
VS
“Aviso a
toda la población: el simulacro de paz y amor HA FINALIZADO; ya pueden guardar
los langostinos, insultar a sus cuñados y suegros y disolverse”.
Esta es una
de las bromas que corren estos días, después de la Navidad, en los corrillos
cibernéticos. Así leído a voz de pronto suena simpático pero, si lo
reflexionamos con un poco de profundidad y una dosis de realidad, es tan real
como la vida misma.
Esta
cabecera no quiere ser un nuevo artículo sobre la Navidad. Ya pasó y desde hace
mucho tiempo intento llevar a cabo el “Carpe Diem” que aun sin yo saber lo que
significaba, muchos lustros atrás, alguien plasmó en una de las carpetas que
aún conservo de las convivencias y Pascuas juveniles en las que participé de
chaval.
También se
ha escrito mucho en estos últimos días sobre la necesidad de la libertad de
expresión, de la necesidad de no sentirnos amenazados por ningún motivo y menos
que este sea la religión, aunque he de apostillar en este tema, al igual que un
artículo que leí el otro día en prensa y la colaboración del viernes de mi
esposa Mara, “Je ne suis pas Charlie”, porque por encima de la libertad creo
que está el respeto y sobre todo el sentido común, con lo cual hemos de ser
consecuentes con las consecuencias de nuestros actos, por duras y dolorosas que
sean estas consecuencias, y por poco justificadas y muy desproporcionadas que
sean las respuestas a esos actos.
Yo que soy
amante de cuentos e historias contaré una historia que mi amigo Antonio
Torrejón nos contó hace tiempo para explicarnos la relación entre perdón y
confianza, que curiosamente recuerda y en parte parece enfrentarse a aquella
pregunta que le hicieron a Jesús de “Si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces he
de perdonarle: siete?” y Jesús contestó, estoy seguro que además de con su
eterna bondad, con su sabiduría y necesidad de hacernos pensar: “hasta setenta
veces siete”. Pues bien; Una situación parecida ocurrió en que un hombre fue a
pedir consejo sobre una traición que había sufrido por parte de un gran amigo
al contarle un secreto y éste corresponder haciéndolo público de inmediato y la
gran duda que le asaltaba si debía de perdonarle por la traición y dejar de ser
su amigo o cómo había de actuar. La respuesta era sencilla: no había motivo de
dejar de lado la amistad, lo que el sentido común mandaba en ese caso que jamás
debía de volver a confiarle un secreto, pues más que la amistad, lo que había
traicionado era la confianza.
Cuando la
vida nos brinda la oportunidad de formar parte de un grupo, de un colectivo, de
una familia, está claro que tiene que haber cosas que nos unen a ese conjunto
de personas con las que decidimos compartir nuestro tiempo y nuestra vida. En
un primer momento siempre suele ocurrir que todo va como la seda; a fin de
cuenta nos juntamos porque tenemos cosas en común: gustos, actividades,
sentimientos… pero también es cierto que el tiempo es un juez que nos va
marcando la senda y justa o injustamente, marca también las pautas y las
“mochilas” que cada uno llevamos y rellenamos con las cosas que nos crean
apego. La cuestión es que esas “mochilas” influyen en nuestras relaciones con
los demás y; si bien nosotros seguimos siendo las mismas personas que
comenzaron ese camino común, nuestros “anexos”: novias, creencias religiosas,
opciones políticas, familias, hacen que ante ciertos estímulos nuestros
compañeros de andanzas reaccionen de manera que choca con lo que pensábamos que
era. Por esa amistad, por ese cariño, por ese amor que profesamos al prójimo
correspondiente somos capaces de hacer oídos sordos y dejarnos poner la venda
en los ojos para no ver ni oír lo que no nos interesa o mejor dicho: lo que
interesa no oír y no ver con tal que esa complicidad no se vea mermada. En ese
momento somos prójimo, porque actuamos como Jesús nos pedía al cerrar los ojos
y taparnos los oídos perdonando setenta y setecientas veces siete, pero no nos
damos cuenta que lo que realmente estamos haciendo es el primo.
Al igual que
el perdón es conveniente, incluso necesario para nuestra salud espiritual y
mental, es necesario el aprender a “no volver a confiar un secreto al que nos
traicionó”, y sin necesidad de dejar mostrar esa amistad, ese amor, sí es
conveniente aprender a no ser primos.
En cuanto el
respeto a los mayores ocurre a veces algo parecido: Es necesario respetar a los
mayores; por educación y porque como tal merecen ese respeto… aunque ¿siempre
es merecido? Aquí a veces también pecamos de primos, porque si bien el mayor
merece respeto, cosa que ya en otros artículos dejé plasmado, el mayor se debe
de hacerse merecedor de ese respeto mostrando a su vez respeto por el pequeño.
Nos encontramos a veces con la situación de tener que tomar partido por alguien
cuando vemos que por seguir las pautas que nos marcaron nuestros padres
(nuestros mayores por excelencia a la hora de empaparnos de modales y
educación), vemos como somos humillados y manipulados por quien debe mostrarse
más respetuoso si cabe. ¿Hemos de renunciar a ese respeto? NO; claramente no.
Hacerlo sería, a parte de una grosería y muestra de falta de coherencia si
queremos ser respetados, la peor manera de tratar al prójimo. Se puede ser
respetuoso, como se diría en argot deportivo, de pizarra. De esa manera, al
igual que no dejamos de ser amigos del que nos traiciona, nos hacemos también
merecedores de ese respeto que mostramos; aunque claro, para ser respetuoso y
no primo hay que cortar con el prójimo en cuestión y dejar hacer ciertas cosas
que, con tal de complacer, antes hacíamos y por las que recibíamos incomprensiblemente,
la obligatoriedad del cumplimiento de esas acciones. Para ello está claro que necesitamos el apoyo
y la confianza de la persona que aportó ese “extra” a nuestra relación.
Mucha gente
me habrá dicho y habrá oído de mi boca que yo nací tonto (primo) y no puedo
cambiar; aunque es cierto que los años te enseñan a distinguir la diferencia
entre ser prójimo y ser primo, y poco a poco, la madurez te da la oportunidad
de discernir del momento en que has de ser prójimo y cuando, aunque el otro piense
que te la está pegando, ser primo.
Recibid un
cordial saludo y un apretón de mano izquierda.
Juan J.
López Cartón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario