lunes, 15 de junio de 2015

AMISTAD CON BURKA



            Desde hace varias semanas andan las aguas revueltas. Varios episodios ocurridos de un tiempo para acá han hecho que mi tranquilidad, mi serenidad se tambaleasen… y mucho. Lo confieso yo, pero parece ser que ha sido demasiado evidente porque mucha gente lo ha notado… será por esa “mala” costumbre que tengo de ser transparente.

            Diversos “estados” de facebook y artículos de este mi Blog “Ultreya” que ya sabéis que se presenta como --Cajón "desastre" de historias, vivencias, sensaciones y reflexiones de una vida aún en evolución, la mía--, han transmitido mi malestar o mejor dicho: mi mal-sentir. Me consta que lo han transmitido porque, como decía antes, ha habido gente que se ha percatado de ello y, obras de los hombres y no de Dios, ahí es donde he descubierto cosas muy importantes que han hecho que tome la decisión de empezar de cero en varios aspectos; como decía en uno de esos estados de mi facebook en el que mencionaba la frase rehecha de Nietzsche “Lo que no te mata te hace más fuerte”.

            Como digo, he descubierto qué gente es la que me ha preguntado que qué me ocurría y quién no lo ha hecho. Mucha de esta gente hizo simplemente una pregunta: “¿qué te pasa Juan?, parece que últimamente andas revuelto”; otros con más confianza han servido de hombro conocido ya de otros momentos a los que he abierto como siempre mi corazón. Desgraciadamente, o más bien la vida me ha vuelto a demostrar, ha habido hombros que se ofrecieron, incluso que por momentos parecieron paño de lágrimas, que en el momento que realmente ha hecho falta se han retirado convenientemente, incluso con una llamada telefónica pendiente que jamás llegué a recibir.

            He expresado claramente en innumerables ocasiones que para mí la Amistad y el Respeto están por encima de creencias, religiones, opciones sexuales. Que como cristiano convencido, aunque más de uno en su exacerbado y talibán criterio no crean que lo soy, como seguidor y discípulo de Jesús de Nazaret mi obligación es aceptar a todos como son: a la puta como puta, al homosexual como homosexual, a quien aborta como alguien que sufre por una decisión de la que solo ella conoce el fondo: ¿Quién soy yo para juzgar? (fíjate, esta misma frase la dijo un día el Papa Francisco cuando le preguntaron, qué casualidad…).

            Otra observación: ¿Sabéis quién preguntó? Os lo voy a decir porque me da la gana. La mayoría de los que se han interesado por mí han sido gente que ni le va ni le viene mi vida pero se preocupa por los demás, algunos de ellos gente  despreciada por muchos que se consideran “buenos cristianos”. Aquellos que disfrazan su cristianismo con golpes en el pecho y que se lamentan de la desgracia ajena mirándolo desde la barrera. Los que se quedan con el titular y no buscan el origen y el desarrollo de la noticia, los que aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando” piensan que el mazo al que se refiere el refrán es para golpear, no para trabajar. Queda muy bien eso de meterse en el barro, pero no es lo mismo hacerlo quitándose las sandalias y metiendose hasta el cuello que poniéndose unas botas de pescador hasta el pecho para no pringarse lo más mínimo. Por supuesto que otros de los que se han interesado, incluso preocupado, son cristianos de los de arremangarse cuando hace falta echar mano a las redes y que curiosamente también son de los que han sido “apartados” del rebaño por ser ovejas negras, y nadie ha pensado la necesidad de que en todos los rebaños haya ovejas negras, porque a la hora de la verdad la leche es igual de blanca y se mezcla sin que el cántaro que la contiene se eche a perder, no así los lobos disfrazados de ovejas blancas que ni dan leche ni dan nada de nada; si acaso “mala leche”, y de esa mucha.

            A nuestras espaldas todos llevamos una mochila. Cada uno carga con aquella que se adecúa más a su tamaño, pero nos encontramos con dos posibilidades: los que van a los extremos y los que cuidadosamente llevan lo necesario compensando los pesos a la hora de ir colocando lo que en ella meten.

            Los extremistas son aquellos que por miedo a no poder avanzar, o no atreverse a soportar el peso, llevan su mochila vacía. Se pasan la vida pidiendo y dependiendo de los demás cada vez que necesitan algo por miedo a que si gastan lo poco que llevan en la suya se quedarán desamparados y que una vez que quien se cruza en el camino le cede algo de lo suyo, siguen andando livianamente como si no hubiese pasado nada, como si quien le dio de lo suyo fuese un mero trámite. En este grupo también podemos encontrar los que llenan la mochila de aire; aparentemente avanzan repletos de recursos, pero a la hora de la verdad se tienen que limitar a vivir de los demás. Otros extremistas son los que van echando de todo a su mochila. Les da igual si les servirá o no, la cuestión es que como no se fían de nadie para pedir ayuda quieren ser autosuficientes del todo y en ese acopio descuidado no se percatan que las costuras de su propia mochila se van abriendo y resquebrajándose, perdiendo todo lo que creyeron necesario de golpe y sin remedio de poder volver a usar esa mochila.

            Hay gente que por haber andado mucho, por todo tipo de pistas: carreteras, senderos, caminos, pedregales, vergeles… han aprendido cómo y cuanto deben llenar su petate. Cuidadosamente colocan las cargas pesadas pegadas a la espalda y repartidas por igual para no cargar más de un lado que de otro. Lo que es de poco uso lo colocan al fondo y reparten el resto de cosas para que, a pesar del peso, el cuerpo sufra lo justo. No llevan cosas colgando de ella que puedan aparentar lo fabulosos que son como excursionistas. Cuando algo queda en desuso o no es necesario ya, se deshacen de ello o lo ceden a otro caminante que lo vaya a necesitar.

