jueves, 10 de marzo de 2016

UTSB: LA OTRA CRÓNICA

       

            Tras la resaca,  pasados los calambres y el cansancio de los corredores (alguno quedará seguro), quisiera hacer una breve crónica de la UTSB 2016 desde la visión que da "la distancia de una mesa por medio": el voluntario.

            Cuando a alguien se le ocurre organizar cualquier carrera; más o menos larga, más o menos técnica, en fin: cualquiera, precisa de una ingente cantidad de personas para que aquello funcione y salga bien. En el caso de las que transcurren por el campo y la  montaña a todos, de una manera u otra nos une una cosa: el amor a este medio y al deporte. No todos, como es mi caso, hemos nacido para competir; nos conformamos con disfrutar de los paisajes y de las maravillas que nos brinda la naturaleza haciendo rutas, otro tipo de actividades o simplemente paseando y cuando llegan estas ocasiones nos decidimos a dar nuestra versión y nuestro trabajo en forma de voluntarios.

            Alguno de los corredores me conocen y están acostumbrados a verme, además, con la cámara en ristre en cualquier recoveco de las carreras que organiza Naturaventura S.C. en las que componen la Naturaventura Trail Series, pero en esta gran prueba que es la UTSB siempre opto por echar una mano al Club Tritón como parte del avituallamiento de Villaluenga del Rosario, sobre el que me voy a centrar en esta crónica.

            Los días previos, al igual que a los corredores, también a nosotros nos coge el pellizco en el estómago. Somos conscientes del peso que soportamos a la hora que todo salga como tiene que salir y lo que es más importante: sin incidencias. Cualquiera de estas pruebas lleva meses de preparación: buscar financiación, repasar el trazado palmo a palmo y cuando se aproxima la fecha hay que patear de nuevo todo para balizar, organizar los distintos avituallamientos, los grupos de voluntarios con los que puede contar, dónde montar cada operativo necesario… en fin, una cantidad de cosas que si bien los corredores agradecen, muchos no son realmente conscientes que con su inscripción están pagando cosas que ni se imaginan a las hay que hacer frente (No olvidemos que todo ello después de la prueba también hay que desmontarlo).

            Durante la tarde llegaron desde Churriana el grupo de voluntarios del Club la Verea, viejos conocidos ya de esta prueba y hermanos del Club Tritón. Dio tiempo a darles la bienvenida como merecen e incluso a calentar motores tomando un vino de la tierra que trajeron y ayudarles a instalarse, buscando leña, en la casa que haría las veces de su “punto de reunión”. Qué grandes Nieves, Nani, Susana, Baldu, Mati, Luis, Encarni, Paco, Carlos, Marga, Roberto... todos, todos ellos.

  


            La cuestión es que antes que sonasen los trabucos en Prado del Rey anunciando la salida animada por el gran Chito, en Villaluenga ya algunos estábamos a la puerta de la caseta municipal esperando que empezasen a llegar los participantes. Este año el montaje del “tinglao” ha estado un poquito más apurado porque a diferencia del año pasado, éramos menos gente. Se echó de menos a Pablo, Andrea, Ágata, José Luis… pero aún así todo estaba listo para que a las 22:30 llegase Omar Valle y aunque fugaz, su visita se viese compensada con lo que necesitaba en ese momento. Tras él llegaron José María Espinar, José Manuel Naranjo, Rafael Romero… y así, ya en continuo goteo, chorreo y avalancha de corredores. En lo que a mí respecta, solo hice pequeños lapsus para el "vicio" y por supuesto, porque no lo pude remediar, sacar alguna foto de mis sufridos amigos José Antonio, Nito, Dani, Juande, Alba que corría la bandolerita… todo lo demás fue llenar bidones, vasos, servir agua, isotónica, caldo… y sobre todo dar gritos de ánimo para la gente que iba llegando, porque si bien los primeros se salvaron y solo sufrieron niebla arriba en los Llanos y El Boyar, la gran mayoría tuvo que soportar agua, ventisca, aguanieve, barro… como diría Rambo… "Esto es un infierno, no siento las piernas".

       

      

     

     

            Esto repercutió en el estado del suelo que acogía el avituallamiento ya que con la acumulación de agua y barro tuvimos que echar mano de cartones y sobre todo de las alfombras que el gran Ismael trajo de su casa para evitar resbalones y caídas, que alguna hubo a pesar de ello. A su vez intentábamos recoger, humedeciendo lo menos posible, el agua y barro del suelo para que aquello fuese un lugar digno, porque todos los corredores merecían ser acogidos en condiciones ya que muchos llegaban con principio de hipotermia y las estufas que teníamos no daban a basto para dar suficiente calor. De esta hecatombe tampoco se libraban los aseos de los que también hubo que estar pendientes. Este ajetreo se alargó durante toda la noche con la preocupación añadida de saber que había corredores que estaban perdidos por las condiciones climatológicas teniendo que decidir activar el plan de rescate; por suerte con buen final. Y allá cerca de las siete de la madrugada, este que les escribe, necesitó descansar alguna horita para reengancharse pocas horas después.
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            Por la mañana, ya junto a la fantástica gente de La Verea, en el reenganche más de lo mismo: seguimos animando y sintiéndonos útiles para los participantes. Son los protagonistas, así que no les puede faltar de nada. Alguno llegaba tan machacado que teníamos que atenderles directamente, mientras se sentaban un rato, llevándoles líquido y sólido; frio y caliente.

            En la tarde sabíamos lo que nos esperaba: Se juntaban la vuelta de “la bandolera” y “la bandolerita”; traducido: dar el 150% de nosotros para que a nadie le faltase de nada. Más caras conocidas, más abrazos de ánimo, más empuje… Llegó alguien al que admiro: Gustavo Delgado Manero junto a su hermano Antonio; ejemplo de superación y aun con los dolores de rodilla que iba soportando, continuó hasta llegar a meta en la madrugada del domingo.

    

  

  

    

            Si los corredores estaban deseando ver el arco de meta en Prado del Rey, no menos nosotros estábamos deseando que llegasen las 22:00 del sábado. Hora prevista del cierre de control en nuestro avituallamiento. No todo terminaba ahí. Había que atender a los rezagados, desmontar y recoger el avituallamiento; barrer y fregar todo el local y como se suele decir: “aquí no ha pasado nada”. Aun así hubo tiempo de tomar una copa todo el equipo que quedábamos y que no se fueron a Prado para ver la llegada de algún corredor. Hora de retirada: pasadas las tres de la mañana.

            Bueno, así en unas pinceladas he intentado transmitir lo que se siente en el avituallamiento de una gran prueba como la UTSB. Bueno… no todo; me queda algo que a mucha gente no le gusta: una crítica.

            Siempre he admirado, admiro y admiraré a los corredores de estas pruebas, porque tienen el valor que yo no tengo ni siquiera para inscribirme en ellas. Lo he dicho y transmitido en muchas ocasiones pero por lo vivido y por lo que alguno me transmitió también quiero dar un pequeño tirón de orejas a alguno de ellos; desde luego que son los menos, pero como las meigas: “haberlas, haylas”. Los geles, barritas y similares son necesarios para soportar el recorrido, pero algunos no son conscientes que los envoltorios y tubitos una vez consumidos, ocupan y pesan menos; sin embargo ensucian más, por lo tanto por favor: ¿porqué hubo participantes que me dijeron que los habían encontrado tirados durante el trazado? El esfuerzo de los voluntarios es mucho; cierto, casi siempre se nos agradece como tal y por ello doy las gracias, pero lo que no entiendo es por qué hay corredores que si llegaban con los guastes calados, en vez de escurrirlos en un cubo, o que nosotros lo hiciésemos, con la que estaba liada en la caseta, los escurrían en medio, creando charcos y con ellos el pertinente riesgo de caída de otro compañero. Si el calzado llega lleno de barro, obviamente, todo se mancha, pero eso de quitarse las zapatillas y sacudirlas en medio del salón, tampoco es algo que vea normal, al igual que vaciar los bidones en los sacos de basura: nosotros podemos hacerlo en el sitio adecuado evitando chorreo innecesario de estos cuando los retiramos. Son detalles, cierto, que a veces por las circunstancias y cansancio no son conscientes, pero para los que nos estamos dejando el alma para que ellos estén a gusto, que no les falte de nada, animándoles hasta quedar afónicos, nos resulta chocante. Tal vez más por el hecho del desprecio que se hace al compañero corredor que viene detrás y merece encontrarse las cosas como estaban cuando el intercepto llegó que por los voluntarios que tenemos que recoger, limpiar, y poner siempre una sonrisa ante estos “detallitos”. De verdad, sois muy grandes, sois admirables, pero no enturbiéis esa imagen por cosas tan simples y tan de simple educación y respeto por el compañero y por el medio ambiente.

            Un saludo y apretón de mano izquierda. Nos vemos en la próxima.
            
            Juan J. López Cartón.

        Os comparto alguna de las fotos de corredores y sobre todo del equipo de voluntarios del avituallamiento de Villaluenga. Agraceder a Susana de la Verea el permitirme compartir sus fotos junto a las mías para este post.

  

  

  

  

  

  

  

  

  



Y la despedida hasta la próxima...

lunes, 30 de noviembre de 2015

JE SUIS DE CRISTO, YO SOY DE JESÚS DE NAZARET


            Por los acontecimientos sucedidos en los últimos meses se ha puesto de moda la expresión francesa “je suis”. No es que el francés se haya revelado como el nuevo idioma internacional, que en el caso del correo postal lo es, pero la solidaridad humana ha tomado esta expresión como estandarte a la hora de expresar rechazo e indignación.

            Si de modas hablamos, he de decir que nunca he sido seguidor de ellas; pero también he de reconocer que por mucho que pretenda evitarlas, siempre caigo en alguna de ellas no por el hecho que se convierta en tendencia, sino simplemente por mi propio gusto a la hora de decidir escoger una u otra prenda, frase, lugar o lo que me venga en gana y en el caso de mis creencias religiosas no voy a ser menos.

            Muchos me habéis leído despotricar, y mucho, de la Iglesia Católica. Alguna de esas críticas sé que han sido muy incisivas incluso, sé que para alguno, fuera de tono y de lugar. No me retracto de ninguna de esas opiniones, ya que soy libre de pensar, y los años que tengo y las vivencias propias me han demostrado que estoy en lo cierto. No, hoy, lo siento por los que esperaban que así fuese, no voy a hablar de la Iglesia. Hoy me apetece escribir de los motivos por los que, aun pareciendo que me he alejado, incluso abandonado la doctrina marcada, me siento parte de esa que para mí sigue siendo mi Madre y por la que cada día, cuando pongo los pies en el suelo, es suficiente motivo para comportarme y actuar como lo hago.

            Tengo claro que “antes que católico soy cristiano”. Entrecomillo la expresión porque para mí tiene mucha importancia la diferencia que existe entre las palabras cristiano y católico, en ese orden concreto. Dejando de lado polémicas que alguno se pueda crear, ya que he dicho que hoy no voy por ahí, quiero reflejar en estas líneas la manera de entender mis creencias más o menos válidas, y si consigo transmitir esto seguro que eso hará comprender muchas cosas: mis salidas de tono en lo que respecta a mis opiniones hacia la Iglesia, mi forma de actuar, mi vivencia espiritual y el Amor por algo que aun sin poder explicarlo como me gustaría hace que mi vida tenga sentido.

            Tal como he hecho en el título del artículo voy a separar lo que considero básico para entender mi postura: Jesús de Nazaret y Cristo. Esto para los puristas sería una impostura porque dirán que no es posible entender esa “mutilación”, ya que no se puede entender el uno sin el Otro, pero en este caso, y ciertamente con esta premisa, lo voy a hacer.

            Jesús de Nazaret: el hijo del carpintero, la figura histórica (que no bíblica), el alborotador...; el hombre. Desde luego que las referencias hacia él son pocas porque después de todo no era nadie de interés. Sin embargo, para mí resulta de suma importancia esa encarnación del Hijo de Dios precisamente en alguien que tenía que pasar desapercibido para la historia. Jesús era un tipo normal, hasta el punto que las propias escrituras sagradas hacen caso omiso de la mayoría de su vida, centrándose en su nacimiento y en sus últimos años pasando de refilón por algún momento concreto como su presentación en el Templo. Este hecho para mí resulta de suma importancia porque precisamente es a este aspecto al que menos importancia se le da, cuando creo que en ello está la “fórmula” de haber conocido la verdad que se iba a encontrar en el auténtico momento de desarrollar su Ministerio y predicación. Jesús era conocedor del día a día de sus coetáneos, de sus vecinos, de los buenos y de los malos, de las miserias y bendiciones, de los buenos y malos momentos por los que pasa cualquier persona en su día a día. Jesús, durante casi toda su vida, se dedicó a “pisar el suelo”; trabajar para poder comer, participar en fiestas, de niño seguro que más de una trastada haría, porque los niños así eran y así han seguido siendo, quejarse cuando su padre o su madre le mandasen alguna cosa y a él no le apeteciese… y todo esto, simplemente, porque Dios eligió el volver como hombre para fundamentar su salvación divina. Desde luego estoy seguro que no sería un bala perdida; después de todo no dejaba de ser quien era, además del hijo de José y María.

            Esta humanidad de Jesús, menospreciada en demasiadas ocasiones por la Iglesia, precisamente es un pilar primordial a la hora de entender mi cristianismo. Jesús, por ser “hombre”, por conocer realmente la realidad, el día a día de los hombres, está más que capacitado para entenderme, comprenderme y conocer porqué el hombre a veces actúa de forma que parece contraria a la doctrina de una Iglesia que parece no querer tener los pies en el suelo.

            Sobre Cristo qué voy a decir si para muchos está todo dicho en el Nuevo Testamento y en las continuas referencias del Antiguo. Pues no. Sería estúpido ceñirnos a esas Escrituras como pretenden hacer muchos, generalmente críticos con los que seguimos su figura y su Salvación. Sobre Cristo, todo el que realmente tiene una vivencia de Él, dibujará un boceto diferente de lo que para él supone ese encuentro, esa experiencia extraña en la que sientes cómo te acompaña o, como cuenta una historia, te lleva en brazos cuando tus piernas no responden. Yo puedo decir que mi primer “contacto” directo con Él fue cuando solo contaba con 11 años, aunque sé que estuvo agarrándome la mano sin soltarla desde el momento en que nací; sino, que se lo pregunten a mi madre. Sí desde la infancia he vivido a Cristo. Mis padres y la vida me brindaron ese privilegio. Años que sin duda marcaron el camino que había de seguir por el resto de mis días, sin dejar de reconocer las veces que aun intentándolo, no he sido capaz de cambiarlo por otro.


            Nadie estamos en el derecho de juzgar los pasos de los demás, y con esa base, a pesar que todos caemos en ello, reclamo ese mismo derecho para mí y para mi vida cristiana. Mi vida que se basa en un largo camino como hombre y entre los hombres. Conociendo y descubriendo los motivos por los que cada uno actúa de la manera que lo hace intentando que por mi parte no haya reproches, sino comprensión y respeto y en base a ello, muchas veces: amistad. La huella de ese Cristo intento día a día que se vea reflejada en la huella de este hombre. Como ya he reconocido en otras ocasiones no me considero un buen cristiano porque tal vez esa faceta de hombre me supera en demasiadas ocasiones, pero sí es cierto que los que se han cruzado en mi camino me han hecho saber que sí notan la huella de Cristo en mí y sobre todo en mis actos, y dándome igual lo que piensen los demás, para bien o para mal, ese es mi único objetivo en la vida: que mi vivencia en Cristo sea el reflejo de la vida de Jesús de Nazaret, el hombre que pasó desapercibido como uno más. El resto solo Él y mi Padre sabrán valorarlo como merezco.

                Un fraternal saludo y un apretón de mano izquierda.
                Juan J. López Cartón.


          



lunes, 23 de noviembre de 2015

DE HISTORIAS Y CALZADORES

            ¡¡Ay que ver cómo nos gusta montarnos películas!!

            El hombre tiene, entre sus particularidades, la capacidad de rehacer cualquier historia y situación para adaptarla, aunque sea "con calzador" a su comodidad y a su gusto y necesidad. Nadie, insisto, nadie, es objetivo; el primero en ello: yo mismo.

            No quiero centrarme en ningún hecho concreto, ni del pasado ni actual, ya que este hecho intrínseco en el ser humano es patente desde el momento en que desde niños elegimos por interés la figura de mamá unas veces o de papá siempre que nos interese; y estoy seguro que muchos de los que lean estas líneas pueden pensar que me refiero a los últimos sucesos que hemos vivido y no es eso lo que pretendo, aunque sea inevitable que a lo largo del artículo haga también referencia a ello.

            Mara, mi mujer, siempre ha dicho que una de las cosas que le enamoró de mí es la capacidad que tengo de adaptarme a situaciones y gentes sin que tenga nada en común con ellos; cierto es que para que esto sea posible tengo la costumbre de intentar no destacar ni hablar de aquello que desconozco limitándome a opinar, que no sentar cátedra, porque entonces lo que demostraría es lo necio y bocazas que podría llegar a ser. Me gusta opinar, cierto, sobre todo de los temas que me veo capacitado y como he dicho en un principio soy el primero que no me veo objetivo en ello; por lo tanto doy por sentado que estas líneas tampoco lo serán porque las opiniones personales siempre son reflejo de la educación y evolución que cada uno hayamos tenido a lo largo de nuestra existencia.

            Nuestras tendencias, o ideas políticas, religiosas, sociales son pautas que marcan la forma de ver lo que nos rodea. Un judío siempre verá a un palestino como un invasor no por el hecho de ser persona que siente que alguien entra en su casa sin permiso, sino por el hecho de ser judío. Alguien de izquierdas verá un "facha" en cualquiera en el que sus ideas se enmarquen en el estereotipo del que no es de izquierdas. Un cristiano verá a un ateo en cualquiera que no comparta la existencia de ningún Dios, al igual que cualquiera que no tenga "creencias" piense en la radicalidad y el fanatismo del que por unas creencias religiosas actúe de la manera que sea, aunque esto se trate simplemente de acudir a la llamada de la misa dominical.

            Machaco mucho este punto de "montarse la película" en lo que a mí más me toca; porque desde hace casi cuarenta y cinco años soy cristiano, y cuando veo lo que me rodea referente al cristianismo me cabrea. No me decepciona ni me "raya"; simplemente me cabrea. Pienso que llevamos más de dos mil años acomodando lo que declaramos como "Palabra de Dios" a nuestra conveniencia.

            Hoy el catolicismo celebra la figura de Cristo Rey. Echan mano para esta afirmación de distintos textos de las Sagradas Escrituras, tanto de Antiguo como del Nuevo Testamento. La Iglesia ha creado, en base a estas Escrituras, la figura iconoclasta de un ser supremo. Ha convertido, porque la película tenía que ser esa, a Alguien extraordinario en algo tan terrenal como un monarca. Decimos que es Rey del Universo, y lo "caricaturizamos" como un rey de carne y hueso, con un trono dorado, una capa con estola de armiño, una corona llena de gemas y un cetro no menos repleto de piedras preciosas; y a la vez hablamos que su trono es una Cruz, su corona es de espinas y su cetro una caña. Siempre he optado por ese segundo Rey... Lo mismo se podría aplicar a otros pasajes y otras afirmaciones de la Biblia que la Iglesia ha acomodado a su conveniencia y casualmente yo me quedo siempre con la misma imagen: Un hombre que desde su divinidad denunció todo lo que hoy sus propios seguidores siguen haciendo. - "plas, plas, plas" o.... "zascaaaa"- para mí dependiendo de quién lo lea.

            La otra cara de la moneda también tiene mandangas. La de aquellos que en aras de la libertad de expresión, de la libertad de pensamiento de la libertad… se pasan esa misma libertad con todas sus loas particulares por el arco del triunfo cuando se trata de criticar y de mancillar la propia de los demás; la de los que sí tienen Credo. Resulta que es permisible el hecho que un personaje que va de artista llamado Abel Azcona, que ni en su casa lo conocen (de mí al menos dan referencias si preguntan en Valladolid), resulta que tiene la brillante idea de robar haciendo como que va a comulgar la friolera de 242 formas consagradas simplemente para montar en Pamplona una exposición en la que forma con ellas la palabra pederastia. Lo digo a boca llena: hay que ser gilipollas para encima tragarse 242 misas que dirá que no las oyó. La cuestión es que ea… los que aplauden esto son los mismo que denuncian esa misma pederastia y la falta de coherencia de la Iglesia… ¿acaso son ellos coherentes con el respeto que piden? Y volverán a hacer uso de su calzador particular para ajustar por cojones el zapato de las circunstancias y los atenuantes de este hecho. No, señores, no; lo que es una falta de todo lo imaginable lo es, y aquí no cabe ni libertad de expresión ni pepinos en vinagre de Jerez, no señores.

            El conflicto de Palestina lleva años dejándonos litros y litros de tinta. La comunidad internacional se ha postulado más por el reconocimiento de una legalidad palestina justificando acciones en loa de un derecho por un territorio que los judíos reclaman como suyo. Tirando un poquito de historia descubriríamos a lo mejor que las grandes potencias de esa comunidad internacional son los primeros culpables de lo que allí está ocurriendo; claro que es muy de occidente aquello de soltar el mojón de mierda en forma de colonias y protectorados y quitarse de en medio sin siquiera echarle un poco de tierra encima para que con el tiempo las moscas se partan la cara por culpa de lo mal que lo que hizo el cagón. Los particulares, cada uno en nuestra medida, tomaremos parte de un lado o de otro, dependiendo de lo que sepamos o en la mayoría de ocasiones, creamos saber. Forzaremos de nuevo nuestro particular calzador para hacer entrar un 39 en un pie del 42.

            La prensa, el cuarto poder… algunos llegando a coronarse con el calificativo de independiente: ¡¡Anda yaaaa!! La prensa lleva tiempo demostrando que su único fin es sobrevivir haciendo girar sus rotativas cuanto más mejor; cosa por otro lado normal, pues da de comer a mucha gente, pero de eso a inventarse imágenes actuales rescatándolas de sucesos totalmente ajenos a la noticia, de dejarse ver el plumero descaradamente en demasiadas ocasiones, de contar la feria a gusto siempre del jinete, nunca del caballo… No, no creo que exista la prensa independiente. Tampoco ha de ser así, también lo tengo claro, porque siempre es necesario y conveniente leer la noticia desde diferentes prismas; el delito está en el puñetero calificativo… Una vez más fuerzan la tuerca en una rosca de otro paso a la hora de hacer creíble lo que cuentan.

            Hoy día, siglo XXI, no puedo dejar pasar lo último de lo último: las redes sociales. Ese gran entramado de libertades sin límite, ese coladero de todo tipo de personas de bien y de mal, ese panal de abejas en el que la miel ajena es la que nos alimenta, ese espejo de Blancanieves en el que se refleja, se lee y se escucha solo lo que nos conviene y sobre todo: esa tremenda plataforma de información vs desinformación. Es muy común eso de compartir la imagen cruda de la desgracia ajena, la frase supuestamente firmada por el filósofo, escritor, Papa o mama correspondiente… sí, supuestamente porque muy, muy poca gente contrasta esa frase, esa imagen, ese artículo, esa noticia que nos llega. Como decía antes, es necesario que la prensa y los medios sean plurales precisamente para poder contrastar cualquier cosa que nos llegue desde la red de redes. Cada uno utilizaremos directamente, sin la precaución de comprobar nada, la información a nuestro gusto y a la medida no ya de nuestras circunstancias, sino simplemente del estado de ánimo con que nos hayamos levantado ese día.

            Dejemos los calzadores para los zapatos, para todo lo demás mejor utilicemos el sentido común: el menos común de los sentidos.

            Un fuerte abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón.

lunes, 5 de octubre de 2015

APOSTASÍA



En ocasiones, lo que menos apetece es escribir.  Generalmente lo achacamos a la flojera , a la dejadez e incluso a la indisciplina y a la inconstancia del que escribe; no es el caso. En esta ocasión el “silencio” se debe más al desánimo y al hastío.
Llevamos meses, años diría yo, convulsos con acontecimientos que nos golpean de lleno como si de un directo de boxeo se tratase, con situaciones que a mí como persona, como español, como católico me tienen al borde del k.o. técnico. Me mantengo en pie, pero la cantidad de embestidas que recibo hacen que con la mirada perdida esté deseando que alguien tire la toalla por mí desde el rincón del cuadrilátero que es nuestra vida.
Algunos de estos hechos soy capaz de, si no ignorarlos al menos, que me resbalen y egoístamente aislarme de ellos haciéndome creer a mí mismo que no me incumben ni me influyen forma directa, aunque no sea cierto. Sin embargo hay uno que no puedo evitar que me afecte de lleno. Un tema del que ya en ocasiones he hablado, tal vez porque realmente en mí es vital, y he mostrado mi opinión en distintos foros y situaciones no saliendo muy bien parado dependiendo del momento y la persona que tuviese en frente. Este tema es demasiado redundante dirá alguno, pero por lo que para este que escribe le influye, es de vital importancia: El rumbo actual de la Iglesia Católica, principalmente la española.
Nunca he ocultado mi fe, como tampoco lo he hecho con mi ideología. Soy cristiano católico. Sé que a ojos de la Iglesia no un buen católico  pero sobre eso, sobre todas las cosas, me parto el alma por ser sobre todo buena persona. De nada sirven los golpes en el pecho para demostrar creencias si en la sociedad somos solo católicos y nos olvidamos que antes que eso somos personas. Con esta premisa, desgraciadamente he de decir que en demasiadas ocasiones tengo que avergonzarme de ser católico, y sobre todo de ser católico español.
A la hora de escribir me planteo documentarme para hablar de ciertos temas. Cuando escribo desde las entrañas, simplemente dejo fluir las palabras. Para plasmar estas líneas de hoy no es cuestión de documentarse, que también ha sido necesario para fallar este pleito, sino que es cuestión de vivir de cerca una realidad y reconocerla tal como es: “la Iglesia en España se está yendo al garete” principalmente por la ceguera e injerencia de quien la lleva dirigiendo desde hace décadas.
Vivo en un país en el que tradicionalmente, obligada y forzadamente dirían muchos, se ha vivido y trasmitido la fe católica. No les falta razón en muchas cosas cuando hacen esta afirmación, sobre todo porque somos; incluidos ellos, una sociedad que ha tenido el qué dirán como una continua espada de Damocles. Hoy día no tendría que ser así porque, se supone, hemos evolucionado y abierto nuestra mente y nuestra visión y tolerancia hacia todo lo que nos encontramos en nuestro día a día, pero es cierto que seguimos siendo un puñado de “pardillos” que juegan a aparentar no tener prejuicios con el prójimo.
En este hecho de aparentar, o al menos intentarlo, la Iglesia Católica española tiene un gran bagaje, pero igualmente es traicionada por sí misma cuando escuchas a alguno de sus cardenales, obispos y sacerdotes hacer declaraciones, casi sentencias, y cuando ves cómo actúan con ese prójimo al que se jactan de amar. Los mismos que desde sus particulares paraninfos proclaman a los cuatro vientos las palabras del cura Bergoglio en un afán de hacerse merecedores de algo que no muestran en sus obras y en su realidad.
  Una Iglesia que, como ya he dicho otras ocasiones, esconde sus miserias cambiándolas de sitio como si de una inmobiliaria se tratase cambiando los muebles para aparentar nuevos apartamentos sin ser capaces de reconocer errores, fechorías y delitos. Una Iglesia que cree estar por encima de la propia sociedad, maquillando hechos deleznables agarrándose a una presunción de inocencia de la que reniegan cuando de otros se trata. Una Iglesia que se conforma con reconocer, y no siempre, sin llegar a tomar medidas reales que terminen con los problemas por duras y radicales que tengan que ser éstas.
Antes he dicho que no soy buen católico, porque prefiero antes ser buena persona; y ese es el problema de parte de los miembros de esta Iglesia, que anteponen las normas a la persona. La Conferencia Episcopal Española es como la madrastra de Blancanieves con su espejo: continuamente le preguntan <espejito, espejito mágico ¿quiénes son los más buenos del reino?> Y no consiguen que él les dé otra respuesta que un tremendo corte de mangas acompañado de imágenes de homosexuales tildados de enfermos, de niños vejados por “buenos católicos”, madres solteras a las puertas de sus palacios pidiendo ayuda para criar a esos hijos que por sus recomendaciones llegaron a nacer, divorciados llenos de moratones de las palizas recibidas ignorados, sacerdotes repudiados por el simple hecho de ser coherentes por amar a un mujer… o a otro hombre, iglesias con los bancos vacíos y con las capillas llenas de opulencia y oropeles en barrios en los que no se tiene para comer, procesiones de Hermandades donde, ante la gente, se ven los codazos y cortapisas por ser Hermano Mayor y ocupar la cabecera del cortejo… un reflejo que recibe por respuesta de la madrastra el simple gesto de una media vuelta dirigiendo la vista a un crucifijo que llora por lo que ve y por la respuesta de sus supuestos acólitos.
Con este panorama me encuentro a diario. Solo la esperanza y el trabajo de muchos de esos católicos, sacerdotes y laicos, que anteponen la persona al hecho, hacen que siga aguantando el combate. Me encuentro a una altura de la pelea en que necesito sentarme en el taburete del rincón del ring, confuso, aturdido por lo que está ocurriendo con ganas de abandonar. Sí, me lo he planteado muy seriamente: renunciar, apostatar de una Iglesia Española que en vez de guiarme me confunde. Desgraciadamente no se puede. No quiero dejar de ser católico, quiero seguir teniendo al Carpintero, al Loco, al Crucificado como Maestro y espejo en quién reflejarme. Me gustaría poder apostatar de esa parte corrupta de la Institución en que se ha convertido la Iglesia; esa misma cuyo líder, el Papa Begoglio, intenta derribar muros y abrir ventanas donde otros las cerraron y que recibe como respuesta revueltas y traiciones en las más altas esferas vaticanas dirigidas entre otros por cardenales españoles como el fascista de Rouco Varela cuya envidia por no haber logrado el asiento de Pedro mueve las más retorcidas ideas.
¿Sabéis lo que realmente más me duele? No poder dar respuesta a las preguntas de mis hijos cuando, desde su corta edad, ya se cuestionan porqué la Iglesia, algunos de sus sacerdotes y obispos actúan así y hacen las declaraciones que hacen. Eso tal vez es lo que más me duele y lo que más difícil me resulta superar.
Definitivamente está claro: no, no seré un buen católico pero peleo día a día por ser consecuente y buena persona. ¿Pueden decir todos ellos lo mismo?

Juan J. López Cartón.

jueves, 13 de agosto de 2015

CARPE DIEM


            Vive el momento, vive el día a día, disfruta cada minuto, cada segundo porque nunca sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina.

            Este “latinajo” atribuido al poeta romano Horacio, demasiado manido a veces y en demasiadas ocasiones mal entendido, lo descubrí cuando contaba con dieciséis años en mi primer “encuentro juvenil misionero” organizado por los Misioneros del Verbo Divino en Dueñas. La costumbre que teníamos del último día firmar y dejar mensajes en las carpetas de los compañeros que durante tres días habíamos compartido vivencias, sensaciones y sentimientos. Yo acababa de dejar el seminario y me encontraba desorientado en un punto de mi vida, en un cruce de caminos sin tener realmente claro cuál sería el siguiente paso a dar. Como digo, en las dedicatorias escribíamos lo que nos había transmitido esa persona concreta y lo que le deseábamos para el futuro. Ana escribió esas dos palabras y yo que el latín siempre lo tuve atravesado, no sabía lo que significaba, así que le pregunté directamente a ella y su respuesta fue simplemente: “descúbrelo tú”. Este fue de esos momentos que sin saber porqué, sin ser cruciales en tu vida, se quedan grabados en tu memoria por los restos. Está claro que de vuelta a casa lo primero que hice pue descubrir el significado de la expresión, aunque para comprender el sentido de ésta se necesita mucho más tiempo, incluso diría el resto de nuestras vidas, y como suelo decir… en ello estoy.

            Este fin de semana he comenzado mis vacaciones estivales. Como cada viernes, al llegar del trabajo, Mara tenía casi listas todas las cosas para irnos a Villaluenga con planes de vuelta para el lunes aprovechando los días. Fin de semana grande en el pueblo, con la celebración de San Roque y, durante el sábado, la suelta del “Toro de cuerda” por las calles. Gente, mucha gente, con ganas de disfrutar y bailar con la música en la caseta municipal. El domingo la procesión de San roque tras la misa y fiesta, fiesta hasta que el cuerpo aguante amaneciendo ya el lunes. Con mucho calor, bochorno más bien; con el cielo encapotado y descargando alguna que otra nube, el plan se presumía perfecto para disfrutar y pasarlo bien.

            Pero cuando parece que todo está en su sitio, que no habrá nada que rompa esa tranquilidad aunque sea envuelta en alboroto, la vida tiene la mala costumbre de recordarnos con bofetadas que no podemos despistarnos y que debemos vivir minuto a minuto, dejando que los planes vayan llegando uno tras otro. Una primera guantada llegó mientras estábamos viendo el toro de la mañana cuando nos contaron que alguien, amigo nuestro, con el que hace unas semanas estábamos pasándolo fenomenal en la boda de otro amigo, había pasado por quirófano y este año tendría que vivir la fiesta, con lo que a él le gusta la fiesta, desde el banquillo; más que desde el banquillo desde la grada, porque la intervención no era precisamente de apendicitis y digamos que todo el jaleo que se organiza en el pueblo, no lejos de su casa, no era precisamente lo que mejor le venía para el estricto reposo que le habían pedido que siguiese. Esa mañana nos pasamos por su casa a verle y allí estaba, “sentado en el banco de la paciencia” haciéndose el cuerpo y con ánimo, pensando que si este año no se podía disfrutar, otros años llegarán para desquitarse.

