Eras único.
Esta frase seguramente suene a demagogia, una palabra que a ti te suene a
chino, pero es la verdad, Yayo, eras único. En estos días hemos hablado muchos
ratos, tal vez más de lo que hablamos en toda nuestra vida juntos porque los
dos sabemos que nuestra relación padre-hijo nunca fue un ejemplo como tal,
aunque sí lo fue de respeto y de muestra de seres civilizados.
Nuestras discusiones,
muchas veces subidas de tono, fueron abundantes, pero los dos sabemos que todas
se cerraban con un abrazo, y que cuando te has ido habíamos dejado todo
zanjado, atado y bien atado, y todo claro. Cada uno teníamos nuestro carácter y
tal vez, por ser tan iguales, chocábamos tan a menudo. Nunca hablábamos de
nosotros, de nuestras vidas, mama era la que me ponía al corriente de tus
males, de tus ratos jodidos que los dos sabemos que también eran suyos.
Eras único, y
eso lo demuestra que yo, y eso sí te lo pude decir en varias ocasiones que, si
soy como soy y estoy orgulloso de ello, es porque en ti he visto siempre un
espejo en el que mirarme; a la hora de educarnos, a la hora de no tener nada
tuyo, de compartir todo lo que tenías,
de abrir la puerta de tu casa a todo el mundo, a la hora de ver en ti un
ejemplo de trabajador. Cómo te dejabas la piel y también la salud en todo lo
que hacías, y me siento orgulloso de que esa herencia me la hayas dejado. Nos
decías a mí y a mis hermanos que no fuésemos tan brutos, que nadie nos lo iba a
agradecer, y a ti… ¿quién te lo agradeció?
Se acabaron
tus voces, todos sabíamos que no pasaba nada pero tu voz era la que se oía
cuando hablábamos. Se acabaron tus risas, sonoras, en las que si no eras tú el
que reía eras el que en todo momento estabas dispuesto a hacer reír, y tantos
momentos de esos me vienen ahora a la memoria. Se acabaron los bailes, que sin
poder hacías.
Tu carácter a
todos nos trajo malos tragos, sí, era un carácter tuyo, de Castilla, como
siempre alardeaste. Eras castellano de pura cepa, siempre fuiste de frente y
eso no siempre cayó bien a todo el mundo, pero tú eras consecuente con tu vida,
con tu forma de ser y contigo mismo, tú eras tú, y eso es lo que conquistó a
todo el que te rodeó. No hacía falta tratarte mucho tiempo para saber cómo
eras, te mostrabas desde el primer segundo tal cual, sin intentar esconder tu
carácter; no, no servías para diplomático… otra herencia, ¿verdad?
Nunca
terminaste de aceptar mi decisión de venirme a Cádiz, y otras muchas que tuve
que tomar, pero aun así las respetaste; en eso también fuiste maestro: en el
respeto. Nos enseñaste a respetarte como padre y como persona, porque en ti es
lo que veíamos, aunque estuvieses comiéndote por dentro… nos respetaste en
nuestras opciones y siempre estabas ahí para recoger los trozos en las muchas
veces que nos equivocamos.
Eras cumplidor
en todo en la vida, en tu forma de ver la religión también. No eras un capillita,
eras de la vieja escuela como decías tú, y te limitabas a cumplir con tus obligaciones de cristiano: tu
misa de domingo, o de sábado tarde, tus oficios de Semana Santa, con tu
confesión el Viernes Santo… Ibas a misa porque así lo habías mamado y eras de
misa de domingo y fiestas de guardar y sin embargo, sin darte cuenta, eras un
cristiano de verdad, un Cristiano con mayúscula, de sentir lo que hacías cuando
en la mesa bendecíamos la comida y eras tú, como maestro y padre, quien nos
partía el pan a todos; y ahora, ¿quién partirá el pan cuando nos juntemos todos
en casa; quién ocupará la cabecera de la mesa, como el Maestro en esa última Cena?
Se te partió
el corazón y sería imposible decir por dónde exactamente, porque si algo tenías
más grande que tu fuerte carácter, era tu corazón. Un corazón marcado por
muchas heridas que siempre fuiste, de alguna manera, capaz de cerrar. Un
corazón que siempre trató de ser conciliador y reconciliador, un corazón
pacificador. A cuanta gente has dejado sola, y sabes que no me refiero a mama o
a nosotros tus hijos; me refiero a todos aquellos para los que eras la única
persona que les quedaba, aquellos a los que todos dieron la espalda y al único
al que se agarraban era a ti, la única persona que les respondía, en cualquier
momento o situación era Yayo, ni sus hermanos, ni sus primos ni nadie, solo
Yayo estaba ahí.
Las cosas se
hacían a tu manera y tu despedida también fue a tu manera; de repente, sin
prólogos, si había que marchar…. se marchaba, que el camino hay que andarlo y
en eso también eras único, porque marchaste con el alba, como cada viaje que
hacías; buscabas el día, hacía tiempo que dejaste atrás la noche: trabajar de noche,
viajar de noche… hacía tiempo que dejó de gustarte, y hasta tu marcha ha sido
así, buscando el día, a pesar que aquí nos dejaste una penumbra repentina a la
que sabemos tú sabrás poner esa luz que nos guíe.
Te saliste con
la tuya, papa, querías terminar tus días en la tierra que te vio nacer y esa
misma tierra es la que ahora, antes de lo que queríamos todos, te rodea,
calienta tu cuerpo frío. El pueblico que anhelabas que viese pasar tus últimos
días no pudo disfrutar de ti, solo tú vas a poder disfrutar de él por toda la
eternidad.
Desde allí
arriba te pido solo que mires por mama. Ella es la que después de cuarenta años
juntos más te echa de menos. Yo no puedo hacer mucho con tantos kilómetros por
medio, pero tú sé que sabrás hacer que me sienta a su lado, que sienta mi apoyo
de hijo, el apoyo que ella necesita para salir adelante.
Si hay algo
que me duele tanto como tu marcha es no poder responder de forma sensata a la
pregunta que todos, pero sobre todo mama, nos estamos haciendo una y otra vez estos
días, una pregunta que machaca, buscando la respuesta en el cielo junto a ti,
una respuesta imposible: ¿Porqué te tuviste que ir?
Sólo hay una
certeza que me reconforta en estos días, y digo certeza porque si Dios es padre
y es Justo, y tengo esa seguridad, sé que has entrado por la puerta grande a su
casa, y que ahora mismo ya estarás preguntando qué es lo que hay que hacer, qué
es lo que hay que arreglar, y junto con Miguel se habrán echado a temblar,
viendo a los dos mano a mano preparando masa para tapar algún boquete o alguna
chapuza que entre los dos seguro que arreglaréis. Miguel ya no va a estar solo,
se ha llevado a su compañero de chapús, tal vez sea el único que haya salido
ganando con esta pérdida y bueno, el Cielo también nos ganó la partida, porque
se llevó lo mejor de mi casa, lo mejor de mi madre, lo mejor de lo mejor porque
papa, Yayo, tú eres único y aunque ya no estés con nosotros, siempre serás
único. Papa, padre, te quiero.
…(Agosto de 2005)
Han
pasado cuatro meses y con la vuelta a casa, durante un mes, me he vuelto a
encontrar contigo. No sabía como reaccionaría, qué sentiría, qué descubriría, y
sin embargo todo ha resultado como esperaba y como deseaba: he respirado tu
presencia en tu ausencia.
Entrar
en casa fue el primer paso; encontrar tu vacío, ahora que ya tu marcha está
asumida, me daba miedo. Quería sentirte y darte el abrazo que año tras año daba
por terminado el viaje hasta casa pero no sé, no lo eché en falta. Fué como si
la casa entera, en tu nombre, me diese la bienvenida. La última vez que salí de
allí fue para decirte adiós y sin embargo, con mi vuelta ha sabido a un “hasta
luego”.
…(Abril de 2015)
Diez
años después de escribirte por tu inesperada marcha vuelvo a hacerlo para
terminar esta carta que jamás hubiese querido tener que empezar. En la
distancia del tiempo releo lo que escribí y me reafirmo en cada palabra de
entonces, algo que me da sosiego porque significa que sigo sintiéndote y
añorándote. Hoy, lunes de Pascua, doy por terminada mi particular Semana Santa
de este año escribiendo las mismas palabras porque realmente estaban, están y
estarán vigentes por siempre: Yayo, eras único.
Juan J. López Cartón, en
Villaluenga del Rosario un 6 de abril, diez años después de tu marcha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario