El miedo al daño propio, a secuelas autoinflingidas innecesariamente, sobre todo después de lo que pasé hace justo un año, que además fue en primer momento la mayor de las motivaciones para lanzarme a mi propia aventura, ¿puede ser tan fuerte todo ello para que a las primeras de cambio decidiese darme la vuelta a pesar de lo que suponía eso?

¿Estoy ahora dispuesto a enfrentarme a todo ello con la serenidad necesaria? Lo escribí hace poco: “mi mayor enemigo seré yo mismo” refiriéndome a la hora de afrontar cada etapa y resulta que la afirmación se repita de nuevo a la hora de afrontar la derrota; la manera de lamerme las heridas.

Bueno, a estas alturas he de aclarar que estoy bien al menos físicamente. La visita al hospital para tranquilidad mía y de los míos se saldó con un informe de golpes y recomendación de un par de semanas sin forzar la rodilla, que no es cosa que penséis que escribo esto desde el lecho del dolor. Me duele más el orgullo que ninguna otra cosa.

Por momentos me planteé reincorporarme a la aventura pero, como otras muchas ocasiones me han demostrado que hacía lo correcto, si no era el momento no lo era. Por algo habrá sido la estúpida caída cuando apenas llevaba 15 kms. Por algo se me olvidaría devolver la llave de la habitación. Por algo se me olvidaría el neceser con muchas cosas necesarias para el día a día. Demasiadas casualidades, demasiados olvidos en un mismo momento. Mi conclusión, y con la que los que me quieren sentencian, es: el Camino no se va a mover de ahí y si este año, por mucho que yo me empeñase, no era el adecuado, pues no lo era. Algunos lo llaman karma; yo lo llamo destino o designio divino para los más devotos.

La vida sigue y si bien uno de los planes de hacer el Camino era, entre otros, encontrarme conmigo mismo, sigo en ello y pasaré unos días en mi pueblo, en mi casa, en mi cuna, donde nací, madurando e intentando dar forma definitiva a algún proyecto que me llevó a mirar a la tumba del apóstol como inspiración. El proyecto sigue pero posiblemente también habrá que cambiarlo de forma. Es bueno saber adaptarse a las circunstancias. Como decía Bruce Lee inspirado por la poesía de Lao Tse: “Sé agua, amigo mío”.

¿Quién sabe si esto que me ha ocurrido era necesario para que Ían J. Carlo viese la luz?

Un fuerte abrazo y apretón de mano izquierda y, por supuesto siempre ¡¡¡Buen Camino, amigo!!!

Juan J. López Cartón

sábado, 16 de julio de 2022

GRACIAS A MI GENTE


 

Ya estoy en Roncesvalles con casi todo listo para dentro de unas horas enfrentarme a la primera etapa. Hecho un manojo de nervios porque, como os contaba ayer, el miedo es libre y por algún motivo al que no estoy acostumbrado en esta ocasión estoy más alterado de lo que esperaba.

Lo que os decía, o mejor dicho quería deciros con el título del post de hoy, hoy toca agradecer. Lo adecuado sería hacerlo a la vida pero pienso que la vida estaría vacía si no le ponemos caras, palabras y gestos. Me considero súper agraciado por lo que la vida me ha regalado con los que en tantas veces me habéis leído definir como “mi gente”. Aunque algunos rozarían el merecerse estar incluidos en mi familia, en cierta manera ya lo están, porque me abren sus casas, me regalan a sus propias familias y el hacerme sentir en mi hogar, distinto que a mi casa, es un nivel al que pocos tenemos la suerte de acceder. Como decía, la vida me ha regalado Vida, sonrisas, cariño, amor… y no de pocas personas, son muchos y muy queridos.

Os voy a hablar, porque me apetece y me da la gana regalarles algo que merecen aunque ellos nunca lo reconocerán, de mi gente navarra; concretamente mi gente estellica. Ayer, cuando llegué a Pamplona fue Laura quien me recogió y acogió en su casa; hacía veinte años que no nos veíamos… en persona, claro, y fue genial. Nuestros corazones se habían encargado de congelar el tiempo y como si hiciese diez minutos que hubiésemos tomado la última cervecita. Nos encantó la sensación de no haber corrido los años, mientras nuestras mentes regateaban los hijos nacidos, las pérdidas, y todo lo que había sucedido en los cuatro lustros. Hablar de Laura es hablar de su familia; David su marido, Charo y Javier, sus padres, Nuria, su hermana y todos los que han llegado en este tiempo. Todos ellos han demostrado con creces los motivos por los que no puedo evitar sonreír cuando pienso en Estella. La generosidad de todos ellos cuando llegué a sus vidas de la mano de Laura no tiene manera de describirse porque sin conocerme ni a mí primero, ni a la que después fue mi mujer y a mi hijo el mayor, no solo me acogieron en su hogar, sino me hicieron formar parte de su propia gente, de su propio círculo de energía, y qué energía la de Charo. Qué suerte la mía, que regalo de la vida para este personaje que os escribe. Mañana llegaré a Pamplona y pasado, deseando estoy, a Estella, donde sé que la sensación de ayer se repetirá y el abrazo bien apretado me sabrá a gloria.

