lunes, 11 de mayo de 2015

BUSCAR TRES PIES AL GATO


            El ser humano es la única especie del planeta capaz de empeñarse en encontrar agua en medio del desierto y brasas candentes en medio de un glaciar con tal de salirse con la suya y decir que él tenía la razón (pensamiento personal).

            Hacía mucho que parecía que había desaparecido. Solo en pequeños círculos de gente muy concreta se seguía hablando casi desde la clandestinidad de ello. La imagen que encabeza este artículo es una prueba más de ello, en cuanto que he perdido la cuenta de las veces que me han preguntado “¿qué es eso que llevas colgado al cuello?”. Cuando les explicas lo que es y sobre todo lo que significa, en su cara se suele dibujar una expresión mezcla de sorpresa y de pensar: “sí realmente eres un bicho raro” pero no, esta cruz “tan curiosa” simboliza mucho más de lo que se puede ver con una simple mirada.

            Una vez más la prensa está “desempeñando” su papel en este teatro que es la sociedad. Llevamos  tiempo ya, se podría decir que desde que Francisco se sentó en la silla de Pedro, que estas cuatro palabras: “Teología de la Liberación” parece que quieren que se vuelvan a leer y a escuchar; como si hablásemos de algo que podemos tratar igual que una moda vintage, que vuelve con el tiempo, cuando jamás dejó de estar presente.

            El primer titular que sonó fuerte fue aquel en que Francisco se reunía en privado con Gustavo Gutiérrez Merino, promotor y evangelizador para unos, díscolo y revolucionario para otros. Después han ido surgiendo de vez en cuando, sin prisa pero sin pausa, distintos artículos y documentos; alguno de ellos para revolcarse de la risa por el trasfondo que buscaban en un momento en que la Iglesia como Institución está dando mucho que hablar. Cierto es que también se ha vuelto a acercar el micrófono a los que llevaban tiempo enmudecidos, muchos de ellos por obligación de Roma, y desde la sobriedad y cautela parece que hay un punto en común: Corren aires nuevos en El Vaticano y en la Iglesia.

            En el tiempo que llevo documentándome para escribir estas pocas líneas, por aquello de la necesidad de no quedarme solo con mis ideas, sino que mi opinión al menos se vea enriquecida por lo que los demás piensan, ha habido momentos en los que he tenido que detener mi lectura y volver atrás para releer la autoría de lo escrito ante el asombro y la perplejidad que me producían ciertas frases. Desgraciadamente de cuanto más “arriba” venían, más sangrantes eran las expresiones y más destructivos los adjetivos utilizados. La conclusión era simple; una vez más me preguntaba ¿dónde está el amor y la corrección fraterna?
            Que unas ideas, surgidas antes de lo que la mayoría cree; me incluyo yo en esa mayoría, y a mucha distancia de donde se ha querido dar la exclusividad, resulten fructíferas años después a miles de kilómetros de donde se fraguaron con un pueblo que necesitaba de esas ideas, y con gente comprometida, sacerdotes principalmente, capaces de hacer llegar esas ideas y que por fines políticos y económicos, simple vil metal en el fondo, se quiera hacer ver que un mundo más justo no puede ser más que la injusticia no, amigos, eso no es normal.

            Durante décadas la Iglesia se ha empeñado en extender su Evangelio a golpe de agua bendita. Sí, como suena. ¿Quién no tiene esa imagen del misionero que llega al mal llamado Tercer Mundo, y va bautizando y leyendo la biblia a diestro y siniestro como si por aumentar el número de los bautizados se aumentase el número de redimidos? Surgieron frases tan bonitas como “No le des peces, enséñale a pescar”  cuando lo que necesitan es que tú te sientes con tu caña a su lado y pesques con él.

            La demonización vestida de marxismo, en la que al parecer el propio Karl Marx se reencarnaba en cada persona que luchaba por el Evangelio y por los que por no tener no tenían ni esperanza; en una lucha que cierto es que hubo pastores que no midieron sus pasos y se excedieron en su afán de pelear del lado del pobre, pero que se crucificó a la totalidad de “embajadores de la Palabra” con palabras y gestos que dudo mucho que el Maestro hubiese dado por buenas, no hubo proporcionalidad a la hora de escuchar esas voces.

            Siempre se ha culpado en sociedades jerarquizadas a los que estaban en la cima de no conocer la realidad del que se encuentra en los últimos peldaños de esta escalera que es el mundo. Nos inventamos la diplomacia para tener representantes y embajadores que nos hiciesen de enlace para ese fin, y casi siempre el embajador contaba lo que le daba la gana, no la realidad, como si del juego del “teléfono loco” se tratase en el que el mensaje recibido se va distorsionando por cada oído que pasa antes de llegar al destinatario. De vez en cuando, en un gesto de magnánimo acercamiento, el poderoso baja la escalera y se pasea entre el bullicio, no sin que antes hayan ido los correspondientes enviados para “preparar y limpiar” el terreno con el fin de evitar situaciones molestas.

            La Iglesia, desgraciadamente, no ha escapado a ese círculo del poder y se ha jerarquizado igual que cualquiera y en contra de lo que su Maestro indicó: “El que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,43-45), y cuando hubo embajadores de la palabra que quisieron servir y contar la realidad se les mandó callar, en el mejor de los casos, o se les condenó al ostracismo y al destierro; y esto no es algo que me invente por rebeldía protestona: nombres como Leonardo Boff, Jon Sobrino, Ernesto Cardenal, Pedro Casaldáliga, José María Castillo y muchos más han sido voces que clamaban justicia y que fueron silenciadas. Por no hablar del silencio, de la falta de consideración hacia los mártires de la Teología de la Liberación: más de 1800 sacerdotes, religiosos y religiosas torturados y 69 de ellos asesinados. La Iglesia en su momento se limitó a condenar estos hechos, pero no ha sido hasta ahora que se les ha valorado su sacrificio como martirio.

            No deja de ser sorprendente que Oscar Romero, que por los 25 años de su asesinato está en la palestra porque la Fiscalía de este país quiere retomar el caso, mártir por los pobres, tenga el reconocimiento de otras religiones más que de la Religión Católica; que incluso la Comunión Anglicana lo tenga incluido en su santoral siendo uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres. Ha sido necesaria la llegada de Francisco para que se abra su Proceso como mártir y santo al igual que en el caso de Ignacio Ellacuría y otros muchos.

            Se respira aire fresco en la Iglesia del S. XXI; tal vez porque, esta vez, quien ocupa el puesto de Pedro bebió de esa fuente, de ese sufrimiento antes de llegar a donde está, y sigue haciéndolo porque de todos es sabido de “sus correrías” volviendo loca a la Seguridad Vaticana para estar, desde el anonimato y la discreción, al lado del desfavorecido. Siempre he opinado que espero que el Espíritu, junto al báculo, le colocase un buen escudo porque de sobra sabe de dónde le pueden llegar los peores ataques. Un Papa que baja los peldaños de S. Pedro sin “enviar antes a nadie a quitar los baches para no tropezarse”, es un Papa valiente; eso sí, que nadie espere que en dos días todo cambie de manera rotunda porque eso no es así. Si tú compras una casa en ruinas y quieres mantenerla en pie, la reforma no se hará de un día a otro, se necesitará tiempo y mucha mano de obra para que al final llegues a poder vivir en ella.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.


N.A. Por la complejidad de lo tratado y por la limitación de espacio, el artículo de hoy es solo un paso leve por un tema comprometido a la vez que interesante dentro de nuestra querida Madre la Iglesia. Como siempre, mi intención es solo divulgar y dar pie a compartir ideas y abrir nuestras mentes a temas que no por desconocidos o aparentemente crispantes han de ser ignorados por nadie.

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