lunes, 6 de abril de 2015

ERAS ÚNICO


Eras único. Esta frase seguramente suene a demagogia, una palabra que a ti te suene a chino, pero es la verdad, Yayo, eras único. En estos días hemos hablado muchos ratos, tal vez más de lo que hablamos en toda nuestra vida juntos porque los dos sabemos que nuestra relación padre-hijo nunca fue un ejemplo como tal, aunque sí lo fue de respeto y de muestra de seres civilizados.

Nuestras discusiones, muchas veces subidas de tono, fueron abundantes, pero los dos sabemos que todas se cerraban con un abrazo, y que cuando te has ido habíamos dejado todo zanjado, atado y bien atado, y todo claro. Cada uno teníamos nuestro carácter y tal vez, por ser tan iguales, chocábamos tan a menudo. Nunca hablábamos de nosotros, de nuestras vidas, mama era la que me ponía al corriente de tus males, de tus ratos jodidos que los dos sabemos que también eran suyos.

Eras único, y eso lo demuestra que yo, y eso sí te lo pude decir en varias ocasiones que, si soy como soy y estoy orgulloso de ello, es porque en ti he visto siempre un espejo en el que mirarme; a la hora de educarnos, a la hora de no tener nada tuyo, de  compartir todo lo que tenías, de abrir la puerta de tu casa a todo el mundo, a la hora de ver en ti un ejemplo de trabajador. Cómo te dejabas la piel y también la salud en todo lo que hacías, y me siento orgulloso de que esa herencia me la hayas dejado. Nos decías a mí y a mis hermanos que no fuésemos tan brutos, que nadie nos lo iba a agradecer, y a ti… ¿quién te lo agradeció?

Se acabaron tus voces, todos sabíamos que no pasaba nada pero tu voz era la que se oía cuando hablábamos. Se acabaron tus risas, sonoras, en las que si no eras tú el que reía eras el que en todo momento estabas dispuesto a hacer reír, y tantos momentos de esos me vienen ahora a la memoria. Se acabaron los bailes, que sin poder hacías.

Tu carácter a todos nos trajo malos tragos, sí, era un carácter tuyo, de Castilla, como siempre alardeaste. Eras castellano de pura cepa, siempre fuiste de frente y eso no siempre cayó bien a todo el mundo, pero tú eras consecuente con tu vida, con tu forma de ser y contigo mismo, tú eras tú, y eso es lo que conquistó a todo el que te rodeó. No hacía falta tratarte mucho tiempo para saber cómo eras, te mostrabas desde el primer segundo tal cual, sin intentar esconder tu carácter; no, no servías para diplomático… otra herencia,  ¿verdad?

Nunca terminaste de aceptar mi decisión de venirme a Cádiz, y otras muchas que tuve que tomar, pero aun así las respetaste; en eso también fuiste maestro: en el respeto. Nos enseñaste a respetarte como padre y como persona, porque en ti es lo que veíamos, aunque estuvieses comiéndote por dentro… nos respetaste en nuestras opciones y siempre estabas ahí para recoger los trozos en las muchas veces que nos equivocamos.

Eras cumplidor en todo en la vida, en tu forma de ver la religión también. No eras un capillita, eras de la vieja escuela como decías tú, y te limitabas a  cumplir con tus obligaciones de cristiano: tu misa de domingo, o de sábado tarde, tus oficios de Semana Santa, con tu confesión el Viernes Santo… Ibas a misa porque así lo habías mamado y eras de misa de domingo y fiestas de guardar y sin embargo, sin darte cuenta, eras un cristiano de verdad, un Cristiano con mayúscula, de sentir lo que hacías cuando en la mesa bendecíamos la comida y eras tú, como maestro y padre, quien nos partía el pan a todos; y ahora, ¿quién partirá el pan cuando nos juntemos todos en casa; quién ocupará la cabecera de la mesa, como el Maestro en esa última Cena?

