martes, 9 de diciembre de 2014

JUGANDO A SER MAYORES




JUGANDO A SER MAYORES

            El 7 de marzo de 1989 está marcado en mi calendario vital como el día que cumplí la mayoría de edad. Sí; ese hecho siempre está señalado para toda persona, sobre todo por la supuesta madurez que nos da la Constitución española desde su reforma de 1978, en la que se redujo de los 21 años a los 18 (Este hecho realmente se produjo un mes antes de la firma de la Carta Magna). La verdad es que algo socialmente tan vital como entrar a formar parte del censo electoral, o en el aspecto más arcano “hacer lo que nos dé la gana”, a mí me importaba un bledo. Yo me sentía totalmente igual que el día anterior, pero la Ley, la Constitución, decía que yo ya había pasado de ser un niño a un ser maduro socialmente capaz de asumir mis responsabilidades como ciudadano. Pero una cosa era cierta: ya era mayor de edad.
            Se oyen voces que piden cambiar de nuevo esa marca en nuestro calendario vital y reducirla ahora a los 16 años. Por otro lado, el partido político VOX me sorprendió hace unos días  proponiendo que los menores de edad puedan votar, ejerciendo ese poder eso sí, en la figura de sus padres; esto ya fue lo que me hizo alucinar del todo.
            En este contexto comienzo a plantear mi opinión, siempre personal, de lo que pienso que está ocurriendo y lo que para mí es peor: lo que puede llegar a ocurrir; dado que como ya planteaba en mi artículo de la semana pasada los “mayores” nos hemos empeñado en tener niños adultos/viejos, con las obligaciones que eso supone por entrar en un juego que no es el suyo. Un juego que pretendemos que pase  de los patios del colegio, del “descampao” a las urnas, sin seguir el ritmo natural del proceso que les debe llevar hasta  la madurez.
            Por supuesto que soy partidario que los niños deben conocer lo que es la democracia, incluso participar en ello siempre que se pueda, pero no podemos cargar sobre sus espaldas infantiles el peso de una madurez que no tienen. Nuestra responsabilidad como padres es educarlos y prepararlos en una democracia, en una participación activa sabiendo que eso llevará a crear personas responsables, pero los primeros que debemos ser responsables en cómo hacerlo somos los propios adultos.
            El primer ámbito en el que se desarrolla cualquier niño es el del hogar. Está claro que el término hogar es muy heterogéneo, ya que tan hogar es una familia “estructurada” como “desestructurada” (utilizo términos habituales para definirlos aunque no esté de acuerdo en sus concepciones) o como un orfanato o incluso un reformatorio. La suerte y las circunstancias hacen que cada niño disfrute o sufra de un entorno propio que hará en parte de horma para el adulto en que se convertirá en el futuro.
            Por decir lo siguiente se me puede tachar de muchas cosas, y ninguna buena: “La vida en familia, el entorno del hogar, para los hijos, no es ninguna democracia; debe tener tintes de dictadura”. Me explico: desgraciadamente en demasiadas ocasiones, en un afán de dar una falsa libertad a nuestros hijos, se cuenta con su opinión a la hora de decidir acciones y cosas vitales que ocurren en el seno familiar. Cuando esa opinión se convierte en una opción y una posibilidad dentro de los planes, puede ser enriquecedor para lo que se haya planeado; el problema es que cada vez se otorga más peso a las opiniones y opciones de nuestros hijos y se llega a una profunda tiranía por su parte en la que se vive, se actúa y se hace todo para ellos. Organizamos la vida familiar siempre contando con lo que a ellos les apetece o les gusta, sin valorar que muchas veces esos gustos, esas apetencias, no son realmente enriquecedoras para su crecimiento como personas maduras. En demasiadas ocasiones nos encontramos con niños que cuando no se hace lo que a ellos les apetece no digo solo que se revelan, sino que llegan a proferir tremendos chantajes emocionales hacia sus progenitores. Hemos roto la frontera en la que los hijos respetan las decisiones de los padres. Hemos hecho creer a nuestros hijos que nuestras decisiones no son reflexionadas para su provecho, sino que solo se toman para beneficio de nuestro, con lo cual, si tomas cualquier decisión sin contar con su beneplácito, se convierte en una decisión en su contra.
            Poco a poco esa forma de actuar se ha traducido en una responsabilidad hacia ellos: “La familia disfrutará si tú disfrutas”, con lo cual se ha ido anulando el respeto y la aptitud de cualquier cosa en las que ellos no den su visto bueno. Como ya contaba en mi anterior artículo… “qué difícil es ser padre”.
            Todas estas cosas hacen, volviendo al título del artículo, que los niños de hoy día en vez de jugar a ser niños, con sus trastadas, con sus chiquilladas, con los correspondientes disgustos y quebraderos de cabeza para los padres, se estén convirtiendo en “viejos” en los que su responsabilidad es decidir cosas que no les competen. Porque sin querer, sin darnos realmente cuenta de ello, los adultos también nos acomodamos, y nos acostumbramos a la facilidad que los planes los hagan otros, aun sabiendo que no son convenientes.
            Las responsabilidades de los niños deben ser las esenciales para ellos. Las que hacen que crezcan en madurez a su debido momento. No podemos intentar acelerar un proceso que debe durar el tiempo correspondiente. Al igual que si intentamos que una masa fermente de golpe, acelerando su crecimiento; podemos encontrarnos que esa masa, una vez retirada de la fuente de calor que le hizo crecer rápidamente, se venga abajo de golpe, convirtiéndose en harina, huevo y poco más. Una amalgama de ingredientes que por no darle su tiempo correspondiente se revela y se hace inservible.
            Los niños deben conocer y aprender a valorar el esfuerzo y las obligaciones de los mayores, que hacen que ellos tengan lo que tienen. Darse cuenta y valorar que su vida de niños, sus obligaciones de niños, deben ser sencillas: el colegio, ayudar y colaborar en las tareas que se les encomiende en casa y poco más, sin someterles a decisiones que corresponden a los mayores. Si guardo tan buen recuerdo de mi infancia estoy seguro que es por eso. Mis padres; mi padre era una persona estricta, incluso severa; mi madre en su papel, amorosa, acogedora. Los dos se complementaban perfectamente, y los dos organizaban la vida familiar, y sin necesidad de consulta. Siempre conseguían el consenso por el simple hecho que nosotros, como niños, respetábamos y entendíamos que ellos tenían el papel de decidir, y lo que se decidiese se hacía con el amor de ambos hacia nosotros. Por supuesto que nos revelábamos cuando llegó el momento, pero hasta en eso, las decisiones como tal, eran tomadas por ellos, siendo siempre nosotros los beneficiados.
            Ellos me hicieron crecer madurando, no madurar creciendo, que es lo que pretendemos hoy día. Pretendemos cambiar el orden lógico de la evolución: es necesario crecer para madurar, no madurar para crecer.
            Demos el tiempo necesario a nuestros hijos, a los niños, para madurar poco a poco. Ya habrá tiempo en que la vida les obligue a tomar decisiones, a toparse con muros que deberán saltar, pero ahora dejemos que sean ellos los que se limiten a saltar la tapia del “descampao” para descubrir lo que hay detrás.
            Me despido con un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

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