En ellos personifico a otros muchos que quién saben si en otra ocasión salgan también a la luz, como son Santos y Rosa, Antonio y Conchi, Pastori su Antuan, el “tito Julio”… Qué suerte tengo, qué regalos me ha dado la vida…

La vida te da una familia a la que amas, y el camino que esta te ofrece te regala a “tu gente” con la particularidad que tú tienes opción de elegir quién entra en ese círculo. Yo tengo que dar gracias a la vida y al camino de esta porque me ha convertido en un ser muy, muy rico.

Buen camino y fuerte apretón de mano izquierda…

Juan J. López Cartón


viernes, 15 de julio de 2022

Caminante no hay camino, se hace camino al andar

 



Es fácil que muchos tarareemos la música de Serrat al leer esta frase de Antonio Machado. Es fácil, también, que si pensamos en ir andando por un campo se nos venga a la mente acompañarnos con un silbido, una melodía, de nuestra canción favorita o la que esté de moda en ese momento, aunque no sea de nuestro gusto, por  el simple hecho de oírla en todas partes con su ritmo pegadizo. Esa es una de las cosas que tiene el caminar, que alegra el espíritu.

Estoy en puertas de iniciar lo que para mí es, hoy día, un reto a la par de otras muchas cosas: el Camino hasta Santiago de Compostela. En esta ocasión serán pedaladas más que pasos, pero el Camino seguirá siendo para seguir las huellas de alguien. Mi ilusión aumenta exponencialmente con mis temores y miedos, en la misma proporción, conforme se acerca la fecha de dar la primera pedalada en Roncesvalles en la madrugada del 17 de julio. ¿Temor y miedo? Sí, tal cual, porque cada cosa a la que me aventuro en la vida siempre me asaltan esas preguntas: ¿Estaré preparado físicamente?, ¿habré sobredimensionado mi capacidad?, en fin: ¿seré capaz de llegar? Esos miedos sé que no son solo míos. Hay alguien que, si bien ha sido la que me ha dado el empujón para organizar todo, lo va a pasar, digamos que, regular. Si bien es quien posiblemente más crea en mí, también es quien más teme por mí.

Una las cosas que llevo conmigo, un capricho, es el llamado “Pasaporte del Camino”. Diferente a mi credencial, la cual todos los peregrinos llevaremos para ir dando fe de nuestro paso por cada población que jalona el más transitado de los caminos de Europa. La cosa es que cuando lo encargué uno de los datos que pedía, puesto que está personalizado, además del nombre y apellidos y la foto, es el motivo de la peregrinación. En mi Pasaporte pone, literalmente: “Cumplir sueños, superar retos, agradecer y volver a sentir el Camino treinta años después de mi primera vez”. Esta frase une ilusión, afán de superación, nostalgia, sentimiento… en fin; todo mi equipaje extra que, si bien no pesa, cargaré durante 13 etapas con la responsabilidad que mi corazón me impone. Por suerte para mí, los años me han enseñado a que a veces hasta al propio corazón hay que darle la patada y marcarle, como si de un árbitro con su espray se tratase, una línea dónde están los límites de uno mismo.

Un dato, para los que me conocen, que puede llamar la atención  es que,  precisamente yo y por mi forma de ser, vaya a llevar a cabo el Camino “solo”. Para mí era un proyecto y me hubiese gustado que se realizase de otra forma y acompañado de los que más quiero pero, como decía mi madre tantas veces, “el hombre propone y Dios dispone” y Mara, mi mujer, fue la que me animó a que lo hiciese así. Parto de la base que hacerlo solo, y más en un año Xacobeo, no es posible. Sé que el peregrino nunca avanza solo ni se siente solo porque ante cualquier controversia siempre habrá alguien que le eche una mano; y digo que lo sé porque aunque hayan pasado ya muchos años, así lo sentí la primera vez que lo hice hace  casi treinta años.

Intentaré por los distintos medios que nos facilitan las tecnologías y el S. XXI, además de por este blog, ir contándoos y transmitiéndoos esta experiencia. Las sensaciones, anécdotas y lo que se me pase por la cabeza, así que sin más, para  acostumbrarme a no extenderme tanto, solo me resta decir y desearos:

¡¡¡ULTREIA, AMIGOS!!! y buen camino para todos.

Con un apretón de mano izquierda siempre

Juan J. López Cartón



lunes, 14 de junio de 2021

A MIS CUARENTA Y DIEZ, AHORA SÍ, TOCA DAR LA VUELTA AL JAMÓN, pero no os confiéis…

 



Entre mis señas de identidad están la de sabinero y refranero; cierto: si siguiese rimando, alguno, terminaría con puñetero. Aprovecho el título de uno de los temas del de Úbeda y de una expresión popular para modelar el título dado a las líneas que escribo estos días.

He de advertir que el comienzo de las líneas fueron ideadas y escritas meses atrás, cuando realmente cumplí los cuarenta y diez, y retomo su escritura en la antesala del tiempo estival, porque si bien se dice que el hombre propone y Dios dispone, a mí me dispuso de un lapsus que algunos políticos llamarían, vilmente, cordón sanitario.

Siempre creí que la vuelta al jamón se daba en la mitad de la centena pero, según dicen los entendidos que utilizan la lógica y las estadísticas, resulta que ese giro coincidiría más con la cuarentena de años que con los que me corresponden ahora a mí, por aquello de la esperanza media de vida. En un giro de pillería he de decir en mi defensa que yo, amante del porcino, bovino y casi todo lo que se mueva sobre patas, el manjar del cerdo lo comienzo, no por la babilla, más raquítica y seca sino, por la maza: más jugosa y generosa en cantidad, por lo que dejo la parte más recatada de la pata para comerla ya sin tanta prisa, mascándola poco a poco sacándole el sabor al jugo que se esconde en lo escaso que me brinda mi particular filosofía.

Cierto que también hay otro refrán muy conocido que dice que de los cuarenta para arriba no te mojes la barriga pero, digo yo, ¿quién coño es nadie para poner puertas al campo y marcar límites a los demás? Creo que precisamente en ese decenio, de los cuarenta a los “cuarenta y diez, es cuando nosotros mismos nos hacemos dueños de nuestra madurez y, personalmente, de nuestra locura de segunda juventud. Es entonces cuando fijamos los cimientos para lograr el bienestar y el saber vivir de los cuarenta y diez.

Volviendo al flaco de Úbeda; en la letra de la canción que da título a esta entrada, nos recuerda que: “He de enfrentarme al delicado momento de empezar a pensar en recogerme, de sentar la cabeza”. Me asusta pensar que así deba de ser. Creo que realmente es ahora cuando somos conscientes del alcance que podemos tener como personas, de la influencia que puede llegar a provocar cada una de nuestras palabras en los que nos rodean. No puede ser cierto que sea momento de sentar la cabeza ni de recogerme.  Sabina, amigo, esta vez no estoy de acuerdo contigo.

Mis cuarenta y diez son perfectos para una vuelta de rosca además de a la pata. Sin obligaciones creadas, sin compromisos absurdos, es el momento de echarse el mundo por montera a la hora de decidir con la única prioridad de mi vida, mi bienestar y el de los míos. Mis cuarenta y diez significan dejar de tener una boca prestada. Olvidarme de muchos de los filtros a la hora de decir las cosas; dejar de molestarme por haber molestado. Mis cuarenta y diez significan dejar de sentirme mal, o sentirme culpable cuando alguien se disgusta o no encaja bien lo que le digo o pienso. De amar a quien amo porque me da la gana, no porque haya contrato, escrito o ficticio, que me obligue a ello. De ignorar a quien sea sin sentir la necesidad de explicarle porqué se ha ganado a pulso desaparecer de mi vida.

Cumplir cuarenta y diez es volver a la niñez masticando la tira de jamón curado ya seco, casi “duro como los pies de Cristo”, que da el abuelo al nieto; sacando con los dientes y mezclando con la saliva la sal y la esencia de ese y de otros manjares. Es mirar al frente sin temer que nuestros ojos, sin querer, tuerzan su dirección a tiempos pasados porque saben que esos mismos han hecho que lleguemos al punto donde nos encontramos. Es más: atreverse a mirar atrás, al pasado, con valentía y sin miedo a lo que veamos o recordemos porque las decisiones, entonces y ahora, se tomaron como vinieron y equivocarnos solo sirvió para aprender a levantarnos.

