lunes, 30 de marzo de 2015

ME SIENTO EN PAZ



            Me siento en paz. En solo cuatro palabras se resume mi actual estado anímico en estos días en que de una manera especial, diferente a los últimos años, me presento para vivir y disfrutar de la Semana Santa un año más.

            Con esta reflexión y en un solo párrafo podría dar por terminado mi artículo de esta semana pero, una vez más, quiero compartir con vosotros desde este rincón imaginario de la red, desde este cajón desastre, los sentimientos que hacen que mi corazón y mi espíritu sientan este sosiego.

            Las últimas semanas y meses, distintos acontecimientos y situaciones han hecho decaer mi estado anímico. Yo, optimista y dicharachero por naturaleza, por momentos, he sido solo un borratajo de la realidad. Los intentos por disimular esto han sido fallidos simulacros de que todo iba bien.

            Quien más han sufrido con verme así han sido los que comparten mi vida y más cerca de mi están: Mara y sobre todo mis hijos, porque en su aún corto entender, más Fernando que Rodrigo, no comprendían porqué papá estaba así. Lo más maravilloso es que ellos mismos son los que aun sin comprender muchas cosas ni muchos de los motivos, han tirado de mí y de mi lastre para que no me hundiese aún más y ellos, solo ellos, son suficiente motivo para que hoy pueda decir y repetir: Me siento en paz.

            Otra persona que ha tenido un papel muy importante ha sido un hombre cuya coherencia y consecuencia, cuyas palabras y sobre todo actitud ante la vida, se ha convertido en un guantazo en forma de caricia, de palmada y de acompañamiento que me han hecho despertar y reaccionar del letargo en el que me estaba sumiendo. Un ángel de la guarda que me salió al cruce en mi camino.

            Mis creencias, mis convicciones no han cambiado; ni falta que hace, porque el espíritu y el fondo no deben cambiar, ya que a fin de cuentas son los que me han llevado al punto en el que me encuentro, rodeado de todos los que arropan, bien por estar a mi lado, bien manteniéndose en la distancia.

            Hoy, Lunes Santo, en Valladolid, a casi ochocientos kilómetros de donde me encuentro, a las 20:30 h. comenzará la procesión del Santísimo Rosario del Dolor, y en él procesionará mi hermandad de corazón: La Oración del Huerto. Quién me iba a mí a decir que por los motivos que fueron me iba a marcar tanto ese huerto de Getsemaní; iba a necesitar tantas veces retirarme a la paz del silencio para pedir al Padre que me ayudara a soportar la carga, y aun queriendo renunciar a ella, ser capaz de seguir caminando mientras las fuerzas aguantasen. Hoy, Lunes Santo, a las 20:30, volveré por unos minutos a cerrar los ojos, descalzarme, y cargar con una cruz prestada para hacer mi estación de penitencia aunque esté con cientos de kilómetros por medio.

            Cierto es que no puedo caer en el error de Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor. No puedo quedarme permanente en este estado de paz, porque mi vida continua, lo que es sinónimo de lucha y dificultades por seguir sacando a mi familia adelante y por seguir avanzando en mi camino y en mi madurez social y espiritual. Sé que pasados estos días he de descender y volver al día a día con todo lo que ello supone.

            Esta Semana Santa sé que va a ser diferente. Mi corazón me pide que así sea y que la viva intensamente, porque igual de intensos sé que serán los cambios cuando termine esta semana de pasión no el Domingo de Resurrección, sino el Lunes de Pascua, porque este año mi Semana Santa tendrá un día más.

            Quiero dar las gracias a Mara, Rodrigo y Fernando por ser y estar. Quiero también dar las gracias a mi particular Ángel de la Guarda y también a quien está permanentemente a su lado; los dos saben quiénes son, seguro. Quiero dar las gracias a Jesús de Nazaret por mostrarme el camino y a Dios, porque siendo Padre, pidiéndome sacrificios, nunca me dejó caer del todo. Quiero dar las gracias sobre todo porque hoy me siento en paz.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda junto al deseo que paséis cada uno de vosotros con vuestras creencias y convicciones una buena Semana Santa.


            Juan J. López Cartón.

lunes, 23 de marzo de 2015

LOS PAÑOS DE LAS VERÓNICAS


            Dice la tradición cristiana que de camino al calvario mientras cargaba con su cruz, soportando todo tipo de insultos e injurias, un gesto generoso de una mujer anónima quiso enjugar el rostro desencajado por el dolor y sangrado por la corona de espinas. En el paño quedó estampada la imagen de Jesús.

            Hacen falta “Verónicas” anónimas, aunque ser Verónica en este mundo en que vivimos suponga muchos riesgos y más consecuencias aún porque ese gesto se repite día a día en más ocasiones de las que creemos.

            Enjugar las lágrimas de otro supone tener empatía, mucho amor al prójimo y sobre todo una madurez que sepa valorar ese gesto que se está realizando; hacer las cosas porque salen del corazón significa todo eso. No quisiera confundir el gesto de la Verónica con el de el cirineo, ya que si bien este segundo fue el que sí se recoge en el Evangelio, al pensarlo en frio, prefiero ser Verónica antes que Simón de Cirene; porque Simón, aunque se le reconozca el valor de ayudar y acompañar a Jesús en su camino al Calvario y en muchas meditaciones se menciona el gesto como parte bondadosa y generosa, no fue un gesto generoso en sí ya que fueron los soldados los que obligaron a cargar con esa cruz que no era suya. Su gesto notorio, sin quitarle valor, tiene nombre y me gustaría reflejar en él la imagen del que hace las cosas por figurar, por obligación y por un reconocimiento e interés para que se sepa que actuó haciendo el bien; no porque lo sintió necesario. No así la Verónica.

            El gesto de ella, como ya he dicho fue anónimo, incluso podría ser inventado; no así el significado. La acción de ayudar, consolar, apoyar a alguien en momentos duros sin esperar ninguna recompensa es, por suerte, más común de lo que creemos. Cada vez que nos encontramos con alguien conocido y lo escuchamos: estamos siendo Verónica. Cada vez que apoyamos y damos lo mejor de nosotros a alguien: estamos siendo Verónica. Cada minuto que damos de nuestro tiempo para regalarlo a alguien, conocido o no: estamos siendo Verónica.

            Antes dije de los riesgos y consecuencias que tiene ser “Verónicas” en el mundo y es que darte al otro supone arrancar un trozo de tu propio corazón para entregarlo y rehacer el corazón roto del que te necesita. Surge una herida que por el amor que pusiste en la entrega cura rápidamente, pero queda la cicatriz. No hemos de tener miedo a que nuestro corazón esté lleno de cicatrices porque cada una de ellas, lo que hace, es cubrir otra que en su día se cerró por alguien que curó tu propio corazón. La empatía es necesaria para eso, porque es importante saber ponerse en el lugar del otro para ser generoso en la entrega, si solo existe generosidad sin empatía, nos limitamos a dar un consejo de libro y quedarnos tan tranquilos, mientras que la empatía es la fuerza que hace que sepas que una herida ajena se cura con una herida propia, una cicatriz ajena se cubre con una cicatriz propia: esa empatía sería sinónimo de amor.

            Y al limpiar su sangre, el rostro quedó estampado en el paño. Esa es la principal consecuencia de ser Verónica: El rostro, la vida del otro, queda reflejada en nuestra vida. Siempre que hablo de lo que nos enriquecemos con los demás, sin necesidad de pensar igual, es un poco ese paño de la Verónica. Cada vez que hacemos, convivimos, hablamos e interactuamos con alguien, su vida queda estampada en la nuestra. Nos enriquece y nos complementa. Nos forma en la persona que somos. Esa es la consecuencia de ser “Verónicas”: un enriquecimiento para escoger nuestro camino personal y recorrerlo paso a paso.

