lunes, 19 de enero de 2015

DE "LOS MUNDOS DE YUPI" Y DE LOS "DON PIMPONES"

        


            Dice el saber popular: “Al que le pica; ajos come”, y es que resulta que parece ser que mi post de la semana pasada, y sospecho que alguno más, a alguno no le pareció conveniente no sé si por los términos utilizados, los temas que incluía o simplemente no entiende o asume que exista la posibilidad que siendo católico como soy tenga el derecho a expresar cosas que, gracias a este hecho, he vivido y he conocido independientemente de aquello que pueda ejercer mi libertad de expresión teniendo en cuenta que ni me mofo de nadie ni aspiro a ofender a nadie; sobre todo por aquello de que “ofende el que puede; no el que quiere”.

            ¿Os acordáis de Yupi, aquel extraterrestre que aterrizó en la tierra en un barrio que sustituía a Sésamo allá por 1988 cuando solo podíamos ver dos canales de televisión: la primera y la UHF? Pues el personaje en cuestión, junto a su amigo Astrako era maravilloso; más que él, su mundo de fantasía del que provenía antes que se le averiase la nave espacial y aterrizase en nuestro planeta.

            Será que como nos faltaban “cadenas amigas” y nos sobraba imaginación, se empezó a hacer popular la expresión de “vivir en los mundos de Yupi” cuando nos creamos un mundo propio, maravilloso por lo general, que huye de los problemas y la realidad; cosa que pensándolo bien es complicado, porque ya sabemos que los problemas vienen solos.

            La cuestión que hoy día, al igual que entonces y que en el futuro, mucha gente sigue viviendo en “sus mundos de Yupi”. Hay personas que para avanzar no es que den un paso atrás, sino que prefieren cambiar de camino para no tener que enfrentarse a los obstáculos que este le presenta; eso sí, el nuevo camino será maravilloso, con nuevas experiencias que en un primer momento serán excitantes seguro, incluso harán ver a propios y extraños de su talante emprendedor, aunque tristemente solo tiene un fundamento: la huida.

            Pero no pasa nada. La nueva andadura durará el tiempo que tarde en aparecer otra persona, otra circunstancia, otro obstáculo que impida nuestra felicidad perpetua, y realmente no se dan cuenta que con ello no mantienen la felicidad, sino que aplazan los problemas que en un momento u otro volverán; porque ese camino que abandonaron por la dificultad tendrán que volverlo a tomar para completarlo y se encontrarán con tantos frentes abiertos como dejaron sin cerrar por vivir en esos mundos de ilusión, en esos “mundos de Yupi”.

            Casualmente, y volviendo a la E.G.B. y sus programas, también estaba Don Pimpón, encarnado en el maravilloso actor Alfonso Vallejo. Don Pimpón era un simpático aventurero que siempre de vuelta a sus orígenes: el Barrio Sésamo, contaba sus aventuras y desventuras (que nunca lo eran) por esos mundos de Dios.

            Y es que generalmente los que viven en los mundos de Yupi tienen mucho de Don Pimpón, porque en esas permanentes huidas y cambios de vida, antes o después vuelven a casa, de donde partieron precisamente para seguir en los mundos fantásticos haciendo de aventureros, allí estamos nosotros dispuestos a escuchar todo lo que nuestro Don Pimpón particular tiene que contarnos. Los maravillosos sitios que ha conocido, las culturas que ni nos imaginamos cómo son. Incluso dentro de la aventura tiene tiempo de ser buena personas, porque realmente lo son, pero hasta en eso sale la vena de trotamundos y lo cuentan como algo fantástico y no como algo que realmente les llena, porque reconocer que disfrutan cuando ayudan es para ellos una muestra de debilidad, cuando es todo lo contrario y, en cierta forma, otra manera de vivir en sus mundos de Yupi.

            Así lo creo, lo vivo y lo cuento, porque todos tenemos en nuestro entorno a un maravilloso Yupi y a un fantasioso Don Pimpón. ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Digo qué sería porque, como continuamente remarco en mis escritos, eso también nos enriquece. Nos hace ver lo maravilloso que es el coraje de atreverse a hacer ver a un padre que no comparte nuestra visión de la vida, cómo esa vida es la nuestra, y que nos enfrentamos a ella con sus problemas al igual que él hizo en su momento. Nos hace ver que enamorarse no es malo, y que comprometerse con alguien de por vida no nos resta libertad, sino que nos enriquece porque nuestro Don Pimpón interior (que todos lo tenemos o deberíamos tenerlo) vive aventuras duplicadas con la persona que amas. Nos hace valorar que cuando hacemos algo por los demás, no somos una ONG particular, sino somos coraje y corazón para hacer lo que queremos por quien queremos. Nos hace sentirnos agraciados de tener un Dios al que respetamos y amamos y al que recurrimos cuando necesitamos fuerza o agradecemos cuando logramos triunfos. Nos hace disfrutar de la amistad y compañía de los más variopintos Yupis y don Pimpones, con los que compartimos fantasías y aventuras y cuando es necesario también confidencias y sentimientos encontrados.

            Como he dicho en el anterior párrafo todos tenemos o debemos tener un Yupi y un don Pimpón interior, porque eso significa que en el fondo aún reservamos la pizca de niño que hace que sonriamos ante una situación simpática, que nos sonrojemos ante un alago ajeno o hagamos el payaso sin miedo a que otro nos mire con cara rara con tal de arrancar la sonrisa de nuestra compañía. El problema es cuando en vez de dejar emerger esa faceta en los momentos puntuales, conociendo y dominando el contexto, hacemos de ello un leitmotiv permanente en nuestras vidas, con lo que terminamos con una carencia de personalidad que nos lleva a estar continuamente iniciando caminos y aventuras a la espera de encontrar el que consideramos que es nuestro mundo de Yupi definitivo.

            Recibid un fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

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