Tras cuarenta y diez años he ido acumulando muchas historias, muchos momentos y sobre todo, y lo que siempre me ha enriquecido más, muchos compañeros de camino. De todo ello guardé en mis alforjas algo y tiré al pie de los cardos lo que me sobraba y pesaba innecesariamente en el morral. Si bien las historias y momentos allá quedaron, muchos de esos compañeros de vereda siguen hoy a mi lado. Han ido gastando sus suelas a la par que las mías y nos hemos ido curando las ampollas y mataduras mutuamente. Tengo claro que aún me queda por andar, por aprender, por caer y levantarme pero aquí está el tío.

Me autoproclamo cuarenta y diecero. Esta proclamación es como la monarquía: por decreto propio. Asimismo me comprometo a vivir como me dicte mi conciencia, que ya venía haciéndolo hace mucho, pero sin pedir permiso a nadie para entrar en mi propia bañera a limpiarme de las inmundicias y las miasmas que se me pegan en el día a día. A mis cuarenta y diez me comprometo a sonreír, y sentir mi sonrisa, ante algo que me importe un bledo por mucho que me disguste. A decir lo que pienso pasando por alto los sentimientos de agresión ajena: si te digo lo que opino es en base a mi propia libertad de opinión, así que no te sientas agredido y no te des por aludido; si quiero ofenderte a ti lo haré con tus nombres y apellidos. Si utilizo el plural mayestático es porque todos, y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, la hemos cagado alguna vez con lo que dijimos o hicimos, no para que te sientas atacado en tu moral y en tus ideas que, casualmente, aunque no lo creas se parecen mucho a las mías.

Y así, públicamente, ante todo el que me quiera, me lea, me estime o me odie, doy por vuelta a la pata de este jamón que si fuese gallego lo acompañaría con grelos, pero como soy de mi tierra, o de donde mis pies levanten el polvo, lo acompaño con un buen Ribera. Salud, compañeros y apretón de mano izquierda.

Juan J. López Cartón



miércoles, 3 de febrero de 2021

CORONASIGLAS


 

Alguien dijo un día que “somos esclavos de nuestras palabras” y hoy me arriesgo desde esta tribuna a cargarme como esclavo de no pocas cadenas; y no precisamente de fantasma como alguno pensará y achacará, sino de convencimientos empíricos propios que a día de hoy nadie me ha demostrado que esté equivocado. Si bien nunca descarto, y abierto estoy a ello si alguien con criterio está dispuesto a charlar con mente abierta, que tenga que reconocer de lo erróneo de éstos;  hábito que, visto el panorama nacional, se practica muy poco en este país de listos, cuñados y de eméritos.

El título de esta entrada con la que vuelvo al estrado ya indica bastante por dónde pueden ir los tiros, aunque se me antoja que se queda corto con la que está cayendo y, sabiendo que en esta ocasión no dejaré títere con cabeza. Puede incluso por esto que haya gente que me aprecia que pensará que estaba equivocado en la opinión que tenía sobre mí, siendo esto, sinceramente, algo que a mi edad no me quitará el sueño. Las siglas se convertirán en apreciaciones y prejuicios, en evidencias tangibles de lo que dicen que llegó de China y desde hace ya casi un año vive y convive entre nosotros a costa de nuestros muertos.

Por un momento he de referirme a algunos videos en directo que compartí en mi Facebook durante los primeros meses del confinamiento, allá por marzo y abril. Rehusé continuar haciéndolos por algunas reacciones recibidas por mi postura hacia ciertas actitudes de terceras personas ya que en ellos desataba mi pasión y corazón aunque, visto hoy, se convirtieron en el germen de este artículo. Por supuesto que yo mismo me incluyo y me incluiré en muchas de las situaciones a las que me referiré durante este artículo porque: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