            Alguno puede pensar que me he “despachado a gusto” y mira, no voy a negar esa evidencia; como siempre: he dicho lo que pensaba, he descargado parte de lo que llevaba en mi mochila que pensaba que me estaba sirviendo y que lo que realmente estaba haciendo era coartarme en mi camino, no por coacción, sino por mi propia prudencia; algo que desde la cuna me mostraron. Dicen que cada uno tiene lo que se merece y los cristianos que siguen queriendo ver los toros desde la barrera, los que aplauden las palabras de otros mientras ellos siguen con sus prejuicios y su burka puesto creyendo que por ver el mundo desde la reja que les brinda esa armadura invisible, cuando estos desde fuera  les dicen las cosas es porque su vida es mundana y mal encaminada, cuando en su propio examen de conciencia, si realmente buscan en el fondo, el propio miedo es el que les hace creerse que son mejores que los demás, queriendo hacer como los antiguos misioneros: “evangelizar echando jarros de agua” y no metiéndose en la piel del que necesita ser renacido para desde su posición y trabajo hacer un mundo más justo lejos de lo que rezan papeles que de tanto manear están pasados y oscuros con la propia suciedad que llevan las manos.

            Un abrazo y apretón de mano izquierda.


            Juan J. López Cartón.

lunes, 8 de junio de 2015

LA BERREA DEL CAMPO GRANDE


            Hace tiempo, no mucho para unos aunque demasiado para otros, la vida era más sencilla. Nacer no era sinónimo de complicación sino de felicidad. Vivir no era una competición sino aquello de lo podíamos disfrutar.

            Hace tiempo, cuando la vida se vivía al minuto sin tener que pensar en todos los riesgos del mundo poniendo la tirita antes que la herida, cuando en los coches cabían los que entrasen y el cinturón de seguridad se enganchaba cuando “salías a carretera”. Cuando primaba la calidad de vida en vez de la cantidad y solo los privilegiados y los emigrantes en busca de trabajo conocían el extranjero.

            Las grandes ciudades eran grandes pueblos donde la gente se conocía y se saludaba por la calle, porque se paseaba con la mirada hacia delante sin necesidad de mirar al suelo para esconderse de nadie. Cuando no había reparo ni prisas por llegar a los sitios porque siempre se salía de casa con tiempo suficiente para ser puntual aunque te parases con cualquiera a charlar.

            Las aceras de las calles en los barrios eran un mural de circuitos pintados con tiza para las carreras de chapas y si había un pequeño agujero no era un bache, sino un boquete perfecto para jugar al “gua” con las canicas. La teja rodaba para jugar a la rayuela o incluso cuando los coches no pasaban, se jugaba al burro o al “churro, media manga o manga entera” haciéndose dueños de la calle. Los niños repartían su vida entre el colegio, la casa y la calle, sin peligro ni miedo a nadie más que al hombre del saco. Las calles “muertas” eran el campo de futbol perfecto donde las puertas metálicas de las cocheras se convertían en porterías y el partido terminaba cuando desde alguna ventana algún vecino protestaba y reñía sin miedo a ser encarado o amenazado por ningún niño que no le dejaba dormir la siesta por los balonazos en las traseras.

            Cuando el padre mandaba al hijo a por tabaco al estanco o al bar, o a por vino a la bodeguilla sin tenerse que plantear que le estabas incitando a nada. Cuando la zapatilla servía además de para andar por casa para dar un zapatillazo merecido, sin miedo a que nadie te denunciase por malos tratos o viniesen los Servicios Sociales a quitarte a tu díscolo hijo.

            Cuando si querías leer el periódico solo tenías que bajar al bar a tomarte un vino con los vecinos del barrio. Cuando el periódico servía además de contar noticias para envolver el pan, el pescado o cualquier cosa porque nadie se moría por una supuesta ingestión de tinta.
            Cuando los niños comenzaban el colegio sin “periodos de adaptación” y ninguno sufría ningún trauma por ello en su edad adulta. Las ratios no existían y en las aulas se trataba de usted al maestro. Ellos trataban de enseñar y de ser maestros; no amigos. Si un niño tenía algo con otro lo solucionaban en el “descampao” del barrio y después todos juntos jugaban un partido de fútbol donde los postes eran dos piedras y el larguero lo marcaba la altura a la que pudiese llegar el que hacía de portero.
            Durante el curso nadie pensaba cuando era la próxima excursión, porque sabías que como mucho habría una al final después de la “quinta evaluación”, y no hacía falta que fuese a ningún parque temático; era suficiente ir a cualquier sitio porque lo que querías era pasar el día con tus compañeros y armar el follón en el autobús cantándole al conductor de primera que nunca se reía.

            Cuando castigar a un hijo era muy sencillo, bastaba con que no bajase a la calle o quedarse sin ver la tele. Los padres no tenían que pensar de todas las cosas que tenía el niño cual era lo que más le dolería que le quitasen.

            Cuando se recibían regalos sólo cuando venían lo Reyes, y con suerte por el cumpleaños. Para soplar las velas no se necesitaba ir al burguer ni invitar a toda la clase, lo celebrabas con tu familia y como mucho algún vecino, porque los vecinos eran uno más de la casa. Ese día, para que todos supiesen que cumplías años lo único que tenías que hacer era llevar caramelos a clase y un puro al maestro, y nadie pensaba que estabas haciéndole la pelota por ello.

