lunes, 2 de marzo de 2015

HACED LO QUE YO DIGA... NO LO QUE YO HAGA



            Es posible que el título de hoy a más de uno le haga pensar en una errata de la cita Jn 2, 5: “haced lo que Él os diga”; pero no, no existe tal errata porque el título es el que quiero que sea. El título viene a ser una cita no del evangelista sino, en mi línea habitual, el dicho popular castellano que escuché tantas veces de la sabiduría de mi padre: “haced lo que yo os diga, no lo que yo haga” aplicado en la conversación entre un padre y un hijo.

            De nuevo pido que hagamos un ejercicio de poner los pies en el suelo, de abrir nuestra perspectiva, y dejarme que os transmita mi visión de una realidad que veo está ocurriendo, desgraciadamente, en la Iglesia del S. XXI: Las iglesias se están quedando vacías y cada vez está más extendida la idea de una “iglesia” particular para cada uno, una “iglesia” a la medida del consumidor; muy propio en una sociedad en la que los avances permiten que tengamos todo hecho a la medida. Desde luego este panorama no ha llegado con el nuevo siglo, sino que hace ya bastante más que viene ocurriendo el tener que ver un paisaje que en demasiadas ocasiones se asemeja más a un campo de batalla en el que los contendientes van cayendo y quedándose por el camino y la mayoría de los que sobreviven son los que se quedan en las trincheras y a pesar de la cantidad de bajas, no se analiza a fondo este hecho ni el motivo de las deserciones.

            Yo nunca opté por quedarme en la trinchera; siempre he sido más de estar esquivando balas en el campo de batalla y, aunque siempre hay alguna que te hiere, he aprendido a curar mis heridas y magullado, incluso mutilado, dispuesto a seguir en el frente. Mi problema siempre ha sido que a pesar de pertenecer a un bando, porque todos pertenecemos a alguno, muestro la empatía permanente con mi prójimo; muy peligroso por otro lado, porque de una manera u otra terminas siendo víctima del fuego cruzado porque en ciertas cuestiones es incierto aquello de “si no estás conmigo estás contra mí” y además continuamente corro el peligro de ser declarado desertor.

            Sin querer irme por las ramas escribiendo, que sino mi amiga Aurora después me lo recuerda, hoy está clara la dirección en la que van mis balas: hacia una Iglesia que aun amándola como Madre, observo lo poco acogedora que se ha convertido en los últimos tiempos, no sabiendo realmente ver y vivir los acontecimientos que nos tocan.

            “Se respiran aires frescos en la Iglesia” se escucha últimamente desde que Francisco llegó al Pontificado de Roma. La propia Iglesia es la que más pregona este cambio, este Papa que parece pretender que algo cambie y acorte las distancias que hace tiempo parece se están estirando.

            Los que habitualmente vamos a misa los domingos escuchamos habitualmente en las homilías alguna mención de aquello o esto que ha dicho, escrito o hecho el Papa… y hasta ahí puedo leer, que diría Mayra Gómez Kemp, porque solo se queda en eso: palabras dichas desde un púlpito para atraer, pero que como dice el refrán “obras son amores y no buenas razones”, porque la gente está cansada de escuchar monsergas y consejos mientras quien los da hace lo que le da la gana escudándose en un falso pragmatismo: “haced lo que yo os diga, no lo que yo haga”.

            En mi vida he conocido y tratado con cientos de sacerdotes desempeñando distintos Ministerios: parroquias, conventos, seminarios, acompañar a grupos juveniles, a grupos de adultos, necesitados, enfermos…. muchos más Ministerios de los que la gente puede imaginar. La gran mayoría lo llevan a cabo con entrega y amor, pero en una sociedad en la que lo que se tiene en cuenta es lo que está de cara a la galería, nos encontramos con demasiados garbanzos no digo negros, pero sí tiznados de una hipocresía vestida de Evangelio.

