lunes, 16 de febrero de 2015

EL RESERVISTA



                Francisco nunca pensó que llegaría el momento; se sentía con plena vitalidad para continuar con lo que llevaba haciendo toda la vida y, sin darse cuenta, un día recibió la comunicación: “Desde hoy deja usted de prestar activamente sus servicios entre nosotros y pasa a formar parte de la reserva, con todos los méritos y derechos que a este fin se le conceden”.

                “No puede ser, - pensó- esta gente no sabe lo que dice. Estoy perfectamente capacitado para continuar con lo que llevo haciendo toda la vida”. Estaba convencido que no sabía hacer nada que no fuese su trabajo. Toda su vida había vivido para su trabajo, para sus obligaciones con aquellos que a fin de mes justificaban con un sueldo las cadenas que le habían puesto para que no conociese otra vida que la de trabajar. No se atrevía a ir a casa a dar la noticia, y se fue a dar un paseo por la vera del río para ir digiriendo su desgracia en soledad.

                Ese mismo día, con igual texto, su compañero Antonio había recibido la misma misiva. Al leerla sus labios dibujaron una sonrisa de satisfacción. Por su cabeza no pasó ni un atisbo de reproche; todo lo contrario, tendría más tiempo para hacer todo lo que le gustaba y terminar todos los proyectos inacabados por culpa de la falta de tiempo que provocaba su trabajo. Sin borrar su tremenda sonrisa de su cara, incluso dejando escapar una melodía en forma de silbido, se dirigió a casa para dar la gran noticia.

                Estoy seguro que a muchos de nosotros nos suenan estas historias por haberlas vivido en nuestras propias carnes o en alguien cercano a los nuestros, al igual que distinguimos las dos posturas tomadas por Francisco y por Antonio.

                A todos en algún momento de nuestra vida nos toca pasar a la reserva. No solo a nivel laboral, cuando nos jubilamos. En la vida nos encontramos cientos de situaciones en las que bien obligados por terceras personas, bien por decisión personal, dejamos de participar activamente de algo. Continuamente nos enfrentamos no a la decisión en sí, sino a la manera que tenemos de aceptar el abandonar la “primera línea de fuego”.

                Siempre se ha dicho que el hombre es animal de costumbres, y siguiendo esta pauta vemos que se cumple del todo, porque todo el que se enfrenta a la vida y a lo que ésta nos pone por delante con un espíritu alegre, positivo y optimista es capaz de transformar la mayor desgracia, el mayor contratiempo en algo que le puede ayudar a seguir viviendo; a seguir avanzando. Todo lo contrario les ocurrirá a los “Franciscos” de la vida; aquellos que hacen un desierto de un grano de arena pero no para poder jugar con el cubo y la pala como harían los “Antonios”, sino para enterrarse hasta el cuello sin poder mover las piernas para avanzar ni los brazos para crear. Imaginad si hay algo más patético y triste de ver a alguien que cuando llueve detiene su vida simplemente porque el salir a la calle va a suponer mojarse, si se moja cogerá frío, si se resfría enfermará y si enferma morirá, con lo fácil que es pensar: “está lloviendo; voy aponerme un chubasquero para no mojarme” y con una simple decisión de ponerse una prenda evitar su muerte. Suena a tontería, cierto, pero cuantas veces no pensamos en el chubasquero que lo tenemos colgado detrás de la puerta y pensamos en la fiebre que nos derrotará o lo que es peor, ni siquiera dejamos que nos presten el chubasquero…

                Pero volvamos al amigo Antonio. Le dejamos cuando iba de camino a casa silbando su canción favorita con una carta en la mano y con la ilusión en su mente como única bandera. Paró en un quiosco y compró chucherías para sus hijos, en una floristería y compró una rosa para su mujer, incluso se permitió hacer un alto en el camino en el bar de la esquina y tomarse un vino y convidar a sus contertulianos habituales solo por una razón: se sentía feliz, se sentía vivo, se sentía libre.

              Era consciente que durante cuarenta años no había hecho otra cosa que cumplir su obligación sacrificando por ello tiempo, familia y salud. Que aquella carta no le iba a devolver nada de eso, pero que sí le iba a permitir tenerlo todo de nuevo. Que muchas cosas que no pudo hacer cuando su cuerpo se lo podría permitir no las podría realizar tampoco porque los años no pasan en balde, pero habría otras cosas que sin necesidad de tanto esfuerzo, podría llevar a cabo y así, en cierta manera, cumplir sueños que no esperaba.

                Antonio, amante del campo, de la naturaleza, de la aventura, había transmitido ese amor a sus hijos, y si bien no podría escalar montañas sí podría sujetar la cuerda de sus hijos mientras estos lo hacían, si ya no podía sentarse como los indios, buscaría un tocón de árbol para no castigar sus quebradas piernas y poderse sentar al calor de la hoguera, si cuando una jornada de marcha era muy dura, él esperaría al final con el coche para dar ánimos y bebida para refrescar a los que la pudieron hacer. Ni se le pasaba por la cabeza el hecho de dejar de ir a escalar, de sentarse delante de la hoguera o hacer sus rutas por el monte; lo seguiría haciendo, pero dentro de sus posibilidades y capacidades.

                Esa actitud es la que tenemos que tener. Hemos de ser positivos en todo lo que la vida nos ofrece. Cada día es un regalo por el que estamos obligados a dar el mil por cien de nuestras energías.

                Esta situación no solo nos la encontramos cuando termina nuestra vida laboral. Cada paso que damos en nuestro camino hemos de tomar la decisión de qué actitud tomamos ante los acontecimientos. Si cuando nos compramos nuestro primer coche, jóvenes y con iniciativa, al terminar de pagarlo nos quedamos parados, sin otras expectativas que disfrutar de nuestro vehículo terminado de pagar y no se nos pasa por la cabeza cual será el siguiente objetivo; una casa, un viaje, una aventura… nos estancamos y mostramos la actitud de Francisco: “he terminado mi labor y ahora ¿qué haré si ya terminé?”

                Debemos de ser “Antonios” de la vida. Calzarnos nuestros mejores zapatos aunque la suela esté ya gastada de tanto avanzar, dibujar nuestra mejor sonrisa y entonar nuestra canción favorita mientras pensamos en las posibilidades que nos plantea la nueva situación. Arrastrar nuestras cadenas de miserias solo hará que la gente sea consciente de nuestra presencia por el ruido de las cadenas, pero para todos seremos alguien a quien hay que evitar. Cuando vas por la calle y te cruzas con alguien positivo que silva, al rato, estemos seguros que seremos nosotros los que iremos tarareando una canción, incluso la misma canción de la persona con la que nos cruzamos. La felicidad se transmite al igual que el pesimismo.

                En el ejército, cuando pasas a la reserva, no significa que termines tu vida. Tienes todas las capacidades posibles disponibles para que en cualquier momento seas vuelto a llamar a filas. Todos debemos ser reservistas y estar dispuestos en el instante que sea necesario a coger nuestras “armas”, calzarnos nuestras viejas botas siempre dispuestas para nuevas rutas y liarnos a hacer felices a los demás y con ello lo más importante: ser felices nosotros mismos.

                Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

                Juan J. López Cartón

lunes, 9 de febrero de 2015

VOLVER A LA ESENCIA



                Hoy tengo una extraña sensación de desencuentro que me ha dejado tocado. Os cuento: tenía ya casi terminado el artículo para el blog y, como me apetecía, salí a disfrutar de un paseo solo aprovechando la nevada que ha caído en Villaluenga. Después de tomarme café y copa en la Alameda, como sabía que estaban preparando a la Virgen para la celebración que tendrá lugar mañana durante la misa, me apeteció entrar en la iglesia para rezar. Allí me encontré con los hermanos de la Hermandad de la Coronación de Espina de Jerez terminando de adornar, con todo su cariño, a la venerada Imagen.

                Me senté en un banco cerquita de  la Virgen en silencio como a mí me gusta, sin interrumpir la labor de los que estaban trabajando, para tener unos minutos con mi Madre. Mirándola a la cara, he estado hablando con ella, contándole mis cosas; aunque sé que Ella, sin necesidad que yo le dijese nada, me conoce bien como buena Madre, como todas las madres nos conocen a los hijos. Como os digo,  mientras hablaba con Ella noté un pellizco. Mis ojos recorrieron de arriba a abajo la Imagen y os tengo que confesar algo que, sin pretender herir ningún sentimiento, me pasó por la cabeza: no reconocí a mi Madre en aquella Imagen.

                Reitero que mi última intención es criticar o herir la sensibilidad de nadie pero, en mi línea de abrir mi corazón y compartir mis pensamientos tanto en mi tribuna de Sed Valientes como en mi propio blog y en la libertad que me siento de hacerlo, con todo el respeto hacia los Hermanos de cualquier Hermandad que me consta que con todo el amor cuidan que nuestra Madre aparezca en todo su esplendor porque yo también fui cofrade, tal vez por mi carácter castellano de sobriedad en ciertas cosas, no me gustó ver así a María. De hecho he terminado mirando y compartiendo mis sentimientos, con los mismos ojos de hijo, con la Virgen del Rosario, talla más sencilla y con la corona y el manto de Reina como único ornato añadido. He de confesar que la Virgen luce espléndida, preciosa, como Reina Coronada que es.

                María, María de Nazaret, nuestra Madre, la madre de Jesús de Nazaret, la esposa de José el carpintero, era simplemente María, sin más “apellidos”.

                Los hombres somos muy dados a “colgar medallas” y otorgar títulos como reconocimiento a las personas y como hombres que somos los cristianos, hacemos lo propio con Aquellos a quienes queremos. Eso no es nada malo, porque quien más quien menos, todos hemos otorgado “galones” a las personas que estimamos en forma de confianza, cariño, amor, respeto o cualquier otra muestra en el trato.

                Los cristianos como agradecimiento a Jesús le hemos otorgado el título de Rey, al igual que a su madre, además de hacerla Madre nuestra (quién no ha tratado a alguien, y reconocido públicamente, como su propia madre), también la hemos hecho Reina. Ni que decir tiene que merecen esos títulos porque para los que creemos así son para nosotros, pero ¿os imagináis lo que Ellos, Jesús y María de Nazaret, el hijo y la esposa del carpintero, opinarían de eso? Como siempre lo que transmito es lo que pienso, que jamás sienta cátedra, y en este caso dudo que admitiesen esos méritos, simplemente porque Ellos en sí eran pura sencillez.

                Aun así defiendo el derecho de toda persona, creyente o no, a otorgar títulos a quien consideramos que lo merecen, pero todos hemos de ser consecuentes con nuestros actos en la medida de lo que se entiende es la esencia de toda creencia o tendencia.

                Sé que estoy tocando un tema muy delicado, y os aseguro que nunca me había costado tanto escribir un artículo con el tacto y la delicadeza de aquel que aun amando a su madre, tiene que hacerle algún reproche por algo que cree que no está haciendo bien.

                Cuando hablo de ser consecuentes con la esencia me refiero a la sencillez, humildad y pobreza que emanaban tanto de Jesús como María y en ende, las primeras comunidades cristianas. Estamos hartos de recibir críticas de los “no creyentes” en la línea de la pobreza de la Iglesia, y yo en esos casos he de confesar que me encuentro un tanto desarmado para defender un hecho que en demasiadas ocasiones es casi indefendible.

                Me considero defensor del sentido común y que toda necesidad se tiene que cubrir con dignidad. Si bien socialmente ese punto lo defiende la Constitución Española y todos ponemos el grito en el cielo en los temas de trabajo y vivienda digna; como cristianos hemos de ser consecuentes y defender la dignidad, alejándola del lujo y del boato, de nuestras parroquias, hermandades y todas las expresiones de mostrar nuestra fe. Por supuesto que no me refiero a que la Iglesia tenga que deshacerse de sus templos históricos (el típico ejemplo de San Pedro del Vaticano que tanto les gusta sacar a los ajenos a nuestra fe), entre otras cosas porque en contra de lo que la vox populi dice, eso no lo mantiene el Estado, sino la propia Iglesia, y por su valor artístico sería una barbaridad el que mínimamente sugiriera eso. Me refiero al hecho de la cantidad de cosas que hoy día los cristianos, con la certeza equivocada de “Haced lo que él os diga”, y con el sacrificio de mucha gente que de corazón dan limosnas y donativos para distintos fines de Iglesia, hemos perdido ese sentido común a la hora de vestir sobre todo a nuestras Vírgenes olvidándonos de la sencillez en que vivieron tanto la Madre como el Hijo.

