lunes, 12 de enero de 2015

DE PRÓJIMOS Y PRÓJIMAS A PRIMOS Y PRIMAS


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            “Aviso a toda la población: el simulacro de paz y amor HA FINALIZADO; ya pueden guardar los langostinos, insultar a sus cuñados y suegros y disolverse”.

            Esta es una de las bromas que corren estos días, después de la Navidad, en los corrillos cibernéticos. Así leído a voz de pronto suena simpático pero, si lo reflexionamos con un poco de profundidad y una dosis de realidad, es tan real como la vida misma.

            Esta cabecera no quiere ser un nuevo artículo sobre la Navidad. Ya pasó y desde hace mucho tiempo intento llevar a cabo el “Carpe Diem” que aun sin yo saber lo que significaba, muchos lustros atrás, alguien plasmó en una de las carpetas que aún conservo de las convivencias y Pascuas juveniles en las que participé de chaval.

            También se ha escrito mucho en estos últimos días sobre la necesidad de la libertad de expresión, de la necesidad de no sentirnos amenazados por ningún motivo y menos que este sea la religión, aunque he de apostillar en este tema, al igual que un artículo que leí el otro día en prensa y la colaboración del viernes de mi esposa Mara, “Je ne suis pas Charlie”, porque por encima de la libertad creo que está el respeto y sobre todo el sentido común, con lo cual hemos de ser consecuentes con las consecuencias de nuestros actos, por duras y dolorosas que sean estas consecuencias, y por poco justificadas y muy desproporcionadas que sean las respuestas a esos actos.

            Yo que soy amante de cuentos e historias contaré una historia que mi amigo Antonio Torrejón nos contó hace tiempo para explicarnos la relación entre perdón y confianza, que curiosamente recuerda y en parte parece enfrentarse a aquella pregunta que le hicieron a Jesús de “Si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces he de perdonarle: siete?” y Jesús contestó, estoy seguro que además de con su eterna bondad, con su sabiduría y necesidad de hacernos pensar: “hasta setenta veces siete”. Pues bien; Una situación parecida ocurrió en que un hombre fue a pedir consejo sobre una traición que había sufrido por parte de un gran amigo al contarle un secreto y éste corresponder haciéndolo público de inmediato y la gran duda que le asaltaba si debía de perdonarle por la traición y dejar de ser su amigo o cómo había de actuar. La respuesta era sencilla: no había motivo de dejar de lado la amistad, lo que el sentido común mandaba en ese caso que jamás debía de volver a confiarle un secreto, pues más que la amistad, lo que había traicionado era la confianza.

            Cuando la vida nos brinda la oportunidad de formar parte de un grupo, de un colectivo, de una familia, está claro que tiene que haber cosas que nos unen a ese conjunto de personas con las que decidimos compartir nuestro tiempo y nuestra vida. En un primer momento siempre suele ocurrir que todo va como la seda; a fin de cuenta nos juntamos porque tenemos cosas en común: gustos, actividades, sentimientos… pero también es cierto que el tiempo es un juez que nos va marcando la senda y justa o injustamente, marca también las pautas y las “mochilas” que cada uno llevamos y rellenamos con las cosas que nos crean apego. La cuestión es que esas “mochilas” influyen en nuestras relaciones con los demás y; si bien nosotros seguimos siendo las mismas personas que comenzaron ese camino común, nuestros “anexos”: novias, creencias religiosas, opciones políticas, familias, hacen que ante ciertos estímulos nuestros compañeros de andanzas reaccionen de manera que choca con lo que pensábamos que era. Por esa amistad, por ese cariño, por ese amor que profesamos al prójimo correspondiente somos capaces de hacer oídos sordos y dejarnos poner la venda en los ojos para no ver ni oír lo que no nos interesa o mejor dicho: lo que interesa no oír y no ver con tal que esa complicidad no se vea mermada. En ese momento somos prójimo, porque actuamos como Jesús nos pedía al cerrar los ojos y taparnos los oídos perdonando setenta y setecientas veces siete, pero no nos damos cuenta que lo que realmente estamos haciendo es el primo.

            Al igual que el perdón es conveniente, incluso necesario para nuestra salud espiritual y mental, es necesario el aprender a “no volver a confiar un secreto al que nos traicionó”, y sin necesidad de dejar mostrar esa amistad, ese amor, sí es conveniente aprender a no ser primos.

            En cuanto el respeto a los mayores ocurre a veces algo parecido: Es necesario respetar a los mayores; por educación y porque como tal merecen ese respeto… aunque ¿siempre es merecido? Aquí a veces también pecamos de primos, porque si bien el mayor merece respeto, cosa que ya en otros artículos dejé plasmado, el mayor se debe de hacerse merecedor de ese respeto mostrando a su vez respeto por el pequeño. Nos encontramos a veces con la situación de tener que tomar partido por alguien cuando vemos que por seguir las pautas que nos marcaron nuestros padres (nuestros mayores por excelencia a la hora de empaparnos de modales y educación), vemos como somos humillados y manipulados por quien debe mostrarse más respetuoso si cabe. ¿Hemos de renunciar a ese respeto? NO; claramente no. Hacerlo sería, a parte de una grosería y muestra de falta de coherencia si queremos ser respetados, la peor manera de tratar al prójimo. Se puede ser respetuoso, como se diría en argot deportivo, de pizarra. De esa manera, al igual que no dejamos de ser amigos del que nos traiciona, nos hacemos también merecedores de ese respeto que mostramos; aunque claro, para ser respetuoso y no primo hay que cortar con el prójimo en cuestión y dejar hacer ciertas cosas que, con tal de complacer, antes hacíamos y por las que recibíamos incomprensiblemente, la obligatoriedad del cumplimiento de esas acciones.  Para ello está claro que necesitamos el apoyo y la confianza de la persona que aportó ese “extra” a nuestra relación.

            Mucha gente me habrá dicho y habrá oído de mi boca que yo nací tonto (primo) y no puedo cambiar; aunque es cierto que los años te enseñan a distinguir la diferencia entre ser prójimo y ser primo, y poco a poco, la madurez te da la oportunidad de discernir del momento en que has de ser prójimo y cuando, aunque el otro piense que te la está pegando, ser primo.

            Recibid un cordial saludo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

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