Desde hace
varias semanas andan las aguas revueltas. Varios episodios ocurridos de un
tiempo para acá han hecho que mi tranquilidad, mi serenidad se tambaleasen… y
mucho. Lo confieso yo, pero parece ser que ha sido demasiado evidente porque
mucha gente lo ha notado… será por esa “mala” costumbre que tengo de ser
transparente.
Diversos
“estados” de facebook y artículos de este mi Blog “Ultreya” que ya sabéis que
se presenta como --Cajón "desastre" de historias, vivencias, sensaciones y reflexiones de una vida aún en evolución, la mía--, han transmitido mi malestar o mejor dicho: mi
mal-sentir. Me consta que lo han transmitido porque, como decía antes, ha
habido gente que se ha percatado de ello y, obras de los hombres y no de Dios,
ahí es donde he descubierto cosas muy importantes que han hecho que tome la
decisión de empezar de cero en varios aspectos; como decía en uno de esos
estados de mi facebook en el que mencionaba la frase rehecha de Nietzsche “Lo que no te mata te hace más fuerte”.
Como digo,
he descubierto qué gente es la que me ha preguntado que qué me ocurría y quién
no lo ha hecho. Mucha de esta gente hizo simplemente una pregunta: “¿qué te pasa Juan?, parece que últimamente
andas revuelto”; otros con más confianza han servido de hombro conocido ya
de otros momentos a los que he abierto como siempre mi corazón.
Desgraciadamente, o más bien la vida me ha vuelto a demostrar, ha habido
hombros que se ofrecieron, incluso que por momentos parecieron paño de
lágrimas, que en el momento que realmente ha hecho falta se han retirado
convenientemente, incluso con una llamada telefónica pendiente que jamás llegué a recibir.
He expresado
claramente en innumerables ocasiones que para mí la Amistad y el Respeto están
por encima de creencias, religiones, opciones sexuales. Que como cristiano convencido,
aunque más de uno en su exacerbado y talibán criterio no crean que lo soy, como
seguidor y discípulo de Jesús de Nazaret mi obligación es aceptar a todos como
son: a la puta como puta, al homosexual como homosexual, a quien aborta como
alguien que sufre por una decisión de la que solo ella conoce el fondo: ¿Quién
soy yo para juzgar? (fíjate, esta misma frase la dijo un día el Papa Francisco
cuando le preguntaron, qué casualidad…).
Otra
observación: ¿Sabéis quién preguntó? Os lo voy a decir porque me da la gana. La
mayoría de los que se han interesado por mí han sido gente que ni le va ni le
viene mi vida pero se preocupa por los demás, algunos de ellos gente despreciada por muchos que se consideran
“buenos cristianos”. Aquellos que disfrazan su cristianismo con golpes en el
pecho y que se lamentan de la desgracia ajena mirándolo desde la barrera. Los
que se quedan con el titular y no buscan el origen y el desarrollo de la
noticia, los que aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando” piensan que el
mazo al que se refiere el refrán es para golpear, no para trabajar. Queda muy
bien eso de meterse en el barro, pero no es lo mismo hacerlo quitándose las
sandalias y metiendose hasta el cuello que poniéndose unas botas de pescador hasta el pecho para no pringarse
lo más mínimo. Por supuesto que otros de los que se han interesado, incluso
preocupado, son cristianos de los de arremangarse cuando hace falta echar mano
a las redes y que curiosamente también son de los que han sido “apartados” del
rebaño por ser ovejas negras, y nadie ha pensado la necesidad de que en todos
los rebaños haya ovejas negras, porque a la hora de la verdad la leche es igual
de blanca y se mezcla sin que el cántaro que la contiene se eche a perder, no
así los lobos disfrazados de ovejas blancas que ni dan leche ni dan nada de
nada; si acaso “mala leche”, y de esa mucha.
A nuestras
espaldas todos llevamos una mochila. Cada uno carga con aquella que se adecúa
más a su tamaño, pero nos encontramos con dos posibilidades: los que van a los
extremos y los que cuidadosamente llevan lo necesario compensando los pesos a
la hora de ir colocando lo que en ella meten.
Los
extremistas son aquellos que por miedo a no poder avanzar, o no atreverse a
soportar el peso, llevan su mochila vacía. Se pasan la vida pidiendo y
dependiendo de los demás cada vez que necesitan algo por miedo a que si gastan
lo poco que llevan en la suya se quedarán desamparados y que una vez que quien
se cruza en el camino le cede algo de lo suyo, siguen andando livianamente como
si no hubiese pasado nada, como si quien le dio de lo suyo fuese un mero
trámite. En este grupo también podemos encontrar los que llenan la mochila de
aire; aparentemente avanzan repletos de recursos, pero a la hora de la verdad
se tienen que limitar a vivir de los demás. Otros extremistas son los que van
echando de todo a su mochila. Les da igual si les servirá o no, la cuestión es
que como no se fían de nadie para pedir ayuda quieren ser autosuficientes del
todo y en ese acopio descuidado no se percatan que las costuras de su propia
mochila se van abriendo y resquebrajándose, perdiendo todo lo que creyeron
necesario de golpe y sin remedio de poder volver a usar esa mochila.
Hay gente
que por haber andado mucho, por todo tipo de pistas: carreteras, senderos, caminos,
pedregales, vergeles… han aprendido cómo y cuanto deben llenar su petate.
Cuidadosamente colocan las cargas pesadas pegadas a la espalda y repartidas por
igual para no cargar más de un lado que de otro. Lo que es de poco uso lo
colocan al fondo y reparten el resto de cosas para que, a pesar del peso, el
cuerpo sufra lo justo. No llevan cosas colgando de ella que puedan aparentar lo
fabulosos que son como excursionistas. Cuando algo queda en desuso o no es
necesario ya, se deshacen de ello o lo ceden a otro caminante que lo vaya a
necesitar.
Alguno puede
pensar que me he “despachado a gusto” y mira, no voy a negar esa evidencia;
como siempre: he dicho lo que pensaba, he descargado parte de lo que llevaba en
mi mochila que pensaba que me estaba sirviendo y que lo que realmente estaba
haciendo era coartarme en mi camino, no por coacción, sino por mi propia
prudencia; algo que desde la cuna me mostraron. Dicen que cada uno tiene lo que
se merece y los cristianos que siguen queriendo ver los toros desde la barrera,
los que aplauden las palabras de otros mientras ellos siguen con sus prejuicios
y su burka puesto creyendo que por ver el mundo desde la reja que les brinda
esa armadura invisible, cuando estos desde fuera les dicen las cosas es porque su vida es
mundana y mal encaminada, cuando en su propio examen de conciencia, si
realmente buscan en el fondo, el propio miedo es el que les hace creerse que
son mejores que los demás, queriendo hacer como los antiguos misioneros:
“evangelizar echando jarros de agua” y no metiéndose en la piel del que
necesita ser renacido para desde su posición y trabajo hacer un mundo más justo
lejos de lo que rezan papeles que de tanto manear están pasados y oscuros con
la propia suciedad que llevan las manos.
Un abrazo y
apretón de mano izquierda.
Juan J.
López Cartón.