                A todos nos gusta ver y tratar a nuestra madre como una reina, agradeciéndola así los sacrificios y las luchas pasadas para hacer de nosotros personas de bien, agradeciéndole el darnos unos estudios y, en sus posibilidades, un futuro. ¿Cuánto más querremos para la Madre de todos; cuánto más querremos para quien aceptó pasar el dolor de saber que el hijo que llevaba en sus entrañas había de padecer hasta morir en un Madero?

                Cuando miro a la Virgen y hablo con Ella, tal vez por la distancia que me separa de mi madre y el no poder disfrutar día a día de ella, sin poder evitarlo pienso en la mujer que junto a su amado marido sacó a cinco hijos adelante, en la mujer que se levantaba trabajando y se acostaba haciendo lo mismo, en la mujer que llora cada vez que a uno de esos hijos le ocurre algo, en la mujer que sin tener nada, ha llegado a tenerlo todo lo que una madre puede desear: el amor de sus hijos. Y es que María Madre es lo único que quiere: el Amor de sus hijos. Si a mi madre no le gustan las ostentaciones porque jamás tuvo nada para ostentar, porqué voy a empeñarme en hacerla parecer lo que no es.

                En demasiadas ocasiones los cristianos hemos confundido el trato con la imagen. Hemos convertido un acto de amor en la Eucaristía, con una parafernalia que al igual que la niebla distorsiona la realidad, en algo para aparentar. Jesús es Salvador y Rey al igual que María es Madre y Reina, pero si ellos tuvieron como máximo trono los lomos de un borrico, para llegar a Belén a dar a luz y así convertirse en Madre de toda la humanidad, o para entrar en Jerusalén como Rey; porqué nos empeñamos en convertir ese humilde asno en tronos de oro como aquel becerro al que los judíos quisieron adorar.

                Hace ya quince años participé junto a mi mujer, como voluntarios, del Sínodo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Allí se trató el tema de la necesidad de austeridad y recato en nuestras expresiones de fe. El Papa Francisco nos está pidiendo a gritos que la Iglesia y los cristianos hemos de huir del agasajo del aparentar, que hemos de ser Iglesia pobre, humilde y cercana para que en estos momentos tan duros que estamos pasando, vayamos acordes a la necesidad de los hermanos que tenemos al lado.

                Quiero a mi Madre Reina, pero de mi vida; con un precioso manto de amor, no de hilos de oro. Quiero a mi Madre adornada con joyas, pero no perlas, sino oraciones de hijo que llega a pedirle consejo. Quiero a mi Madre Reina, pero que su trono sea mi corazón para llevarla en andas a donde vaya yo. Porque María, la de Nazaret, la madre de Jesús, la esposa de José el carpintero, tuvo en su vida como trono un Madero en el que murió su Hijo, como únicas perlas las lágrimas que vertió ante el sufrimiento y el dolor, como manto que la cubriese y la protegiese sólo necesitó el amor de su Hijo y de los que le seguían.

                Termino de escribir este artículo el domingo. Si ayer nos despertamos con una maravillosa nevada hoy lo hacemos un fantástico día soleado que hace que los campos nevados aparezcan más blancos con el reflejo de los rayos del sol. Hoy volveré a la iglesia para hablar con mi Madre, para pedirle consejo como hijo, para cantarle por su vida y por todo lo que tengo que agradecerla, pero lo haré con mi corazón desnudo, humilde, austero; y cuando recorra su Imagen la veré igual de sencilla como la joven que fue madre y esposa humilde allá en un hogar de Nazaret.

                Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

                Juan J. López Cartón.

lunes, 2 de febrero de 2015

CUATRO PILARES


                Hoy me siento delante de mi ordenador con la única pretensión de compartir con vosotros algunas nuevas pinceladas de mí. Lejos de querer parecer lo que no soy y de esperar que me veáis con una imagen desenfocada de lo que no me atrevo a ser, solo busco con mis líneas una cosa: compartir.

                Aunque alguno de los que me leéis algo conocéis de mí, la gran mayoría ni se imagina porqué pienso a como pienso; porqué me presento ante el mundo a pecho descubierto abierto a recibir los envites por mi condición de cristiano convencido, de admirador y seguidor de Jesús de Nazaret a la vez de no esconder mis ideas sobre la sociedad, unas ideas teóricamente incompatibles con mi condición de cristiano: no solo por mi respeto, sino mi cariño y amistad hacia los homosexuales, no solo mi oración, sino también mi actuación hacia los desfavorecidos, no solo el conocimiento teórico de lo que me rodea, sino por convivir y compartir momentos y vivencias con las vidas de las gentes de las que opino y por cuyas vivencias y opinión también recibo críticas o lo que es peor: silencioso recelo.

                Hoy lo que quiero compartir con vosotros es una parte de mi yo, que al contrario de lo que se pueda pensar, ha hecho que afronte la vida como la conocéis,   que me rodee de la gente que me rodeo, que me permita opinar de todo lo que opino desde mi conocimiento directo.

                En alguna ocasión me han dicho que tengo pinta de cura; que se me ve el plumero en cuanto abro la boca o simplemente cuando se me trata un poco íntimamente; y no les falta razón, y es que todo empezó cuando solo contaba con 11 años.

                El año 1982, cuando en España solo se pensaba en futbol, porque por primera vez éramos sede de un acontecimiento deportivo mundial, en que en mi Valladolid natal durante unas semanas convivimos con los dueños del petrodólar kuwaití que se ganaron, sin motivo explicable, el apoyo futbolístico de los vallisoletanos además de las selecciones de la desaparecida Checoslovaquia y de nuestros “odiados” vuelca camiones franceses. Pues eso, aquel año para mí fue diferente, yo además de en futbol pensaba en que en septiembre, con el nuevo curso, comenzaría mi vida de seminarista. Hoy día eso no suele suceder, pero entonces las vocaciones se sembraban a esas edades tan tempranas y si para otros aquello era simplemente un internado para mí fue y es el comienzo de mi paso por el seminario.

                Un poco por tradición familiar; ese mismo año mi primo Luis había sido ordenado sacerdote, además de tener ya tres hermanos seminaristas, y un mucho como esfuerzo y sacrificio de mis padres porque recibiésemos una buena educación, ingresé en el Colegio San Agustín regentado por la Orden de los Agustinos Recoletos, donde unos cien seminaristas/internos, convivíamos con cerca de mil quinientos “externos”, muchos de ellos gente “vip” de la sociedad vallisoletana. Allí terminé la E.G.B. (¡¡¡aysssssssssssss  cómo la añoro conociendo los posteriores sistemas educativos!!!) y tuve que decidir, con catorce años, si quería continuar mi camino vocacional en el Seminario San José de Lodosa (Navarra), o daba por finalizada mi etapa. Yo opté por seguir unos años más…

                De esos años, además de cientos de historias que recuerdo como si de ayer se tratase y que habrá tiempo en desarrollar, me quedo con más que una idea, un espíritu: el de Agustín de Hipona, un perenne buscador de la Verdad como cantaría mi compañero por aquel entonces y actual Maestro de Novicios en la Congregación, José Manuel González Durán. Agustín pasó media vida buscando, es más, la otra media vida estoy seguro que aun habiendo encontrado su camino, siguió buscando, porque el auténtico Encuentro solo se tiene cuando se llega al final del camino.

                Con casi 17 años, supongo que porque la vida así me lo tenía marcado, dejé el seminario para continuar mi particular búsqueda, y puesto que siempre he pensado que Dios a cada uno nos llama para algún fin, comencé mi vida activa como parte de la parroquia de mi barrio; como catequista, miembro del coro y del grupo juvenil Hoguera Viva, otra de las “bisagras” de mi vida que me abrió la puerta de un nuevo encuentro.

                Hoguera Viva me sirvió entre muchas cosas, para descubrir a los Misioneros del Verbo Divino. Gracias a ellos conocí a Andrés Lorenzo, y si los Agustinos Recoletos me enseñaron a buscar, los Verbitas me enseñaron un camino, que aunque ya conocía por mi etapa “agustiniana”, revivieron en mí ilusiones que parecían querer huir: la vocación misionera. En el pupilo de Arnoldo Janssen descubrí una vitalidad y una energía por la entrega a los demás que solo los que le conocemos y le hemos tratado conocemos. Andrés Lorenzo lleva ya más de veinte años entregado a la misión con los niños de la calle en el altiplano boliviano con el proyecto CINCA y si bien me queda la espinita de no haber podido tener mi experiencia en el Sur, esa llama misionera se mantiene y se hace efectiva allá donde esté mi persona.

                Durante años colaboré codo con codo organizando y participando en encuentros juveniles, Pascuas, campamentos, Camino de Santiago y otras muchas actividades dirigidas hacia la concienciación y promoción de las misiones junto con el P. Gervasio, heredero a la postre de la labor del Hermano Andrés después de comenzar su vida en El Alto boliviano.

                En esos años además, de la mano de unos amigos que trabajaban en una parroquia, casualmente que regentan los Agustinos Recoletos, en el barrio madrileño de La Elipa, descubro la figura de Juan Bosco y con ello el mundo y el espíritu salesiano: “Me basta que seáis jóvenes para amaros”. Paso a formar parte del equipo de Responsables del grupo “Amigos de Don Bosco” con la misión de fundar un grupo hermano en mi parroquia de Valladolid, cosa que junto a los chavales que habían sido mis pupilos de catequesis cumplo.

                En el año 94 mi vida da un giro y me traslado a vivir a Madrid y después a Alcorcón por cuestiones de trabajo, y en mi continua pasión: búsqueda de la misión a través de los jóvenes continúo mi trabajo en la Parroquia Virgen del Alba, regentada por la SVD, y en la ONG Alba. Un año después participé en un Campo de Trabajo con ellos en la comarca de Aliste, zona rural de Zamora y en el que conocí a la persona que Dios quiso poner en mi camino: Mara, mi mujer. Posteriormente, por ser gaditana ella, este pucelano de pro se trasladó a vivir a Cádiz, donde me reencuentro con mis “orígenes vocacionales” en Chiclana además de con distintos sacerdotes que en su día me marcaron que con los años han asumido responsabilidades dentro de la Congregación: Los Padre Miró y “Ximeno”.

                En resumiendo, que diría el otro, ya veis que casi toda mi vida ha sobrevolado sobre mí la figura de la Iglesia. La he conocido como ya he dicho en otras ocasiones desde dentro, y eso ha hecho que la sienta como Madre porque sus gentes me han dado más de lo que yo podría haberles entregado a ellos: una visión de la vida y unas pautas a seguir y a conseguir.

                Esa es la conjunción que la gente puede encontrar cuando me mira a los ojos: Cuatro pilares; una mezcla de todo lo que me ha ido llenando y marcando en la vida. Hoy día sigo sintiendo esa llamada a seguir buscando, como Agustín de Hipona, a reconocer mi misión en la tierra donde viva como me enseñaron los Misioneros del Verbo Divino y por supuesto, y realmente es lo que más he hecho en los años que llevo de vida, rodearme de jóvenes, como siempre se podía encontrar a Don Bosco, para intentar hacer de donde viva un mundo mejor.

                Si bien esta es una parte de mi vida, a Juan, a mi persona, no se la entendería sin la otra mitad guerrera e inconformista que la madurez en la vida y en mis ideas político-sociales han ido creciendo y evolucionando en mí; aunque de eso ya hablaremos cuando toque…

                Recibid todos un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

                Juan J. López Cartón

lunes, 26 de enero de 2015

CON LOS CINCO SENTIDOS



Hay semanas que cuesta ponerse delante del papel para escribir. Las ideas parece que se evaporan y no fluyen, y en esas ocasiones lo mejor es hacer que sea el propio papel el que hable por ti.

                Así escrito parece una tontería, pero a veces nos pasa que nos han pedido una idea para un trabajo o para cualquier cosa y por más vueltas que le damos a la cabeza no se nos enciende la “bombillita” y sin saber por qué, mirando simplemente al cielo o al infinito… ¡¡¡EUREKA!!! Ahí lo tenemos. ¿Cómo éramos tan tontos o en qué estaríamos pensando para que no nos diésemos cuenta?: La solución está en las estrellas.

                Y aquí me encuentro, en mi rincón preferido de mi retiro semanal en Villaluenga, al pie de la chimenea con el cielo repleto de estrellas en una noche que promete hacer que la leña sea imprescindible para mantener el cuerpo caliente pidiendo a mis dedos que recorran el teclado del portátil escribiendo lo que el corazón les dicte.

                Y lo que me dicta el corazón hoy es abrir mi mente y sobre todo mis sentidos. Sentir en cada poro de mi piel lo que tengo el privilegio de ver, tocar, escuchar, saborear y oler.