Se te partió el corazón y sería imposible decir por dónde exactamente, porque si algo tenías más grande que tu fuerte carácter, era tu corazón. Un corazón marcado por muchas heridas que siempre fuiste, de alguna manera, capaz de cerrar. Un corazón que siempre trató de ser conciliador y reconciliador, un corazón pacificador. A cuanta gente has dejado sola, y sabes que no me refiero a mama o a nosotros tus hijos; me refiero a todos aquellos para los que eras la única persona que les quedaba, aquellos a los que todos dieron la espalda y al único al que se agarraban era a ti, la única persona que les respondía, en cualquier momento o situación era Yayo, ni sus hermanos, ni sus primos ni nadie, solo Yayo estaba ahí.

Las cosas se hacían a tu manera y tu despedida también fue a tu manera; de repente, sin prólogos, si había que marchar…. se marchaba, que el camino hay que andarlo y en eso también eras único, porque marchaste con el alba, como cada viaje que hacías; buscabas el día, hacía tiempo que dejaste atrás la noche: trabajar de noche, viajar de noche… hacía tiempo que dejó de gustarte, y hasta tu marcha ha sido así, buscando el día, a pesar que aquí nos dejaste una penumbra repentina a la que sabemos tú sabrás poner esa luz que nos guíe.

Te saliste con la tuya, papa, querías terminar tus días en la tierra que te vio nacer y esa misma tierra es la que ahora, antes de lo que queríamos todos, te rodea, calienta tu cuerpo frío. El pueblico que anhelabas que viese pasar tus últimos días no pudo disfrutar de ti, solo tú vas a poder disfrutar de él por toda la eternidad.

Desde allí arriba te pido solo que mires por mama. Ella es la que después de cuarenta años juntos más te echa de menos. Yo no puedo hacer mucho con tantos kilómetros por medio, pero tú sé que sabrás hacer que me sienta a su lado, que sienta mi apoyo de hijo, el apoyo que ella necesita para salir adelante.

Si hay algo que me duele tanto como tu marcha es no poder responder de forma sensata a la pregunta que todos, pero sobre todo mama, nos estamos haciendo una y otra vez estos días, una pregunta que machaca, buscando la respuesta en el cielo junto a ti, una respuesta imposible: ¿Porqué te tuviste que ir?

Sólo hay una certeza que me reconforta en estos días, y digo certeza porque si Dios es padre y es Justo, y tengo esa seguridad, sé que has entrado por la puerta grande a su casa, y que ahora mismo ya estarás preguntando qué es lo que hay que hacer, qué es lo que hay que arreglar, y junto con Miguel se habrán echado a temblar, viendo a los dos mano a mano preparando masa para tapar algún boquete o alguna chapuza que entre los dos seguro que arreglaréis. Miguel ya no va a estar solo, se ha llevado a su compañero de chapús, tal vez sea el único que haya salido ganando con esta pérdida y bueno, el Cielo también nos ganó la partida, porque se llevó lo mejor de mi casa, lo mejor de mi madre, lo mejor de lo mejor porque papa, Yayo, tú eres único y aunque ya no estés con nosotros, siempre serás único. Papa, padre, te quiero.


…(Agosto de 2005)
            Han pasado cuatro meses y con la vuelta a casa, durante un mes, me he vuelto a encontrar contigo. No sabía como reaccionaría, qué sentiría, qué descubriría, y sin embargo todo ha resultado como esperaba y como deseaba: he respirado tu presencia en tu ausencia.
            Entrar en casa fue el primer paso; encontrar tu vacío, ahora que ya tu marcha está asumida, me daba miedo. Quería sentirte y darte el abrazo que año tras año daba por terminado el viaje hasta casa pero no sé, no lo eché en falta. Fué como si la casa entera, en tu nombre, me diese la bienvenida. La última vez que salí de allí fue para decirte adiós y sin embargo, con mi vuelta ha sabido a un “hasta luego”.


…(Abril de 2015)
            Diez años después de escribirte por tu inesperada marcha vuelvo a hacerlo para terminar esta carta que jamás hubiese querido tener que empezar. En la distancia del tiempo releo lo que escribí y me reafirmo en cada palabra de entonces, algo que me da sosiego porque significa que sigo sintiéndote y añorándote. Hoy, lunes de Pascua, doy por terminada mi particular Semana Santa de este año escribiendo las mismas palabras porque realmente estaban, están y estarán vigentes por siempre: Yayo, eras único.



Juan J. López Cartón, en Villaluenga del Rosario un 6 de abril, diez años después de tu marcha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario