Dice el
saber popular: “Al que le pica; ajos come”, y es que resulta que parece ser que
mi post de la semana pasada, y sospecho que alguno más, a alguno no le pareció
conveniente no sé si por los términos utilizados, los temas que incluía o
simplemente no entiende o asume que exista la posibilidad que siendo católico
como soy tenga el derecho a expresar cosas que, gracias a este hecho, he vivido
y he conocido independientemente de aquello que pueda ejercer mi libertad de
expresión teniendo en cuenta que ni me mofo de nadie ni aspiro a ofender a
nadie; sobre todo por aquello de que “ofende el que puede; no el que quiere”.
¿Os acordáis
de Yupi, aquel extraterrestre que aterrizó en la tierra en un barrio que sustituía
a Sésamo allá por 1988 cuando solo podíamos ver dos canales de televisión: la
primera y la UHF? Pues el personaje en cuestión, junto a su amigo Astrako era
maravilloso; más que él, su mundo de fantasía del que provenía antes que se le
averiase la nave espacial y aterrizase en nuestro planeta.
Será que
como nos faltaban “cadenas amigas” y nos sobraba imaginación, se empezó a hacer
popular la expresión de “vivir en los mundos de Yupi” cuando nos creamos un
mundo propio, maravilloso por lo general, que huye de los problemas y la
realidad; cosa que pensándolo bien es complicado, porque ya sabemos que los
problemas vienen solos.
La cuestión
que hoy día, al igual que entonces y que en el futuro, mucha gente sigue
viviendo en “sus mundos de Yupi”. Hay personas que para avanzar no es que den
un paso atrás, sino que prefieren cambiar de camino para no tener que
enfrentarse a los obstáculos que este le presenta; eso sí, el nuevo camino será
maravilloso, con nuevas experiencias que en un primer momento serán excitantes
seguro, incluso harán ver a propios y extraños de su talante emprendedor,
aunque tristemente solo tiene un fundamento: la huida.
Pero no pasa
nada. La nueva andadura durará el tiempo que tarde en aparecer otra persona, otra
circunstancia, otro obstáculo que impida nuestra felicidad perpetua, y
realmente no se dan cuenta que con ello no mantienen la felicidad, sino que
aplazan los problemas que en un momento u otro volverán; porque ese camino que
abandonaron por la dificultad tendrán que volverlo a tomar para completarlo y
se encontrarán con tantos frentes abiertos como dejaron sin cerrar por vivir en
esos mundos de ilusión, en esos “mundos de Yupi”.
Casualmente,
y volviendo a la E.G.B. y sus programas, también estaba Don Pimpón, encarnado
en el maravilloso actor Alfonso Vallejo. Don Pimpón era un simpático aventurero
que siempre de vuelta a sus orígenes: el Barrio Sésamo, contaba sus aventuras y
desventuras (que nunca lo eran) por esos mundos de Dios.
Y es que
generalmente los que viven en los mundos de Yupi tienen mucho de Don Pimpón,
porque en esas permanentes huidas y cambios de vida, antes o después vuelven a
casa, de donde partieron precisamente para seguir en los mundos fantásticos
haciendo de aventureros, allí estamos nosotros dispuestos a escuchar todo lo
que nuestro Don Pimpón particular tiene que contarnos. Los maravillosos sitios
que ha conocido, las culturas que ni nos imaginamos cómo son. Incluso dentro de
la aventura tiene tiempo de ser buena personas, porque realmente lo son, pero
hasta en eso sale la vena de trotamundos y lo cuentan como algo fantástico y no
como algo que realmente les llena, porque reconocer que disfrutan cuando ayudan
es para ellos una muestra de debilidad, cuando es todo lo contrario y, en
cierta forma, otra manera de vivir en sus mundos de Yupi.
Así lo creo,
lo vivo y lo cuento, porque todos tenemos en nuestro entorno a un maravilloso
Yupi y a un fantasioso Don Pimpón. ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Digo qué
sería porque, como continuamente remarco en mis escritos, eso también nos
enriquece. Nos hace ver lo maravilloso que es el coraje de atreverse a hacer
ver a un padre que no comparte nuestra visión de la vida, cómo esa vida es la
nuestra, y que nos enfrentamos a ella con sus problemas al igual que él hizo en
su momento. Nos hace ver que enamorarse no es malo, y que comprometerse con
alguien de por vida no nos resta libertad, sino que nos enriquece porque
nuestro Don Pimpón interior (que todos lo tenemos o deberíamos tenerlo) vive
aventuras duplicadas con la persona que amas. Nos hace valorar que cuando
hacemos algo por los demás, no somos una ONG particular, sino somos coraje y
corazón para hacer lo que queremos por quien queremos. Nos hace sentirnos
agraciados de tener un Dios al que respetamos y amamos y al que recurrimos
cuando necesitamos fuerza o agradecemos cuando logramos triunfos. Nos hace
disfrutar de la amistad y compañía de los más variopintos Yupis y don Pimpones,
con los que compartimos fantasías y aventuras y cuando es necesario también
confidencias y sentimientos encontrados.
Como he
dicho en el anterior párrafo todos tenemos o debemos tener un Yupi y un don
Pimpón interior, porque eso significa que en el fondo aún reservamos la pizca
de niño que hace que sonriamos ante una situación simpática, que nos sonrojemos
ante un alago ajeno o hagamos el payaso sin miedo a que otro nos mire con cara
rara con tal de arrancar la sonrisa de nuestra compañía. El problema es cuando
en vez de dejar emerger esa faceta en los momentos puntuales, conociendo y
dominando el contexto, hacemos de ello un leitmotiv permanente en nuestras
vidas, con lo que terminamos con una carencia de personalidad que nos lleva a
estar continuamente iniciando caminos y aventuras a la espera de encontrar el
que consideramos que es nuestro mundo de Yupi definitivo.
Recibid un
fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.
Juan J.
López Cartón.
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