            Las vacaciones eran de andar por casa: de casa de la ciudad a casa del pueblo y eran maravillosas porque aunque hacías lo mismo que en la urbe, allí todo se multiplicaba por mil y te reencontrabas con todos los primos y lo mismo daba dónde comieses o dónde cenases porque a tu casa solo llegabas de la plaza del pueblo para irte a dormir.


            Los domingos, después de ir a misa, se tomaba el vermut y los niños tomaban un mosto. Por la tarde se salía de paseo y allí en mi querida Valladolid al Campo Grande donde, por un tiempo, se llegó a escuchar la berrea y aún hoy día, en lo remoto del tiempo, mucha gente sigue escuchándola…

lunes, 1 de junio de 2015

METONIMIAS DE LA VIDA ("Por el interés te quiero Andrés")



            “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…” que cantaba Rubén Blades a Pedro Navaja.

Cumplir años te permite, entre otras muchas cosas, no sorprenderte en absoluto cuando algunas cosas suceden. Cuando un niño o un joven disfrutan de una situación, actividad o una compañía y sin comprender los motivos se da cuenta que las “normas” de todo ello han cambiado sin venir a cuento, generalmente reacciona revelándose y preguntándose qué es lo que cambió o qué es lo que hizo él para que algo que le hacía sentirse feliz se tornase en desazón. Los años en una persona son como la vista: durante toda tu vida tienes los mismos ojos, pero estos al igual que la visión de las cosas van evolucionando aunque eso sí, a la inversa.

Cuando eres joven tus expectativas hacia lo que emprendes es de confianza ciega en que si te llega o lo alcanzas algo es buena señal y hay que aprovechar la ocasión sin valorar los posibles reveses que pueden tornar todo ello en desolación y en fracaso; la visión de esas expectativas está nublada por unas “cataratas” que hacen que solo veas lo positivo, cosa buena por otra parte, pero sin sopesar los posibles riesgos cuando las cosas van evolucionando. Cuando vas madurando, al igual que cuando vas creciendo, tu vista evoluciona como he dicho antes a la inversa: ves las cosas más claras; aceptas los retos, arriesgas con ellos pero también eres consciente que las cosas no son así de fáciles ni sencillas, con lo que te previenes de las consecuencias que pueda tener un fracaso. Esto hace que, sin que dejen de sorprenderte los sucesos, tengas una visión periférica más amplia que cuando eres joven y te las prometes todas, por lo que afrontas los hechos como algo que “se veía venir” porque además eres capaz de analizar todo el contexto que llevó al inicio de esa acción y los motivos que han hecho que evolucione hasta el punto en el que tú mismo decides que sea el punto y final.

Se suele decir que cuanto más alto llegues más dura será la caída y al igual que con la visión que tenemos de las cosas este dicho también depende de la edad, porque la vida es como una tremenda pared que hay que escalar en la que nuestros padres se encargan de colocarnos el arnés y regalarnos nuestra primera cuerda para comenzar ese ascenso. Cada escalador decide quién es la persona que desde abajo le va a asegurar teniendo plena confianza en él porque su vida pende de eso. Conforme vas ascendiendo vas colocando tus “cintas express” en las “chapas” para crear puntos de anclaje intermedio. Sigues ascendiendo con la fe ciega en la persona que desde abajo sigue dándote cuerda para avanzar y sin sopesar que a quien tienes con los pies en el suelo es una persona, y que también nosotros tenemos fallos, con lo que no cuentas con la posibilidad de que al fallarte un agarre puedas caer hasta la última chapa que enganchaste. Confías en tu fuerza y en tu pericia a la hora de encontrar una mínima grieta en la que introducir tus dedos. Llegas a creer que eres tú quien tiene la opción de triunfar o caer y por momentos se te olvida la comunicación que debes tener con el auténtico seguro de tu vida, la persona que con sus manos y su “grigri” puede frenar tu caída por exceso de confianza. Cuando eres veterano corres los mismos riesgos, pero sabes de la importancia de estar en continua comunicación con quien te asegura, conoces que hay agarres más peligrosos que otros, y ves la escalada siempre con los posibles riesgos que conlleva un fallo que sabes que puede llegar aunque no lo busques y si llega, sabes de qué manera puedes reaccionar para minimizar los daños.

Desgraciadamente cuando avanzas en la vida te das cuenta que todo el mundo tiene una “vocación” frustrada: ser banquero. Sí, así de claro: desde que nacemos lo hacemos todo por interés y en eso nadie me lo puede discutir, porque es algo tan cierto como natural en el ser humano. Un niño necesita ser interesado para vivir, se acostumbra a depender de ese interés durante toda su infancia porque eso le da seguridad mientras vive en la burbuja que supone el hogar familiar. Se van cumpliendo años y nos acomodamos tanto a hacer las cosas por interés porque descubrimos que es una manera ya no de vivir, sino de sobrevivir. Una simple sonrisa puede producir un interés de otra sonrisa, de un favor, de un amor correspondido…

Ese interés inocente se transforma con los años en un redundante interés interesado. La sonrisa, el alago que sale de nuestros labios en demasiadas ocasiones busca un fin que no tendría que ser necesario. Podríamos vivir sin problemas sin ese favor ajeno, pero ese favor, esos réditos que nos cobran buscan también un fin, porque muchas veces las condiciones favorables que justifican el interés, al igual que los bancos, cambia sin venir a cuento en el propio beneficio de quien te está “prestando la sonrisa”. El banquero juega continuamente con esos intereses, pero se olvida que quien realmente tiene la potestad para romper la relación mercantil es quien paga, no quien cobra. El resultado generalmente es cambiar de banco a otro que respete todas las cláusulas que constaban en el contrato inicial. La ruptura suele ser más traumática para quien más pierde, ese que se acostumbra a recibir a cambio de unas migajas de interés interesado; una ruptura generalmente silenciosa, sin bombo ni platillo ni falsos boatos que llevaron a la firma del contrato.

Recibid un fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.


Juan J. López Cartón.

lunes, 25 de mayo de 2015

EN TODAS PARTES CUECEN HABAS...


            Escribo estas palabras un sábado. Aunque para algunos no es un sábado normal, porque les gusta más llamarlo “día de reflexión” ante la cita de mañana con las urnas, para mí es un sábado más porque llevo ya demasiado tiempo observando y reflexionando ante el panorama electoral que tenemos. Bueno, no es un sábado más ya que por circunstancias este fin de semana me toca quedarme en El Puerto en vez de disfrutar de mi retiro semanal en Villaluenga; eso es lo único que hace que para mí no sea un sábado más.

            Yo, poco dado a hablar de política; con mis propias ideas por supuesto, respetando siempre las ideas de los demás, quiero expresar mi opinión y que lo que conocí en mis primeros años de “votante censado” como campaña electoral no tiene nada que ver con lo que hoy día entienden como tal la clase política y sus más exacerbados seguidores.

             “En todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas” dice un refrán castellano. Lo que parece ser es que todos se quedan con la primera parte del dicho y se olvidan de la segunda. Ni pertenezco ni es mi idea pertenecer a ninguna sigla; es más, si lo hiciese estaría acojonado como César cuando dijo aquellas palabras de “Tu quoque fili mi”, porque está visto que en el panorama actual nadie puede poner la mano en el fuego por nadie. Cualquiera que milite en un partido político debe estar con las carnes abiertas, porque ya está más que demostrado que en el dicho de “la mujer del César no solo tiene que ser decente, sino también parecerlo”  se quedan solo con lo de “parecerlo” y llenándoseles la boca hablando de las bondades de sus representantes  en cualquier momento pueden necesitar utilizar el latín como hizo Julio César mientras su hijo Bruto le apuñalaba.

            Y es que parece ser que las reglas del “juego” han cambiado. Los supuestos quince días previos a cualquier cita electoral se han ampliado a un permanente periodo de broncas, olvidando lo que se supone que es el fin de una campaña electoral: dar a conocer un “programa” para que los votantes puedan optar por el partido político que más les represente.

            No es normal que en un país, supuestamente democrático, en el que los políticos miran únicamente por los ciudadanos y por la economía de éstos, con la que está cayendo, haya que gastarse en un año plenamente electoral (supuestamente dos citas, ampliadas gracias a la Junta de Andalucía  y la Generalitat de Cataluña a cuatro, posiblemente cinco si se repite alguna) más de 420 millones de “leuros” en toda la parafernalia, de los que más de 160 millones son subvenciones para los partidos políticos (por cierto, un 84% más que en 2014 por aquello de ser año electoral). No cuento los 105 millones que costaron hace unos meses las “europeas”. Dinero que sale de los bolsillos maltrechos de TODOS los españoles, voten o no, estén afiliados o no a cualquier partido. Yo desde luego lo veo una TREMENDA VERGÜENZA, así de sencillo, mientras el 27 % de la población en España está en riesgo de pobreza o exclusión social, y a aquellos que nos representan no les tiembla la mano a la hora de firmar estas cantidades en los presupuestos para “beneficio de la democracia”.

            Es más, con datos de diciembre de 2012, los partidos políticos españoles debían a las entidades financiaras más de 237 millones de “leuros”, cantidad que en año electoral aumenta, ya que hay que pagar los “gastos obligados de campaña”. Nos echamos las manos a la cabeza porque se llegó a sugerir que estos bancos condonasen dicha deuda. Estos mismos bancos que son capaces de dar patadas a diestro y siniestro para ECHAR DE SUS CASAS, a cualquiera; bueno, no a cualquiera, solo a los que no tienen dinero para defenderse de semejantes LADRONES. Para cuando un desalojo, un desahucio o un embargo de una sede política, para cuando una “dación en pago” que más de uno de a pie firmaría ya mismo con tal de no arruinarse la vida.

            Decía antes que parece ser que las “reglas” del juego electoral han cambiado. Llevo tiempo en que me da asco ver noticias de política en prensa, televisión, internet, y demás medios a mi alcance. Llevo tiempo observando el cinismo con que muchos defienden sus ideas políticas a costa de machacar a los que no piensan igual, incluso poniendo en juego sin ningún pudor relaciones de amistad de muchos años atrás. Un cinismo que en el caso de algunos políticos hacen que se me revuelvan las tripas, y digo políticos y no Partidos, porque cuando yo hablo en nombre de un colectivo el que habla soy yo, no el colectivo, por lo que el que hiere no es otro que el que abre la boca o escribe la ofensa aun conociendo la realidad del grupo al que representa.

            Nunca antes, en los previos de ninguna cita electoral, se había llegado al nivel de insultos, menosprecios, ofensas y groserías que se ha alcanzado en los últimos meses. Los mítines-batallas electorales clásicos en la calle han pasado a igualarse dentro y fuera de las Cámaras Institucionales. Ya no es necesario asistir a uno de ellos para escuchar las bravuconadas del candidato de turno, solo hay que leer la prensa o ver la televisión para ver una mala copia de aquellos inmortales de los que “solo puede quedar uno”, como si de la arena del Coliseo se tratase. Este es el ejemplo que ellos, garantes de la democracia y de los valores humanos, trasmiten a la sociedad: “te puedo decir lo que me dé la real gana, echarte toda la mierda del mundo encima en voz alta, que es lo que hay y lo que vale: ¿te enteras?”, con la consiguiente llevada de manos a la cabeza cuando entre niños escuchamos las discusiones que oímos en la calle.

            Y ¿qué me dicen de la “pelea de los carteles”?. A parte del dinero tirado para ver los caretos photoshopeados del candidato que solo vemos por la calle cuando pide el voto “prestado”, la apariencia de anuncio de la llegada del circo a cualquier pueblo o ciudad cuando paseas por la calle, el “no pongas tu cartel encima del mío”, el “yo escojo los mejores sitios y te jodo tu campaña”… fíjate que la mejor reflexión para un día como hoy sería organizar una gran “despegada de carteles” para que los espacios públicos recuperasen su apariencia. Un signo inequívoco de reflexión en el que la mejor manera de no hacer campaña sería retirar esos postines para que realmente se pueda reflexionar el voto dando un paseo sin necesidad de marearse viendo siglas y papeles pegados con cola de la mala que se despegarán y volarán provocando incluso un accidente de tráfico.

            Señores políticos, afiliados, simpatizantes, defensores… Hagan el favor de, en loor del sentido común y la educación, ser contrincantes dignos. Nadie pretende que se “coman la boca” por las esquinas, pero al menos demuestren que tienen la gallardía de ser  personas y no ladrones de votos. Porque si ustedes viven en mi casa porque no me queda otro remedio, y no puedo echarles de ella por tener el mismo derecho que yo de morar dentro, no me hagan tener que coger las maletas e irme a cocer habas a otra parte.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.


            Juan J. López Cartón.

lunes, 18 de mayo de 2015

LA SOGA DEL AHORCADO Y EL FUNAMBULISTA


            Muchas veces la vida es un continuo paseo hasta el patíbulo. Tomamos decisiones inadecuadas y resultamos reos de nuestras propias acciones. Cuando estamos en el patíbulo, cuando notamos la aspereza de la pita trenzada que acaricia nuestro cuello, cuando nuestras piernas y nuestro cuerpo entero tiemblan como una hoja mecida a su antojo por una suave brisa, cuando miramos al cielo o al infierno diciendo que no merecemos tal condena, de reojo adivinamos al verdugo sujetando la palanca que activará el mecanismo que hará que el suelo de madera que pisamos desaparezca bajo nuestros pies. Si tenemos suerte el alguacil se te acercará y nos ofrecerá esa última voluntad, ese último pitillo, que aun sabiendo que después no habrá otro, fumamos con el ansia del que no espera que amanezca al día después.

            Esta imagen a la gran mayoría os habrá transportado al sofá de casa mientras veíais una película del oeste de las de antes. La vida de todos, por lo limitado de su duración, porque en ella surgen, se quedan y se van continuamente los personajes, con un “actor protagonista” que es el dueño del guion y se suceden los acontecimientos, desdichas y alegrías de los que en ella participan, vista por los demás desde su “cómoda butaca” puede resultar también una película.

            ¿Cuántas veces a lo largo de esa película que es nuestra vida nos encontramos subidos al patíbulo? Todas esas veces en las que parece que una situación nos ha llevado a una vía muerta en la que ya no hay posibilidad de avanzar.

            Conocemos la dificultad de educar unos hijos que con todo el cariño, mimo y cuidado hemos procurado que aprendiesen a hacer las cosas bien. Ellos, como seguro que en su día hicimos los demás, se empeñan casi siempre involuntariamente en hacernos sentir con la soga al cuello con multitud de situaciones en las que el “tira y afloja” se hace insoportable y en cierta manera estás deseando que el verdugo accione esa maldita palanca para detener la continua preocupación de intentar hacer las cosas bien.

            En unos momentos en los que ese trabajo que nos mantiene a nosotros y nuestras familias se convierte en una tortura día a día, porque nos sentimos desmotivados, doloridos o maltratados. Una alegría que se supone “bendita” por el hecho de tener un privilegio, que a otros muchos les falta, puede llegar al punto de desear no quererse levantar un día para ser cómplice de una vida que hemos llegado a aborrecer por momentos.

            Situaciones en las que el vil metal nos marca el camino hacia el precipicio. Un mal cálculo, un gasto inesperado, una mala planificación o simplemente mala suerte a la hora de considerar que somos dueños de nuestros gastos cuando las obligaciones y ocasiones te llegan de la manera más insospechadas. Una vida en las que llevamos haciendo números y cávalas para que todo nos cuadre; que parece que, como si de un puzzle se tratase, tenemos todas las piezas ordenadas y colocadas para que todo salga bien y sin saber por qué las piezas se dan la vuelta y descubrimos que no encajan como encajaban un minuto antes. Ese castillo de naipes que hemos ido levantando con todo el cuidado, colocando suavemente cada una de las cartas y por un mal cálculo todo se viene abajo.