Cuando me refiero a “coronasiglas”, como palabro acuñado para este artículo, calculo que la mayoría pensará de inmediato en los Partidos Políticos y no van alejados de mi intención, porque desgraciadamente se ha convertido en un problema en España, Europa y la mayor parte del planeta es la politización absoluta que se ha hecho de esta pandemia, de sus orígenes y de sus consecuencias. No esperéis ni es mi idea criticar como tal al Gobierno actual por ello concretamente; ni al Central ni a los Autonómicos, ya que a estos o a aquellos, estuviese quien estuviese, esta situación les vendría igual de grande como a todos nos ha pasado. Nadie estaba preparado para esta situación, aunque sí es cierto que conforme van tomándose decisiones se demuestra que el miedo a equivocarse, el cuidado a los conciudadanos, las medidas a tomar se antojan en la globalidad un juego y pelea de patio de colegio para ver quién se hace dueño del patio sin tener bajas; entiéndase votos. Ningún partido político, NINGUNO, por más que digan, han actuado realmente, al 100%, pensando en sus conciudadanos, en sus vecinos. Desde que empezó la situación se convirtió en un pulso, principalmente entre Administraciones Central y Autonómicas, incluso en algunos casos Municipales, por el dominio de las situaciones para después utilizarlo como arma arrojadiza contra quien procediese por el simple hecho de no otorgar la potestad para lo que interesaba o para eximirse de responsabilidades y así escurrir el bulto cuando era conveniente.

Está más que claro que el sumun de todo esto que cuento parece que se concentra en lo que acontece con Cataluña en estas últimas semanas. Con juego de poltronas ministeriales previo incluido, sin reconocer el rédito político buscado y eximiendo responsabilidades antes de irse alguno o que llegasen otros. Resulta que parece que ahora los políticos catalanes están enfadados con España entera y con sus propios vecinos de Autonomía por no comprender que se haya puesto el grito en el cielo con las ocurrencias propuestas para esta campaña electoral y con ello los comicios autonómicos. Una de las Comunidades más castigadas por la pandemia se pasa de la noche a la mañana por el forro de los cojones la situación y abren sus corazones, sus pulmones y sus ya saturadas UCIS a la Covid-19, haciendo con esto un extraordinario ejercicio de demostración de lo inútiles que son las neuronas que se les supone a TODOS los partidos políticos; independentistas, nacionalistas o españolistas, dándome eso igual porque todos están en el ajo. Que haya un Ministerio de Sanidad que lo permita, siendo además uno de esos candidatos el hasta hace dos días máximo responsable de la sanidad española, solo hace que piense en decir a todos los políticos, sean del partido que sean: IROS A LA MIERDA PANDA DE DESGRACIADOS!!!, sin mencionar a sus madres que las pobres capaz de estar escondidas para que no las identifiquen con semejantes cabrones.

Claro, la culpa de la cultura y sobre todo de la hostelería. Pues mira chaval, ni todos santos ni todos diablos. Soy de los que he intentado apoyar a la hostelería en la medida de mis posibilidades, a veces excediéndome y exponiéndome más de la cuenta a las malas prácticas mostrando mi inconsciencia. Si nunca he sido de estar todo el día en el bar no será ahora el momento de cambiar de hábito y por supuesto cuando he estado, en un muy alto porcentaje de ocasiones a solas con mi mujer y mis hijos: cuatro convivientes, hemos buscado minimizar los riesgos aprovechando terrazas y espacios abiertos. Por supuesto que, sobre todo en los primeros meses “pos confinamiento”, me excedí, aun pensando que tomaba las medidas necesarias y, pensado fríamente, después fui consciente de mi temeridad. A lo que quiero llegar que me lío: La hostelería no es la culpable… pero sí algunos hosteleros; los menos pero haberlos haylos, como las meigas, por no hablar, que hablaré, de los que realmente hemos hecho lo posible para llegar a donde nos encontramos: el ser humano.

A diario, no por las noticias de la tele que alguno dice se manipulan continuamente, escuchamos en nuestras localidades, en nuestros barrios, algún caso de tal bar o cual garito que no veas la que se lio anoche.  Lo malo de este hijoputa bicho es que aunque sean pocos los hosteleros que se salten a la torera las medidas higiénico sanitarias, el cabrón se  extiende como todos sabemos y lo que sí es culpa de la hostelería es que no se oye a los hosteleros coger al que se está colando y agarrándole por la pechera decirle, “oye tú, desgraciado, estás jugando con el pan de mis hijos”, sino que prefieren callar eso y así no debería ser. Se esconden detrás de un parapeto de víctimas para decir que ellos no tienen la culpa como gremio, pero por corporativismo mal entendido no señalan a quien les está hundiendo el negocio siendo su vecino.

España es un país de bares, incluso el Congreso dispone de su polémica cafetería. Tenemos una economía basada en un sector que se está desangrando y vemos que las Administraciones, una vez más, se sientan en la mesa para ver cómo actuar para que en las próximas urnas sean sus papeletas las que destaquen en vez de plantear medidas de protección para que si hay que cerrar la hostelería se cierre, pero que no se cierren locales para siempre por una ruina venida por la ineptitud y la inutilidad de pedir sin dar nada a cambio. Exigir sacrificios a un gremio sin contemplar una compensación real, no de subvenciones que después hay que devolver y que no cubren ni un mínimo del porcentaje de los gastos que sí se mantienen, sino un planteamiento de rescate en el cual ninguno de ellos tenga que plantearse exponer a sus clientes ni a ellos mismos. Hablo principalmente de la hostelería como “buque insignia” de este mi querido país de borrachos, aunque lo que pienso es extrapolable a la mayoría de sectores y gremios.

Para terminar dejo lo mejor: al autodestructivo ser humano. La frase atribuida a Thomas Hobbes “El hombre es lobo para el hombre” resume a la perfección la conclusión a la que quiero llegar. Lo mejor para destruir a la raza humana es la propia raza humana. Dejando de lado a los conspiranoides negacionistas, de  los que daría para tres artículos más, vemos a diario que no necesitamos virus, ni muertos, ni políticos inútiles, ni irresponsables empresarios ni la madre que lo parió para extinguirnos. Teniendo como ejemplo a los “listos” que se han puesto por delante de la cola como si fuese el supermercado del barrio para administrarse la vacuna, pasando por los energúmenos que se juntan en las azoteas, en los pisos de los amigos con el fin premeditado de saltarse las medidas a escondidas sin pensar un ápice en quien les rodea, y terminando en mi propio vecino de enfrente, que pasa de ponerse mascarilla porque da miedo. Somos nosotros, sin necesidad de nadie que nos obligue, los responsables de no querernos o de no cuidarnos. Solos nosotros, los ciudadanos de a pie los únicos responsables de tomar las medidas necesarias para tener claro que si nos cuidamos y queremos nosotros, cuidaremos y querremos a los que nos rodean.

Se me quedan muchas cosas en el tintero sobre el tema, pero no es cuestión de darlo todo en la primera mano, así que como se ve que esta esto va para largo, dejaré alguna carta y alguna baza para otro momento de la partida.

Mañana más y mejor. Un apretón de mano izquierda para todos.

domingo, 9 de septiembre de 2018

CUANDO FALTAN PALABRAS...




            Dice el saber popular que “el burro no es de donde nace sino de donde pace” y, como lo mío siempre ha sido dar la nota discordante, soy de los que creo que en muchas ocasiones no se cumple este dicho al pie de la letra; sobre todo cuando se lleva casi toda la vida de la ceca a la meca. Soy de los que llevo por bandera, por donde quiera que vaya, mi tierra; la que me vio nacer: San Cebrián de Mazote, Valladolid, Castilla..., y sin embargo… mi corazón patrio parece, tomando palabras del gran Alejandro Sanz, “partío”.

                Tirando de hemeroteca y datos estadísticos puedo decir que nací en un pueblo que por entonces, hace 47 años, tenía un censo de 385 habitantes (hoy día solo 147 según datos de 2017). Estas mismas fuentes nos cuentan que hace el mismo tiempo otra población de Cádiz, sí esa que alguno ya imagina, contaba con 623 vecinos censados, actualizados a 446 en este mismo 2017. No puedo presumir de haber nacido en el pueblo más pequeño de Valladolid (os digo que a muchos os sorprendería la despoblación rural de Castilla) pero sí de haber escogido Villaluenga del Rosario, el pueblo no solo más pequeño de la provincia de Cádiz sino también el que se encuentra en mayor altitud, como rincón donde huir de todo lo que en esta vida da miedo: la rutina, el estrés, la aglomeración de gente, y sí, porque no decirlo también: los problemas cotidianos.

                Si para mí fue la gran panacea descubrir este enclave gaditano en plena Sierra de Grazalema puedo extender este sentimiento al resto de mi familia. Cada uno nos hicimos un hueco en lo que necesitábamos cubrir como personas aunque bueno, cierto, unos más que otros o mejor dicho cada uno a su manera. Mara encontró la relajación y desconexión que necesitaba siendo como ella se declara “florecilla de asfalto”. Rodrigo y Fernando, con su corta edad entonces: 9 y 6 años, un mundo por descubrir  y yo… yo encontré mi paraíso natural donde hacer todo lo que me gustaba.

                Desde el momento en que el azar de un curso de formación scout me llevó a la calle Trabajosa y, en complicidad con esos amigos que me dieron “posada” en esa ocasión, me empujó a arrastrar conmigo a toda mi familia  encontré en este espacio lo que después llegué a denominar mi castillo, mi rincón, mi pueblo. Durante más de ocho años ha sido la válvula de escape que ha servido igual para un roto que para un descosido; para reuniones, para celebraciones, para vivir momentos que se han quedado grabados en nuestra corteza cerebral. Hemos sentido tan nuestro este pueblo de Villaluenga que en el día a día que disfrutábamos de él puede presumir de haber sido testigo no solo de momentos maravillosos y dulces sino también de amargos tragos de los que soy proclive siempre a olvidar y es eso, precisamente, lo que me hace ver hasta qué punto me zambullí en su vida, en su idiosincrasia, en sus cuestas, en sus fiestas, en sus tradiciones, en su piedra como si fuese un fósil que se queda atrapado para seguir siendo testigo durante milenios.

                Con el objetivo de mi cámara puedo deciros que los miles de “momentos” que capturé durante estos años superan con creces los 30 mil; sí, un 3 con cuatro ceros. Cualquiera podría pensar en que es una exageración pero no; como fotógrafo soy adicto a captar sensaciones, vivencias, sentimientos, estados de ánimo porque siempre he pensado que cualquier momento, bueno o malo, merece ser recordado para repetir o no por las conveniencias que la vida nos pone por delante.

                No es la idea la de extenderme demasiado en este artículo porque aun necesitando folios y folios siempre me dejaría en el tintero tantos párrafos, tantas palabras…  que intentaré condensar todo en algunos momentos vividos por mí y mi familia en el día a día, mejor dicho: fin de semana a fin de semana.

                Siempre he sido de aquellos a los que les gusta el trato en las distancias cortas. Puedo decir que las expectativas en este punto se han cubierto sobradamente y con todas las generaciones de Villaluenga; que igual he tomado vinos con los que por los años se han ganado el derecho a “dar consejo” como cervezas entre risas con los que ya soy yo quien por edad me voy ganando ese “derecho”. No voy a destacar ningún nombre porque, como decía el otro, quedaría feo olvidar alguno pero sí que hay una familia que en cierta manera se ha convertido en mía, mi familia payoya, porque el trato ha ido más allá de la charla acomodada, de la convidada. Gente que nos abrió su casa desde el momento en que llegamos. Una familia que han servido tanto de hombro como de palmada. Ellos saben quién son y mucha gente seguro que también y como no es cuestión ni momento de hacer reconocimientos entre otras cosas porque sé que ellos son enemigos de esto, no diré más que una palabra: GRACIAS.

                La excepción de no nombrar a nadie me la saltaré con José Miguel. Siendo él igual de dado a que no le sacasen los colores con halagos me apetece, me veo en la obligación como padre, darle su puesto en estas líneas. Fernando; qué os voy a contar de Fernando mi hijo… pues él encontró en la sencilla persona de José Miguel un referente. Fue de los pocos que supieron tener la mano izquierda para que sus palabras apaciguasen y frenasen su espontaneo carácter de niño curioso y extrovertido. Él sabía lo que estaba haciendo y lo que significaba su figura en la alocada cabecita de ese niño. Mara y yo lo hablamos en alguna ocasión con él y por supuesto, en su línea, le quitó toda la importancia. Fernando se siente payoyo, diría casi que es payoyo porque él sí ha elegido esa opción que solo un niño puede elegir. Un momento importante en su vida fue su 1ª Comunión y aunque la catequesis la recibió en Valdelagrana, en la parroquia que nos corresponde, eligió Villaluenga para esta celebración. Lo tenía muy claro, le daba igual que no hubiese celebración posterior; él quería tomar esa 1ª comunión en su pueblo: Villaluenga. José Miguel solo sonreía orgulloso cuando Fernando le contaba esa decisión. Su “marcha” fue dolorosa para todos pero sobre todo para Fernando.

                 También ha habido despedidas de gente conocida y querida para nosotros durante estos años y por suerte hemos visto nacer otros cuantos niños que han mermado esas pérdidas. En ocho años los hemos visto crecer a muchos niños y a niños convertirse en hombres. Esa es la vida: un devenir de personas. Todas te marcan, unas para bien, otras para peor pero siempre he sido de quedarme con lo mejor y aprender de los errores y puedo asegurar que el tiempo me ha demostrado que el aparecer un día por azar en Villaluenga fue de todo menos un error.

