Esta semana una Fundación, loable en
todos sus aspectos por el fin que persigue, ha propuesto el incluir la
asignatura de Educación Vial en los programas curriculares de los centros
educativos. Por si alguno no entiende eso de curricular le diré que significa
que se evaluará como cualquier otra asignatura de toda la vida: matemáticas,
lengua, ciencias… Esto dicho así queda muy bien pero manda narices que algo,
que somos los adultos los primeros y únicos responsables de con el ejemplo
enseñar a nuestros hijos, tengamos que pagar (la educación la pagamos entre
todos con nuestros impuestos), cuando si nosotros actuásemos cívicamente en
todo momento nuestros vástagos tomarían nota y seguirían nuestros pasos.
La cuestión es que desde hace mucho
tiempo yo, que como he mostrado en diversas ocasiones soy un “egebeero” de los
que considero que el sistema educativo actual deja mucho que desear por
diferentes motivos; la mayoría de ellos no achacables al profesorado, y como
católico convencido y consecuente que vive con los pies en el suelo, este
bendito suelo del S. XXI que nos ha tocado pisar, hay cosas que no debemos obviar y como digo, por
nuestra supervivencia y la de la propia Iglesia es hora de plantearnos cambiar
por duro y radical que parezcan.
Está claro que la enseñanza en los
colegios debe evolucionar y avanzar con los tiempos, y dentro de esa evolución
hay un punto que despierta muchas controversias hoy día. El momento
sociopolítico que vivimos junto a la situación “socioreligiosa” que se está
alcanzando con una gran migración hacia la “autoreligión” me dan que pensar en
que un tema como la religión en los colegios es tema a tener muy en cuenta y en
el que la Iglesia debe dar un paso de calidad al frente y reconocer que hay
cosas que tienen que afrontarse y cambiar radicalmente.
Imagino que muchos ya habéis
imaginado a dónde quiero llegar: La Iglesia de hoy día debe asumir y poner los
medios de reforma y renovación para que la educación religiosa reglada, como la
conocemos hoy día, salga de los centros escolares públicos.
Muchos de los que lean estas líneas
estoy seguro se preguntarán en base a qué afirmo esto, y cómo me puedo declarar
católico convencido y comprometido mientras hago esta afirmación. Por supuesto
no soy de tirar la piedra y esconder la mano así que me gustaría, como siempre,
que conozcáis los argumentos en los que baso mi opinión que como siempre ni
pretende crear cátedra ni nada que lo parezca, sino solo que abramos nuestras
mentes a otras opiniones que por ser contrarias no tienen porqué estar equivocadas.
Mis argumentos son varios, aunque
todos basados en algo que el propio Papa Francisco está pregonando y es que la
Iglesia tiene que ponerse el traje de faena y mancharse realmente, bajar de los
altares y conocer la realidad que existe hoy día de primera mano con todas sus
consecuencias.
Como ya dice el artículo 16.3 de la
Constitución Española de 1.978: “Ninguna
confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las
creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes
relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Este artículo deja claro que en nuestro país todas las religiones
tendrán el mismo trato por parte de los poderes públicos, con lo cual nos
encontramos que en nuestros centros escolares tendrían que tenerse en cuenta
todas las religiones por igual, cosa que no ocurre con la disculpa de minorías
y ratios.
La Iglesia española, en sus memorias
anuales (datos del año 2012 www.conferenciaepiscopal.es/index.php/la-iglesia-en-espana),
publica sus estadísticas de bautizados (34.496.250), parroquias (22.859),
sacerdotes (19.055), religiosos (46.311), no así, al menos no lo he encontrado,
con los profesores de religión que según otras fuentes se estima en unos
13.000. ¿Por qué ese olvido si es tan importante el mantener la educación de la
religión católica en los centros escolares públicos? Sí, cierto, las
competencias de educación son propias de las C.A. y
la nómina de estos profesores las paga
la Administración junto con el resto del personal docente. Los profesores, en
gran número, tienen una cualificación cuanto menos dudosa si bien reciben
formación por parte de la Diócesis correspondiente y esta afirmación la podemos
comprobar en cualquier momento preguntando a cualquiera de esos niños a los que
sus padres les apuntan a clase de religión. ¿No sería más cristiana una
educación en valores y en conocimiento de todas las religiones sin ser
excluyentes? Jesús nunca lo fue, y nosotros, que nos jactamos de ser sus
seguidores, nos limitamos a conocer lo nuestro y formar una coraza para que
nada ni nadie la atraviese porque tal vez el conocimiento suponga una auténtica
libertad de opción. ¿No resulta ya una descarada dejadez a la hora de educar a
nuestros hijos el echar el muerto a otro para que haga lo que yo debo hacer?
En varias ocasiones, cuando hablando
de este tema, hermanos católicos me han referido al Concordato firmado por el
Estado Español y la Santa Sede para justificar esta “alianza”, pero nadie
piensa en que este Tratado se firmó en el año 1.953 y todos recordamos quién
mandaba entonces en España. Si bien la Carta Magna del 78 afianzaba a España
como democracia revocando las leyes que este mismo mandatario había impuesto en
gran medida para “retocar” la constitución anterior del año 1.931, ¿por qué
nunca se ha actualizado ese Tratado con el Vaticano?
La Iglesia debe ser la única
responsable en esa educación religiosa de nuestros hijos y de nosotros adultos
en nuestras Parroquias; claro que eso supondría trastocar la tranquilidad de
muchos párrocos no sólo por aumentar sus responsabilidades, sino también porque
supondría tener que abrir del todo las puertas de unos edificios en demasiadas
ocasiones infrautilizados, pero creo que esa sí sería una auténtica educación
en materia de religión católica.
La financiación de la Iglesia
Católica Española, algo demasiado en entredicho con la que está cayendo,
también debería de revisarse, y si esta está asumiendo responsabilidades que le
corresponden al Estado, que el coste de esas responsabilidades sean las que
cubra el Estado, y que lo que aportamos con la X en la declaración de hacienda
sea realmente repartido en consecuencia huyendo de boatos innecesarios y
predicando con el ejemplo en esa austeridad porque “la mujer del Cesar no solo
tiene que ser decente, sino también parecerlo”. ¿Es razonable que nuestra
Iglesia tenga que asumir esa labor de cuidado y tutela del necesitado de la que
debe ser responsable el Estado y no asuma la labor y responsabilidad de educar
de verdad en nuestra propia religión?
Podría seguir escribiendo, pero creo
que ya he dado suficientes puntos de reflexión para que aunque no se esté de
acuerdo con lo que expongo, sí intentar ver el prisma desde otra cara. Un
necesario despertar a un tiempo en el que entre bostezo y bostezo se nos va
pasando el día y llegando de nuevo la hora de dormir sin que al final hagamos
nada para que nuestra Iglesia de verdad llegue a la gente y dé motivos de hacer
que “las ovejas descarriadas vuelvan al redil”, un redil acogedor y atrayente
porque el alimento que allí se recibe es realmente atractivo.
Recibid un fraternal abrazo y un
apretón de mano izquierda.
Juan J. López Cartón.
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