            En ocasiones esa consecuencia es el dolor. El dolor producido cuando quieres enjugar un rostro y la persona a la que intentas ayudar te mira y vuelve la cara. Hay gente que no acepta ser cuidado, ser acunado, sino que cuando le muestras tu paño, tu corazón, aceptan ese trozo del que antes hablaba para curar sus propias cicatrices y de inmediato cuando crees que tu cicatriz curará la suya,  te vuelve la cara y te cambia por un cirineo, que será el que quede públicamente en su vida como quien le ayudó a llevar aquella cruz fuera del todo del anonimato, pero que soltará esa misma cruz al llegar al calvario. El dolor no es por el hecho de haber roto un trozo de tu propio corazón, sino porque al volverte la cara la persona, con ese gesto, está haciéndote culpable de que no has estado a la altura de ser Verónica. Las “Verónicas” no reprochan, pero a veces a cambio reciben el efecto contrario: la culpabilidad y el rechazo, algo que también se tiene que tener asumido.

            Nuestras vidas deben ser “paños de Verónicas”, saber estar anónimamente cuando es necesario allí donde tengamos que enjugar un rostro, una vida, aun sabiendo, conociendo y aceptando esos riesgos y esas consecuencias. No seamos cirineos solo para que nuestro nombre se grabe en la historia del prójimo.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón

martes, 17 de marzo de 2015

MIS QUERIDOS MARQUESES



            Así empezaría cualquier epístola dirigida por alguien a la figura de los nobles mencionados.
            Yo, ignorante de noblezas, linajes y heráldica a pesar del hecho que parece decir mi sangre y apellido de antepasados nobles; quiero escribir sobre alguien muy especial; devolviendo, en parte, una como esta que en su día recibimos Mara y yo.

            Está claro por la foto a quién me refiero: Jesús y Hetepheres, nuestros particulares marqués y marquesa consorte de la payoyía como en tantas ocasiones nos referimos a ellos con todo el cariño que merecen habiéndoselo ganado por méritos propios.

            Puede parecer increíble, cuando un corazón se abre, lo fácil que es conectar con alguien. Cómo el tener cosas en común puede llegar a suponer sumar y unir caminos en el avanzar de la vida, porque es así de sencillo: sin apenas conocernos, habiendo cruzado poco más de media docena de frases, que te retraten con el cariño y precisión que en su día lo hizo Jesús en su blog, del que ya me siento parte, no es nada fácil si no se tiene una visión tan profunda y de saber ver “más allá” además de una sensibilidad para saber llegar al corazón de los demás.

            En un principio mis líneas iban a ir dirigidas solo a Jesús, pero en el momento en que me senté me di cuenta de algo básico: Jesús no se entiende sin Hetepheres. No por el hecho de formar matrimonio, sino porque la complementación que tienen uno con el otro haría que hablase solo a medias de Jesús, como si fuese un intento de ocultar parte de su ser.

            Quién me iba a mí a decir que aquel que pensé era un diaconillo (tremendo de tamaño, cierto) que hace un par de años en Semana Santa en Villaluenga me harté de ver cuando asistí a los Oficios, o la siguiente imagen del capillita insoportable que en tantas parroquias nos cruzamos los que tenemos hábito de pisar por ellas, iba a resultar ser mi “editor”, amigo y hermano en orden inverso a como lo he puesto. La vida te da sorpresas y sé, me consta, que mucha gente que me conoce o cree conocerme piensa que se me fue la olla en el momento que empezó a verme habitualmente con ellos.

            Mi ideario “político” firmaría ahora mismo eterna enemistad con Jesús, pero eso es porque los que “escribieron” ese ideario no le conocen. En la presentación de su libro “Diario de un blog” en su Isla natal, alguien quiso resumir su persona en una palabra y yo, adelantándome a sus palabras le susurré a Mara: “consecuente” y es así de sencillo. Esa tal vez es la palabra que nos ha unido. Resulta muy difícil hoy día atreverse a serlo, aunque mucha gente de medio pelo diga que lo es, muy pocos lo demuestran, y Jesús, y en ende Hetepheres, se encuentran en ese limitado grupo.