            Ese “santuario” que tanto nos costó encontrar; en el que día a día fuimos depositando tiempo, ilusiones y planes. Un “santuario” en el que cuidamos con todo detalle que nadie llegase a profanar su calma, su silencio y sentimos cómo poco a poco se convierte en un mercado lleno de voces y de trasiego. Que descubrimos cómo motivos ajenos a él ponen en peligro su existencia y van arrancando cada una de las causas que hicieron y hacen de él nuestro sitio sagrado. Conseguir mantener ese rincón puede convertirse también en las manos del verdugo que ajustan la maldita soga que hace que nos cueste respirar.

            A veces nuestra vida también la podemos comparar con el funambulista que, si bien no se encuentra en un punto final de la vida, tiene ante sí un estrecho, duro y doloroso camino en el que un solo error le puede hacer caer al abismo.

            Nos preguntamos a diario porqué debemos subir a lo alto de la torre de la que pende el cable de acero que será nuestro camino. Con solo una pértiga que nos dará o nos quitará el equilibrio damos un primer paso que sabemos que no será el último porque mientras haya cable tendremos que seguir avanzando. En el cable no existe escapatoria posible. Solo la determinación de avanzar será la que nos haga llegar al final.

            Buscamos la posibilidad de encontrar un cable más grueso por el que avanzar, un camino más cómodo que evite el dolor que causa en nuestros pies la marca del puñetero acero clavándose bajo nuestras plantas.

            Un camino en el que no hay espacio para compañía alguna. A un extremo y a otro del cable se mezclan los gritos de la gente que nos apoya y la gente que está deseando que caigamos. No nos podemos permitir un segundo de distracción para discernir ni distinguir de quién es cada una de las voces que escuchamos porque necesitamos toda nuestra concentración para avanzar y no caer. Sólo el llegar al final nos mostrará a los que nos abrazan y se alegran y a los que abandonan el sitio tras su fracaso de no habernos visto perecer.

            En ocasiones la pelea y el peligro no se encontrará solo bajo nuestros pies sino también en nuestra cabeza. La continua tentación a darnos por vencidos y dejar de avanzar; dejarnos caer para terminar con el suplicio, será una batalla más que tendremos que afrontar.

            Unas veces en el patíbulo, otras veces sobre el cable de acero, la cuestión es que nunca nos podemos dar por vencidos. Por supuesto que lo fácil, lo cómodo es dejar que el curso de los acontecimientos nos hagan terminar colgados de la soga o caídos al vacío pero hemos de ser combatientes y no dejar de luchar por seguir retomando un camino con más o menos dificultades pero en el que hay espacio para la compañía de los que queremos se hagan compañeros de nuestra vida.

            Recibid un fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.


            Juan J. López Cartón.

lunes, 11 de mayo de 2015

BUSCAR TRES PIES AL GATO


            El ser humano es la única especie del planeta capaz de empeñarse en encontrar agua en medio del desierto y brasas candentes en medio de un glaciar con tal de salirse con la suya y decir que él tenía la razón (pensamiento personal).

            Hacía mucho que parecía que había desaparecido. Solo en pequeños círculos de gente muy concreta se seguía hablando casi desde la clandestinidad de ello. La imagen que encabeza este artículo es una prueba más de ello, en cuanto que he perdido la cuenta de las veces que me han preguntado “¿qué es eso que llevas colgado al cuello?”. Cuando les explicas lo que es y sobre todo lo que significa, en su cara se suele dibujar una expresión mezcla de sorpresa y de pensar: “sí realmente eres un bicho raro” pero no, esta cruz “tan curiosa” simboliza mucho más de lo que se puede ver con una simple mirada.

            Una vez más la prensa está “desempeñando” su papel en este teatro que es la sociedad. Llevamos  tiempo ya, se podría decir que desde que Francisco se sentó en la silla de Pedro, que estas cuatro palabras: “Teología de la Liberación” parece que quieren que se vuelvan a leer y a escuchar; como si hablásemos de algo que podemos tratar igual que una moda vintage, que vuelve con el tiempo, cuando jamás dejó de estar presente.

            El primer titular que sonó fuerte fue aquel en que Francisco se reunía en privado con Gustavo Gutiérrez Merino, promotor y evangelizador para unos, díscolo y revolucionario para otros. Después han ido surgiendo de vez en cuando, sin prisa pero sin pausa, distintos artículos y documentos; alguno de ellos para revolcarse de la risa por el trasfondo que buscaban en un momento en que la Iglesia como Institución está dando mucho que hablar. Cierto es que también se ha vuelto a acercar el micrófono a los que llevaban tiempo enmudecidos, muchos de ellos por obligación de Roma, y desde la sobriedad y cautela parece que hay un punto en común: Corren aires nuevos en El Vaticano y en la Iglesia.

            En el tiempo que llevo documentándome para escribir estas pocas líneas, por aquello de la necesidad de no quedarme solo con mis ideas, sino que mi opinión al menos se vea enriquecida por lo que los demás piensan, ha habido momentos en los que he tenido que detener mi lectura y volver atrás para releer la autoría de lo escrito ante el asombro y la perplejidad que me producían ciertas frases. Desgraciadamente de cuanto más “arriba” venían, más sangrantes eran las expresiones y más destructivos los adjetivos utilizados. La conclusión era simple; una vez más me preguntaba ¿dónde está el amor y la corrección fraterna?
            Que unas ideas, surgidas antes de lo que la mayoría cree; me incluyo yo en esa mayoría, y a mucha distancia de donde se ha querido dar la exclusividad, resulten fructíferas años después a miles de kilómetros de donde se fraguaron con un pueblo que necesitaba de esas ideas, y con gente comprometida, sacerdotes principalmente, capaces de hacer llegar esas ideas y que por fines políticos y económicos, simple vil metal en el fondo, se quiera hacer ver que un mundo más justo no puede ser más que la injusticia no, amigos, eso no es normal.