            "La parroquia tiene que estar en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no puede convertirse en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos"; esta es una de las frases incluidas en la primera exhortación apostólica, titulada "Evangelii gaudium" del Papa Francisco. Y ¿cuántos sacerdotes que conducen sus parroquias no lo cumplen? Este mismo al que leen fue “expulsado” de su Parroquia por un párroco que cree que puede mantener a sus feligreses a base de amenazas; sí, como suena. Su manera particular de llevar una Parroquia (con mayúscula, porque Parroquia es allá donde se reúnen los parroquianos-fieles) en la que solo su misa es válida, los sacramentos son una muestra de funcionamiento, no un servicio a la comunidad, la comodidad está por encima de su Ministerio, la humildad y el respeto es lo que los demás deben profesar y otras muchas cosas que no harían más que enervar a más de uno, hacen que la imagen de mi Madre, la Iglesia, en muchas ocasiones se vea como aquella prostituta que se ofrece al público previo pago de un estipendio o sumisión. Si además, en un intento de cambio, lo transmites a quien los cauces dictan y como en tantas ocasiones ves que ese corporativismo se traduce en un tirón de orejas al aludido, o un “escondo mis miserias para que nadie las vea, o las cambio de sitio para que estos descansen aunque otros lo sufran”, no te queda otra que revelarte al igual que se revela el que ve como el político al que ha votado ha traicionado sus ideas por intereses electorales.

            Porque cuando la gente de a pie protesta por la opulencia de la Iglesia, y sigue escuchando desde los presbiterios hablar de pobreza, o leen frases hacia los obispos como "Tienen que ser hombres que no tengan "psicología de príncipes", que no sean ambiciosos, capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza" dirigidas por Papa Bergoglio en el discurso al comité de coordinación del Consejo Episcopal Latinoamericao (CELAM), mientras que a la vez lees que la reforma del ático en el que vivirá el Cardenal Rouco Varela ha costado más de medio millón de euros http://www.eldiario.es/sociedad/reforma-Rouco-Varela-supera-millon_0_358714424.html (perdonad que ponga este enlace ya que pretendía hacerlo con otro de prensa “pro-católica”, pero curiosamente no hay manera que se abran en mi ordenador, tal vez por mi condición reaccionaria), en estos casos, y en otros muchos que tenemos en la cabeza pero de nuevo por pragmatismo no queremos recordar o reconocer, hermanos en Cristo, resulta difícil confirmar que la Iglesia quiera realmente cambiar.

            Gracias a la educación que recibí, con la que aprendí a amar a mi Madre la Iglesia, tengo unas firmes convicciones cristianas, y digo cristianas porque creo que a esta fecha ya he dejado claro que mi Maestro es Jesús de Nazaret, el Cristo. Estas convicciones y creencias hacen que en mi vida procure, aunque no siempre lo logre, ser consecuente con mi fe y mis ideas, y a pesar de ver lo que veo, escuchar lo que escucho y vivir lo que vivo sigo presumiendo de ser católico. La iglesia la forman personas, al igual que personas son las que aceptan y se comprometen en su Ministerio, pero si a un soldado se le presupone el valor, aunque los haya cobardes, a un sacerdote, destinado a servir, proclamar y compartir la vivencia del Evangelio, se le presuponen ciertos valores que además, de cara a la galería, deben de ser más contundentes si cabe.

            Si mi padre nos decía la frase que da título a este artículo era porque con su experiencia y su vida ya maduras, no quería que nosotros cayésemos en los mismos errores que él caía, no para esconder sus defectos. La Iglesia debe estar abierta al mundo y no solo el Papa como “cabeza visible” ha de reconocer los errores cometidos, porque más visibles son los párrocos y religiosos que están a pie de calle y pretenden seguir viviendo en sus “atalayas”. Gracias a Dios la gran mayoría ofrecen su vida, literalmente, a los demás, y si en una manifestación unos pocos pueden hacer ver el desastre de muchos miles, en la Iglesia ocurre lo mismo.

            Amo a mi Madre, amo a la Iglesia que fundó Jesús de Nazaret y admiro a muchos que en su nombre se dejan el pellejo en hacer de este mundo de miserias un rincón donde vivir en paz.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón 

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