            Por la noche, mientras cenábamos algo en casa antes de seguir la fiesta, recibimos una llamada de teléfono contándonos que alguien de El Puerto al que nos unen muchos lazos, había decidido Dios, el destino o a quien corresponda, meter un tijeretazo y cortar así sin dar tiempo a coger aire, una vida y una familia. La verdad es que el cuerpo se nos cortó, y después de hacer varios planteamientos optamos por no volvernos antes de tiempo y quedarnos a seguir disfrutando y viviendo lo que el día a día nos estaba proponiendo; en este caso un domingo con la primera loa a San Roque y a Villaluenga gritada por nuestro hijo desde el atrio de la iglesia de San Miguel en el momento en que este se recogía de su procesión.

            Es de sentido común que el “Carpe Diem” no significa hacer lo que le dé la gana a uno por el simple hecho de vivir el instante. “Carpe Diem” es un grito a aprovechar el presente, teniendo esperanza en el futuro pero sin depender de él. Todos nos hemos planteado en algún momento y siempre se ha dicho que el futuro no está escrito, sino que lo escribimos en cada paso que damos, en cada acto que realizamos y que si bien para unos es algo que llega porque “Dios nos lo tiene previsto así”, para otros simplemente es la innecesaria preocupación por lo que vendrá, ya que este futuro ni siquiera depende solamente de nosotros mismos.

            Sería de necios pensar en vivir sin pensar en las consecuencias que tendrán nuestros actos del presente; pero es de sabios sacar todo el jugo al momento que estamos viviendo, disfrutarlo como si fuese el último, pero sin pensar que eso realmente es posible que ocurra. “Carpe Diem” para mí es algo tan sencillo como no tener vergüenza en bailar un pasodoble en medio de la plaza del pueblo cuando nadie baila, es tan simple como abrazar con todas tus fuerzas a alguien sin ser consciente que ese puede ser el último abrazo que des. Es reír o llorar, según te pida el cuerpo, sin mirar de reojo la expresión de la gente que te rodea.

            “Carpe Diem” por supuesto no es un grito de kamicace, para eso ya se inventó el “banzai”. No es un grito de nadie a quien le guste el riesgo por el riesgo, no es el leiv motiv de nadie que haga nada sabiendo que el resultado pueda ser nefasto.

            “Carpe Diem”, junto a “Siempre listos”, “Estad siempre alegres”… todas ellas frases de distintas personas en la historia que han marcado mi camino y mi vida.

            Un saludo y un apretón de mano izquierda.


            Juan J. López Cartón.

miércoles, 5 de agosto de 2015

MARILUZ: SACRIFICIO Y CORAJE


            Cuando se nos pide que definamos con pocas palabras algo que valoramos en gran medida, hemos de buscar adjetivos muy concretos que compriman definiciones y conceptos para los que a veces necesitaríamos páginas y páginas para lograr plasmar lo que queremos.
         Cuando además tenemos que pensar alguien concreto que encarne esa palabra, lo habitual es que a la cabeza nos venga la imagen de más de una persona que hacen honor a esos adjetivos o a esas definiciones.
         Estoy seguro que cuando la palabra en cuestión a definir es AMOR, a todos se nos reduce considerablemente el número de personas que merezcan esos calificativos; desde luego en mi caso así es. Por supuesto que no me refiero a pensar en alguien Global, sino alguien concreto que además influya o haya influido directamente en nuestra vida.
         Tengo claro que si a mí se me hiciese esa pregunta y que lo que tuviese que retratar fuese el AMOR, las palabras que lo definirían serían las que encabezan estas líneas y la persona que lo encarnaría sería esa mujer que las acompaña a la que le debo no mucho, sino todo: mi madre.
         En su casa siempre fue “la pequeña”. Era la más joven de los cinco hijos de Emilio y Ramona. Nació un año después que empezase la “guerra fratricida” que dividió España en dos. Vivió la despedida de alguno de sus tíos a tierras mexicanas huyendo entre otras cosas de lo que realmente nadie quería: una guerra. Sí, fue una niña de la “postguerra”, sin embargo jamás la he oído contar nada de aquella época tal vez porque en realidad, en aquella España rural, se ha contado la historia como convino a los supuestos vencedores o a los supuestos vencidos, aunque aquel pasaje, en mi humilde opinión, todos perdieron y perdimos y sólo sirvió para demostrar lo que siempre fue este país: un continuo discurso de que mis ideas son las mejores.
         Daré un salto en el tiempo porque ni soy dueño de lo que ella vivió ni estoy en la posición de contar lo que no conocí, sino que serían opiniones propias que no vienen a cuento…
         En la juventud, como cualquier joven, conoció a Hilario y tras un noviazgo no exento de sorpresas para mi padre por aquello de que alguien de otro pueblo se venga a “llevar” a una moza del pueblo no sentaba muy bien en aquella Castilla de los años 60. Cuando contaba con veintisiete años se casó con el que ha sido el hombre de su vida. Además de su marido, sobre todas las cosas, fue su compañero y parte de un tándem que duró menos de lo que ella deseaba cuando a punto de cumplir los cuarenta años de matrimonio una madrugada le sorprendió llevándose inesperadamente al que tantos tragos, buenos y malos, había tomado a medias con ella.
         Se sacrificó en todo lo que fue necesario porque su marido fuese feliz y si bien empezaron su vida en común “con una mano adelante y otra detrás” su unión y sobre todo su AMOR hizo que desde criar a biberón una camada de cerdos a llevar la comida “las tierras” mientras mi padre segaba o trabajaba en el las labores del campo, fuese más llevadera esa soledad en San Cebrián, separada de su pueblo, que tantas veces sufrió sólo atenuada por la compañía de Eulalia, la vecina.
En San Cebrián nacieron cuatro de sus hijos, y ese cuarto hijo fue tal vez el que hizo que toda su vida diese un giro de 180º y mostrase más si cabe ese coraje y ese sacrificio que solo una madre puede alcanzar; porque Dios lo quiso o más bien porque el médico que atendió el parto no hizo bien su trabajo, y provocó daños en el recién nacido que convirtieron los siguientes años en un calvario encarnados entre la soledad de una pensión del barrio de El Pilar madrileño y el hospital de La Paz.
Aun con la que se les vino encima, por el tiempo en que vivían y porque “los hijos los mandaba Dios”, poco más de un año después nació el pequeño de la casa, ya viviendo en Valladolid. Las ausencias continuadas para las operaciones y cuidados en Madrid de este que les escribe, con la necesidad de ingresos para todo lo que suponía pagar una letra de un piso y mantener los gastos de la pensión y de todo lo demás, Hilario se tuvo que ir a trabajar fuera, con lo que los otros cuatro hijos no podían quedar desamparados y como “Dios aprieta pero no ahoga”, los dos mayores tuvieron que entrar internos en el colegio de los Maristas de Valladolid, pero el tercero y el quinto de los hijos eran demasiado pequeños, uno con tres años y el otro con apenas uno, y no había solución para ellos… hasta que apareció un ángel de la guarda en la persona de D. Orencio, y aunque era duro, consiguió que les admitiesen en la casa cuna, algo muy cruel pensado fríamente, pero única salida ante una decisión que no podía ser de otra manera.
En resumen… una familia “fracturada”. Con el padre trabajando a destajo en todo lo que podía de lunes a viernes y llevando la labranza que mantenía en el pueblo los fines de semana, los dos hijos mayores internos en un  colegio y otros dos hijos en la casa cuna mientras ella sufría en soledad entre la habitación de la pensión y la vitrina de la sala de espera de la UCI pediátrica del hospital de la Paz en Madrid, Mariluz se aferraba a sus creencias y a sus convicciones de un Dios Padre que no la abandonaría y le daría fuerzas para llevarlo todo para adelante. Casi tres años duró esta situación hasta que los médico dieron el alta al pequeño con la obligación de asistir, primero cada seis meses y después cada año, a revisiones periódicas.
Y ya todos juntos, en el barrio de La Rondilla en Valladolid, comenzaría una nueva etapa, sobre todo de trabajo y educación hacia sus hijos. En esos años también se sumaría a la familia la abuela Ramona, su madre, que aunque también estaba a veces en el pueblo donde más a gusto se encontraba era en casa de “la pequeña”. Hilario consiguió colocarse en una fábrica y ya terminaron los viajes y las búsquedas continuas de trabajo, centrándose entre la fábrica y la labranza los fines de semana; por su parte Mariluz además de llevar la casa y a nuestra educación, porque la educación era más cosa de la madre, las mañanas, mientras nosotros estábamos en el colegio ella trabajaba limpiando casas, oficinas o lo que se terciase, con tal de llevar un duro a casa para llegar a fin de mes.
Por supuesto que los sobresaltos eran algo habitual; cómo no teniendo cinco hijos y como ella siempre expresa: “tengo cinco dedos igual que tengo cinco hijos, si ningún dedo es igual, lo mismo ocurre con los hijos”. La educación fue firme, a los cinco les enseñó que había que echar una mano en casa y les enseñó a todo lo que se puede enseñar para ser independientes, y en eso Mariluz no era en nada machista, así que lo mismo aprendimos a freír una camisa que a planchar un huevo… o era al revés, jajaja. La cuestión es que así fue y a todos nos mostró con el ejemplo que hay que ir asumiendo responsabilidades, cada uno la suya conforme a la edad, y para hacerle más liviana la carga y la economía iba a “La Marquesina” a comprar la fruta, y si había fruta “picada” cargaba para preparar todo tipo de confituras y dulces, y si había huevos “cascados” compraba un cartón entero para poder hacer flanes y natillas sin que se echasen a perder. Las sopas de ajo eran entonces comida de andar por casa, no como ahora que lo presentan como delicatesen en las cartas de los restaurantes. Se comía lo que había, y si un día se podía hacer un extra, era a base de mucho esfuerzo. No recuerdo tener que tirar comida porque siempre había un plato para poder aprovechar las sobras…
Mariluz trabajó mientras sus fuerzas se lo permitieron y lo dejó de hacer a medida que nosotros nos fuimos independizando y formando nuestras familias, siempre con ella y con Hilario como espejos donde mirarnos.
Cuando ya parecía que llegaba la tranquilidad de la jubilación de mi padre, con todos nosotros casados ya y con nietos, le sorprendió el momento más doloroso de su vida. Mi padre, su marido, su compañero, la soga de su caldero para sacar agua del pozo de su vida, murió de un infarto fulminante; de eso hace ahora diez años.
Desde entonces ha sabido sobreponerse al dolor sin dejar de hablar con él un solo día, pero esa fuerza, ese coraje, han hecho que aprenda a ver que la vida sigue. Ahora es momento de disfrutar y aunque alguna espina tiene clavada, lo hace lo mejor que puede, rodeada de sus hijos y nietos, unos más cerca y otros más lejos, pero siempre sobreponiéndose a los achaques y dolores que una vida de trabajo y sacrificio por su marido y por sus hijos le han dejado como cicatriz que lleva con todo el AMOR del mundo.
Con todo el AMOR de un hijo…

Juan J. López Cartón.

lunes, 20 de julio de 2015

YO CONFIESO: SOY UN ROPASUELTA


            <<¿Quién es más ciego, el que vive en la oscuridad o el que viendo lo que le rodea niega que sea la realidad?>>

            El hombre, desde que es tal o al menos dice serlo, clasifica todo lo que le pasa por delante de la mirada. Clasifica los animales por fisionomía, especies, hábitats… Clasifica los vegetales por origen, forma y yo que sé cuántas posibilidades… y así con todo lo que se nos ha cruzado a lo largo de la historia. Con su propia especie, la humana, no iba a ser menos.

            Históricamente las diferencias las marcaban el color de la piel, la religión, el estatus y poco más pero, como lo que nos gusta es complicarnos la vida, hemos ido buscando e inventándonos otros escalafones con tal de dar la nota y por lo visto y  observado en los últimos tiempos, una de esas clasificaciones se fundamenta en meter las narices en el fondo de armario que nos gastamos.

            Jamás he sido de meterme en ningún armario ajeno, ni tampoco de salir, pero dudo de la pulcritud y la homogeneidad de ninguno de ellos. Como ya advierto que no soy de investigar ni diseños, tallas o marcas ajenas que no me incumben, voy a limitarme al único armario que conozco bien y al único que la vida y la sensatez me dan permiso a asomarme: mi armario.

            Me gusta el orden y al correr las puertas, porque las mías no tienen bisagras, veo ese orden y acomodo en mis prendas. Encuentro media docena de trajes, colocados en sus perchas correspondientes, con otra diferente de la que cuelgan un montón de corbatas. Si me quedase ahí y no siguiese mirando sería el hombre más necio que ha parido madre, porque tendría que pensar en que me paso la vida enfundado en un traje y ajustado en una corbata, pero como ni soy necio ni gilipollas, sigo observando y me encuentro con todo tipo de prendas en los distintos cajones y resto de perchas.