            Durante décadas la Iglesia se ha empeñado en extender su Evangelio a golpe de agua bendita. Sí, como suena. ¿Quién no tiene esa imagen del misionero que llega al mal llamado Tercer Mundo, y va bautizando y leyendo la biblia a diestro y siniestro como si por aumentar el número de los bautizados se aumentase el número de redimidos? Surgieron frases tan bonitas como “No le des peces, enséñale a pescar”  cuando lo que necesitan es que tú te sientes con tu caña a su lado y pesques con él.

            La demonización vestida de marxismo, en la que al parecer el propio Karl Marx se reencarnaba en cada persona que luchaba por el Evangelio y por los que por no tener no tenían ni esperanza; en una lucha que cierto es que hubo pastores que no midieron sus pasos y se excedieron en su afán de pelear del lado del pobre, pero que se crucificó a la totalidad de “embajadores de la Palabra” con palabras y gestos que dudo mucho que el Maestro hubiese dado por buenas, no hubo proporcionalidad a la hora de escuchar esas voces.

            Siempre se ha culpado en sociedades jerarquizadas a los que estaban en la cima de no conocer la realidad del que se encuentra en los últimos peldaños de esta escalera que es el mundo. Nos inventamos la diplomacia para tener representantes y embajadores que nos hiciesen de enlace para ese fin, y casi siempre el embajador contaba lo que le daba la gana, no la realidad, como si del juego del “teléfono loco” se tratase en el que el mensaje recibido se va distorsionando por cada oído que pasa antes de llegar al destinatario. De vez en cuando, en un gesto de magnánimo acercamiento, el poderoso baja la escalera y se pasea entre el bullicio, no sin que antes hayan ido los correspondientes enviados para “preparar y limpiar” el terreno con el fin de evitar situaciones molestas.

            La Iglesia, desgraciadamente, no ha escapado a ese círculo del poder y se ha jerarquizado igual que cualquiera y en contra de lo que su Maestro indicó: “El que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,43-45), y cuando hubo embajadores de la palabra que quisieron servir y contar la realidad se les mandó callar, en el mejor de los casos, o se les condenó al ostracismo y al destierro; y esto no es algo que me invente por rebeldía protestona: nombres como Leonardo Boff, Jon Sobrino, Ernesto Cardenal, Pedro Casaldáliga, José María Castillo y muchos más han sido voces que clamaban justicia y que fueron silenciadas. Por no hablar del silencio, de la falta de consideración hacia los mártires de la Teología de la Liberación: más de 1800 sacerdotes, religiosos y religiosas torturados y 69 de ellos asesinados. La Iglesia en su momento se limitó a condenar estos hechos, pero no ha sido hasta ahora que se les ha valorado su sacrificio como martirio.

            No deja de ser sorprendente que Oscar Romero, que por los 25 años de su asesinato está en la palestra porque la Fiscalía de este país quiere retomar el caso, mártir por los pobres, tenga el reconocimiento de otras religiones más que de la Religión Católica; que incluso la Comunión Anglicana lo tenga incluido en su santoral siendo uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres. Ha sido necesaria la llegada de Francisco para que se abra su Proceso como mártir y santo al igual que en el caso de Ignacio Ellacuría y otros muchos.

            Se respira aire fresco en la Iglesia del S. XXI; tal vez porque, esta vez, quien ocupa el puesto de Pedro bebió de esa fuente, de ese sufrimiento antes de llegar a donde está, y sigue haciéndolo porque de todos es sabido de “sus correrías” volviendo loca a la Seguridad Vaticana para estar, desde el anonimato y la discreción, al lado del desfavorecido. Siempre he opinado que espero que el Espíritu, junto al báculo, le colocase un buen escudo porque de sobra sabe de dónde le pueden llegar los peores ataques. Un Papa que baja los peldaños de S. Pedro sin “enviar antes a nadie a quitar los baches para no tropezarse”, es un Papa valiente; eso sí, que nadie espere que en dos días todo cambie de manera rotunda porque eso no es así. Si tú compras una casa en ruinas y quieres mantenerla en pie, la reforma no se hará de un día a otro, se necesitará tiempo y mucha mano de obra para que al final llegues a poder vivir en ella.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.


N.A. Por la complejidad de lo tratado y por la limitación de espacio, el artículo de hoy es solo un paso leve por un tema comprometido a la vez que interesante dentro de nuestra querida Madre la Iglesia. Como siempre, mi intención es solo divulgar y dar pie a compartir ideas y abrir nuestras mentes a temas que no por desconocidos o aparentemente crispantes han de ser ignorados por nadie.

lunes, 4 de mayo de 2015

HOGUERA VIVA: ECHA LEÑA AL FUEGO



            La semana pasada comencé lo que me gustaría fuese un repaso por los regalos que he recibido de la vida no solo a yo, sino a la mayoría de la gente. Todos estos regalos, en lo que a mí respecta, están reflejados en montón de ejemplos. Yo, a renglón seguido de cada uno de ellos, os quiero hablar de esos ejemplos mostrándolos en uno concreto; y si la semana pasada hablaba del regalo de la amistad, hoy voy a compartir con vosotros esa vivencia de auténtica amistad en la persona del Grupo Juvenil “Hoguera Viva”.