                VER: Sentir cómo las pupilas absorben todo lo que nos regala cada rayo de sol o de la luna. Cómo se contraen en la misma proporción en que la maravillosa luz nos hace ver lo que nos rodea. La inmensidad de un mundo que Él nos entregó gratuitamente y nosotros no estamos siendo capaces de conservar. Ver el mundo como un arco iris en el la única disputa es la de regalarnos una explosión de vida en todo lo que nos rodea: el monte, el mar, las montañas, los lagos, el horizonte… toda la inmensidad de la naturaleza. Ver al niño que juega con sus manos o con una pelota, ver al adulto cómo se ama o como se mata. Ver y contraer nuestras tripas cuando alguien, por el egoísmo y la avaricia de otros, tiene que abandonar su casa porque no pudo seguir pagándola.

                Os pido un ejercicio muy sencillo: un día encended la televisión y quitad el volumen. Solo mirando lo que de ella nos llega, con el silencio como telón de fondo, os daréis cuenta de la cantidad de sensaciones que llegan a nuestro cerebro nada más que haciendo algo tan sencillo y cotidiano como mirar.

                TOCAR: Descubrir la sensibilidad que atesoran nuestras manos; nuestra piel. La cantidad de texturas que cualquier cosa que toquemos o nos toque es capaz de transmitirnos: las caricias amorosas de una madre y de un padre, de un amante, de un hijo. El dolor de un ataque enemigo cuando su piel golpea la nuestra de forma brusca e inesperada. El arañazo o la cosquilla hecha por una rama, porque descubrimos a veces que quien nos estimula favorablemente también es capaz de hacernos sentir el dolor, en muchas ocasiones porque nosotros provocamos ese cambio: el pasar calmadamente al lado de un arbusto hace que sus hojas y sus ramas “cosquilléen” nuestra piel, pero la misma rama, si pasamos bruscamente a su lado, nos transforma su cariño en forma de quebranto y de herida, y es que no nos damos cuenta  que a veces nosotros mismos consciente o inconscientemente causamos las reacciones ajenas por las que tanto nos quejamos.

                La necesidad del alfarero de sentir las formas que nacen cuando mima la arcilla; cuando con cada vuelta del torno ese barro va hablando con su creador y susurrándole qué es lo que lleva dentro de si para que en una muestra inequívoca de amor  su creador, su amante, sea capaz de hacer real lo que nadie pensaba que estaba escondido en el mazo de materia limosa. La magia del guarnicionero o del marroquinero, que del paño de recia y basta piel curtida, sus manos sean capaces de crear arreos para dominar a las bestias o para rozar nuestra piel en cualquier prenda que nos cubra.

                ESCUCHAR: ser capaz de no violar el silencio con nuestra voz.  Ser capaces de lo más maravilloso que nadie puede imaginar: escuchar el silencio; envolverse en él, dejar que nos traspase como si de un rayo se tratase para que en la pureza de nuestra escucha solo sentir lo que no se siente.

                Ser trovadores de lo que el viento nos regala en forma de melodía, el viento que nos canta y nos habla moviendo las ramas, crepitando en la llama de la hoguera que nos da calor en la noche, el canto que nos llega de allende los cerros. Cerrar los ojos y escuchar. Descubrir todo lo que nuestra voz es capaz de esconder por pura envidia de no ser capaz de reproducir. Aprender que escuchando las cosas nos llegan al corazón y somos capaces después de transmitirlas con el mismo amor con que nos llegaron, con la misma sensibilidad con que nos fueron transmitidas. No ser voceros que se venden para decir lo que otros no se atreven, ser escucha y paciencia para llenarnos de los que nos quieren contar algo.

                SABOREAR: Descubrir los mundos que nos transmiten las cosas que probamos. Volar en nuestra imaginación hasta rincones que jamás pisamos y que sin embargo parece que jamás abandonamos.

                Dejarnos contar con lo que nuestra boca percibe la historia de la persona que estuvo detrás de aquella especia mientras se molía en la piedra. El calor que soportó recolectando cada grano, cada pétalo de aquella flor que se fundió con nuestra saliva para hablarnos de gente que no conocemos y sin embargo amamos. El sabor del néctar que cambió, como si de una varita mágica se tratase, todo lo que creíamos que no seríamos capaces de paladear.

                Sentir la explosión de todos nuestros sentidos por el simple hecho de catar lo que nunca habíamos probado, sonreír por lo que nos hace sentir, llorar por lo que nos hace recordar. Porque los sabores no son el salado, el dulce, el agrio… los sabores son de sudor, de amor, de la madre, de la abuela…

                OLER: Hermano inseparable del sabor. “Si huele bien, mejor sabrá” decían quien nos enseñaron de la vida. Siamesa la nariz de la lengua, porque no se entiende una sin la otra. Una invita a actuar a la otra como si de Eva y Adán se tratase con la manzana del pecado; también para pecar, pero de un pecado de placer y sensibilidad.

                MEMORIA, RECUERDO Y AMOR: Jamás nos los enseñaron como tal, en ningún libro salían como forma en que nos llegan los estímulos exteriores, sin embargo para mí serían el sexto, séptimo y octavo sentidos, porque ninguno de los cinco que desde pequeños aprendemos tiene sentido sin estos nuevos.

                Porque qué serían los cinco sentidos sin que nos recordase, sin que nos refrescase la memoria de sensibilidades que antes no habíamos probado. Porque cuando por primera vez vemos, escuchamos, saboreamos, olemos, tocamos algo, instantáneamente creamos un registro en nuestra mente para repetir o huir de eso que nos ha estimulado. Es más, cuando añoramos algo y por sorpresa utilizando cualquiera de los cinco sentidos de nuestra vida, nos retrae a esa persona, a ese lugar, a ese momento es gracias a los “sentidos” de la memoria y del recuerdo.

                Y del amor… cómo no vamos a reconocer que al igual que recibimos aromas, sonidos, imágenes, texturas, sabores, somos capaces de sentir un pellizco en el corazón por el amor que inspiró todo eso. Cómo quien hizo todo lo que nos entra por los cinco sentidos llenó de sensibilidad y cariño aquello que después nos llegó a nosotros.

                Porque la vida es sentido y sensibilidad para estar abiertos a recibir todo lo que nos regala la vida.

                Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

                Juan J. López Cartón

lunes, 19 de enero de 2015

DE "LOS MUNDOS DE YUPI" Y DE LOS "DON PIMPONES"

        


            Dice el saber popular: “Al que le pica; ajos come”, y es que resulta que parece ser que mi post de la semana pasada, y sospecho que alguno más, a alguno no le pareció conveniente no sé si por los términos utilizados, los temas que incluía o simplemente no entiende o asume que exista la posibilidad que siendo católico como soy tenga el derecho a expresar cosas que, gracias a este hecho, he vivido y he conocido independientemente de aquello que pueda ejercer mi libertad de expresión teniendo en cuenta que ni me mofo de nadie ni aspiro a ofender a nadie; sobre todo por aquello de que “ofende el que puede; no el que quiere”.

            ¿Os acordáis de Yupi, aquel extraterrestre que aterrizó en la tierra en un barrio que sustituía a Sésamo allá por 1988 cuando solo podíamos ver dos canales de televisión: la primera y la UHF? Pues el personaje en cuestión, junto a su amigo Astrako era maravilloso; más que él, su mundo de fantasía del que provenía antes que se le averiase la nave espacial y aterrizase en nuestro planeta.

            Será que como nos faltaban “cadenas amigas” y nos sobraba imaginación, se empezó a hacer popular la expresión de “vivir en los mundos de Yupi” cuando nos creamos un mundo propio, maravilloso por lo general, que huye de los problemas y la realidad; cosa que pensándolo bien es complicado, porque ya sabemos que los problemas vienen solos.

            La cuestión que hoy día, al igual que entonces y que en el futuro, mucha gente sigue viviendo en “sus mundos de Yupi”. Hay personas que para avanzar no es que den un paso atrás, sino que prefieren cambiar de camino para no tener que enfrentarse a los obstáculos que este le presenta; eso sí, el nuevo camino será maravilloso, con nuevas experiencias que en un primer momento serán excitantes seguro, incluso harán ver a propios y extraños de su talante emprendedor, aunque tristemente solo tiene un fundamento: la huida.

            Pero no pasa nada. La nueva andadura durará el tiempo que tarde en aparecer otra persona, otra circunstancia, otro obstáculo que impida nuestra felicidad perpetua, y realmente no se dan cuenta que con ello no mantienen la felicidad, sino que aplazan los problemas que en un momento u otro volverán; porque ese camino que abandonaron por la dificultad tendrán que volverlo a tomar para completarlo y se encontrarán con tantos frentes abiertos como dejaron sin cerrar por vivir en esos mundos de ilusión, en esos “mundos de Yupi”.

            Casualmente, y volviendo a la E.G.B. y sus programas, también estaba Don Pimpón, encarnado en el maravilloso actor Alfonso Vallejo. Don Pimpón era un simpático aventurero que siempre de vuelta a sus orígenes: el Barrio Sésamo, contaba sus aventuras y desventuras (que nunca lo eran) por esos mundos de Dios.

            Y es que generalmente los que viven en los mundos de Yupi tienen mucho de Don Pimpón, porque en esas permanentes huidas y cambios de vida, antes o después vuelven a casa, de donde partieron precisamente para seguir en los mundos fantásticos haciendo de aventureros, allí estamos nosotros dispuestos a escuchar todo lo que nuestro Don Pimpón particular tiene que contarnos. Los maravillosos sitios que ha conocido, las culturas que ni nos imaginamos cómo son. Incluso dentro de la aventura tiene tiempo de ser buena personas, porque realmente lo son, pero hasta en eso sale la vena de trotamundos y lo cuentan como algo fantástico y no como algo que realmente les llena, porque reconocer que disfrutan cuando ayudan es para ellos una muestra de debilidad, cuando es todo lo contrario y, en cierta forma, otra manera de vivir en sus mundos de Yupi.

            Así lo creo, lo vivo y lo cuento, porque todos tenemos en nuestro entorno a un maravilloso Yupi y a un fantasioso Don Pimpón. ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Digo qué sería porque, como continuamente remarco en mis escritos, eso también nos enriquece. Nos hace ver lo maravilloso que es el coraje de atreverse a hacer ver a un padre que no comparte nuestra visión de la vida, cómo esa vida es la nuestra, y que nos enfrentamos a ella con sus problemas al igual que él hizo en su momento. Nos hace ver que enamorarse no es malo, y que comprometerse con alguien de por vida no nos resta libertad, sino que nos enriquece porque nuestro Don Pimpón interior (que todos lo tenemos o deberíamos tenerlo) vive aventuras duplicadas con la persona que amas. Nos hace valorar que cuando hacemos algo por los demás, no somos una ONG particular, sino somos coraje y corazón para hacer lo que queremos por quien queremos. Nos hace sentirnos agraciados de tener un Dios al que respetamos y amamos y al que recurrimos cuando necesitamos fuerza o agradecemos cuando logramos triunfos. Nos hace disfrutar de la amistad y compañía de los más variopintos Yupis y don Pimpones, con los que compartimos fantasías y aventuras y cuando es necesario también confidencias y sentimientos encontrados.

            Como he dicho en el anterior párrafo todos tenemos o debemos tener un Yupi y un don Pimpón interior, porque eso significa que en el fondo aún reservamos la pizca de niño que hace que sonriamos ante una situación simpática, que nos sonrojemos ante un alago ajeno o hagamos el payaso sin miedo a que otro nos mire con cara rara con tal de arrancar la sonrisa de nuestra compañía. El problema es cuando en vez de dejar emerger esa faceta en los momentos puntuales, conociendo y dominando el contexto, hacemos de ello un leitmotiv permanente en nuestras vidas, con lo que terminamos con una carencia de personalidad que nos lleva a estar continuamente iniciando caminos y aventuras a la espera de encontrar el que consideramos que es nuestro mundo de Yupi definitivo.

            Recibid un fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

lunes, 12 de enero de 2015

DE PRÓJIMOS Y PRÓJIMAS A PRIMOS Y PRIMAS


    VS







            “Aviso a toda la población: el simulacro de paz y amor HA FINALIZADO; ya pueden guardar los langostinos, insultar a sus cuñados y suegros y disolverse”.

            Esta es una de las bromas que corren estos días, después de la Navidad, en los corrillos cibernéticos. Así leído a voz de pronto suena simpático pero, si lo reflexionamos con un poco de profundidad y una dosis de realidad, es tan real como la vida misma.

            Esta cabecera no quiere ser un nuevo artículo sobre la Navidad. Ya pasó y desde hace mucho tiempo intento llevar a cabo el “Carpe Diem” que aun sin yo saber lo que significaba, muchos lustros atrás, alguien plasmó en una de las carpetas que aún conservo de las convivencias y Pascuas juveniles en las que participé de chaval.