            Sinceramente, la ropa que más utilizo y con la que me siento más cómodo es la que habita en el resto de cajones y perchas. Ropa con colores, estampados, cuadros; pantalones con distinta altura de perneras, camisetas con mangas y sin ellas…

            Para alguien como yo que trabaja de cara al público y debe guardar cierto recato y ortodoxia a la hora de vestir, no supone ningún problema saber ser y saber estar en frente de quien en cierta manera te viene a “pedir”. En mi labor diaria se puede cometer un gran error: creérselo. Creerse creador y destructor a la vez de la vida en forma de prestación o subsidio, para lo que se necesita cierta apariencia de todopoderoso. Resulta que por mucha chaqueta, corbata o “maqueo”, seguiría siendo el mismo capullo que quitó la paga o el mismo santo que la dio; al igual que atendiendo con un vaquero, una camiseta y sobre todo una sonrisa porque la vida, que no la gente lo creamos o no, no distingue de apariencias a la hora de dar o quitar lo que corresponde a cada uno.

            Cierto es también que, si bien “el hábito no hace al monje”, es necesario saber estar de la manera correcta e incluso a veces aparentar lo que no se es. Eso no llevaría a ningún desacuerdo con nadie siempre que lo que cuenta; la persona que hay debajo de los paños y costuras, siga siendo la misma que cuando se encuentra como Dios le trajo al mundo.

            La cuestión es que como decía unos párrafos más arriba, con la ropa que me siento cómodo es la considerada más inadecuada para mucha gente, y ¿sabéis lo que os digo?: Me la pela. Sí, así como suena, me importa un bledo lo que la gente pueda pensar de un cuarentón con ropa de indignado, incluso de macarra de discoteca.

            Por lo visto, ahora que está tan de moda inventarse vocablos, se ha acuñado un nuevo término para lo que se ha dado en llamar indignados, perroflautas, chuteros y mil palabras más, pero me voy a quedar con una: ROPASUELTA. Me resulta simpática la palabra. El trasfondo que le han querido dar hace que me guste, incluso es más, yo; le joda a quien le joda, le escueza a quien le escueza, gente de ver siempre los toros desde la barrera para criticar al torero sin tener ni puta idea de toros, lo confieso. SOY UN JODIDO ROPASUELTA.

            Antes de entrar en la definición del término y a mostraros porqué yo soy un ropasuelta me gustaría puntualizar que curiosamente quienes han ideado estas perlas para el diccionario casualmente es gente, y lo digo sin reparo, de derechas. Muchos de ellos ultracatólicos-apostólicos-romanos (ya entraremos en ese término en otra ocasión), que se pasan la vida sin aceptarse a sí mismo y queriendo aparentar que se lo creen. Gente que por ideología no tienen el valor de criticar lo que está haciendo mal por el simple hecho de no mancillar a los que pertenecen a sus siglas y siglos (decimonónicos vestidos de modernidad). Gente que esconde sus miserias debajo de una apariencia porque sí que piensan que el hábito hace al monje. Gente que critica solo a los demás porque lo suyo, aun sin ser perfecto, no se puede permitir mostrar la roña y la pus que esconden bajo un maravilloso aspecto exterior.

            ROPASUELTA: “Grupo o colectivo que no tienen decoro en el vestir, con mal gusto al combinar colores y estilos en cuyos armarios toda su ropa tiene apariencia de trapos con poco gusto”.  Dejando de lado el espacio que ocupan los trajes que mancillan mi imagen, y tal vez por mi daltonismo congénito, lo reconozco: mucha de mi ropa es de mercadillo, de temporadas pasadas incluso tengo la poca vergüenza de poseer ropa heredada de otras personas que ya no la utilizan; todo un desagravio en el arte y los cánones del buen vestir.

            “Dícese de ropasuelta el que no acata ningún poder ni ninguna norma”. Cierto, yo no acato ningún poder ni norma de alguien que se sienta superior y que aplique su estatus humillando, engañando ni traicionando a nadie. En este punto de la definición discrepo (el ser de izquierdas es lo que tiene, que me puedo permitir discrepar), ya que sí acato a quien va de frente, a quien me quiere por como soy, no por como aparento ser, a quien no utiliza mi imagen y mis ideas para aparentar en su propio beneficio que se rodea de todo tipo de gente.

            “Los ropasuelta son ateos y laicistas”. Por supuesto que somos ateos de un dios que nos quieren fabricar a la medida de quien interesa. Algunos ropasuelta creemos en Dios: un Padre que no juzga; un Padre que ama. No creemos en una religión que habla de amor al prójimo excluyendo y machacando al mismo porque sus vidas no están en su misma sintonía. Somos ateos de un dios y de una iglesia de barro que cierra los ojos ante los delitos de sus propios miembros. Que cuando alguien ataca o viola toma medidas como cambiarle de “sitio” para que pueda seguir con sus tropelías, cuando el único sitio en el que deberían estar es en la cárcel, junto con el resto de delincuentes. Somos ateos de un dios y una iglesia que vive en la opulencia, que hablan de la pobreza con gafas de sol para no deslumbrarse con el oro y los oropeles que habitan en sus templos. Somos laicistas porque el hombre es libre de ser y creer en lo que quiera sin que nadie le imponga creencias religiosas en ámbitos ajenos a la religión. Muchos ropasuelta somos seguidores de un Loco que se atrevió a criticar y a sacar los colores a su propia religión judía, por la que fue condenado y murió. Somos seguidores de un Maestro que se acercaba y amaba, que trataba por igual a los homosexuales, putas, pecadores e incluso se permitió tener entre sus amigos más cercanos a un traidor.


            En resumen: SOY UN ROPASUELTA porque soy libre, porque amo sin prejuicios, porque no voy encorsetado y no necesito ir con un palo metido en el culo para aparentar lo que no soy. Soy un ropasuelta porque si algo es bueno y puede mejorar al mundo, lo reconozco aunque la idea nazca del que piensa distinto a mí. Soy un ropasuelta porque el dios que me quieren imponer no es el mismo Dios que me ama porque es mi Padre. Soy un ropasuelta porque me fijo y sigo a un hombre que fue Ropasuelta en el momento en que le tocó vivir. Soy ropasuelta porque cuando me acerco a alguien no lo hago por interés; porque cuando invito y abro mi casa a alguien lo hago de corazón y con todas las de la ley ofreciendo lo poco que hay, no para que se me vea bien acompañado, sin dejar que nadie entre en mi morada que digo compartir y egoístamente protejo. Soy ropasuelta porque aun cuando abro mi casa a alguien y veo que me equivoqué no les echo el muerto a otros para que mi castillo se vea impoluto. Soy ropasuelta porque me educaron en la humildad de no pretender aparentar perteneciendo a mil siglas y colores, sino ser fiel a una sola, porque “el que mucho abarca poco aprieta”. Sí, por todo esto y mucho más y que no tengo necesidad de explicar… SOY UN ROPASUELTA.

               Un saludo y apretón de mano izquierda.

               Juan J. López Cartón