                Voy terminando con un hasta luego porque realmente, a pesar que ahora tengamos que espaciar más nuestros encuentros, en ese rincón gaditano de la Sierra de Grazalema, en el punto más alto habitado de la geografía de esta provincia, seguiré diciendo: me voy al pueblo, porque lo siento como mío y su gente han hecho que así sea.

                Mi infancia transcurrió entre las calles asfaltadas de Valladolid y las de tierra y piedras de San Cebrián y Tordehumos, pero a día de hoy puedo decir que soy vecino villalonguense, payoyo no porque ese es un mérito y título que solo ellos me pueden dar.

PD. Como ya advertía el título: Me faltan palabras así que como ya se dice que una imagen vale más que mil palabras, hago coincidir este artículo de mi blog (ciertamente abandonado) con la publicación en Facebook del álbum de todo lo vivido por nosotros durante la Feria de Villaluenga. Os invito a verlo pinchando en el enlace para entender todo lo escrito.
https://www.facebook.com/pg/Fotol%C3%B3car-142728496132583/photos/?tab=album&album_id=521045464967549

martes, 17 de octubre de 2017

VIENTO FRESCO


                Acabo de llegar de dar un paseo. Me lo ha pedido el cuerpo o, más bien, la cabeza. Después de una siesta de las que les gusta a mis amigos Beltrán y Esteban: de pijama y orinal, de esas de dejar caer la babilla, me puse al ordenador a intentar seguir con un curso online que tengo que terminar antes de fin de mes, pero no; hoy no era el día de hacerlo. No conseguía concentrarme y en eso mi cabeza me pidió que me levantase del teclado porque necesitaba tomar el aire.

                He llegado hasta el paseo marítimo y comenzado a andar a un ritmo inusual para mí, más que inusual, diría yo: pausado con una lenta cadencia. El aire soplaba de sur (la costumbre tan gaditana de poner nombre a los aires cuando en Castilla sopla y solo sopla, fuerte o suave, sin más) y siendo en la misma dirección se introducía en mis oídos para ayudarme a evadirme. Tras de mí iban dos señoras con el que supongo era el marido de una de ellas ya que la otra iba contando en vivo, y no en voz baja precisamente, la operación a la que se había sometido su sufriente Manolo con colonoscopia incluida y por supuesto con todo lujo de detalles. Mi paso pausado era similar al suyo, con lo cual no había manera de abstraerse de la conversación porque además no estaba dispuesto a aumentar mi ritmo para despegarme de ellos y cerrando los ojos me he concentrado en el sonido del aire hasta conseguir escuchar sólo eso… el aire. Y es que lo que mi cabeza pedía era eso: aire.

                Al llegar al final del Paseo opté por algo inusual en mí: bajar a la arena y hacer la vuelta por la arena, al ras que marcaba el agua de la bahía que jugando con la marea seguía bajando. Cambié el sonido del aire por el sonido del mar con sabor al salitre que se colaba por mis células olfativas. El sonido del agua con sus ondas golpeando la arena; algunos perros correteando y ladrando entre juegos, las gaviotas con sus llamadas y peleas por algún “tesoro” encontrado, me ha permitido relajarme y calmar mi cabeza oxigenada por ese momento y por supuesto me ha dado opción a pensar sosegadamente de los últimos acontecimientos.

                Una de las riquezas de España radica en la idiosincrasia de cada rincón de nuestra geografía. Ni que decir tiene, porque ya lo he expresado en muchas ocasiones, que a pesar de los años que llevo en Andalucía hay cosas que en mis neuronas y en mi ADN castellano no pueden cambiar. Sobre el papel puede verse más fácil que en la realidad, pero no es así. La Palabra para mí tiene un sentido de Honor y mal que le siente a más de uno y por supuesto con salvedades, aquí no es así; repito, cuestión de idiosincrasia. Utilizar el sentido común, reposado y bien acompañado por gente que tengo al lado, han hecho que elimine un artículo de mi blog en el que parece ser atentaba contra el honor de alguien, sin que por haberlo hecho deje de pensar, hasta el punto final, que éste no hacía más que poner nombre y apellidos a alguien que no solo me ha hecho daño a mí, sino a mi familia y sobre todo a mis hijos y a los principios que trato de inculcarles de respeto y educación.

                La conclusión a la que me ha llevado mi paseo de hoy tal vez sea solo una: la mesura. Y digo solo mesura porque no quiero decir desconfianza porque entonces yo dejaría de serlo en mi esencia.


                Un abrazo y apretón de mano izquierda.

Juan J. López Cartón