            Hablar bien de alguien sin que parezca querer dorarle la píldora es difícil, porque la inmediata, en un mundo interesado y en el que priman los intereses, es pensar que se le debe algo o que algo se pretende de esa persona; sin embargo no es el caso. A Jesús, a ellos, no les debo nada; nada que no sea dar las gracias por descubrir en ellos a dos personas que se entregan abiertamente al amor por el prójimo.

            Es cierto que hay ciertos aspectos en los que divergemos totalmente. Sería estúpido por mi parte si no lo dijese y reconociese, y precisamente en eso se encuentra la riqueza de nuestra hermandad y amistad; algo de lo que a veces soy reiterativo pero que para mí es vital: el respeto y el enriquecerse con el otro. Jesús es Jesús, Juan es Juan, y sin embargo, viéndonos juntos, escuchándonos, mucha gente se sorprendería de la cantidad de palos que tocamos en nuestro cante, que a veces también lo damos. Yo cuento, opino de cosas que él puede desconocer o simplemente no son de su cuerda y comparto con él mis experiencias, al igual que él me abre su corazón y en su “misticismo” tan suyo me abre los ojos en la necesidad del encuentro con el Padre y con el Sacramento, aun revelándome a menudo como lo hago con quien me guía hoy día en Él.

            No diré más, porque con una mirada que crucemos sabemos todo lo que tenemos que saber y nos decimos todo lo que nos tenemos que decir. En esta ocasión solo he querido hacer un guiño que sé que agradecerás como agradeces cada una de mis palabras incluso cuando no te gustan porque este guiño, con mi sonrisa y mirada pícaras es para vosotros, mis queridos marqueses.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.


            Juan J. López Cartón.

martes, 10 de marzo de 2015

OVEJAS NEGRAS


Cantaba Pacco Ibáñez aquello de “Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos…”

Nada es lo que parece, aunque es cierto que conforme cumples años vas aprendiendo a pasarte por el arco del triunfo muchas de esas cosas y, sobre todo, lo que se opine de ti.

En demasiadas ocasiones nos convertimos en fieros corderos maltratando al lobo. Cambiamos los papeles con tanta facilidad que nos sorprendemos a nosotros mismos. Los psicólogos dirían que tienes una personalidad inestable, que te falta control de ti mismo y cosas así aunque en realidad es simple instinto de supervivencia lo que hace que a veces perdamos los papeles, la raíz del ser irracional que se aloja en ese rincón de nuestra evolución que jamás quiere dejar de ser una fiera alfa.

En estado “de reposo” la gran mayoría de la gente es encantadora. Cuando a alguien se le cruza el cable lo más común es escuchar decir a los vecinos y allegados aquello de “quién iba a pensar que haría eso, si siempre fue normal”; aunque por suerte no es lo habitual el llegar a hechos tan grabes sí  es cierto que, por ser diferente, por no seguir los cánones estipulados en la familia o en la sociedad, lo de convertirse en la oveja negra de la familia siempre ha sido un estigma en todos los lugares del mundo.

Tener criterio propio está mal visto en la actualidad. Este hecho parece que te marca ante los demás hasta puntos insospechados. Pensar por uno mismo, en esta sociedad masificada en la que todos tenemos que tener los mismos avances, las mismas comodidades, los mismos lujos… aunque en este punto también es como el vaso medio lleno o medio vacío: dependiendo de con quién estés serás borrego, normal, oveja negra…

Digo esto porque muchos en nuestras casas nos hemos sentido esa oveja o garbanzo negro dentro del “cocido familiar”. La cuestión está precisamente en la forma de ver las cosas sobre todo en un sitio tan vital como es el hogar, el núcleo familiar. Los padres tenemos grandes expectativas con nuestros hijos. Inconscientemente, aunque no se reconozca, organizamos su vida; cosa por otra parte normal hasta cierto punto y edad, pero lo malo es que en demasiadas ocasiones también pretendemos organizar su futuro y si ese futuro que nosotros pensamos y el que nuestros hijos tienen en mente difieren, entonces, el cocido estará empezando a tiznarse por un futuro garbanzo negro.

El rebaño inmaculado de casa se ve feo al ver que uno de nuestros corderos empieza a oscurecer su lana, cuando realmente lo que está es madurando, creando y moldeando su propio yo. De hecho, si nos movemos en su ambiente, ese que consideramos de borregos, de ir todos al mismo ritmo con las orejas gachas, seremos nosotros los que nos sentiremos como el bicho raro. Habremos pasado de ser blancos e inmaculados a ser la oveja más negra de un rebaño diferente al nuestro.

Vamos descubriendo que con los años, además de importarnos un bledo la mayoría de las cosas que piensen de nosotros, sufrimos de una enfermedad a la que voy a llamar “desirización”: cuando nos interesa vemos todos los colores del mundo pero cuando nos conviene nuestra visión se nubla y solo ve en blanco y negro. Renunciamos a ver un arco iris de tendencias, de matices en lo diferente y llega a tal punto esta “desirización” que vemos negro donde realmente es blanco o donde el abanico de colores es vital para la supervivencia social.

Entonces es cuando, ante la presión a la que somos sometidos, el cordero se convierte en lobo y el lobo en cordero. Entonces es cuando incomprensiblemente, para los demás, salta la fiera y degüella a su oponente, sea padre, hijo, amigo o lo que más quiera en la vida.

Debemos aprender a corregir nuestra “desirización” y disfrutar de la maravilla que es ver todos los colores, todos los matices, todas las diferencias como aquello que nos esforzaremos en compartir, respetar y amar.

Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda

Juan J. López Cartón

miércoles, 4 de marzo de 2015

EL VENDEDOR



            Hoy desperté nostálgico. Tal vez porque se aproxime mi cumpleaños, porque los achaques parece que van llamando a la puerta o simplemente porque sí, hoy mi cabeza me pedía recordar.

                Trasteando en internet, esta vez no tocó en el trastero, como tantas veces hago para escuchar música que me apetece, tropecé con Mocedades. Tal vez  el único grupo vivo que puedo decir que me vio nacer, crecer, madurar; si es que alguna vez lo hice realmente, y me sigue acompañando hoy día, porque Mocedades es de esos grupos que siempre que se escucha se piensa “qué bien suenan esas voces”, por no hablar de la cantidad de veces que con la guitarra en brazos habré tarareado y cantado alguna de sus partituras.

                Si tuviésemos que quedarnos con una de sus canciones estoy seguro que cada uno escogeríamos una diferente porque su música siempre he pensado que contaba historias, y puesto que cada uno tenemos nuestra historia, y todas ellas pasan por distintos momentos, este maravilloso grupo siempre ha tenido una melodía concreta para ese momento concreto que nos tocó vivir: “Eres tú”, “La otra España”, “Has perdido tu tren”… y así cientos de títulos.

                Yo me quedo con “El vendedor”. No por un momento concreto, sino por el conjunto de mi vida. En los años que llevo vividos siempre he estado vendiendo algo. No como el ultramarino en el que puedes encontrar de casi todo, sino aquello que la gente quiere comprar porque nadie más lo vende, porque no hay ultramarino ni gran superficie que lo ofrezca en sus estanterías. Llevo casi 44 años intentando vender  ilusiones, sonrisas, esperanza, juegos, sueños…  aunque no siempre he encontrado a quien quisiese pagar el precio de ello.  Mi cesta de mimbre va dejando caer las semillas de todo lo que vendo por sus rendijas. El precio está claro, cada uno pone el suyo, cada uno pone precio al valor que tiene para él aquello que yo le pueda aportar aunque la única divisa que acepto es aquella que me devuelve lo mismo que yo vendo. Cualquiera puede recoger esas semillas caídas y hacerlas crecer en su propia cesta, con eso siempre me he sentido satisfecho y bien pagado.

                Por supuesto, y con permiso de Mocedades (perdón por no pagar los derechos), agradeciéndoles haberme hecho vendedor como su canción, os comparto el enlace:

                https://www.youtube.com/watch?v=0qcpDbWYnZA

                Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

                Juan J. López Cartón      

lunes, 2 de marzo de 2015

HACED LO QUE YO DIGA... NO LO QUE YO HAGA



            Es posible que el título de hoy a más de uno le haga pensar en una errata de la cita Jn 2, 5: “haced lo que Él os diga”; pero no, no existe tal errata porque el título es el que quiero que sea. El título viene a ser una cita no del evangelista sino, en mi línea habitual, el dicho popular castellano que escuché tantas veces de la sabiduría de mi padre: “haced lo que yo os diga, no lo que yo haga” aplicado en la conversación entre un padre y un hijo.

            De nuevo pido que hagamos un ejercicio de poner los pies en el suelo, de abrir nuestra perspectiva, y dejarme que os transmita mi visión de una realidad que veo está ocurriendo, desgraciadamente, en la Iglesia del S. XXI: Las iglesias se están quedando vacías y cada vez está más extendida la idea de una “iglesia” particular para cada uno, una “iglesia” a la medida del consumidor; muy propio en una sociedad en la que los avances permiten que tengamos todo hecho a la medida. Desde luego este panorama no ha llegado con el nuevo siglo, sino que hace ya bastante más que viene ocurriendo el tener que ver un paisaje que en demasiadas ocasiones se asemeja más a un campo de batalla en el que los contendientes van cayendo y quedándose por el camino y la mayoría de los que sobreviven son los que se quedan en las trincheras y a pesar de la cantidad de bajas, no se analiza a fondo este hecho ni el motivo de las deserciones.

            Yo nunca opté por quedarme en la trinchera; siempre he sido más de estar esquivando balas en el campo de batalla y, aunque siempre hay alguna que te hiere, he aprendido a curar mis heridas y magullado, incluso mutilado, dispuesto a seguir en el frente. Mi problema siempre ha sido que a pesar de pertenecer a un bando, porque todos pertenecemos a alguno, muestro la empatía permanente con mi prójimo; muy peligroso por otro lado, porque de una manera u otra terminas siendo víctima del fuego cruzado porque en ciertas cuestiones es incierto aquello de “si no estás conmigo estás contra mí” y además continuamente corro el peligro de ser declarado desertor.

            Sin querer irme por las ramas escribiendo, que sino mi amiga Aurora después me lo recuerda, hoy está clara la dirección en la que van mis balas: hacia una Iglesia que aun amándola como Madre, observo lo poco acogedora que se ha convertido en los últimos tiempos, no sabiendo realmente ver y vivir los acontecimientos que nos tocan.

            “Se respiran aires frescos en la Iglesia” se escucha últimamente desde que Francisco llegó al Pontificado de Roma. La propia Iglesia es la que más pregona este cambio, este Papa que parece pretender que algo cambie y acorte las distancias que hace tiempo parece se están estirando.

            Los que habitualmente vamos a misa los domingos escuchamos habitualmente en las homilías alguna mención de aquello o esto que ha dicho, escrito o hecho el Papa… y hasta ahí puedo leer, que diría Mayra Gómez Kemp, porque solo se queda en eso: palabras dichas desde un púlpito para atraer, pero que como dice el refrán “obras son amores y no buenas razones”, porque la gente está cansada de escuchar monsergas y consejos mientras quien los da hace lo que le da la gana escudándose en un falso pragmatismo: “haced lo que yo os diga, no lo que yo haga”.

            En mi vida he conocido y tratado con cientos de sacerdotes desempeñando distintos Ministerios: parroquias, conventos, seminarios, acompañar a grupos juveniles, a grupos de adultos, necesitados, enfermos…. muchos más Ministerios de los que la gente puede imaginar. La gran mayoría lo llevan a cabo con entrega y amor, pero en una sociedad en la que lo que se tiene en cuenta es lo que está de cara a la galería, nos encontramos con demasiados garbanzos no digo negros, pero sí tiznados de una hipocresía vestida de Evangelio.

            "La parroquia tiene que estar en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no puede convertirse en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos"; esta es una de las frases incluidas en la primera exhortación apostólica, titulada "Evangelii gaudium" del Papa Francisco. Y ¿cuántos sacerdotes que conducen sus parroquias no lo cumplen? Este mismo al que leen fue “expulsado” de su Parroquia por un párroco que cree que puede mantener a sus feligreses a base de amenazas; sí, como suena. Su manera particular de llevar una Parroquia (con mayúscula, porque Parroquia es allá donde se reúnen los parroquianos-fieles) en la que solo su misa es válida, los sacramentos son una muestra de funcionamiento, no un servicio a la comunidad, la comodidad está por encima de su Ministerio, la humildad y el respeto es lo que los demás deben profesar y otras muchas cosas que no harían más que enervar a más de uno, hacen que la imagen de mi Madre, la Iglesia, en muchas ocasiones se vea como aquella prostituta que se ofrece al público previo pago de un estipendio o sumisión. Si además, en un intento de cambio, lo transmites a quien los cauces dictan y como en tantas ocasiones ves que ese corporativismo se traduce en un tirón de orejas al aludido, o un “escondo mis miserias para que nadie las vea, o las cambio de sitio para que estos descansen aunque otros lo sufran”, no te queda otra que revelarte al igual que se revela el que ve como el político al que ha votado ha traicionado sus ideas por intereses electorales.

            Porque cuando la gente de a pie protesta por la opulencia de la Iglesia, y sigue escuchando desde los presbiterios hablar de pobreza, o leen frases hacia los obispos como "Tienen que ser hombres que no tengan "psicología de príncipes", que no sean ambiciosos, capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza" dirigidas por Papa Bergoglio en el discurso al comité de coordinación del Consejo Episcopal Latinoamericao (CELAM), mientras que a la vez lees que la reforma del ático en el que vivirá el Cardenal Rouco Varela ha costado más de medio millón de euros http://www.eldiario.es/sociedad/reforma-Rouco-Varela-supera-millon_0_358714424.html (perdonad que ponga este enlace ya que pretendía hacerlo con otro de prensa “pro-católica”, pero curiosamente no hay manera que se abran en mi ordenador, tal vez por mi condición reaccionaria), en estos casos, y en otros muchos que tenemos en la cabeza pero de nuevo por pragmatismo no queremos recordar o reconocer, hermanos en Cristo, resulta difícil confirmar que la Iglesia quiera realmente cambiar.

            Gracias a la educación que recibí, con la que aprendí a amar a mi Madre la Iglesia, tengo unas firmes convicciones cristianas, y digo cristianas porque creo que a esta fecha ya he dejado claro que mi Maestro es Jesús de Nazaret, el Cristo. Estas convicciones y creencias hacen que en mi vida procure, aunque no siempre lo logre, ser consecuente con mi fe y mis ideas, y a pesar de ver lo que veo, escuchar lo que escucho y vivir lo que vivo sigo presumiendo de ser católico. La iglesia la forman personas, al igual que personas son las que aceptan y se comprometen en su Ministerio, pero si a un soldado se le presupone el valor, aunque los haya cobardes, a un sacerdote, destinado a servir, proclamar y compartir la vivencia del Evangelio, se le presuponen ciertos valores que además, de cara a la galería, deben de ser más contundentes si cabe.

            Si mi padre nos decía la frase que da título a este artículo era porque con su experiencia y su vida ya maduras, no quería que nosotros cayésemos en los mismos errores que él caía, no para esconder sus defectos. La Iglesia debe estar abierta al mundo y no solo el Papa como “cabeza visible” ha de reconocer los errores cometidos, porque más visibles son los párrocos y religiosos que están a pie de calle y pretenden seguir viviendo en sus “atalayas”. Gracias a Dios la gran mayoría ofrecen su vida, literalmente, a los demás, y si en una manifestación unos pocos pueden hacer ver el desastre de muchos miles, en la Iglesia ocurre lo mismo.

            Amo a mi Madre, amo a la Iglesia que fundó Jesús de Nazaret y admiro a muchos que en su nombre se dejan el pellejo en hacer de este mundo de miserias un rincón donde vivir en paz.

            Recibid un fraternal abrazo y un apretón de mano izquierda.

            Juan J. López Cartón