            En uno de los artículos del mes de febrero, titulado “Cuatro pilares” me refería, como uno de esos pilares, a este grupo de jóvenes que todos las tardes de los sábados nos reuníamos en uno de los salones de la parroquia. El Grupo surgió como una alternativa a esos adolescentes recién confirmados que querían seguir formándose y actuando en su parroquia;  descubrirlos para mí, recién salido del seminario, supuso mucho más que encontrar una manera de seguir caminando y buscando.

            Cuando digo actuando en la parroquia es porque no se trataba sólo de seguir formándonos a base de catequesis, sino que hacíamos de todas nuestras actividades auténticas clases de vida cristiana. También teníamos nuestras reuniones de formación y convivencias, por supuesto, pero todo iba enfocado y dirigido al servicio de nuestra comunidad y de los distintos colectivos y organizaciones que fueron sumándose a la vida del Grupo.

            Podría hablar con nombres y apellidos de todos los que nos juntábamos y convertíamos los sábados en algo más que una reunión porque cuando terminaba esta, la mayoría de las ocasiones, continuaba en las salidas del sábado-noche. Hoguera Viva era mucho más que un Grupo de parroquia, Hoguera Viva era una auténtica fábrica de Amigos. No sabría decir en número la cantidad de personas que año tras año se fue sumando a la aventura porque seguro me equivocaría. Como en todas las experiencias de la vida hay mucha gente de paso; gente que llega con gran ilusión pero después no es capaz de “aguantar el ritmo”, porque eso es lo que diferenciaba a Hoguera Viva del resto de los grupos: su vida, sus objetivos eran una carrera de fondo en la que continuamente iba planteando y superando sus propios objetivos y cuando de encontrar objetivos a largo plazo se trata hay que tener bien hinchados los pulmones y el corazón para aguantar el tirón; algo que si no hay conciencia de unión y amistad, si no hay ilusión, se convierte en una tarea complicada. Hoguera Viva hacía de esas tareas, de esos objetivos, algo habitual en su vida y en su sino.

            Está claro que al igual que todos nosotros fuimos creciendo y madurando el Grupo también fue evolucionando en sus objetivos y en sus miras. Si tras una formación lo que corresponde es la acción, Hoguera viva fue haciéndose mayor y también crecieron sus “ambiciones” hacia la ayuda a los demás. Desde aquella pequeña biblioteca montada en un cuartucho de la parroquia, involucrando para su creación a toda la gente, pasando por la colaboración con una recién nacida asociación de  rehabilitación de toxicómanos como Centro RETO; sí, esa que todos conocemos hoy día en sus inicios en Valladolid, en el pueblo de Renedo para ser concretos, tuvo el apoyo y la ayuda de Hoguera Viva, hasta el hecho que gente del Grupo disfrutase con la experiencia misionera en Bolivia de mano de la congregación Misioneros del Verbo Divino y los mercadillos para vender todas las chompas, ponchos, chalecos, tapices y demás artículos que se traían de allende los mares; esa gran evolución en el compromiso hacían del Grupo y de sus componentes algo especial a la hora de ver la ilusión con la que acometía cada una de sus “empresas”.

            La colaboración, trabajo y apoyo a los Misioneros del Verbo Divino, podría definirse como el Gran Proyecto del Grupo. Esos viajes al Altiplano boliviano como voluntarios por parte de compañeros pasó a formar parte del día a día de Hoguera Viva y la involucración con el Proyecto Cinca en El Alto, y en la ONG Alba, correa de transmisión de todo ello, pasó de ser una pasión a un medio de vida para más de uno.

            Conforme pasaron los años, aquellos adolescentes cercanos a la mayoría de edad fueron creciendo y forjando sus propios proyectos de vida. Hasta qué punto se vivía la amistad allí que incluso algunos no concibieron el futuro sin tener a otra persona del Grupo por el resto de la vida y también surgieron matrimonios y parejas “eternas”. También los hubo que nuestro camino se alargó, y los kilómetros distanciaron los cuerpos, pero no con ello el amor, cariño y Amistad. Esos proyectos de vida han ido trayendo vástagos que con el ejemplo que han visto y oído de los mayores también mueven conciencias y luchan, ahora desde su temprana edad, por un mundo más justo, como en su día lo hacía Hoguera Viva.

            Tras más de 25 años desde entonces, aunque el grupo como tal dejó de existir porque así lo dictó el tiempo, no lo hicieron los lazos que nos unían; prueba irrefutable de ello es que el tiempo no ha empequeñecido lo más mínimo todo aquello, si acaso lo ha engrandecido en nuestros hijos que unos más cerca y otros más lejos están en contacto a través de las nuevas tecnologías y aprovechan las ocasiones en las que los “jóvenes de Hoguera Viva” se vuelven a juntar con cualquier escusa, vuelven a coger sus guitarras, a contar batallas, a revivir y continuar viviendo la verdadera Amistad.

            Como ya he dicho podría nombrar a un montón de esos jóvenes, pero lo voy a hacer sobre todo en tres personas que creo que fueron las principales “alma mater” que tuvo el grupo en las distintas etapas por las que avanzó: Aniceto, Toño “Cate” y Eva. Todos los demás estamos incluidos en ellos igual que por el simple hecho de oír nombrar a HOGUERA VIVA, todos contestaremos: aquí estamos.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.


            Juan J. López Cartón.