            También se ha escrito mucho en estos últimos días sobre la necesidad de la libertad de expresión, de la necesidad de no sentirnos amenazados por ningún motivo y menos que este sea la religión, aunque he de apostillar en este tema, al igual que un artículo que leí el otro día en prensa y la colaboración del viernes de mi esposa Mara, “Je ne suis pas Charlie”, porque por encima de la libertad creo que está el respeto y sobre todo el sentido común, con lo cual hemos de ser consecuentes con las consecuencias de nuestros actos, por duras y dolorosas que sean estas consecuencias, y por poco justificadas y muy desproporcionadas que sean las respuestas a esos actos.

            Yo que soy amante de cuentos e historias contaré una historia que mi amigo Antonio Torrejón nos contó hace tiempo para explicarnos la relación entre perdón y confianza, que curiosamente recuerda y en parte parece enfrentarse a aquella pregunta que le hicieron a Jesús de “Si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces he de perdonarle: siete?” y Jesús contestó, estoy seguro que además de con su eterna bondad, con su sabiduría y necesidad de hacernos pensar: “hasta setenta veces siete”. Pues bien; Una situación parecida ocurrió en que un hombre fue a pedir consejo sobre una traición que había sufrido por parte de un gran amigo al contarle un secreto y éste corresponder haciéndolo público de inmediato y la gran duda que le asaltaba si debía de perdonarle por la traición y dejar de ser su amigo o cómo había de actuar. La respuesta era sencilla: no había motivo de dejar de lado la amistad, lo que el sentido común mandaba en ese caso que jamás debía de volver a confiarle un secreto, pues más que la amistad, lo que había traicionado era la confianza.

            Cuando la vida nos brinda la oportunidad de formar parte de un grupo, de un colectivo, de una familia, está claro que tiene que haber cosas que nos unen a ese conjunto de personas con las que decidimos compartir nuestro tiempo y nuestra vida. En un primer momento siempre suele ocurrir que todo va como la seda; a fin de cuenta nos juntamos porque tenemos cosas en común: gustos, actividades, sentimientos… pero también es cierto que el tiempo es un juez que nos va marcando la senda y justa o injustamente, marca también las pautas y las “mochilas” que cada uno llevamos y rellenamos con las cosas que nos crean apego. La cuestión es que esas “mochilas” influyen en nuestras relaciones con los demás y; si bien nosotros seguimos siendo las mismas personas que comenzaron ese camino común, nuestros “anexos”: novias, creencias religiosas, opciones políticas, familias, hacen que ante ciertos estímulos nuestros compañeros de andanzas reaccionen de manera que choca con lo que pensábamos que era. Por esa amistad, por ese cariño, por ese amor que profesamos al prójimo correspondiente somos capaces de hacer oídos sordos y dejarnos poner la venda en los ojos para no ver ni oír lo que no nos interesa o mejor dicho: lo que interesa no oír y no ver con tal que esa complicidad no se vea mermada. En ese momento somos prójimo, porque actuamos como Jesús nos pedía al cerrar los ojos y taparnos los oídos perdonando setenta y setecientas veces siete, pero no nos damos cuenta que lo que realmente estamos haciendo es el primo.

            Al igual que el perdón es conveniente, incluso necesario para nuestra salud espiritual y mental, es necesario el aprender a “no volver a confiar un secreto al que nos traicionó”, y sin necesidad de dejar mostrar esa amistad, ese amor, sí es conveniente aprender a no ser primos.

            En cuanto el respeto a los mayores ocurre a veces algo parecido: Es necesario respetar a los mayores; por educación y porque como tal merecen ese respeto… aunque ¿siempre es merecido? Aquí a veces también pecamos de primos, porque si bien el mayor merece respeto, cosa que ya en otros artículos dejé plasmado, el mayor se debe de hacerse merecedor de ese respeto mostrando a su vez respeto por el pequeño. Nos encontramos a veces con la situación de tener que tomar partido por alguien cuando vemos que por seguir las pautas que nos marcaron nuestros padres (nuestros mayores por excelencia a la hora de empaparnos de modales y educación), vemos como somos humillados y manipulados por quien debe mostrarse más respetuoso si cabe. ¿Hemos de renunciar a ese respeto? NO; claramente no. Hacerlo sería, a parte de una grosería y muestra de falta de coherencia si queremos ser respetados, la peor manera de tratar al prójimo. Se puede ser respetuoso, como se diría en argot deportivo, de pizarra. De esa manera, al igual que no dejamos de ser amigos del que nos traiciona, nos hacemos también merecedores de ese respeto que mostramos; aunque claro, para ser respetuoso y no primo hay que cortar con el prójimo en cuestión y dejar hacer ciertas cosas que, con tal de complacer, antes hacíamos y por las que recibíamos incomprensiblemente, la obligatoriedad del cumplimiento de esas acciones.  Para ello está claro que necesitamos el apoyo y la confianza de la persona que aportó ese “extra” a nuestra relación.

            Mucha gente me habrá dicho y habrá oído de mi boca que yo nací tonto (primo) y no puedo cambiar; aunque es cierto que los años te enseñan a distinguir la diferencia entre ser prójimo y ser primo, y poco a poco, la madurez te da la oportunidad de discernir del momento en que has de ser prójimo y cuando, aunque el otro piense que te la está pegando, ser primo.

            Recibid un cordial saludo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

lunes, 5 de enero de 2015

TODOS TIRAMOS DEL MISMO CARRO


Esta semana voy a ser políticamente incorrecto, aunque eso no es extraño en mí, cierto. Me la trae “al pando” lo que piense el personal, porque todo el mundo es libre de pensar lo que quiera, incluido en ese todo el mundo yo.

Llevo días encontrándome en el Facebook a gente compartiendo en sus muros la foto de una octavilla de Cáritas Interparroquial de La Coruña en la que publican una de sus habituales campañas, de las muchas que hacen por amor al arte. Desde luego que vista de primeras no deja de llamar la atención cómo hacen dos apartados en los turnos de entrega de ropa: para todo el personal en general un día y para los gitanos en particular otro. Personalmente a mí tampoco me parece correcta la forma, pero conociendo un poco la labor de Cáritas, y por norma general cuando algo me llama la atención, no me quedo con el “lamparazo” de me deja ciego por su reflejo, investigo un poco para buscar el fondo, y cualquiera que no actúe así, sinceramente, me toca la moral por no decir otros tocamientos más obscenos.

Ni que decir tiene que todo el mundo, del color de su “bandera” que sea, reconoce la labor de esta Organización; pero a la vez, y en eso ya depende, y mucho, de qué pie cojeen la reacción inmediata es decir, que no pensar, que en eso también está metida la Iglesia sacando su tajada.

Recordando al P. Sainz cuando de crío nos decía aquello de “la ignorancia es muy atrevida” o lo otro de “el onceavo: no estorbar”, he de recordar unas cuantas cosas para esos “valientes” que les encanta regalarse las conciencias con sus cuentos de la “Iglesia por interés”: Cáritas, organización Internacional, nacida en 1897 dentro de la Iglesia, está dirigida por religiosos y laicos, no como muchos piensan por el párroco de turno. Si están entre otros sitios en las Parroquias es porque de esa manera están más cerca y son más accesibles a todo el que necesita de su ayuda.

Entre los datos que recoge Cáritas España en su memoria de 2013, ya que la de 2014 aún no está publicada, están los 78.017 voluntarios junto a los 4.171 trabajadores con nómina (sí, también Cáritas, como cualquier ONG crea puestos de trabajo).

Sobre los fondos de los que se provee Cáritas, ese punto en el que la gente cree que se sostiene con los impuestos de los españoles, hay que saber que el 74,92% de esos fondos llegan de manos privadas, en su mayoría de aportaciones particulares: un 58,7%, frente al 25.08% que llega de las Administraciones, tanto locales como autonómicas, nacionales o europeas; algo a lo que también acceden todo tipo de ONGs incluso en mayores porcentajes y cuya administración de fondos, en casos conocidos, están ahora mismo en los juzgados: Qué casualidad, precisamente en los casos de alguno de los colectivos que más se han indignado por el “panfletillo de marras”

Más datos, ya que a fin de cuentas eso es lo que queda y son los que aclaran ciertas cuestiones: Aunque se me acuse de “derechón y facha” (de nuevo: la ignorancia es muy atrevida y de nuevo también, me la trae al pando), se nos acusa a los católicos que con un gobierno de derechas (menudo disparate), es increíble que se hayan recortado las ayudas a los más desfavorecidos. Tiremos de hemeroteca y lleguemos al año 2011, último año de gobierno de izquierdas (otro disparate más): En ese año, las ayudas a Cáritas (osea, a la Iglesia que dirían algunos) por parte de la Administración fue del 33,7% del total de los fondos de la Organización. Recapitulemos: resulta que un gobierno de izquierdas aportaba más a la Iglesia (33,7%) que un gobierno fascista de derechas (25,08%), para pensárselo aquello que se dice que la derecha es parte cómplice de la Iglesia ¿no?

La inmediata reacción, conociendo los datos, puede ser aquella de confirmar que el Gobierno actual está recortando más fondos sociales, porque así interesa para calmar y a la vez alimentar a nuestras conciencias pro-sociales y a la vez anti-Iglesia. O sea, que al final el objetivo es claro: Hagan lo que hagan quien sea, del color que sean, la Iglesia tiene la culpa de todo. La realidad es otra: Sea del color que sea quien esté en la Moncloa, hay una completa dejadez de obligaciones directas hacia los más necesitados. Es más fácil soltar el muerto y que saquen las castañas del fuego otros: Cáritas en este caso, para que así, si mete la pata (que levante la mano quien no lo haya hecho miles de veces), ya tenemos un motivo para culpar a la Iglesia de su mala gestión o de su incoherencia o de su discriminación hacia ciertos colectivos.

Admirando como admiro la labor que está realizando el Banco de Alimentos en estos últimos años, de qué serviría tan ingente labor sin nadie que enlazase directamente con el necesitado. Ellos son parte de ese motor, pero las correas de distribución son las 25.000 instituciones benéficas que están en contacto directo con la calle. No se trata de menos preciar a ninguna de ellas, porque parece que a veces de eso se trata: para ensalzar lo mío, lo hago pisando a lo de los demás. No señores, enterémonos: aquí o echamos todos leña a la caldera o la máquina se para. Todos somos necesarios en esta labor, al igual que todos, como humanos, con toda la buena voluntad que pretendamos poner, también nos equivocamos a la hora de ayudar a los demás.

La Iglesia en general, y Cáritas en particular, no distingue entre etnias, religiones y ningún tipo de colectivo. Que no me vengan ahora los “indignados” a decir que pobres gitanos que Cáritas les discrimina, porque esos indignados son los primeros que echan la mano a su cartera para asegurarse que sigue en su sitio cuando un gitano merodea cerca de él, o mira de reojo para ver si le sigue los pasos. Dejemos las demagogias para otros y reconozcámoslo. Todos vamos de liberales, de progres, de solidarios hasta que nos encontramos de cara con una situación “incómoda”. Digo la Iglesia o Cáritas como puedo decir cualquier organización digna que tiene como fin el ayudar al desprotegido, sobre todo con la que está cayendo en estos tiempos; aunque otra casualidad es que el porcentaje de ONGs dedicadas a la ayuda al necesitado (labores sociales-humanitarias que dirían los que se la agarran con papel de fumar), con origen, ideología o ideario, o dependientes de la Iglesia supera con creces a las que nacieron como movimientos sociales, que por suerte también son innumerables, y que todas juntas son las que les están sacando las castañas del fuego a los ineptos que tenemos de clase política, que buenos también haberlos “haylos”.

Si Plauto, comediógrafo latino del siglo II a de C, ya lo vaticinaba: “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit”: Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro; hoy día, desgraciadamente, nos hemos convertido en eso, en lobos. El mayor crítico con una buena acción es otro que por su lado también ayuda a los demás.

¿No es más fácil, si de ayudar al prójimo se trata, de unir fuerzas, de aplicar la corrección y la crítica constructiva si el otro se equivoca, que pisar y machacar al que comete errores? Señores, si de ayudar al prójimo se trata, seamos consecuentes no con nuestra religión, ideología o colores de “banderas”, sino consecuentes con una sola cosa: la necesidad de ayudar al necesitado y dar de comer al hambriento.

Me despido una semana más con un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda deseando a todos una buena salida y entrada de año.

Juan J. López Cartón


NT: Todos los datos están extraídos de documentos públicos de Cáritas España y de las distintas ONGs consultadas